Yo desde luego, si llegara a
pensarlo (que no lo pienso), no lo diría en ningún caso públicamente. Pero me
encuentro por aquí y por allá unas declaraciones del P. Thomas Rosica, al parecer asesor de medios del Vaticano, que
por lo visto, en un artículo va y dice que «el Papa Francisco rompe las tradiciones
católicas siempre que quiere, porque está ‘libre de afectos
desordenados’. De hecho, nuestra
Iglesia ha entrado en una nueva fase: con la llegada de este primer papa
jesuita, está gobernada abiertamente
por una persona y no por la autoridad de la Escritura solamente ni tampoco por
sus propios dictados de Tradición más Escritura».
“Nuestra Iglesia
ha entrado en una nueva fase”. Y ahora la Iglesia está gobernada por una persona y no por la autoridad
de la Escritura ni de la Tradición más la Escritura. Debe de hablar de esa
Iglesia del Nuevo Paradigma, de la Iglesia Modernista. Digo yo… Porque no
entiendo lo que quiere decir el P. Rosica. Pero si lo que pretendía este
sacerdote era apoyar al Papa Francisco, le ha salido el tiro por la culata,
porque de ser como él dice – no yo – el actual Papa sería un hereje y un
cismático. Un Papa que gobernara al margen de la autoridad de la Tradición y de
la Escritura ya no sería Papa: sería un hereje. El Papa no es el dueño de la fe
de la Iglesia. Su misión consiste en guardar el depósito de la fe y
transmitirlo con fidelidad a la Escritura, a la Tradición y al Magisterio perenne
de la Iglesia. Los Papas no tienen el poder de cambiar la fe de la Iglesia,
sino de confirmarnos a los demás en la fe.
«...el Papa
no es en ningún caso un monarca absoluto, cuya voluntad tenga valor de ley. Él
es la voz de la Tradición; y sólo a partir de ella se funda su autoridad». Son palabras de Joseph Ratzinger
Estoy seguro de que el P.
Thomas Rosica no quería tildar de hereje ni de cismático al Santo Padre. Seguro
que hay algún malentendido en sus declaraciones. Hay que estar más próximo a
salvar la proposición del prójimo que a condenarla. Yo lo estoy.
La fe revelada no admite
cambios. Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Y la doctrina de la Iglesia
puede profundizar en la explicitación de la Verdad de la Doctrina, pero no
puede cambiarla. Dice el Catecismo:
NO HABRÁ OTRA REVELACIÓN
66 “La
economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública
antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (DV
4). Sin embargo, aunque la Revelación
esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe
cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los
siglos.
67 A lo largo de los siglos ha
habido revelaciones llamadas “privadas",
algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia.
Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar”
la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más
plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la
Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo
que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus
santos a la Iglesia.
La fe cristiana no puede aceptar “revelaciones”
que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la
plenitud. Es el caso de ciertas religiones no
cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes “revelaciones”.
Cuando algunos iluminados
hablan de nuevas revelaciones del Espíritu Santo, mienten. El Espíritu Santo no
se puede manipular para justificar desviaciones doctrinales o herejías. Ese es
un pecado muy grave: uno de los más graves.
La Comisión Teológica Internacional publicó en 1989 un documento –
bajo la dirección de Mons. Walter Kasper – titulado La Interpretación de los Dogmas, en
el que recogen los siete criterios para interpretar y desarrollar los dogmas,
según, J. H. Newman. Entre esos
criterios, Newman asegura que “un desarrollo [de los dogmas] es una
corrupción, si contradice a la doctrina primitiva o a desarrollos anteriores.
Un verdadero desarrollo mantiene y conserva los desarrollos previos”.
Y ESTE DOCUMENTO
CONCLUYE ASÍ:
«Ante presentaciones de la doctrina gravemente ambiguas e incluso
incompatibles con la fe de la Iglesia, ésta tiene la posibilidad de discernir
el error y el deber de excluirlo, llegando incluso al rechazo formal de la
herejía, como remedio extremo para salvaguardar la fe del pueblo de Dios».
«Un cristianismo que sencillamente ya no pudiera
decir lo que es y lo que no es, por
dónde pasan sus fronteras, no tendría ya nada que decir». La
función apostólica del anatema es también hoy un derecho del magisterio
eclesiástico y puede llegar a ser una obligación suya.
Toda interpretación de los
dogmas tiene que servir al único objetivo de convertir las letras del dogma en «espíritu y vida» en la Iglesia y en los fieles
concretos. De este modo, de la memoria de la Tradición de la Iglesia brotará
esperanza en cada momento actual, y en la multiplicidad de situaciones humanas,
culturales, raciales, económicas y políticas se fortalecerá y fomentará la
unidad y catolicidad de la fe como signo e instrumento de la unidad y de la paz
en el mundo. Se trata, por ello, de que los hombres en el conocimiento del
único verdadero Dios y de su Hijo Jesucristo tengan la vida eterna (Jn 17, 3).
Pues las fronteras pasan por
los dogmas. Todos los dogmas. Pero entre ellos, los dogmas referidos a la
Santísima Virgen María y el dogma de la Transubstanciación, tienen para muchos
de nosotros una especial relevancia. María y la Eucaristía son dos columnas
básicas de la fe de la Iglesia. Y hoy en día hay quien cuestiona los dogmas
marianos y quienes ponen en tela de juicio el dogma de la transubstanciación y
juegan a establecer liturgias que permitan la “intercomunión”
con los luteranos. Ojito con jugar con lo que es lo más sagrado para
millones de creyentes, que alguno puede acabar malamente por no saber discernir
adecuadamente…
Ahora bien, no
debemos olvidar lo que dice el Catecismo:
LA ÚLTIMA PRUEBA DE LA IGLESIA
675 Antes del advenimiento de
Cristo, la Iglesia deberá pasar por una
prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt
24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc
21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de
iniquidad” bajo la forma de una
impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus
problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura
religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2
Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo
aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la
esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá
del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma
mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el
nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un
mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso”
(cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando “los errores presentados bajo un falso sentido místico”
“de esta especie de falseada redención de los más humildes"; GS
20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última
Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf.
Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará,
por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por
una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap
20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El
triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf.
Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2
P 3, 12-13).
La situación de la Iglesia
Católica está alcanzando tal grado de corrupción moral que clama al cielo. La
proliferación de noticias sobre casos que ha habido de abusos a niños por parte
de sacerdotes y religiosos exige una limpieza a fondo de tanta depravación, de
tanta iniquidad, de tanta maldad. Como dice el Papa Francisco, la corrupción no
se puede tolerar. Y esa degradación moral viene de la falta de santidad. Y la
falta de santidad viene por una falta de fe. Ese es el origen de todas las
calamidades que nos toca vivir. Confusión doctrinal, permisividad y tolerancia
con las herejías; y degradación moral, van en el mismo lote.
El problema es que yo soy de
la escuela pastoral de don Camilo, el inolvidable cura de las novelas de
Giovanni Guareschi. No digo más.
Que el Señor aumente nuestra
fe y nos conceda la gracia de la santidad.
Post Scriptum. Por favor, no contesten
ustedes a la pregunta del título. Es una interrogación retórica.
Pedro L. Llera
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