Su fiesta se celebra el 10 de agosto.
Diácono de la iglesia de Roma, que murió mártir el 10 de agosto del año
258 durante la persecución de Valeriano.
Por la Depositio Martyrum, sabemos que recibió
sepultura junto a la vía Tiburtina, un 10 de agosto. Este dato lo concreta
después el Martiriólogo jeronimiano, precisando que la deposición tuvo lugar en
el cementerio de su nombre. De esta misma época arrancan varios testimonios
arquitectónicos, las basílicas construidas en su honor, junto con otros
testimonios epigráficos y arqueológicos.
Hay que
señalar que en estos primeros testimonios los detalles concretos sobre su
pasión son muy escasos. Solamente el papa San Dámaso habla genéricamente de las
diversas torturas que padeció, y más en concreto de la del fuego, pero sin
aludir concretamente al tormento de las parrillas. Hasta San Ambrosio (+397) no
se conoce ningún otro detalle. Éste refiere detenidamente varios episodios de
su martirio, lo que supone que ya para entonces existía la Passio Laurentii.
Esta misma tradición se refleja también en el himno que Prudencio le dedica. De
su Pasión se conservan tres versiones, compuestas entre los siglos V y VII.
Durante
el año 258, el emperador Valeriano dictó un Decreto de persecución. Según él,
los obispos, sacerdotes y diáconos debían ser ejecutados en el acto; los
cristianos ricos, privados de sus bienes, y, si no apostataban, ejecutados
también.
La
primera víctima ilustre en la persecución, en Roma, fue el papa San Sixto II.
Estaba con su clero celebrando el natalicio de un mártir en el cementerio de
Pretextato, junto a la Vía Apia, cuando lo prendieron; allí mismo lo mataron,
siendo enterrado en el vecino cementerio de Calixto, en la cripta de sus
predecesores.
De este
suceso arranca la Pasión de Lorenzo, el protodiácono de San Sixto. Según ella,
al salir el Papa para el martirio, Lorenzo se le acerca, quejándose de que
fuera a la muerte solo, sin “su diácono”. San
Sixto lo consuela, asegurándole que lo seguirá en seguida, y le manda que,
entre tanto, distribuya los bienes de la Iglesia a los pobres.
Muy
pronto le prenden, y lo presentan ante el Emperador (Decio, según la Pasión),
que le pide cuentas de los bienes que administra. Lorenzo pide tiempo para
presentarlas; convoca a los pobres que socorría, unos 1500 por aquellos años, y
se presenta de nuevo con ellos. “Estos son nuestros
tesoros”, le dice; y el Emperador enfurecido, le somete a tormento.
Lo
azotan, lo despedazan, le aplican planchas candentes, sin resultado. Convierte
a un soldado, Román, que es martirizado en el acto. Nuevos tormentos, con la
decisión final de someterlo al suplicio de las parrillas: asarlo a fuego lento
hasta que expirara. Estando en este suplicio tremendo, tiene aún fuerzas para
decirles que “pueden ya darle la vuelta y comer de
la parte asada”.
Murió
dando gracias a Dios por haberle hecho digno del cielo. Hipólito, el jefe de
los soldados que lo custodiaban, a quién había conseguido convertir antes, y el
sacerdote Justino, lo enterraron en una propiedad privada, en el Campo Verano,
junto a la Vía Tiburtina.
El
primero que narra muchos detalles sobre el juicio de San Lorenzo es San
Ambrosio, menos de un siglo después del martirio, tiempo no excesivo que podría
explicar la pervivencia de una tradición. Pero hay autores que niegan la
objetividad de estas actas.
Su
argumento principal es que la persecución de Valeriano, dirigida contra la
Jerarquía de la Iglesia, no pretendía la apostasía; mandaba que una vez
identificados, fueran sin más ejecutados; y así murió efectivamente San Sixto.
En esto se diferenció esta persecución de la antecedente de Decio y de la
siguiente de Diocleciano. Éstos se sirvieron de las torturas para conseguir
apostasías, que era lo que pretendían. Por tanto, según esos autores, el
tormento de las parrillas se había introducido en la tradición del martirio de
San Lorenzo por influencia de otras pasiones.
En Roma
fue uno de los santos de culto más popular, siendo muy abundantes las basílicas
a él dedicadas, ya desde el siglo IV, y durante toda la Edad Media. Las más
importantes fueron: San Lorenzo Extramuros, erigida por Constantino sobre su
sepulcro en el Campo Verano; San Lorenzo in Damaso, obra de este papa, edificada
en el lugar en el que hasta entonces ocuparon los archivos de la Iglesia; San
Lorenzo in Panisperna, donde se guardaban las parrillas; etc. Cada una de ellas
se ponía en relación con algún pasaje de los referidos en la Pasión.
En Roma,
su fiesta litúrgica seguía en importancia a la de los Apóstoles Pedro y Pablo.
Tenía vigilia solemne, celebrada en la Basílica del Verano; su fiesta era
seguida de octava; y su nombre fue incluido en el canon romano de la Misa.
Fuera de Roma, también fue muy venerado en Occidente durante la Edad Media.
En la
liturgia hispánica también lo encontramos, ya desde antes de la invasión
musulmana; y existe una versión española de la Pasión. Su culto pudo comenzar
en el siglo V y se celebraba el 10 de agosto, como en Roma.
¿Había nacido en Huesca, o al menos en España? Parece que hay que responder negativamente a esta
pregunta; al menos no hay ningún testimonio antiguo que lo sufrague. Por otra
parte, sería muy extraño el silencio de Prudencio, tan dispuesto siempre a
cantar las glorias martiriales españolas. La crítica moderna rechaza esta
tradición. Los testimonios que la apoyan no son anteriores al siglo IX. En
concreto, se trata del Martirologio de Adón, que en la larga noticia que le
dedica, afirma ser natural de España.
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