Los cargos religiosos
atraen a personas con trastorno de personalidad narcisista; ¿cómo evitarlo?
El trastorno de
personalidad narcisista no es mera vanidad, sino una psicología tóxica que daña
a la Iglesia gravemente.
A estas alturas, es difícil negar
que en la Iglesia Católica –y no sólo
en ella- hay una crisis de liderazgo a varios niveles. Muchos obispos han demostrado ser incapaces
de proteger a sus ovejas de abusadores y depredadores. Otros muchos han
demostrado ser meros gestores de la decadencia, incapaces de atraer a la fe a
nuevas generaciones o mantener a las generaciones nacidas en familias
cristianas. Lo mismo se puede decir de párrocos y líderes eclesiales con acceso
a recursos, personal e instalaciones.
Mucha gente, en España y en otros
países católicos, cuenta historias de
curas y monjas que conocieron en su infancia y eran extrañamente iracundos
e incluso físicamente violentos y no eran capaces de mostrarles un Dios de
amor. Otros hablan de párrocos
incapaces de crear equipos de colaboradores, con estallidos de ira y
maniobras para expulsar a cualquiera que consideren un “rival”
que les pueda hacer sombra.
¿Podría tratarse de
personas con un trastorno narcisista de personalidad? ¿Atrae la vida clerical o
eclesial a personas con este trastorno psicológico? Hay datos que sugieren que así es.
LOS OBISPOS TIMORATOS E
INOPERANTES... Y ALGO PEOR
En un artículo en ReL ya hablamos
de un tipo de líderes inoperantes:
los autoritarios timoratos, que sólo sirven para realizar gestiones
ordinarias pero son incapaces de contraatacar y tomar decisiones en tiempos
duros. Siguen el modelo descrito por el
psicólogo Norman Dixon en su libro clásico de 1976: “Sobre la psicología de la
incompetencia militar”.
Es el líder que, en crisis, hará lo mínimo para cumplir el expediente. Quiere
desesperadamente ser popular, quiere gustar o, más bien, no ser criticado. ¡No quiere ganar la guerra, ni sueña con ello! Quiere que no le critiquen y poder jubilarse
tranquilo.
Pero ahora nos planteamos otro tipo de líder con un perfil
similar, que no sólo quiere gustar a
toda costa sino que cree que todos le deben admiración: el que sufre un trastorno
de personalidad narcisista.
Hablamos aquí no de un mero vicio
o defecto, sino de un trastorno grave que figura como tal en los manuales de
psicología. El narcisista patológico
cree que nunca se equivoca y que merece toda la gloria y atención.
Continuamente exige atención sobre sí mismo. Todo lo que hace busca alimentar
su autoimagen de grandeza. Cree con
firmeza que toda la gente en su entorno existe para servir a su imagen y
sus objetivos. A quien no trabaje dócilmente para ese fin, lo verá como un
rival o una amenaza y tratará de apartarlo o destruirlo.
EL LÍDER NARCISISTA:
CREE SER MUY BUENO, PERO ES DESTRUCTIVO
Precisamente porque cree ser
brillante y especial, no persevera en sus esfuerzos y trabajo. Inicia mil proyectos que nunca acaba,
gastando fondos importantes de forma absurda. No es un estudioso ni
trabajador muy bueno, pero tiende a gravitar hacia el campo de la empresa, el ejército, la academia, el
derecho y el clero. Allí tendrá subordinados a los que mandar y a los
que echar las culpas de todo lo que salga mal.
Mostrando seguridad infinita en sí mismo y gran decisión, actuará como líder
autoritario y errático. Cuando ya no pueda echar las culpas de sus fallos a
otros y pierda su base de poder, buscará
otro lugar nuevo, lleno de incautos a los que utilizar.
En el mundo empresarial se tarda
menos en detectar al narcisista porque no da lo que promete y se le expulsa. En
cambio, en el mundo eclesial, cuesta
más tiempo detectarlo y sacarlo de circulación. Esto se debe a la gran
paciencia cristiana de los feligreses, a la tendencia cristiana de perdonar los
defectos y esperar que la cosa mejore
con oración y al clericalismo de las autoridades competentes, que tardan
en apartar al narcisista del lugar donde causa daños.
EL NARCISISTA NO TIENE
EMPATÍA NI HUMOR AUTOCRÍTICO
Hay que comprender que el
narcisista carece de empatía. No capta ni valora los sentimientos de los demás.
Por ejemplo, se le da mal el humor
porque no entiende qué es lo que otros consideran gracioso. Puede
aprender chistes y usarlos desde el púlpito porque ha visto que “funcionan”, pero no los entiende. Si improvisa
chistes y ocurrencias, nadie lo ve gracioso.
De hecho –y esta es una forma de
detectarlo- él nunca aceptará hacer
humor sobre sí mismo, jamás se reirá de sí mismo y sus fallos. Si alguna
vez parece hacer algo de autocrítica espera que enseguida le respondan “no, ¡tú lo haces bien!”.
El narcisista quiere ser alabado
y espera que así sea. Se pega como una
lamprea a quien cree que puede aportarle fama, algún famoso del que presumirá
siempre, inventando historias sobre cuán amigos son y cuánto el famoso le
admira y agradece.
El narcisista miente con todo descaro y convicción sobre un tema, y es capaz de decir exactamente lo contrario dos minutos
después, con igual convicción, negando cosas que todos han visto. Por ejemplo,
después de una bronca furiosa contra un subordinado, ante 20 testigos, puede
negar haber gritado. Después de haberlo despedido ante todos, puede asegurar al
día siguiente que se fue por su propia voluntad.
Negará la evidencia hasta que le
pongan una grabación de vídeo mostrándola. Entonces farfullará, sinceramente
asombrado, “no
es lo que parece” o “es que están todos contra mí porque me tienen envidia”, buscando alguna víctima.
DISIMULA ANTE LOS
SUPERIORES Y ACUMULA RENCOR
Ante los superiores a los que no
consigue controlar, intenta pasar desapercibido, y si les guarda rencor –el narcisista es muy rencoroso- maniobrará
para hundirlos cuando pueda. A los subalternos poco dóciles, intentará
hundirlos en público y con gran escándalo.
El narcisista a veces tiene
arrebatos de la llamada “furia narcisista”, arrebatos que asombran en
entornos eclesiales. De repente el párroco o la jefa de catequistas
empiezan a vociferar con histeria contra una o más víctimas acusándole de todo
tipo de barbaridades, incluso anunciando en público cosas feas y humillantes
que han aprendido en intimidad o bajo secreto de confesión o de
confidencialidad. Lo más humillante, en entornos cristianos, suele ser que al
terminar sus gritos y su operación de escarnio público el narcisista suele agregar, ante todos, algo así como "pero pese a lo malísimo que eres, yo te
perdono", dejando claro que él tiene todo el
dominio.
A base de gritos y maniobras, el narcisista expulsa a las personas más
independientes (por ejemplo, catequistas o evangelizadores con empuje y
ganas de emprender proyectos) y crea
una cohorte de esbirros dóciles y sin personalidad. El cónyuge de un
narcisista es, a menudo, una persona vaciada, psíquicamente hueca,
absolutamente dócil y dominada, una extensión de la voluntad de su amo,
moldeada por años de manipulación y gritos.
La silla del centro
no es para Dios, sino para el líder narcisista, que necesita que se le admire y
alabe continuamente y que todo dependa de él.
¿CUÁNTOS CLÉRIGOS SON
NARCISISTAS PATOLÓGICOS? QUIZÁ UNO DE CADA TRES
¿Cuántos párrocos o
clérigos pueden tener este tipo de trastorno? Un
estudio en Canadá a partir del clero de una gran denominación protestante
calcula que puede tratarse
perfectamente de un 32% del clero, es decir, uno de cada tres pastores.
¿Y cuántos serían
los clérigos narcisistas en entornos
católicos? Después de todo, los sacerdotes
pasan por el seminario y los
religiosos por el noviciado y
allí se supone que habrán sido examinados por sus superiores y responsables.
Sin embargo, formadores católicos consultados por ReL creen que la cifra del 30% no es absurda. “En años recientes la selección en los seminarios ha mejorado, pero durante muchos años se hizo una selección muy mala en muchas diócesis”, lamenta un joven responsable de formación de un seminario castellano.
Sin embargo, formadores católicos consultados por ReL creen que la cifra del 30% no es absurda. “En años recientes la selección en los seminarios ha mejorado, pero durante muchos años se hizo una selección muy mala en muchas diócesis”, lamenta un joven responsable de formación de un seminario castellano.
¿CÓMO SE CUENTAN LOS
PASTORES NARCISISTAS?
Entre la población en general se
calcula que hay pocas personas con
verdadero trastorno de personalidad narcisista: serían entre el 0,5% y un 2,2%,
según los expertos. Se calcula que un 75% de los verdaderos narcisistas son
varones. Y parece que abundan especialmente en la profesión clerical: el oficio los atrae.
Hay algunas preguntas clave que
ayudan a detectarlos, y también ayuda el hecho de que a los narcisistas les gusta hablar de sí mismos. Es su gran tema,
su tema preferido, casi su único tema. Si reciben un cuestionario con las
preguntas adecuadas, lo responderán encantados y cantarán sus alabanzas sobre
sí mismos.
Ball y Puls han analizado el fenómeno de los pastores narcisistas se han dedicado a contarlos: pueden ser uno de cada 3 pastores.
Ball y Puls han analizado el fenómeno de los pastores narcisistas se han dedicado a contarlos: pueden ser uno de cada 3 pastores.
Así realizaron su investigación
R. Glenn Ball y Darrell Puls para su apasionante libro de 2017 “Let us Prey: the plague
of narcissist pastors and what can we do about it” (“Depredemos: la plaga de pastores narcisistas y qué
podemos hacer con ella”).
Darrell Puls ha trabajado en la
resolución de conflictos laborales y de organizaciones desde 1976, y empezó a
trabajar en conflictos de entidades religiosas en 1998. Glenn Ball ha sido
pastor de una congregación protestante en Canadá durante más de 30 años y
durante años su iglesia le ha empleado para que se especialice en ayudar a
parroquias problemáticas. Ambos descubrieron que detrás de muchas parroquias con problemas serios había líderes con
trastornos de personalidad narcisista. Pero ¿cuántos
clérigos podían sufrir algo así?
Enviaron en verano de 2013 una “Encuesta de Cualidades de Liderazgo” a 1.385 pastores de cierta denominación protestante presente en todo Canadá, que tiene pastores ordenados pero no obispos. Se incluyó a pastores retirados o inactivos y también a pastoras. Respondieron 416. Entre los pastores activos, respondió el 32%. Entre los retirados, un 24%.
Enviaron en verano de 2013 una “Encuesta de Cualidades de Liderazgo” a 1.385 pastores de cierta denominación protestante presente en todo Canadá, que tiene pastores ordenados pero no obispos. Se incluyó a pastores retirados o inactivos y también a pastoras. Respondieron 416. Entre los pastores activos, respondió el 32%. Entre los retirados, un 24%.
El resultado fue contundente: 220 pastores encajarían en la descripción
del especialista Hessel Zondag (de la Universidad de Tilburg, Holanda) de lo que son “narcisistas
equilibrados”, aquellos que “tienen fuertes tendencias narcisistas pero son capaces
de enfocarlas de forma positiva”. Estas personas no tienen realmente el desorden de personalidad,
aunque la cifra ya indica que la carrera clerical atrae a un cierto tipo de
persona. Con todo, las personas en esta categoría pueden cumplir sus tareas sin
mayores disfunciones.
Los problemáticos de verdad son
los otros: un 26% de los encuestados que cumplían las condiciones del verdadero Desorden de Personalidad Narcisista de tipo “abierto”, y un 5,2% adicional que sufrían Desorden de Personalidad Narcisista
“encubierto”. En total, un
32,2%, casi un tercio del clero, con Desorden Narcisista serio. A este
clero los autores lo consideran “depredador” y
“tóxico”. “Es
tan malo como suena”, insisten.
EL NARCISISTA
ENCUBIERTO: SE HACE EL VÍCTIMA Y MANIOBRA
El narcisista “abierto” reacciona airadamente, indignadísimo, en
cuanto se le critica. En cambio, el
narcisista “encubierto” es más difícil de
detectar. Cuando se le critica se muestra retraído y juega el papel de
víctima. Gimoteará y se hará el mártir. En cuanto pueda se comparará con San
José (“qué pensarían de él los vecinos al ver
embarazada a María, pero él era inocente”) o con José y los otros hijos
de Jacob (“maquinaban
contra él y le envidiaban porque era bueno…”).
Más bien tímido, la falta de empatía y autoestima lleva al narcisista encubierto a tratar de destacar poco en entornos públicos. En ambientes eclesiales puede pasar por humilde, sufrido o austero. Pero en realidad buscan tejer un entorno confortable y controlable a su alrededor, expulsando posibles rivales (cualquiera) e impidiendo un crecimiento que salga de su control.
El narcisista discreto evita ir a comer a casas de feligreses: enseguida se notaría su falta de empatía y de capacidad social a corta distancia. Pero si esa misma familia lo invita a un carísimo y prestigioso restaurante, no podrá dejar de ir: ¡se merece lo mejor y así todos lo verán!
Más bien tímido, la falta de empatía y autoestima lleva al narcisista encubierto a tratar de destacar poco en entornos públicos. En ambientes eclesiales puede pasar por humilde, sufrido o austero. Pero en realidad buscan tejer un entorno confortable y controlable a su alrededor, expulsando posibles rivales (cualquiera) e impidiendo un crecimiento que salga de su control.
El narcisista discreto evita ir a comer a casas de feligreses: enseguida se notaría su falta de empatía y de capacidad social a corta distancia. Pero si esa misma familia lo invita a un carísimo y prestigioso restaurante, no podrá dejar de ir: ¡se merece lo mejor y así todos lo verán!
Los narcisistas encubiertos,
según el estudio, se concentraban en congregaciones de menos de 200 personas
(las parroquias protestantes suelen ser más pequeñas que las católicas). Pero
la mayoría de los otros narcisistas lograban colocarse en congregaciones de más
de 200 personas.
¿PREPARAR EL SERMÓN?
¿PARA QUÉ?
Los narcisistas demostraban
también que dedicaban mucho menos tiempo a rezar y estudiar la Biblia que los
clérigos normales. Pese a eso, se
autopuntuaban mucho más alto que la media al poner nota a su vida espiritual y
a la calidad de sus sermones.
En la encuesta de Glenn Ball y
Darrell Puls, como media entre los encuestados, y también entre los narcisistas
abiertos, un 70% declaró que preparaba
sus sermones. En cambio, entre los narcisistas ocultos, sólo lo hacía un 45%.
El resto improvisan: consideran que son tan buenos
que no necesitan prepararlo. Pero, entonces, ¿por
qué los narcisistas abiertos sí preparan su sermón? “Creemos que ven a Dios
como un rival que tienen que disminuir y sus sermones son una representación
artística en la que mostrar su oratoria y retórica, lo que les lleva a
prepararlos mejor”, responden los autores.
DIOS NO ES AMOR, ES UN
RIVAL... DEL QUE APROVECHAR SU PRESTIGIO
La relación del narcisista con
Dios es extraña. No puede entender que “Dios es amor”. Entiende que Dios es grande y
poderoso, que Dios es un rival al que no puede superar. Pero puede
pegarse a Él como a una celebridad cualquiera y absorber de Él prestigio,
autoridad y atención. El narcisista usa
a Dios para llamar la atención sobre sí mismo, e insiste en presentarse
a sí mismo como el canal de Dios por el que los feligreses deben circular. Al
desviar la atención debida a Dios hacia sí mismo, de hecho fomenta una forma de
idolatría. ¿Y
los feligreses? Son para él como esos guardaespaldas que deben estar
dispuestos a recibir una bala por el líder, a quemarse y morir por él.
El narcisismo tiene mucho de
exhibición, de mostrarse… y en el culto
protestante el sermón es la gran ocasión. No importa cuán malos y
repetitivos sean sus sermones: el narcisista pensará ser un gran predicador y
espera que así se lo digan (“qué magnífico sermón,
reverendo”).
En el culto católico, donde el centro está en la
liturgia y el sacramento (la Elevación de la Hostia, la
invocación del Espíritu sobre las especies…) quizá un narcisista se encuentre
menos a gusto y tienda a reducir el tiempo dedicado al canon de la misa y dedicar más tiempo a la homilía.
Claro que un narcisista puede encontrar formas de exhibirse también en la
liturgia, que es, para él, una forma de actuación. Un narcisista en ambientes tradicionalistas lo haría con
pompas, vestimentas, etc…; en
ambientes progresistas añadiría ”espectáculo creativo” que llame la
atención sobre sí.
¿CÓMO DAÑA EL
NARCISISTA A LA IGLESIA?
Más en concreto, ¿cómo daña el líder narcisista a una parroquia, y a la
Iglesia en general? Para empezar, son mediocres convencidos de ser geniales, que maniobran sin parar
para ocupar puestos de poder sin
tener realmente mucha capacidad de liderazgo. Además, no se rodean de buenos
colaboradores, sino de gente sumisa. Cuando un colaborador demuestra iniciativa
y capacidad lo ven como rival, y lo expulsan. Son líderes mediocres que llenan los órganos de servicio
de otros mediocres sumisos y predecibles. Buena parte del liderazgo
cristiano consiste en “capacitar a los santos [es decir, a los fieles, los cristianos]
para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (como
pide Efesios 4,12). Y también en formar
formadores (2 Timoteo 2,2: “enseña a otros
capaces de enseñar”). Pero el
narcisista no lo hará, porque formar personas capacitadas sería generar posibles rivales que le
hagan sombra.
Por otra parte, un pastor
cristiano se supone que debe padecer
con las ovejas, acompañarlas en el sufrimiento y en sus alegrías y
ponerse a su servicio. Pero el narcisista no puede “padecer con” porque no tiene
empatía. Él lo que quiere es mandar y que las ovejas se pongan a su
servicio.
Además, el líder narcisista tiene
delirios de grandeza: pone en marcha proyectos
faraónicos que suenan bien (y más en nuestra época de eslóganes, campañas y
jornadas), pero en pocos meses, cuando se complican las cosas o surge
otra moda, lo abandona. Es experto en empezar cosas, ganar prestigio al
anunciarlas y no terminar ni culminar ninguna.
EL OFICIO CLERICAL LOS
ATRAE… Y ELLOS ALEJAN A LA GENTE
“Si el pastor líder
es narcisista y capaz de empujar a otros líderes a su círculo enfermizo, la
Iglesia empezará a deslizarse a su propia versión del desorden de personalidad
narcisista, y más cuanto más permanezcan estos líderes al mando. Este ciclo
tiende a autoperpetuarse: a medida que
los líderes más sanos se van por incomodidad o desacuerdo, nuevos líderes con
tendencias narcisistas tienden a emerger, junto con un subgrupo de
seguidores dóciles que se acercan al líder para gozar del calor de su gloria”, avisan Glenn Ball y Darrell Puls.
En las iglesias, los líderes
narcisistas pueden hacer aún más daño que en el mundo de los negocios. El narcisista está dispuesto a arrasar su
congregación o comunidad, antes que perderla. Por supuesto, si la
congregación queda arrasada, el líder echará la culpa a enemigos internos,
externos, a la mala suerte o a la ineptitud de los miembros.
En Estados Unidos y Canadá, donde
una parroquia puede tener varios empleados con sueldo, los asalariados podrán soportar al líder narcisista y sus chaladuras
callando y asintiendo para no perder su trabajo. Así, esos profesionales
dejan de lado su capacidad profesional real para dejar de servir al Evangelio y
limitarse a ser esbirros de un jefe narcisistas.
RECOGEN DATOS PARA USAR
CONTRA LOS DEMÁS
El narcisista no tiene empatía, pero continuamente recoge
datos que puede usar para dañar a los demás, y como clérigo le puede
resultar más fácil. Puede acudir a un colaborador y hacerle una batería de
preguntas como “¿cuál es tu mayor ambición en la
vida?”, “¿cuál fue tu mayor fracaso?”, “¿qué
es lo peor que podría pasar en tu vida matrimonial?”, etc… el feligrés puede pensar que el pastor está
interesado en conocerle y ayudarle. En realidad está recogiendo datos que luego usará como arma.
Las víctimas del narcisista –a
las que acosa con gritos, maniobras maquiavélicas, revelando sus secretos y
conspirando contra ellas- se van de la congregación pero de una en una. Por lo
general, ninguna víctima sabe que hay
otras víctimas, no ven lo que ha pasado con otros. Cada una está sola
ante el narcisista tiránico y su círculo de esbirros dóciles o amedrentados.
LOS HERIDOS DEJAN LA
PARROQUIA... Y LA FE
Las víctimas del narcisista,
heridas, suelen dejar no solo la comunidad, sino la Iglesia y la práctica
religiosa, e incluso la fe. Quizá el
narcisista les convence de que “nadie te aguantaría
ni nadie te puede querer, ni siquiera Dios”. Quizá les hace creer que Dios es inalcanzable. O
indeseable, si Dios se parece al Padre Fulano, como repite él. Muchas personas
que no han conocido pastores buenos y amorosos y no han tenido experiencia del
amor de Dios pueden así perder la fe para siempre.
Glenn Ball y Darrell Puls
escriben: "Si estás en una iglesia con un pastor depredador [narcisista en
campaña contra alguien] tus opciones son más limitadas de lo que piensas: puedes quedarte y sufrir, quedarte y obligar
a irse al pastor, o marcharte tú. No hay otras opciones realistas,
porque el pastor depredador narcisista va a hacerlo todo a su manera, no le
importan las consecuencias y no cambiará de forma significativa en nada. Por
mucho que odiemos decirlo, no hay término medio. El desorden de personalidad narcisista (DPN) tiene uno de los peores
índices de tratamiento de cualquier enfermedad mental, incluso en el
caso extremadamente improbable de que aceptara recibir tratamiento: rechazan la
misma idea de tener una enfermedad mental".
¿PUEDE ARREGLARLO EL
OBISPO? NO, SI ES TIMORATO...
En entornos católicos, en los que
se supone que los feligreses podrían avisar al obispo de la situación (si la
detectaran) cabe esperar que el obispo tomara cartas en el asunto. Pero, como
se ha demostrado en muchos casos, un obispo preferirá hacer caso a la
argumentación de un sacerdote que a la de los feligreses, sobre todo si el
sacerdote es insistente, convincente o amenaza con “montar
un lío” y contar cosas en la prensa. Muchos obispos tienen un terror
enorme a eso, y cederán. La combinación
de pastores depredadores y obispos timoratos e inoperantes es letal.
Glenn Ball y Darrell Puls
explican por qué un narcisista puede mantenerse tanto en el poder pese a sus
desastrosos resultados. "Los narcisistas pueden ser camaleones de
proporciones increíbles. Pueden retorcerse y cambiar de color para
encajar en casi cualquier situación, si lo necesitan. A menudo son encantadores, inteligentes, parecen haber
leído mucho, son asombrosamente manipuladores y no empáticos con los
problemas de los demás. También son vengativos, despreciativos e incesantes en
sus ataques contra quien perciben como enemigo".
“Cuando ven un
rival, una amenaza, le intentan expulsar. Si no pueden porque es un superior o inspector, se muestran
cordiales, colaborativos, tratan de acercarse, se amistosos y hasta piden consejos "para hacerlo
mejor", mostrándose dóciles”.
Cuando un obispo ve que el
clérigo problemático parece ser dócil y pide consejos y escucha y hasta toma
notas, piensa de buena fe que cambiará. Pero es teatro: el narcisista no cambiará. El narcisista odia sentir que tratan de influir
en él o darle órdenes. Piensa que nadie tiene nada que enseñarle, que es
perfecto, autónomo, y en cuanto pueda hará lo que quiera.
NO HAY "MAFIAS
NARCISISTAS", PERO PUEDEN JERARQUIZARSE
En estos tiempos que se habla
mucho de “mafias de sacerdotes” que se
coordinan para encubrirse mientras cometen delitos sexuales o económicos, se
puede decir que los narcisistas no suelen coordinarse entre ellos ni con otros.
No hay “mafias
narcisistas” porque cada uno cree ser mejor que el otro y no soporta
tener iguales ni rivales. Pero los narcisistas
con menos poder tratarán de ser complacientes con los que tienen más poder para
evitar ser destruidos. Al carecer de empatía, si se producen víctimas inocentes
en el proceso, no le importará callar, a menos que vea ventajas claras en
delatar a un superior o rival.
¿Qué se puede hacer
con un pastor una vez se detecta que tiene un desorden narcisista? El tratamiento es escaso, casi inexistente. Lo que hay que hacer es marcarle muy bien el
terreno y no dejarle que haga daño. O directamente expulsarle de
cualquier cargo relevante.
"Los que
tienen tendencias narcisistas moderadamente destructivas pueden operar bien con
prácticas de organización adecuadas; sistemas
de control, asesores, equipos de revisión por iguales y penas sociales y
legales muy claras y anunciadas", explican
Glenn Ball y Darrell Puls. Sólo el miedo al castigo y el estar bajo vigilancia
y control constante y eficaz de un supervisor pueden lograr que algunos de
estos narcisistas se comporten correctamente.
LAS PREGUNTAS PARA
DETECTAR A UN NARCISISTA
Sea en el mundo laboral civil
(incluyendo las escuelas u hospitales cristianos) o en el de la Nueva
Evangelización, en la que pueden aparecer laicos o religiosos pidiendo el
micrófono parroquial o un cargo para “hacer cosas
por el Señor”, es importante
detectar a los candidatos narcisistas.
Una forma es pedirles que escriban un texto que responda a estas
preguntas: “¿Por qué deberíamos contratarte
o trabajar contigo? ¿Cuáles son tus superpoderes, en qué cosas eres tan excelente que formas parte de un 5% mundial, cuáles
son tus capacidades ninja? ¿Cuáles son tus debilidades? ¿Cómo
definirías lo que para ti es el éxito?” Esas preguntas harán que el
narcisista se suelte y exprese su deseo de reconocimiento, prestigio y poder.
Se le puede preguntar también: “Di algo que tú
ves claramente y que casi nadie más puede ver ni está de acuerdo contigo”.
Ahí se puede detectar su sentido de grandiosidad, aislamiento o incluso
paranoia.
Glenn Ball y Darrell Puls
insisten: la Iglesia tiene el deber de ofrecer líderes sanos, adecuados, para
pastorear a los fieles. El pastor debe
proteger a las ovejas, no entregarla a depredadores narcisistas. Su
deber es detectarlos, no ser amable con los candidatos ni aceptar a cualquiera.
Los títulos teológicos o académicos de
un narcisista no sirven de nada: dañará igual a la Iglesia, alejará
almas de Dios, quemará a otros sacerdotes, catequistas y religiosos buenos y en
muchos casos hasta les quite su vocación.
Con un 33% de narcisistas graves ya detectados, no
es un tema menor. “Puedes
hacer un test a los candidatos, puedes pedir que un terapeuta con experiencia
en narcisismo los entreviste, o puedes hacer ambas cosas, que es lo que
recomendamos”, insisten Ball y Puls. No hacerlo puede llevar al
desastre.
CUANDO NADIE RINDE
CUENTAS... EL DESASTRE
En realidad, ¿qué atrae a un narcisista al
clero? Quizá lo mismo que a un
abusador efebófilo o un estafador: la mala organización, es decir, el
acceso a víctimas junto con una falta de verdaderos controles. La esposa
(separada) de un pastor narcisista lo expresaba así en Let us Prey: “Creo
que él se encuentra cómodo en la iglesia porque puede encontrar víctimas vulnerables, que no sospechan nada, para
aprovecharse de ellas, y porque la
iglesia es lenta en pedirle que rinda cuentas”.
Es hora de detectarlos y
expulsarlos de donde hacen daño. Es deber de todos los cristianos, y
especialmente de los pastores, colaborar en ello. Y, para eso, la Iglesia
necesita mecanismos que hagan rendir
cuentas a sus responsables.
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