En estas mismas páginas se ha publicado, en formato serie, el libro de
título “El Mal, El Diablo, el Infierno”.
Y, como no podía ser menos, la parte buena, la que ha de prevalecer, Cristo
mismo y Dios mismo, debían tener su serie. La misma está referida al libro de
título “El Bien, Jesucristo, el Cielo”que,
fácilmente puede verse es, justo, lo contrario a lo otro.
El Mal puede vencerse con el Bien. Eso es lo que la cita que hemos
puesto como principal de este libro nos dice. Y San Pablo, diciéndonos tal
cosa, nos auxilia ante lo que podamos estar pasando.
No podemos, por tanto, alegar falta de socorro en estos casos pues bien
sabemos que Dios nunca nos abandona y pone, en el camino de nuestra vida, a
testigos de la fe que nos echan una mano.
De todas formas, el Bien puede ser, digamos, usado contra el Mal. Y
eso porque el Bien existe para mucho más que para eso que, con ser importante,
no agota las posibilidades de lo bueno y mejor.
No podemos negar, al respecto del Bien, que, para espíritus no
perjudicados por el Mal, es más atractivo el primero que el segundo. Y es que
no puede considerarse sana, espiritualmente hablando, la persona que esté a
favor de las asechanzas del Maligno y/o de los frutos que de las mismas puedan
derivarse. No. Es más seguro esperar que el común de los creyentes esté más por
el Bien que por el Mal. Y eso se apoya en algo esencial: el Bien proviene de Dios Padre Todopoderoso, Creador del
Cielo y de la Tierra en quien no hay falsedad ni mentira.
No podemos negar, en beneficio nuestro, que a lo largo de la historia de
la cristiandad ha habido hermanos nuestros en la fe que han considerado este
tema, el del Bien, como uno que lo era muy importante, a tener en cuenta y a
destacar.
Así, por ejemplo, para los Santos Padres, era mayor la preocupación de
señalar que Dios es el Bien Supremo y que, por tanto, toda criatura deriva de
su Bondad. Pero también San Agustín, Boecio o la propia doctrina escolástica,
con Santo Tomás de Aquino a la cabeza, han tenido a bien considerar el Bien
entre sus temas básicos de conocimiento y estudio.
Y ya, digamos que recientemente, en el Concilio habido en el seno de la
Iglesia Católica (Vaticano I), la Constitución De Fide Catholica, en su capítulo I, dice esto
que sigue: “Éste único, solo, Dios verdadero,
de su propia bondad y omnipotencia, no para el aumento de su propia felicidad,
no para adquirir sino para manifestar su perfección por las bendiciones que Él
otorga a las criaturas, con absoluta libertad de consejo creó desde el
principio de los tiempos a la criatura tanto la espiritual como la corporal, a
saber, la angélica y la mundana; y después la criatura humana.”
Vemos, por tanto, que el Bien no es, sólo, necesario en la vida del
creyente católico (creemos que también en la de cualquier ser humano, en
general y por ser especie creada por Dios) sino que es lo único que puede
anhelar quien se sabe hijo del Todopoderoso.
Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que por el bien se va al
Bien mayor que es Dios mismo.
2 - EL BIEN QUE DEBEMOS ANHELAR
Bien es amar.
Bien es olvidar.
Bien es sembrar verdad.
Bien es amar al Padre.
Bien es buscar la unión.
Bien es auxiliar al perjudicado por el sufrimiento.
Bien es ir al encuentro del Hijo de Dios.
Bien es ser misericordioso.
Bien es querer seguir a la Luz.
Bien es huir de la tentación.
Ben es no sostener nunca la mentira.
Bien es dejarse llevar por la voluntad de Dios.
Bien es transmitir la Buena Noticia.
Bien es acoger santamente a los hijos de Dios.
Bien es seguir las obras de Dios.
Bien es alimentar la comprensión.
Bien es ser generoso con los bienes.
Bien es defender la existencia del ser humano.
Bien es mantener la calma y la templanza.
Bien es ser dadivoso.
Bien es fomentar un espíritu limpio y sano.
Bien es tener más en cuenta a Dios.
Bien es amar el ser.
Bien es buscar la amistad.
Bien huir del Infierno.
Bien es certeza y fe.
Bien es compasión.
Bien es saber ofrecer el sufrimiento por santas
intenciones.
Bien es elevarse al Todopoderoso.
Bien es saber que El Mal es vencido por Dios.
Bien es dejarse mover por el Creador.
Bien es no obviar la voluntad del Todopoderoso.
Bien es no permanecer alejado, como sarmientos, de
la vid que es Cristo.
Bien es no renunciar a la gracia de Dios.
Bien es dejarse obrar por nuestro Creador.
Bien es nunca querer el Mal.
Bien es saber que todo lo podemos en Aquel que nos
conforta.
Bien es aceptar lo que Dios nos vaya enviando o
dando.
Bien es movernos por la gracia de Dios.
Bien es no huir de lo misterio del Padre por no
entenderlo.
Bien es dejarnos liberar por la gracia del Padre.
Bien es pensar con rectitud y huir de la falsedad
del Mal.
Bien es aceptar, en nuestra vida, la acción de
Dios.
Bien es querer hacer la obra buena que Dios quiere
que hagamos.
Bien es reconocer el don de la gracia de Dios en
nosotros.
Bien es saberse libre sometiéndose al Todopoderoso.
Bien es reconocerse instrumentos del Creador.
Bien es decir sí donde es sí y no donde es no.
Bien es sabernos causas segundas de la Primera que
es Dios.
Bien es querer ser santos frente a ser mundanos.
Bien es querer ser libres del pecado y liberarse
del mismo.
Bien es permitir que prevalezca la Verdad.
Bien es aceptar el Plan de Dios para nuestra vida.
Bien es dejar a Dios el protagonismo en nuestra
vida.
Bien es tomar la mano del Padre Eterno y no las
garras del Maligno.
Bien es anhelar el Paraíso.
Bien es perseverar en la oración.
Bien es no tener miedo a nuestro destino.
Bien es colaborar con el Bien Supremo que es Dios.
Bien es no huir de nuestras obligaciones como hijos
del Creador.
Bien es mirar cara a cara al Mal y decirle que no
puede influir en nuestra vida.
Bien es no dialogar con la tentación.
Bien es ansiar el Bien.
Todo esto apenas dicho (seguramente cualquiera que esto lea podría decir
muchas más cosas acerca de lo que, para sí mismo, es el Bien) nos muestra, de todas
formas, que no son pocas las ocasiones en las que podemos decantarnos por
el Bien. Es decir, lo mismo que podemos hacer eso con el Mal (decantarnos
a su favor) a nosotros, hijos de Dios conscientes de que lo somos, nos conviene
hacer lo contrario porque en tal forma de ser y actuar está la Verdad.
Cualquiera puede decir que tan extenso listado de realidades
espirituales en las que podemos fijarnos para llevar una vida acorde a la
voluntad de Dios es, por eso mismo, excesiva. Sin embargo, cada una de tales
posibilidades nos muestra hasta qué punto nuestro corazón tiene a qué acogerse
o, por decirlo de otra forma, que no es nada cierto que no sepamos a qué
atenernos en materia de lo que es bueno y de lo que es malo.
El Bien que debemos anhelar es aquel que, en efecto, está escrito en
mayúsculas porque no es algo pasajero o que pueda cambiar según vengan los
vientos del mundo o de las circunstancias por las que pasemos. No. Tal Bien es
el que Dios quiere que así sea y, por eso mismo, suscita en nosotros un anhelo
grande que alcanzar y, entonces, del mismo gozar.
Ciertamente, no es siempre fácil acogerse a todo lo relacionado arriba.
Sin embargo, sí es cierto (más que cierto) que nosotros podemos, o, mejor,
debemos, buscar con ahínco cada uno de los bienes, de lo que supone el Bien, en
suma, porque sólo así seremos capaces de alcanzar, al menos, algunos de
ellos. Y es que si bien no somos perfectos (debemos querer, como Cristo
nos lo dice al respecto de su Padre del Cielo, serlo) es más que cierto que la
perfección ha de ser aquello que rija nuestra vida porque buscar el Bien
es, con toda seguridad, encontrar a Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán
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