jueves, 16 de agosto de 2018

UN INFORME DE UN TRIBUNAL DE PENSILVANIA


En todo el tema, muy pesado, de abusos perpetrados por miembros del clero convendría pasar página ya. Desconozco cuál es el procedimiento que siguen los tribunales de los EEUU, pero me sorprende que se dediquen a elaborar informes, sobre una conducta penalizada, durante un arco de tiempo muy prolongado.
Informes que, jurídicamente, no tienen consecuencias, apenas: “aunque la mayoría de sacerdotes han sido identificados, muchos han fallecido ya o es probable que eviten la cárcel porque sus presuntos crímenes son demasiado viejos para ser procesados según la ley estatal”, leo en un periódico.
Pues si se juzga a alguien es para ver si es culpable o no de un delito y para aplicarle, si lo merece, la pena debida. Juzgar para elaborar informes es un modo muy peculiar de ejercitar el poder de juzgar. Informes que no conducen a nada, más que al enorme descrédito de una institución, que suele ser la Iglesia católica.
La estructura de la Iglesia es la que es. Es jerárquica y es universal. Es un “nosotros” que hace suyo lo que cada “yo” integrante de ese enorme cuerpo lleva a cabo. Especialmente, asume la responsabilidad por lo que sus ministros ordenados han hecho. En lo bueno y en lo malo.
No hay a quien pedir cuentas por los crímenes cometidos en nombre del comunismo. Ni Alemania se puede responsabilizar de todos los males perpetrados por los nazis. Ni Francia va a pedir perdón por todas las víctimas de los ejércitos napoleónicos. Ni Italia va a indemnizar a los cristianos devorados por las fieras para entretenimiento de los ciudadanos romanos.
Esto, que es de sentido común, en la Iglesia, y con la Iglesia, no rige. Hay que asumir el último delito protagonizado por el último cura en la última parroquia del último país del mundo. No hay institución que pueda soportar esto. Ninguna.
Si alguien se ve maltratado, mancillado, abusado, que denuncie. Que busque que se le haga justicia, pero que no espere mil años para que, sus descendientes, reclamen lo que ya, muy probablemente, no se podrá juzgar.
Tampoco me parece bien que todo abuso, o supuesto abuso, se les atribuya a los homosexuales. Hay personas homosexuales que no abusan de otras personas, y menos de menores. Y hay muchos sacerdotes, la mayoría, que no tienen tendencias homosexuales. Mezclar todo, homosexualidad y abuso, es buscar una respuesta fácil a un problema complejo.
Cualquier abuso es reprobable. En el clero y fuera del clero. En la casa propia y en la de los vecinos. En el deporte o en el no deporte. Cualquier abuso es reprobable y denunciable. Cualquier encubrimiento es malo.
Y ya. Hasta ahí. El que lo haga, que lo pague, tras un proceso justo y una sentencia justa. Emponzoñarlo todo. Venir ahora a reclamar lo de hace mil años, sembrar la duda sistemática… Lo siento, pero no puedo aprobarlo.
No merecen las víctimas de los abusos ese tratamiento tan genérico e irresponsable.
Guillermo Juan Morado.

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