Eduardo de Dios
Nicosia, conocido como el Swami Vivekayuktananda, fundó una de las primeras escuelas de yoga porteñas en 1965.
Hoy, casi 40 años después, un juez federal de Argentina lo procesó por una
lista brutal de acusaciones bajo sospechas de haber dejado embarazadas a sus
propias hijas. Lo cuenta Federico Fahsbender en Infobae.
UN MOMENTO EXTÁTICO EN LA
INDIA
Siempre se trató de momentos
de poder. En 1992, el Swami
Vivekayuktananda entró vestido apenas con una túnica que lo cubría
debajo de la cintura a las aguas heladas del Ganges para unirse cósmicamente a
un poderoso yogi llamado Shri Surya Prakash.
Con una barba larga y blanca,
sentado con las piernas cruzadas y condecorado con una guirlanda honorífica de
crisantemos, Surya Prakash –la imagen de todo lo que cualquier occidental
entendería como un sabio de los misterios antiguos de la India– le había
ofrecido un asiento a su lado a Vivekayuktananda a orillas del río más sagrado para la cultura hindú, en
reconocimiento de su autoridad. Vivekayuktananda rehusó la oferta: decidió ingresar al agua y enfrentar a Surya Prakash cara
a cara, o mente a mente.
Un discípulo del Swami que lo acompañaba tomó una foto del momento,
escribió una pequeña crónica que publicaría una década después en su sitio web,
hoy fuera de línea. El discípulo describió el momento como uno del más alto trance místico posible, una unión
divina de seres de nivel espiritual notable, “una
escena sin espacio o tiempo” en
el pueblo de Muni Ki Reti, cercano a Rishikesh, a donde los Beatles habían
peregrinado en 1967 para conocer al célebre Maharishi Mahesh Yogi.
El trance duró unas tres horas, y el taxista que había llevado al Swami y a su discípulo a las orillas
del Ganges se negó a cobrarles la vuelta. Decía que era un don divino lo que acababa
de presenciar, que, en todo caso, le tendría que pasar la factura a Dios mismo.
LOS ORÍGENES DEL GURÚ
Swami Vivekayuktananda, a
pesar de su nombre, no venía de la India. Había nacido en Buenos Aires en 1946,
se llamaba Eduardo Augusto de Dios
Nicosia y había sido un pionero, el primer gurú del yoga de la historia argentina.
Fundó un instituto para
enseñar la disciplina hatha en
1965, 20 años antes de Indra Devi, con un estudio en la calle Viamonte. Luego
creó el Instituto de Estudios
Yoguísticos Yukteswar en el mismo lugar. Grabó un disco de vinilo,
hoy una rareza para coleccionistas, donde daba instrucciones de postura y
respiración.
Fundó una comunidad
espiritual, un ashram, tomó discípulos que vistieron túnicas. Sus
estudiantes lo amaban, le dedicaban poemas devocionales, le tenían una lealtad
casi mística. Designó a trece de ellos como sus representantes fidedignos,
autorizados a enseñar en su nombre: les dio el cargo de ser swamis tal como él, con nombres en
sánscrito y el título de acharya, autoridad, uno de los máximos honores posibles,
los empoderó. Algunos permanecerían a su lado durante décadas.
SU “APOSTOLADO” IBEROAMERICANO
Nicosia viajó también por
Latinoamérica. El semanario uruguayo Marcha habló de él en un
pequeño recuadro en su edición del 14 de julio de 1972. “Llega Swami”,
decía el título: el recuadro lo proclamaba como “fundador de la Orden de los Swamis en Argentina” tras haber sido iniciado por su maestro
espiritual, el célebre gurú Chidananda, cabeza de la Divine Life Society en Muni
Ki Reti, un sabio hindú que combinaba
la práctica del yoga con la aplicación de la filosofía hindú. Con el
tiempo, Vivekayuktananda llevaría a su culto y a sus discípulos a Venezuela.
Volvió eventualmente a
Argentina, primero a una quinta en Moreno y luego a la ciudad de Mar del Plata,
para montar su nueva base de operaciones en el City Hotel, un lugar modesto de frente blanco, un poco antiguo,
ubicado sobre la diagonal Alberdi.
Sus discípulos
anunciaron cursos sobre yoga y
misticismo asiático en el hotel desde fines de la década del 90,
con ofertas de retiros a Sierra de los Padres, y tomaron el control legal del
lugar con una cooperativa conformada en 2005. Algunos de ellos vivirían ahí,
ocupando habitaciones.
La cooperativa y el hotel
fueron distinguidos en abril de ese año por la Defensoría del Pueblo
marplatense con un “diploma de aporte a la
identidad” de la ciudad costera por “reunir valores de identidad histórica”. Todo parecía legítimo.
“PÉGATE UN TIRO”
Años después de meterse en el
Ganges para enfrentar al maestro cósmico, el swami argentino ejercería su poder
de una manera distinta de acuerdo con un fuerte testimonio en su contra
recogido por la Justicia federal marplatense. Quizás quería probar un punto, si
es que la historia es cierta.
La escena involucraba a su
pareja, Silvia Capossiello, y a una niña muy cercana a ella. Eduardo de Dios le
entregó una pistola a Silvia. “Pegate un tiro”,
le dijo, convencido. Silvia disparó con
su pistola en la sien frente a la niña, hizo clac con el gatillo, pero no salió
ningún disparo.
Hoy no queda mucho de ese
swami, al menos no en el cuerpo físico. Con 72 años, Vivekayuktananda está preso en el Hospital del penal de Ezeiza: se mueve en silla
de ruedas, apenas se levanta con un bastón según una voz cercana a él, no le
quedan muchos dientes, tiene psoriasis en la piel, algunos órganos complicados.
La vida se le complica también: el swami argentino
enfrenta el riesgo de morir en la cárcel.
ACUSACIONES CONTRA EL GURÚ
El testimonio que detalló la
ruleta rusa es solo la punta de un iceberg más escandaloso. El 13 de julio
pasado, después de meses de investigación a cargo del fiscal Nicolás Czizik y
los relatos de al menos cinco víctimas, el juez Santiago Inchausti lo procesó
con prisión preventiva y un embargo de 10 millones de pesos por un rosario
brutal de imputaciones: trata de
personas con fines de explotación sexual y laboral, reducción a la servidumbre,
agravantes como uso de fraude y
amenazas y el uso de su autoridad como ministro de culto, torturas y vejaciones, abuso sexual agravado.
Silvia Capossiello fue
arrestada en el hotel City como su principal cómplice junto a Sinecio Coronado
Acurero, un venezolano que sigue a Vivekayuktananda desde los años 70, señalado
como su mano derecha. La división de Unidades Operativas de la Policía Federal
encontró a la pareja del swami con gritos e insultos cuando fueron a allanar el
lugar, intentando impedirles el paso.
Lo que incautaron en una de
las habitaciones del hotel era suficiente como para montar una pequeña batalla:
pistolas Glock, entre ellas una de calibre .40, carabinas Marlin con miras
ópticas, un fusil Tikka, dos escopetas Remington, visores de visión nocturna,
un detector de radio frecuencia con antena, cerca de mil balas.
En su procesamiento firmado el
13 de julio, el juez Inchausti aseguró que Vivekayuktananda se vendía a sí mismo como un “ser superior”, capaz
de decirle a sus seguidores que podía conocer sus pensamientos.
Vivekayuktananda produjo pocos textos que se conozcan, instrucciones a sus
discípulos. En uno de ellos, escrito en India, instaba a sus hermanos swamis a
que dejen de pedir plata, que una gran alma “siempre
será visible a un buscador sincero”.
Inchausti lo acusó de apropiarse de los bienes de los
buscadores que llegaban a sus pies y de hacerlos trabajar por techo y comida en
el City, hay al menos cinco víctimas en estas acusaciones de reducción a la
servidumbre. El hotel no sería otra cosa que un frente para lavarle la cara al
culto.
TUVO HIJOS CON VARIAS ADEPTAS
Inchausti incluso señaló al
swami por supuestamente dejar embarazadas a sus fieles y anotar a los hijos que
tenía a nombre de otros: se sospecha que el gurú tuvo entre 13 y 15 hijos. También, de obligarlos a tener sexo entre ellos y filmarlos.
Hay varios casos contra
Eduardo de Dios, historias que constan en la causa a través de testimonios
directos de las víctimas. El de M., cercana a Capossiello, testigo del juego de
la ruleta rusa, es particularmente grave. No lleva el apellido Nicosia. Sin
embargo, M., hoy de 45 años, cree que Vivekayuktananda es su padre biológico.
La vida era de mudanzas a lo
largo de los años 70 para M., una vida algo errante entre el grupo de fieles de
su padre y las “esposas” del maestro, entre
ellas Capossiello. Llegaron juntos al City Hotel a fines de los 90, comprado
por una de las mujeres del jefe del culto, en una estructura de “grupos”, células, “familias”:
Vivekayuktananda, de acuerdo con testimonios, dejaba embarazada a una mujer y ordenaba que
se casara con un discípulo varón que le daría el apellido al bebé para
dar una apariencia de normalidad familiar.
Hay motivos en la Justicia
para sospechar que Vivekayuktananda habría abusado de ella desde sus seis años
de edad, que la habría inducido a practicarle sexo oral en Venezuela cuando M.
tenía 7 años, que habría comenzado a penetrarla vaginalmente a los 13. Otra
supuesta hermana también habría sido víctima de los ataques sexuales, todo esto con el
supuesto consentimiento de Silvia Capossiello.
ABUSOS FÍSICOS Y SEXUALES
Se habla en el expediente
de palizas sufridas
por M.: azotes con un cinturón, quemaduras con
encendedores. Vivekayuktananda habría intentado abusar a M. por vía anal: su
supuesta hija nunca se lo permitió. Debía, también, llevarle comida al cuarto
en donde era violada para luego limpiarlo. En una ocasión, de acuerdo con su
testimonio en el expediente, intentó forzarla a tener sexo con una joven que
era miembro del culto. M. se negó y recibió una paliza.
M. no está sola en su
incertidumbre. El juez y el fiscal del caso llegaron a otro hombre, J.,
que cree también ser hijo
biológico de Nicosia a pesar de haber sido anotado como hijo de un
discípulo de su padre.
J. efectivamente habló en una
larga testimonial. Su historia incluye la misma mecánica: familias falsas, vivir entre mujeres
que eran las esposas del swami. Fue a vivir a Venezuela a los 7 años, junto con
la mudanza colectiva del culto: allí vio a J., otro niño del ashram, el único
supuestamente anotado con el apellido de Nicosia; una vez incendió su cubrecama
por error al jugar con fuego. Vivekayuktananda, gurú del amor, le habría quemado las manos y lo habría atado
y colgado de una ventana para que aprendiera la lección.
La vuelta a la Argentina a
fines de los años 80 sería en una quinta de once mil metros cuadrados en la
zona de Francisco Álvarez, partido de Moreno. Allí, J. habló del nacimiento de
A. en 1988, otro bebé, también presunto hijo de Vivekayuktananda: la madre fue
una adolescente del culto de la que, según su relato, Viveyuktananda abusaba desde los doce años de
edad.
A este bebé, de acuerdo a su
relato, el gurú lo azotaba con un rebenque con cierta regularidad. J. se
convirtió en padre de repente, al menos en los papeles: Nicosia lo inscribió
legalmente no como su hijo, sino como de J. mismo.
Tiempo después, ya con casi 18
años, su padre le habría ordenado junto a otros jóvenes del culto que violaran en grupo a una chica. J.
se negó a hacerlo. Otro hombre que cree ser hijo biológico del maestro afirmó
ante el juez Inchausti que recibió una dieta constante de torturas y afirmó que a sus 17
fue forzado a mantener sexo con
una chica mientras era filmado. “Lecciones”, dijo. Un aprendizaje.
INICIACIÓN AL SEXO CON MENORES
A., el supuesto hijo de
Nicosia anotado como hijo de su hermano, también declaró: su infierno personal
fue de un calor intenso. Dijo haber presenciado como Vivekayuktananda les
tomaba fotos a dos niñas mientras
estaban desnudas, que su presunto padre lo tiraba por las escaleras, que hoy le teme al agua después de
que el swami lo ahogara en el inodoro más de una vez, que hasta lo torturó con
pinzas electrificadas.
Perdió su virginidad a los 14
años con una mujer a la que identificó como su tía dentro de la secta: su padre
le ordenó a la mujer que le pusiera un preservativo y que tuvieran sexo en la
alfombra, frente a otros miembros del culto.
A. nunca fue al colegio, la norma para
todos los presuntos hijos de Vivekayuktananda. Los discípulos nuevos que se
unían debían entregar autos, propiedades: una mujer marplatense, de acuerdo con
el expediente, le regaló al culto del gurú un viejo hotel sobre la calle Buenos
Aires, cerca del Casino.
Vivekayuktananda, mientras
tanto, se paseaba desnudo entre sus fieles que le cantaban en lengua sánscrita
a antiguos dioses con un montón de pistolas y balas guardadas en una
habitación, un swami de luz torcida, sin que nadie lo toque o lo cuestione a
través de más de 40 años.
TRAS LA DETENCIÓN
Vivekayuktananda se negó a
declarar ante el juez Inchausti tras ser detenido, tal como Silvia Capossiello
y su amigo venezolano. “Desconocía los
contenidos de la causa en su contra al no poder verla”, asegura su actual abogado, Pablo Tosco, que
asumió su defensa tras la firma del procesamiento: “Todavía no he tenido oportunidad de verla ya que hay
secreto de sumario. No poder ver el expediente atenta contra el derecho de
defensa”, continúa Tosco.
De vuelta en el Hospital
Penitenciario de Ezeiza, con un pedido de excarcelación denegado por
Inchausti, el primer gurú del yoga
de la historia argentina dice desconocer todos los cargos en su contra. “Está imputado de desapoderar a las personas, pero no
tiene bienes a su nombre. Los hechos se remontan hace más de 30 años sin
pruebas concretas más allá de las testimoniales. ¿Los hechos son graves? Desde
luego, pero ponemos en duda la veracidad de los dichos. Las armas estaban todas
registradas, a nombre de Acurero y de otro imputado, se dedican a la caza
deportiva”, dice Tosco.
El procesamiento ya fue
recurrido por el defensor. Este 2 de agosto, Tosco y Nicosia buscarán lograr la
excarcelación y la prisión domiciliaria en una nueva audiencia en la Cámara
Federal de Mar del Plata.
Mientras tanto, el juez
Inchausti espera una prueba crucial en el horizonte. El relato de M., la
primera supuesta hija de Vivekayuktananda, que tiene una hija adolescente:
afirmó bajo juramento que Nicosia mismo es el padre, el mismo hombre del que
sospecha es su padre también, una hija-nieta. Nicosia habría intentado abusar de la menor a instancias de
Silvia Capossiello al grito de que la
nena tenía que “ir con el abuelo”.
La adolescente no es la única:
habría también otra hija-nieta engendrada por el maestro. El juez Inchausti,
por lo pronto, ordenó estudios de
ADN para determinar los parentescos, para saber si efectivamente el
hombre que predicaba luz y armonía y unión con Dios envuelto en una túnica rosa
pastel abusó sexualmente de su propia familia.
Secretaría RIES
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