¿Qué consecuencias
tiene ese rechazo de Dios? No es difícil suponer que ese espacio que queda
vacío, no lo queda por mucho tiempo y es rápidamente ocupado por el Demonio.
Negar a Dios es el pecado más grave, como nos muestra Jn 8,34-41.
En un artículo publicado el 18
de Septiembre, el diputado socialista César Luena escribe: «Para poner a España en el siglo XXI de su propio tiempo
histórico, el nuestro, Pedro Sánchez ha tomado dos grandes decisiones. Una
quizás menor, pero enormemente eficaz, como es retirar cualquier elemento
religioso de las tomas de posesión de él como presidente y del Gobierno. Si avanza el laicismo, la sociedad avanza». Pero, desgraciadamente, de esta frase no es
difícil deducir un rechazo expreso y explícito de Dios, al que simplemente se
le expulsa o se le declara «persona no grata» en
la vida pública. No es que se declare la autonomía de la vida política,
sino su absoluta y total independencia de Dios.
Por laicismo el Diccionario de
la Academia entiende: «Doctrina que defiende la
independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, de
toda influencia eclesiástica o religiosa». El laicismo radical intenta
obstaculizar todo tipo de relevancia política y cultural de la fe,
descalificando el compromiso social y político de los cristiano sólo porque
éstos se reconocen en las verdades que la Iglesia enseña y obedecen al deber
moral de ser coherentes con la propia conciencia, llegando a no aceptar la
existencia de una ética natural (cf. Compendio de la doctrina social de la
Iglesia nº 572).
Esta mentalidad me recordó una
frase Chesterton, que oí hace poco en un programa de radio y que decía: «Lo importante no es avanzar de prisa, sino hacerlo en la
dirección adecuada, porque si vamos en una dirección equivocada, tendremos que
retroceder más».
Ahora bien, ¿qué consecuencias tiene ese rechazo de Dios? No
es difícil suponer que ese espacio que
queda vacío, no lo queda por mucho tiempo y es rápidamente ocupado por el
Demonio. Negar a Dios es el pecado más grave, como nos muestra Jn
8,34-41. Todo tiene aquí su origen: las ideologías
ateas, con sus millones de cadáveres, y la inmoralidad de tantas vidas.
Hoy muchos no aceptan la
existencia de Dios, y en consecuencia tampoco la del Diablo, aunque en
ocasiones, como en las posesiones, su presencia es bastante manifiesta, si bien
generalmente procura pasar desapercibido para así inducirnos más fácilmente al
Mal. Pero no nos olvidemos: o se cree y se sigue a Dios, haciendo el Bien, o se
cree y se sigue a Satanás con otros ídolos y prácticas, como el espiritismo, la
adivinación, la hechicería, la brujería, por supuesto el culto a Satán; en una
palabra todo lo que supone tratar de sustituir la fe en Dios, sin olvidar el
quebrantamiento de los preceptos del Decálogo. Es la falta de fe la que abre la puerta al Demonio. Y
desgraciadamente de esta pérdida de la fe muchos políticos se sienten
orgullosos, como si hubiesen hecho algo grande, sin darse cuenta que
objetivamente, se han convertido en colaboradores y servidores del Diablo,
contribuyendo así al deterioro de la Sociedad y de su Moralidad al llevarla en
una dirección totalmente equivocada.
El remedio fundamental es uno
solo: creer en Dios y en sus mandamientos: Jesús nos dice: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama;
y el que me ama será amado por mi Padre y yo también lo amaré y me manifestaré
a él» (Jn 14,21). Pero para ello es
necesario recristianizar las familias. O las familias vuelven a ser lugares
donde se transmite la fe y la oración vuelve a estar presente, siendo esta
oración el germen e inicio del diálogo de cada uno de nosotros con Dios o el
futuro se presenta oscurísimo, La ignorancia religiosa de muchos y los
pésimos sistemas educativos han conseguido que la inmadurez en todos los campos
sea uno de los mayores problemas actuales, lo que es especialmente grave a la
hora de formar una familia.
Pedro Trevijano
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