viernes, 7 de septiembre de 2018

LA FAMILIA Y LA NECESIDAD DE POLÍTICAS FAMILIARES


Todos procedemos de familias. Muchos de nosotros tenemos o tendremos nuestra propia familia. “El futuro de la humanidad se fragua en la familia”.

¿QUÉ ES LA FAMILIA?
Cada uno de nosotros posee una historia familiar, que es genealógica. Esta historia, corporal y espiritual, nos une a otras historias personales y el vínculo familiar surge de las relaciones humanas conectadas entre si, que expresan la verdad e identidad de cada uno de nosotros.

La familia es esencial al hombre y surge de la alianza, por la que un varón y una mujer, constituyen entre si un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, (CIC, n. 1055,1) que se comprometen de forma libre, se funda en el amor y se orienta al servicio a la vida.

De ésta forma, se construye un modelo originario de familia que aunque ha convivido en las distintas épocas y culturas, con diversos modelos sociológicos de familia, permite la realización plena del hombre y su misión humanizadora en el mundo.

Por eso, es responsabilidad de las mismas familias cristianas, en este momento de profundo cambio cultural, saber construir un modelo nuevo de vida cristiana, “Familia, conviértete en aquello que eres” (FC 17). Este es el empeño que han de asumir los creyentes en este momento histórico, porque la identidad de la familia cristiana será tanto más eficaz cuanto más se mantenga viva la memoria de un pasado rico de testimonios de familias santas, que han anclado sus vidas en la fe en una Palabra que se mantiene viva en el curso de los siglos (Hb 4,12).

A IMAGEN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

La Iglesia nos invita a que cada uno de nosotros refleje, en nuestra familia, el amor vivificador de la Santísima Trinidad. El matrimonio es una institución creada por Dios, por eso, la concepción cristiana posee gran poder, belleza y verdad.

Para nosotros muchos de los aspectos de la Trinidad son un misterio: Dios es una comunión de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada Persona de la Trinidad es plenamente Dios. Y somos capaces de diferenciarlos gracias a la relación que existe entre ellos. Desde la Eternidad, el Padre engendra al Hijo por medio de su amor que se entrega. El Hijo, a imitación del Padre, se entrega a Él, donándose a sí mismo. Y el vínculo entre ellos es más que un espíritu de amor; constituye, en sí mismo, la Persona del Espíritu Santo. La propia vida íntima de Dios de entrega total crea una comunidad íntima de amor y vida. Dios no es sólo amable; sino que es la esencia del amor. (1 Jn 4,8). Es fuente de toda la vida.

Tres Personas en un solos Dios; esta familia de amor y vida creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Fueron bendecidos y llamados a dar fruto al convertirse en amantes que dan vida. Fueron creados para reflejar la vida íntima y el amor de Dios, individualmente y en el matrimonio.

Dios unió al hombre y a la mujer en alianza matrimonial, que constituye un intercambio de personas y la existencia de ambos se realiza en una unidad tal que forma “una sola carne”. A ambos se les pide que dejen a su padre y a su madre para crear una nueva unidad, que aparece a sus ojos como una forma de vida creada exclusivamente para ellos. La dimensión del don como dimensión primera del amor emerge con gran fuerza, sin la gratuidad es imposible entrar en la lógica del amor.

El matrimonio como compromiso personal, asegura a cada uno, su sitio verdadero en el interior de la familia y asegura a la familia su estabilidad, convirtiéndose en garantía de dicha y de equilibrio. Gracias a esta elección libre de los esposos, también el sentido del ejercicio de la sexualidad adquiere un significado profundo. La sexualidad de cada cónyuge se confirma y es llamada a abrirse a los mayores bienes: de los esposos y de los hijos.

La generosidad natural de los cuerpos hecha propia de manera responsable y la libertad en el compromiso remiten el uno al otro, porque el amor humano vivido en el marco del matrimonio, unifica y armoniza los dos aspectos. Esta es la razón por la que la fidelidad e indisolubilidad no se sobreañaden, sino que son exigencias contenidas de por si en el pacto conyugal.

El matrimonio les confiere dignidad a los esposos, puesto que llega a ser un medio para que los cónyuges asuman su responsabilidad, uno frente al otro, ante sus hijos y ante toda la sociedad.

UNA DE LAS GRANDES PROBLEMÁTICAS FAMILIARES ACTUALES

Los grandes cambios de la economía moderna impone gravosas obligaciones a las familias, desde el punto de vista económico. Sin embargo, la amplitud y profundidad de las transformaciones demuestran que el espacio para avanzar se limita cuando no se otorga a las familias un papel conforme a sus grandes posibilidades. La comprensión de ésta realidad es un gran paso que se debe convalidar con un análisis, que debe de dar paso a una auténtica política familiar (política de la familia), vista no como un cúmulo de medidas de asistencia, sino con características que consigan transformar en sentido humano el desarrollo económico contemporáneo.

Es importante describir de forma precisa lo que es la familia y defenderla, favorecerla, para preservar la posibilidad de un futuro que sea respetuoso del hombre y de todo lo que concierne al hombre. La familia, como lugar de reciprocidad entre los sexos y entre las generaciones se ha convertido en una meta que se debe conquistar para el bien de los individuos y de la sociedad. Es “una obligación y un desafío”, como se lee en la Carta a las familias, de Juan Pablo II.

FAMILIA Y SOCIEDAD

Una familia fuerte, sana, bien organizada, humanamente abierta, disponible en el sentido humano de encuentro interpersonal, es algo que fortalece a toda la sociedad. La familia, entendida en sentido amplio, es una realidad social presente en todas las sociedades conocidas, aunque en modalidades y formas distintas. Alrededor de la alianza entre varón y mujer, y la comunidad de vida entre padres e hijos, existen una gran variedad de valores, usos, costumbres, normas y leyes que la configuran no sólo como un grupo social característico, sino como una institución social fundamental.

La familia es expresión primera y fundamental de la naturaleza social del hombre. «En el matrimonio y la familia se constituyen un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad, maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la «familia humana» y en la «familia de Dios» que es la Iglesia (FC 15).

El Magisterio de la Iglesia, con frecuencia ha utilizado analogías tomadas de la biología para expresar la relación y la importancia de la familia en la sociedad. Pío XII denominó a la familia «”célula vital” de la sociedad» (LS 124). En términos parecidos se expresó Juan XXIII al considerarla «como la semilla primera y natural de la sociedad humana» (PT 265). Posteriormente, el Concilio Vaticano II afirmaría que «la familia ha recibido de Dios la misión de ser la célula primera y vital de la sociedad» (AA 11) al tiempo que proclamaba que «constituye el fundamento de la sociedad» (GS 52). Pablo VI y Juan Pablo II han seguido utilizando esta analogía y también el Catecismo de la Iglesia católica, que califica a la familia como «célula original de la vida social» (CCE 2207).

La comparación de la familia con una célula resulta sugerente, ya que la familia, como la célula en un organismo vivo, es el elemento más simple, primario y fundamental de la sociedad. Las células crecen, generan nuevas células y aportan sus cualidades al organismo al que pertenecen. Así también la familia está llamada a facilitar el crecimiento humano de sus miembros, es el lugar adecuado para generar nuevas vidas humanas y desarrollar su humanidad y con su existencia y actividad, contribuye al bien de la entera sociedad.

En la familia, los esposos «se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad, y la logran cada vez más plenamente» (GS 48). Y algo parecido ocurre con los hijos. El amor a quienes forman parte de la familia exige entrega y sacrificio, lo cual ayuda a crecer en humanidad y a desarrollar virtudes humanas. Es en el seno de la familia donde «el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona» (CA 39). La familia es, en cierto modo, «una escuela de las mejores virtudes humanas» (GS 52). Es, además, «una encrucijada de varias generaciones que se ayudan entre sí para adquirir una sabiduría más honda y para armonizar los derechos de las personas con las exigencias de la vida social» (GS 52).

La familia es el lugar adecuado para la transmisión de la vida y para la educación más fundamental por cuanto ofrece un clima propicio de afecto, estabilidad familiar, basada en un sólido compromiso y en la comunión de personas, junto a la complementariedad que ofrecen el padre y la madre. En la familia cada uno es amado por lo que es y, de este modo, se aprende de un modo práctico qué es el amor.

Favoreciendo el desarrollo humano por la dedicación a los demás y, sobre todo, por la formación de ciudadanos en valores y virtudes, la familia contribuye en gran medida al bien de la sociedad. La doctrina social de la Iglesia remarca algo bien conocido: «la familia es escuela del más rico humanismo» (GS 50) y «la primera escuela de virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan» (GE 3).

Son muchos los valores y las virtudes adquiridos en la vida familiar que después se manifiestan en la vida social. «La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad y de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad» (CCE 2207) y también el ámbito de educación para el trabajo: «Trabajo y laboriosidad condicionan (…) todo el proceso educativo dentro de la familia» (LE 10).

Puede asegurarse que «el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (Cf. GS 47). Ciertamente, «en la familia encuentra la nación la raíz natural y fecunda de su grandeza y potencia» (LS 123). La calidad de las familias condiciona la calidad moral de quienes forman un país. De aquí que pueda afirmarse con Juan Pablo II: « ¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!» (FC 86).

POLÍTICAS FAMILIARES

La familia es, ante todo, una realidad humana con serias implicaciones éticas para el desarrollo humano y para el bien común de la sociedad. Por eso, la urgencia de adoptar políticas familiares. Estas políticas constituyen la manera ética y concreta de resolver las crisis de las sociedades y de garantizar un porvenir a la democracia. La promoción y la ayuda de la familia en el seno de la sociedad pueden contribuir y ciertamente contribuirán a mejorar la eficacia del sector público y a asegurar de este modo el progreso del desarrollo social.

Concebir políticas de este tipo no es fácil. En efecto, tienen que mantener un justo equilibrio con el principio de la subsidiariedad, en virtud del cual, «el Estado no puede ni debe substraer a las familias aquellas funciones que pueden igualmente realizar bien, por sí solas o asociadas libremente, sino favorecer positivamente y estimular lo más posible la iniciativa responsable de las familias» (Juan Pablo II, FC, n. 45). Por otra parte, las políticas familiares y las legislaciones, en las que estas políticas toman forma, deben responder a un deber de justicia, inspirándose en el principio de solidaridad entre los diferentes sectores de la sociedad y entre las generaciones. La exigencia de solidaridad, que ya inspira las políticas relativas al desempleo, a la salud y a las jubilaciones, debe respetarse igualmente por lo que se refiere a las políticas familiares que no pueden reducirse a políticas fiscales de redistribución de los ingresos, ni a políticas de asistencia pública.

Inspirándose en estos dos principios los responsables pueden afrontar con éxito los desafíos que plantea la integración social de las categorías más débiles de la sociedad: entre los que se encuentran los jóvenes, las personas ancianas, los discapacitados. A la luz de estos dos principios las legislaciones a favor de la familia pueden respetar el derecho de esta última a beneficiarse de medidas sociales que tengan en cuenta sus necesidades, en particular, cuando la familia tiene que soportar cargas suplementarias a causa de la vejez, de discapacidades físicas o psíquicas de sus miembros, o de la educación de los niños.

Hoy más que nunca la familia tiene necesidad de una protección especial por parte de las autoridades públicas. Los Estados tienen la responsabilidad de defender la «soberanía» de la familia, pues esta última constituye el núcleo fundamental de la estructura social. En definitiva, defender la soberanía de la familia es contribuir a la soberanía de las naciones. De este modo, el reconocimiento de los derechos de la familia constituye un aspecto fundamental de la promoción de los derechos del hombre.

Blanca Mijares

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