Todos procedemos de familias. Muchos de nosotros
tenemos o tendremos nuestra propia familia. “El futuro de la humanidad se
fragua en la familia”.
¿QUÉ ES LA FAMILIA?
Cada uno
de nosotros posee una historia familiar, que es genealógica. Esta historia,
corporal y espiritual, nos une a otras historias personales y el vínculo
familiar surge de las relaciones humanas conectadas entre si, que expresan la
verdad e identidad de cada uno de nosotros.
La
familia es esencial al hombre y surge de la alianza, por la que un varón y una
mujer, constituyen entre si un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma
índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la
prole, (CIC, n. 1055,1) que se comprometen de forma libre, se funda en el amor
y se orienta al servicio a la vida.
De ésta
forma, se construye un modelo originario de familia que aunque ha convivido en
las distintas épocas y culturas, con diversos modelos sociológicos de familia,
permite la realización plena del hombre y su misión humanizadora en el mundo.
Por eso,
es responsabilidad de las mismas familias cristianas, en este momento de
profundo cambio cultural, saber construir un modelo nuevo de vida cristiana, “Familia, conviértete en aquello que eres” (FC
17). Este es el empeño que han de asumir los creyentes en este momento
histórico, porque la identidad de la familia cristiana será tanto más eficaz
cuanto más se mantenga viva la memoria de un pasado rico de testimonios de
familias santas, que han anclado sus vidas en la fe en una Palabra que se
mantiene viva en el curso de los siglos (Hb 4,12).
A IMAGEN DE LA
SANTÍSIMA TRINIDAD
La
Iglesia nos invita a que cada uno de nosotros refleje, en nuestra familia, el
amor vivificador de la Santísima Trinidad. El matrimonio es una institución
creada por Dios, por eso, la concepción cristiana posee gran poder, belleza y
verdad.
Para
nosotros muchos de los aspectos de la Trinidad son un misterio: Dios es una
comunión de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Cada Persona de la Trinidad es plenamente Dios. Y somos capaces de
diferenciarlos gracias a la relación que existe entre ellos. Desde la
Eternidad, el Padre engendra al Hijo por medio de su amor que se entrega. El
Hijo, a imitación del Padre, se entrega a Él, donándose a sí mismo. Y el vínculo
entre ellos es más que un espíritu de amor; constituye, en sí mismo, la Persona
del Espíritu Santo. La propia vida íntima de Dios de entrega total crea una
comunidad íntima de amor y vida. Dios no es sólo amable; sino que es la esencia
del amor. (1 Jn 4,8). Es fuente de toda la vida.
Tres
Personas en un solos Dios; esta familia de amor y vida creó al hombre y a la
mujer a su imagen y semejanza. Fueron bendecidos y llamados a dar fruto al
convertirse en amantes que dan vida. Fueron creados para reflejar la vida
íntima y el amor de Dios, individualmente y en el matrimonio.
Dios unió
al hombre y a la mujer en alianza matrimonial, que constituye un intercambio de
personas y la existencia de ambos se realiza en una unidad tal que forma “una sola carne”. A ambos se les pide que dejen a
su padre y a su madre para crear una nueva unidad, que aparece a sus ojos como
una forma de vida creada exclusivamente para ellos. La dimensión del don como
dimensión primera del amor emerge con gran fuerza, sin la gratuidad es
imposible entrar en la lógica del amor.
El
matrimonio como compromiso personal, asegura a cada uno, su sitio verdadero en
el interior de la familia y asegura a la familia su estabilidad, convirtiéndose
en garantía de dicha y de equilibrio. Gracias a esta elección libre de los
esposos, también el sentido del ejercicio de la sexualidad adquiere un
significado profundo. La sexualidad de cada cónyuge se confirma y es llamada a
abrirse a los mayores bienes: de los esposos y de
los hijos.
La
generosidad natural de los cuerpos hecha propia de manera responsable y la
libertad en el compromiso remiten el uno al otro, porque el amor humano vivido
en el marco del matrimonio, unifica y armoniza los dos aspectos. Esta es la
razón por la que la fidelidad e indisolubilidad no se sobreañaden, sino que son
exigencias contenidas de por si en el pacto conyugal.
El
matrimonio les confiere dignidad a los esposos, puesto que llega a ser un medio
para que los cónyuges asuman su responsabilidad, uno frente al otro, ante sus
hijos y ante toda la sociedad.
UNA DE LAS GRANDES
PROBLEMÁTICAS FAMILIARES ACTUALES
Los
grandes cambios de la economía moderna impone gravosas obligaciones a las
familias, desde el punto de vista económico. Sin embargo, la amplitud y
profundidad de las transformaciones demuestran que el espacio para avanzar se
limita cuando no se otorga a las familias un papel conforme a sus grandes
posibilidades. La comprensión de ésta realidad es un gran paso que se debe
convalidar con un análisis, que debe de dar paso a una auténtica política
familiar (política de la familia), vista no como un cúmulo de medidas de
asistencia, sino con características que consigan transformar en sentido humano
el desarrollo económico contemporáneo.
Es
importante describir de forma precisa lo que es la familia y defenderla,
favorecerla, para preservar la posibilidad de un futuro que sea respetuoso del
hombre y de todo lo que concierne al hombre. La familia, como lugar de
reciprocidad entre los sexos y entre las generaciones se ha convertido en una
meta que se debe conquistar para el bien de los individuos y de la sociedad. Es
“una obligación y un desafío”, como se lee
en la Carta a las familias, de Juan Pablo II.
FAMILIA Y SOCIEDAD
Una
familia fuerte, sana, bien organizada, humanamente abierta, disponible en el
sentido humano de encuentro interpersonal, es algo que fortalece a toda la
sociedad. La familia, entendida en sentido amplio, es una realidad social
presente en todas las sociedades conocidas, aunque en modalidades y formas
distintas. Alrededor de la alianza entre varón y mujer, y la comunidad de vida
entre padres e hijos, existen una gran variedad de valores, usos, costumbres,
normas y leyes que la configuran no sólo como un grupo social característico,
sino como una institución social fundamental.
La
familia es expresión primera y fundamental de la naturaleza social del hombre.
«En el matrimonio y la familia se constituyen un conjunto de relaciones
interpersonales -relación conyugal, paternidad, maternidad, filiación,
fraternidad- mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la «familia humana» y en la «familia de Dios» que es
la Iglesia (FC 15).
El
Magisterio de la Iglesia, con frecuencia ha utilizado analogías tomadas de la
biología para expresar la relación y la importancia de la familia en la
sociedad. Pío XII denominó a la familia «”célula
vital” de la sociedad» (LS 124). En términos parecidos se expresó Juan
XXIII al considerarla «como la semilla primera y
natural de la sociedad humana» (PT 265). Posteriormente, el Concilio
Vaticano II afirmaría que «la familia ha recibido
de Dios la misión de ser la célula primera y vital de la sociedad» (AA
11) al tiempo que proclamaba que «constituye el
fundamento de la sociedad» (GS 52). Pablo VI y Juan Pablo II han seguido
utilizando esta analogía y también el Catecismo de la Iglesia católica, que
califica a la familia como «célula original de la
vida social» (CCE 2207).
La
comparación de la familia con una célula resulta sugerente, ya que la familia,
como la célula en un organismo vivo, es el elemento más simple, primario y
fundamental de la sociedad. Las células crecen, generan nuevas células y
aportan sus cualidades al organismo al que pertenecen. Así también la familia
está llamada a facilitar el crecimiento humano de sus miembros, es el lugar
adecuado para generar nuevas vidas humanas y desarrollar su humanidad y con su
existencia y actividad, contribuye al bien de la entera sociedad.
En la
familia, los esposos «se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia
de su unidad, y la logran cada vez más plenamente» (GS 48). Y algo parecido
ocurre con los hijos. El amor a quienes forman parte de la familia exige
entrega y sacrificio, lo cual ayuda a crecer en humanidad y a desarrollar
virtudes humanas. Es en el seno de la familia donde «el
hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué
quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto
ser una persona» (CA 39). La familia es, en cierto modo, «una escuela de
las mejores virtudes humanas» (GS 52). Es, además, «una
encrucijada de varias generaciones que se ayudan entre sí para adquirir una
sabiduría más honda y para armonizar los derechos de las personas con las
exigencias de la vida social» (GS 52).
La
familia es el lugar adecuado para la transmisión de la vida y para la educación
más fundamental por cuanto ofrece un clima propicio de afecto, estabilidad
familiar, basada en un sólido compromiso y en la comunión de personas, junto a
la complementariedad que ofrecen el padre y la madre. En la familia cada uno es
amado por lo que es y, de este modo, se aprende de un modo práctico qué es el
amor.
Favoreciendo
el desarrollo humano por la dedicación a los demás y, sobre todo, por la
formación de ciudadanos en valores y virtudes, la familia contribuye en gran
medida al bien de la sociedad. La doctrina social de la Iglesia remarca algo
bien conocido: «la familia es escuela del más rico
humanismo» (GS 50) y «la primera escuela de
virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan» (GE 3).
Son
muchos los valores y las virtudes adquiridos en la vida familiar que después se
manifiestan en la vida social. «La autoridad, la
estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los
fundamentos de la libertad, de la seguridad y de la fraternidad en el seno de
la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden
aprender valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar la libertad. La
vida de familia es iniciación a la vida en sociedad» (CCE 2207) y
también el ámbito de educación para el trabajo: «Trabajo
y laboriosidad condicionan (…) todo el proceso educativo dentro de la familia» (LE
10).
Puede
asegurarse que «el bienestar de la persona y de la
sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la
comunidad conyugal y familiar» (Cf. GS 47). Ciertamente, «en la familia encuentra la nación la raíz natural y
fecunda de su grandeza y potencia» (LS 123). La calidad de las familias
condiciona la calidad moral de quienes forman un país. De aquí que pueda
afirmarse con Juan Pablo II: « ¡El futuro de la
humanidad se fragua en la familia!» (FC 86).
POLÍTICAS FAMILIARES
La
familia es, ante todo, una realidad humana con serias implicaciones éticas para
el desarrollo humano y para el bien común de la sociedad. Por eso, la urgencia
de adoptar políticas familiares. Estas políticas constituyen la manera ética y
concreta de resolver las crisis de las sociedades y de garantizar un porvenir a
la democracia. La promoción y la ayuda de la familia en el seno de la sociedad
pueden contribuir y ciertamente contribuirán a mejorar la eficacia del sector
público y a asegurar de este modo el progreso del desarrollo social.
Concebir
políticas de este tipo no es fácil. En efecto, tienen que mantener un justo
equilibrio con el principio de la subsidiariedad, en virtud del cual, «el Estado no puede ni debe substraer a las familias
aquellas funciones que pueden igualmente realizar bien, por sí solas o
asociadas libremente, sino favorecer positivamente y estimular lo más posible
la iniciativa responsable de las familias» (Juan Pablo II, FC, n. 45).
Por otra parte, las políticas familiares y las legislaciones, en las que estas
políticas toman forma, deben responder a un deber de justicia, inspirándose en
el principio de solidaridad entre los diferentes sectores de la sociedad y
entre las generaciones. La exigencia de solidaridad, que ya inspira las
políticas relativas al desempleo, a la salud y a las jubilaciones, debe
respetarse igualmente por lo que se refiere a las políticas familiares que no
pueden reducirse a políticas fiscales de redistribución de los ingresos, ni a
políticas de asistencia pública.
Inspirándose
en estos dos principios los responsables pueden afrontar con éxito los desafíos
que plantea la integración social de las categorías más débiles de la sociedad:
entre los que se encuentran los jóvenes, las personas ancianas, los
discapacitados. A la luz de estos dos principios las legislaciones a favor de
la familia pueden respetar el derecho de esta última a beneficiarse de medidas
sociales que tengan en cuenta sus necesidades, en particular, cuando la familia
tiene que soportar cargas suplementarias a causa de la vejez, de discapacidades
físicas o psíquicas de sus miembros, o de la educación de los niños.
Hoy más
que nunca la familia tiene necesidad de una protección especial por parte de
las autoridades públicas. Los Estados tienen la responsabilidad de defender la «soberanía» de la familia, pues esta última
constituye el núcleo fundamental de la estructura social. En definitiva,
defender la soberanía de la familia es contribuir a la soberanía de las
naciones. De este modo, el reconocimiento de los derechos de la familia
constituye un aspecto fundamental de la promoción de los derechos del hombre.
Blanca Mijares
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