viernes, 10 de agosto de 2018

POR QUÉ EL AYUNO ES NECESARIO ESPIRITUALMENTE [INCLUSIVE PARA LOS EXORCISMOS]


El ayuno es una práctica fecunda revelada por Dios ya al pueblo judío. Que Jesucristo reivindicó e incluso recomendó para la lucha espiritual. Y que tiene un lugar preponderante en los llamados actuales de la santísima Virgen, especialmente en Medjugorje.
La Iglesia Católica lo ha desarrollado pastoralmente tratando de hacer comprender a los fieles su significado.
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Ampliando el concepto de que el ayuno no es privarse sólo de comida.
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Y poniendo énfasis en su aspecto penitencial y de sacrificio.

QUE DIJO JESÚS SOBRE EL AYUNO
Una y otra vez, los Evangelistas hablan del Ayuno y cuentan que Jesús recomendó ayunar, a fin de progresar en la vida espiritual.
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Lo que Jesús dijo acerca del ayuno puede ser resumido de la siguiente manera:
–El ayuno es tan necesario como la oración (cf. Mt 6-16).
–La decisión de ayunar (y de orar) debiera ser tomada con pureza de intención, libre de cualquier autosuficiencia u orgullo.
Recuerda el caso del fariseo que utilizaba la oración para hacer alarde de su piedad y expresar su desprecio por el publicano, un hombre en verdad humilde (cf Lc. 18, 9-I4). Jesús afirmó que Sus discípulos ayunarían al igual que los discípulos de Juan, pero sólo hasta que Él hubiera partido de este mundo: “¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse triste mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán…” (Mt 9, 15-16).
Cuando Jesús explicó a Sus discípulos, por qué ellos no fueron capaces de liberar a un hombre de una posesión diabólica, Él atribuyó un poder especial al ayuno.
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Afirmó que ciertos demonios no pueden ser arrojados sino con la oración y el Evangelista Marcos añade: “… y el ayuno” (cf. Mc 9,29).
De acuerdo a Lucas, Jesús no comió durante los cuarenta días que permaneció en el desierto. En otras palabras, Jesús ayunó antes de proclamar la Buena Nueva (cf. Lc 4,1-4). Si bien Jesús no ordenó explícitamente a Sus discípulos que practicaran el ayuno, parecía obvio que El esperaba que así lo hicieran.

EL AYUNO SIGUE SIENDO VÁLIDO Y LA IGLESIA LO RECONOCE
Desde el punto de vista teológico, el ayuno no sería ya necesario después de la Resurrección de Cristo, porque los invitados a la boda no tienen razón de ayunar en tanto el novio permanezca con ellos (cf. Mt 9,15). Sin embargo, en vista de que Jesús aun ha de retornar en Su gloria, el ayuno sigue siendo necesario como signo de nuestra espera. Esta perspectiva le da un nuevo sentido y significado al ayuno y puesto que nos hace fijar nuestra atención en el Señor que ha de venir, adquiere entonces una dimensión escatológica. La Iglesia reconoce el ayuno, lo ha practicado a lo largo de su historia y ha dado al ayuno su significado real. En ciertas comunidades religiosas el ayuno ha sido preservado como una práctica común hasta nuestros días. Leyendo la vida de los Santos, nosotros podemos comprobar que ellos atribuían una gran importancia al ayuno.
San Francisco de Asís urgía a sus frailes a guardar tres ayunos de cuarenta días cada uno durante el año:
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– en Cuaresma,
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– antes de la fiesta de San Miguel Arcángel y
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– desde el día de Todos los Santos hasta Navidad.
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Independientemente de ayunar también cada viernes.
Hoy en día, los requerimientos de la Iglesia son menos estrictos. Existen, de hecho, únicamente dos días en los cuales el ayuno es obligatorio, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

EL AYUNO COMO COMBATE ESPIRITUAL CONTRA EL DEMONIO Y HERRAMIENTA EXORCÍSTICA
Respecto al pasaje de Marcos “Esta clase no puede ser expulsada salvo con la oración y el ayuno” (Mc 9:29), la principal cuestión pastoral (y litúrgica) parecería ser la siguiente:
“¿Es necesario el ayuno para expulsar a los demonios o no lo es?”
Aun cuando ciertos demonios se pueden expulsar mejor con la oración y el ayuno, no debemos olvidar que es Dios quien expulsa a los demonios, y Él no necesita de nuestro ayuno para hacerlo.
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Debe evitarse estrictamente cualquiera noción orgullosa sobre los resultados de nuestro ayuno.
De hecho, debemos considerar el ayuno con cierta humildad. El ayuno es, sin duda, recomendable, y el Señor mismo dice que hay un tiempo para el ayuno (cf Mc 2:20, Lucas 5:35). Pero el ayuno puede ser igualmente una fuente de orgullo (Lc 18:12, Lc 5:33). El ayuno que se realiza por orgullo o (por un sentido de) superioridad no logrará expulsar a ningún demonio; de hecho, es probable que los atraiga. En los exorcismos más extensos (que pueden durar meses) puede que sea necesario mitigar el ayuno o asignarlos a miembros que no formen parte del equipo involucrado directamente en el exorcismo. El vigor físico es a menudo necesario para soportar el trabajo agotador del exorcismo. Teniendo en mente estas precauciones, el instinto de la Iglesia es que a la expulsión de demonios la asiste mejor la oración y el ayuno.

El Rito del Exorcismo (2004) establece que: El Exorcista, consciente que la tribu de demonios no se puede expulsar excepto a través de la oración y el ayuno, debe tener cuidado de usar, tanto por sí mismo y por otros, estos dos remedios más efectivos para obtener la ayuda divina, siguiendo el ejemplo de los Santos Padres, en la medida de lo posible. (De Exorcismis # 31)

El Rito de Mayor Antigüedad (1614) también advierte: Por lo tanto, él será consciente de las palabras de nuestro Señor (Mt. 17:20), al efecto de que hay cierta clase de espíritu maligno que no puede ser expulsado sino con la oración y el ayuno. Por lo tanto, debe acogerse sobre todo a estos dos medios para implorar la ayuda divina en la expulsión de los demonios, siguiendo el ejemplo de los santos padres; y no sólo él, sino que induzca a otros a hacer lo mismo, en la medida de lo posible. (De Exorcizandis #10).

¿POR QUÉ Y CÓMO EL AYUNO REFUERZA EL PODER DE LA ORACIÓN PARA EL COMBATE ESPIRITUAL Y LOS EXORCISMOS?
Una respuesta razonable (y bíblica) es que la oración y el culto generalmente deben involucrar un sacrificio. La Escritura dice: Entiende estas cosas, tú que te olvidas de Dios; no sea que te arrebate, y no haya quien te libre. El sacrificio de alabanza me glorificará: y allí está el camino donde yo le demostraré mi salvación, dice el Señor (Salmo 50:22-23). Por medio de él se ofrece continuamente un sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre. No olvides de hacer el bien y de compartir lo que tengas, porque esos sacrificios son gratos a Dios (Heb 13:15-16). Observarás la Fiesta de los panes sin levadura. . . Y nadie vendrá a Mi presencia con las manos vacías. También observarás la Fiesta de la Cosecha de los primeros frutos de tus labores (Ex 23:15-16).

En el mundo occidental se ha desarrollado la noción extraña de adoración y alabanza sin sacrificio. En muchos sectores, el culto se ha delegado en poco más que una forma de entretenimiento, en donde los caprichos y las preferencias de los fieles deben ser atendidos. El culto, en este concepto, debe ser breve y tener lugar en cómodas iglesias con aire acondicionado y bancas acolchadas y convenientes estacionamientos. El “mensaje” y la liturgia no deben ser, intelectual o moralmente, desafiantes; en cambio, deben ser alentadoras y agradables. La música y el “estilo” deben satisfacer las preferencias de la congregación. Ausente en todo esto es el concepto de la liturgia y la oración que implica sacrificio, que nos debe “costar” algo. Sin embargo, la Escritura vincula claramente la oración con el sacrificio e indica que deben, en cierto grado, estar juntas.
El sacrificio es una manera de establecer una mayor sinceridad en, e integridad de nuestro culto.
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En efecto, el culto sin sacrificio se convierte fácilmente en un culto de boquilla o convierte a Dios en una especie de mayordomo divino, de quien esperamos nos atienda.
Dios, seguramente, suple nuestras necesidades pero Él no es un mayordomo; Él es Dios, digno de nuestra adoración y el sacrificio de alabanza. Es en este sentido que la oración y el ayuno van de la mano, especialmente en la difícil tarea de expulsar a los demonios. La oración y el ayuno se convierten en el sacrificio de alabanza que confunde y perturba al maligno sin cesar. La Escritura dice: Y ahora mi cabeza se alzará sobre los enemigos que me rodean, porque yo ofreceré en su tabernáculo sacrificios de alabanza con gritos de alegría; yo cantaré y tocaré melodías al Señor (Salmo 27:6) Es el instinto de la Iglesia que la oración es buena, pero que la oración con sacrificio (ayunar es sacrificio) triunfa al fin, especialmente en esa tarea tan difícil de expulsar demonios y repeler al enemigo.

UN RENACIMIENTO DE ESTA PRÁCTICA
El llamado a ayunar en Medjugorje, que María dirige a nuestra época, no es sino una repetición de lo que ya había dicho Jesús y de los que la Iglesia primitiva ya había puesto en práctica y con tan grande celo. Cuando estudiamos el Antiguo Testamento y examinamos al detalle las diversas situaciones, en las cuales los pueblos oran exhortados a ayunar en esa época, encontramos que la oración y el ayuno podían atraer un cambio, un alivio, aún en las situaciones mis críticas. La petición de Nuestra Señora de que nosotros ayunemos, va de acuerdo con la tradición de la iglesia. Podríamos concluir también que la visión que Ella tiene de nuestra época – la cual está casi exclusivamente interesada en el dinero, las ganancias, la acumulación de bienes materiales, el egoísmo etc. – es correcta. Nuestra Señora quiere reeducarnos. ¿Pero por dónde debiera comenzar?
En primer lugar, María nos invita a orar y a ayunar.
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Por medio de la oración, nos adherimos a Dios y por medio del ayuno, desprendemos nuestro corazón de las cosas que nos atan a las preocupaciones de este mundo.
El ayuno nos lleva a una nueva libertad de corazón y de mente. El ayuno es un llamado a la conversión dirigido a nuestro cuerpo. En otras palabras, es el proceso por el cual nos hacemos libres e independientes de las cosas materiales. Y al liberarnos de las cosas externas a nosotros, nos liberamos también de las pasiones que encadenan nuestra vida interior. Esta nueva libertad en nuestro cuerpo dará lugar a nuevos valores. El ayuno nos libera do ciertas ataduras y nos da la libertad para gozar la felicidad.

A PAN Y AGUA…
En Medjugorje, la Virgen María ha pedido un retorno al ayuno. En respuesta a la pregunta, ¿Cuál es la mejor manera de ayunar?”, la Santísima Virgen respondió: A pan y agua, por supuesto.” 
Reconocemos que no es la única manera de ayunar, pero es la “mejor” de acuerdo a Nuestra Señora.
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Sin embargo, hay que ensayar hasta lograr hacer este tipo de ayuno.
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Si uno nunca ha ayunado del todo, pudiera resultar bastante desalentador comenzar a hacerlo únicamente a pan y agua, a menos que se reciba un llamado del Señor.
Hay otras formas de ayuno que lograrán en nosotros los mismos objetivos y al mismo tiempo, nos ayudarán a ir avanzando, hasta alcanzar el mejor ayuno. Lo importante es que comencemos a ayunar de alguna manera ya. Ciertamente, en Medjugorje se le da un énfasis especial al ayuno a pan y agua y esto tiene un profundo significado. El pan es el alimento de los pobres. Tener o no tener pan, es una de las cuestiones esenciales de nuestra existencia. La Biblia frecuentemente habla del pan. Dios proveyó de pan para Su pueblo, cuando cruzó el desierto (cf. Ex 16). En Sus enseñanzas, Jesús habla del pan bajado del cielo. Un Ángel trajo pan y una jarra de agua al profeta Elías, cuándo estaba exhausto por la fatiga (cf. I R 19) y, después de haber comido y bebido, Elías recobró sus fuerzas y continuó su viaje. Estar dispuesto a vivir a pan y agua durante un día, muestra la disposición a hacerlo pobre delante de Dios, la disposición a aceptar Su voluntad. Significa seguir los planes de los profetas y las huellas de aquellos que han sido puestos a prueba, a fin do que dieran testimonio de su fe. Lo que se requiere para transformar la disposición de nuestro corazón y nuestra mente es un regreso radical y absoluto a Dios. El ayuno facilita este retorno.
El ayuno no es un fin en sí mismo, sino que sirve a la conversión: primero, a nivel de la fe y después, a nivel social.

EL AYUNO Y LA ORACIÓN
Pero un regreso radical a Dios es imposible sin la oración como vimos antes. La oración aumenta su calidad y se vuelve libre cuando se combina con el ayuno. Si nosotros estamos convencidos que la Virgen María nos pide a cada uno que seamos Sus “portavoces” en este mundo ateo, entonces deberíamos estar dispuestos a ayunar y esto ayuno nos asegurará una fortaleza dinámica. Cuando comenzamos a pensar en nosotros mismos como los amos de la vida y del universo y comenzamos a comportarnos en consecuencia, somos si no tuviéramos necesidad de Dios, mostramos los signos premonitorios del ateísmo. El ayuno es el medio más eficaz para detectar esas predisposiciones en nuestro corazón. El ayuno nos ayuda a aferrarnos a la voluntad de Dios, a comprenderla mejor y por tanto, a comprendernos mejor a nosotros mismos. En las Escrituras, Jesús nos dice que oremos sin parar, sin cesar. Pero día a día, encontramos excusas y decimos que no tenemos tiempo para orar o que nuestro ritmo de vida es tal, que nos impide orar. La raíz del problema no radica en que si tenemos tiempo o no para la oración. Más bien, el problema es si conocemos el anhelo o la necesidad de Dios, de encontrarnos con Dios a través de la oración. Mientras más tenemos y más queremos tener, menos espacio tendremos para la oración. De esta manera, tenderemos cada vez más a volvernos ateos prácticos.
El ayuno tiene la consecuencia especial de poner las cosas bajo la perspectiva correcta.
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Como resultado del ayuno, más y más vamos conociendo la verdad sobre nosotros mismos.
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Experimentamos la verdad de todas las cosas de una manera nueva.
Lenta y seguramente nos vamos percatando de que no somos autosuficientes y nos damos cuenta de que el mundo entero no podría satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón. Un nuevo camino se abre a la convicción de que nosotros, humanos, necesitamos a Dios. Necesitamos ayunar para ser capaces de crecer en la creación del corazón. Nos resultará más fácil cuando ayunemos y ayunaremos mejor cuando oramos. En uno de sus libros, Anselm Grun declara: “El ayuno es el grito de nuestro cuerpo que anda en busca de Dios…” La oración y el ayuno son los medios eminentemente más apropiados para guiarnos en la búsqueda de la paz. Quienes son asiduos en la oración y el ayuno alcanzarán una confianza absoluta en Dios; obtendrán el don de la reconciliación y el perdón y de esa manera, servirán a la causa de la paz. Porque la paz se origina en nuestros corazones y de ahí se extiende a nuestro prójimo y finalmente al mundo entero.

AYUNAR CON EL CORAZÓN
Ayunar con el corazón quiere decir amar y aceptar nuestro propio camino a Dios y a María.
Ayunar con el corazón quiere decir, amar la libertad más que la esclavitud a las cosas materiales. Ayunar con el corazón quiere decir, crecer en el amor a Dios que está por venir y a quien nuestro corazón llama cada día, anhelante por El como “la cierva que busca las corrientes del agua”. Ayunar con el corazón significa también, profundizar nuestro gozo en el Señor. Por lo que a nosotros respecta, basta con que comencemos a ayunar con confianza y a caminar el camino de la santidad. Después vendrá todo lo demás.

Fuentes:

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