Vamos a hablar sobre la transmisión de la fe. Me
refiero a los hijos, a otros parientes, a los amigos, vecinos y colegas: a
todos los que entran en una casa alegre y abierta; en una casa abierta a
personas de todo tipo y condición, de todos los colores y de todas las
creencias.
Sumario
Introducción
I. El ambiente
actual:
1. La época del postmodernismo
2. Actitud ante los cambios culturales
II. La personalidad
de quien habla:
1. Ser y parecer
2. Identidad cristiana y autenticidad
3. Serenidad
4. Amor y confianza
III. Hablar sobre
la fe:
1. Una búsqueda común
2. Aprender de todos
3. Tomar en serio las necesidades y los deseos humanos
4. Ir a lo esencial
5. Un lenguaje claro y sencillo
6. Un lenguaje existencial
– Nota final.
Introducción
Vamos a
hablar sobre la transmisión de la fe. Me refiero a los hijos, a otros
parientes, a los amigos, vecinos y colegas: a todos los que entran en una casa
alegre y abierta; en una casa abierta a personas de todo tipo y condición, de
todos los colores y de todas las creencias.
Quiero
empezar nuestra reflexión con una escena que nos presentó Nietzsche hace más de
cien años. En su libro “La gaya ciencia”, este filósofo
tan perspicaz hizo gritar a un hombre loco: «¡Busco
a Dios!, ¡Busco a Dios!… ¿A dónde se ha ido Dios?» …
Os lo voy
a decir… «¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros le hemos
matado!… Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha
desangrado bajo nuestros cuchillos». … Aquí, el loco se calló y volvió a
mirar a su auditorio: también ellos callaban y le miraban perplejos.
Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos, y
se apagó. «Vengo demasiado pronto —dijo
entonces—, todavía no ha llegado mi tiempo. Este
enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los
hombres» [1].
Hoy, un
siglo más tarde, podemos constatar que este “enorme
suceso” sí ha llegado a los oídos de gran parte de nuestros
contemporáneos, para los que “Dios” no es
nada más que una palabra vacía. Se habla de un actual “analfabetismo
religioso”, de una ignorancia incluso de los conceptos más básicos
de la fe [2].
Algunos
se han preguntado si un niño, que no conoce la palabra “gracias”,
puede estar agradecido: porque el lenguaje no sólo expresa lo que
pienso, también lo detiene. En todo caso, lo determina muy profundamente.
Podemos comprobarlo en los diferentes idiomas. Hablar chino o francés, no
quiere decir simplemente, cambiar una palabra por otra, sino tener otros
esquemas mentales y percibir el mundo según las circunstancias de cada lugar.
Algunas tribus de Siberia, por ejemplo, tienen muchas palabras distintas para
la “nieve” (dependiendo de si es blanca o
gris, dura o blanda, nueva o antigua), mientras que los pueblos árabes disponen
de un sinnúmero de palabras para “caballo”. Si
se tiene esto en cuenta, se puede comprender que Carlos V afirmó: “Cuantos idiomas hablo, tantas veces soy hombre“.
Con
respecto al tema religioso, podemos concluir: si vivo en un mundo secularizado
e ignoro el lenguaje de la fe, es humanamente imposible llegar a ser un cristiano.
I. EL AMBIENTE ACTUAL
Si
queremos hablar sobre la fe, es preciso tener en cuenta el ambiente en el que
nos movemos. Tenemos que conocer el corazón del hombre de hoy —con sus dudas y
perplejidades—, que es nuestro propio corazón, con sus dudas y perplejidades.
1. La época del
postmodernismo.-
Tenemos,
generalmente, muchos ídolos, por ejemplo, la salud, el “culto al cuerpo”, la
belleza, el éxito, el dinero o el deporte; todos ellos adquieren, en circunstancias,
rasgos de una nueva religión. Chesterton dice: “Cuando
se deja de creer en Dios, ya no se puede creer en nada, y el problema más grave
es que, entonces, se puede creer en cualquier cosa.”
Y,
realmente, a veces parece que cualquier cosa es más creíble que una verdad
cristiana. Mis alumnos de las Facultades civiles, por ejemplo —estudiantes de
derecho o de químicas— hablan, con muy buena voluntad, de la “reencarnación” de Cristo (que tuvo lugar hace
2000 años): al parecer, la palabra “reencarnación” les
es mucho más familiar que la palabra “encarnación”.
Observamos la influencia del budismo y del hinduismo en Occidente. ¿Por qué ejercen una atracción tan fuerte? Parece
que se desea lo exótico, lo “liberal”, algo
así como una “religión a la carta”. No se
busca lo verdadero, sino lo apetecible, lo que me gusta y me va bien: un poco de Buda, un poco de Shiva, un poco de Jesús de
Nazaret.
En épocas
anteriores, la vida era considerada como progreso. Hoy, en cambio, la vida es
considerada como turismo: no hay continuidad, sino discontinuidad; caminamos
sin una dirección fija. El lema de un motorista lo expresa muy bien: “No sé adónde voy, pero quiero llegar rápidamente allí”.
En la literatura se habla de la “oscuridad moderna”,
del “caos actual”.
“El hombre moderno es un gitano”, se ha
dicho con razón. No tiene hogar: quizá tiene una casa para el cuerpo, pero no
para el alma. Hay falta de orientación, inseguridad, y también mucha soledad.
Así, no es de extrañar que se quiera alcanzar la felicidad en el placer
inmediato, o quizá en el aplauso. Si alguien no es amado, quiere ser al menos
alabado.
Tal vez,
todos nos hemos acostumbrado a no pensar: al menos, a no pensar hasta el final.
Es el llamado pensamiento débil. Vivimos en una época en la que tenemos medios
cada vez más perfectos, pero los fines están bastante perturbados.
A la vez,
podemos descubrir una verdadera “sed de
interioridad”, tanto en la literatura como en el arte, en la música y
también en el cine. Cada vez más personas buscan una experiencia de silencio y
de contemplación; al mismo tiempo, están decepcionados del cristianismo que, en
muchos ambientes, tiene fama de no ser nada más que una rígida “institución burocrática”, con preceptos y
castigos.
Otras
personas huyen de la Iglesia por motivos opuestos: la predicación cristiana les
parece demasiado “superficial”, muy “lighf”, sin fundamento y sin exigencias
rigurosas. No buscan lo “liberal”, sino todo
lo contrario: buscan lo “seguro”. Quieren
que alguien les diga con absoluta certeza cuál es el camino hacia la salvación,
y que otro piense y decida por ellos: ahí tenemos
el gran mercado de las sectas [3].
Vivimos
en sociedades multiculturales, en las que se puede observar simultáneamente los
fenómenos más contradictorios. Algunos intentan resumir todo lo que nos pasa en
una única palabra: postmodernismo. El término indica que se trata de una
situación de cambio: es una época que viene “después”
del modernismo y “antes” de una nueva
era que todavía no conocemos. (Los adeptos de New Age se han apropiado del
nombre: según ellos, ya estaríamos en esta nueva época, pero —a mi modo de ver—
se trata de un error: ellos son simplemente “postmodernos”).
El
postmodernismo es una era limitada que indica el fracaso del modernismo. Se la
puede comparar con la “postguerra” —el
tiempo difícil después de una guerra—, que es la preparación para algo nuevo. Y
se la puede relacionar también con el período “postoperatorio”,
en el que una persona convalece de una cirugía, antes de retomar sus
actividades normales.
Parece,
realmente, que vivimos un cambio de época: estamos entrando en una nueva etapa
de la humanidad. Y las novedades reclaman un nuevo modo de hablar y de actuar.
2. Actitud ante los
cambios culturales.-
¿Cómo conviene hablar sobre la fe en este desconcierto? Antes que nada, nos pueden ayudar unas reflexiones
de Romano Guardini que no han perdido nada de su actualidad. En sus Cartas
desde el lago de Como, este gran escritor cristiano habla sobre su inquietud
con respecto al mundo moderno. Se refiere, por ejemplo, a lo artificioso de
nuestra vida, escribe acerca de la manipulación a la que diariamente estamos
expuestos, trata de la pérdida de los valores tradicionales y de la luz
estridente que nos viene del psicoanálisis… Después de mostrar, en ocho largas
cartas, una panorámica verdaderamente desesperante, al final del libro cambia
repentinamente de actitud. En la novena y última carta expresa un “sí redondo”
a este mundo en que le ha tocado vivir, y explica al sorprendido lector, que
esto es exactamente lo que Dios nos pide a cada uno. El cambio cultural, al que
asistimos, no puede llevar a los cristianos a una perplejidad generalizada [4]. No puede ser que en todas direcciones se vean
personas preocupadas y agobiadas que añoran los tiempos pasados. Pues es Dios
mismo quien actúa en los cambios. Tenemos que estar dispuestos a escucharle y
dejamos formar por Él [5].
Quien
quiere influir en el presente, tiene que amar el mundo en que vive. No debe
mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una
actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura
de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, y todo
su estilo de vida. “En toda la historia del mundo
hay una única hora importante, que es la presente”, dice Bonhoeffer. “Quien huye del presente, huye de la hora de Dios” [6].
Hoy en
día, una persona percibe los diversos acontecimientos del mundo de otra forma
que las generaciones anteriores, y también reacciona afectivamente de otra
manera. Por esta razón, es tan importante saber escuchar [7]. Un buen teólogo lee tanto la Escritura como el
periódico, alguna revista o el internet; muestra cercanía y simpatía hacia
nuestro mundo [8]. Y sabe que es en las mentes y
en los corazones de los hombres y mujeres que le rodean, donde puede encontrar
a Dios, de un modo mucho más vivo que en teorías y reflexiones.
Los
cambios de mentalidad invitan a exponer las propias creencias de un modo
distinto que antes [9]. A este respecto comenta
un escritor: “No estoy dispuesto a modificar mis
ideas (básicas) por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner
todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a
mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque
superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie” [10].
II. LA PERSONALIDAD DE
QUIEN HABLA
Para
tratar sobre Dios, no sólo hace falta tener en cuenta el ambiente que nos
rodea. Todavía más decisiva es la personalidad de quien habla: porque, al
hablar, no sólo comunicamos algo; en primer lugar, nos expresamos a nosotros
mismos. El lenguaje es un “espejo de nuestro
espíritu” [11].
Existe
también un lenguaje no verbal, que sustituye o acompaña nuestras palabras. Es
el clima que creamos a nuestro alrededor, ordinariamente a través de cosas muy
pequeñas, como son, por ejemplo, una sonrisa cordial o una mirada de aprecio.
Cuando faltan los oligoelementos en el cuerpo humano, aunque sean mínimos, uno
puede enfermar gravemente y morir. De un modo análogo podemos hablar de “oligoelementos” en un determinado ambiente: son
aquellos detalles, difícilmente demostrables y menos aún exigibles, que hacen
que el otro se sienta a gusto, que se sepa querido y valorado.
1. Ser y parecer.-
Nos
conviene tomar en serio algunas de las modernas teorías de la comunicación
(que, por cierto, expresan verdades de perogrullo). Estas teorías nos recuerdan
que una persona transmite más por lo que es que por lo que dice. Algunos
afirman incluso que el 80% o 90% de nuestra comunicación ocurre de forma no
verbal.
Además,
transmitimos sólo una pequeña parte de la información de modo consciente, y
todo lo demás de modo inconsciente: a través de la mirada y la expresión del
rostro, a través de las manos y los gestos, de la voz y todo el lenguaje
corporal. El cuerpo da a conocer nuestro mundo interior, “traduce” las emociones y aspiraciones, la ilusión
y la decepción, la generosidad y la angustia, el odio y la desesperación, el
amor, la súplica, la resignación y el triunfo; y difícilmente engaña. San
Agustín habla de un “lenguaje natural de todos los
pueblos” [12].
Los demás
perciben el mensaje, asimismo, sólo en parte de modo consciente, y se enteran
de muchas cosas inconscientemente. Se me ha grabado una situación, en la que he
comprobado esta verdad de un modo muy claro. Cuando trabajaba en una
institución para personas enfermas y solitarias, algún día, un directivo entró
en la habitación de un enfermo y le hablaba muy amablemente, haciéndole todo
tipo de caricias. Pero cuando salió de la habitación, el enfermo me confesó que
sentía mucha antipatía hacia este director. ¿Por
qué? Por razones de mi trabajo me había enterado que el visitante, en
realidad, despreciaba al enfermo. Quería disimularlo, pero lo expresó inconscientemente.
Y, como era de temerse, el enfermo lo percibió perfectamente.
Esto
quiere decir que no basta sonreír y tener una apariencia agradable. Si queremos
tocar el corazón de los otros, tenemos que cambiar primero nuestro propio
corazón. La enseñanza más importante se imparte por la mera presencia de una
persona madura y amante. En la antigua China y en la India, el hombre más
valorado era el que poseía cualidades espirituales sobresalientes. No sólo
transmitía conocimientos, sino profundas actitudes humanas. Quienes entraban en
contacto con él, anhelaban cambiar y crecer —y perdían el miedo a ser
diferentes.
Justamente
hoy es muy importante experimentar que la fe es muy humana y muy humanizante;
la fe crea un clima en el que todos se sienten a gusto, amablemente
interpelados a dar lo mejor de sí. Esta verdad se expresa en la vida de muchos
grandes personajes, desde el apóstol San Juan hasta la Madre Teresa de Calcuta
y San Josemaría Escrivá.
2. Identidad cristiana
y autenticidad.-
Para
hablar con eficacia sobre Dios, hace falta una clara identidad cristiana. Quizá
nuestro lenguaje parece, a veces, tan incoloro, porque no estamos todavía
suficientemente convencidos de la hermosura de la fe y del gran tesoro que
tenemos, y nos dejamos fácilmente aplastar por el ambiente.
Pero la
luz es antes que las tinieblas, y nuestro Dios es el eternamente Nuevo. No es
la “vetustez” del cristianismo originario lo
que pesa a los hombres, sino el llamado cristianismo burgués. “Pero este cristianismo burgués no es el cristianismo —advierte
Congar—. Es tan sólo la encarnación del
cristianismo en la civilización burguesa.”
[13]. Este hecho nos permite tener una
cierta porción de optimismo y de esperanza a la hora de hablar de Dios.
Un
cristiano no tiene que ser perfecto, pero sí auténtico. Los otros notan si una
persona está convencida del contenido de su discurso, o no. Las mismas palabras
—por ejemplo, Dios es Amor— pueden ser triviales o extraordinarias, según la
forma en que se digan. “Esa forma depende de la
profundidad de la región en el ser de un hombre, de donde proceden, sin que la
voluntad pueda hacer nada. Y, por un maravilloso acuerdo, alcanzan la misma
región en quien las escucha” [14]. Si
alguien habla desde la alegría de haber encontrado a Dios en el fondo de su
corazón, puede pasar que conmueva a los demás con la fuerza de su palabra. No
hace falta que sea un brillante orador. Habla sencillamente con la autoridad de
quien vive —o trata de vivir— lo que dice; comunica algo desde el centro mismo
de su existencia, sin frases hechas ni recetas aburridas.
Una
persona asimila, como por ósmosis, actitudes y comportamientos de quienes le
rodean. Así, toda actividad cristiana puede invitar a abrirse a Dios, esté o no
en relación explícita con la fe. Pero también puede escandalizar a los demás,
de modo que las palabras pierdan valor. Edith Stein cuenta que perdió su fe
judía cuando, de niña, se dio cuenta de que, en las ceremonias de la Pascua,
sus hermanos mayores sólo “hacían teatro” y
no creían lo que decían.
3. Serenidad.-
Un
cristiano no es, en primer lugar, una persona “piadosa”,
sino una persona feliz, ya que ha encontrado el sentido de su
existencia. Precisamente por esto es capaz de transmitir a los otros el amor a
la vida, que es tan contagioso como la angustia.
No se
trata, ordinariamente, de una felicidad clamorosa, sino de una tranquila
serenidad, fruto de haber asimilado el dolor y los llamados “golpes del
destino”. Es preciso convencer a los otros —sin ocultar las propias
dificultades— que ninguna experiencia de la vida es en vano; Siempre podemos
aprender y madurar —también cuando nos desviamos del camino, cuando nos
perdemos en el desierto o cuando nos sorprende una tempestad. Gertrud von Le
Fort afirma que no sólo el día soleado, sino también la noche oscura tiene sus
milagros. “Hay ciertas flores que sólo florecen
en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado.
Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos
encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación”
[15].
¿Cómo puede comprender y consolar quien no ha sido nunca destrozado por
la tristeza? Hay
personas que, después de sufrir mucho, se han vuelto comprensivos, cordiales,
acogedores y sensibles frente al dolor ajeno. En una palabra, han aprendido a
amar.
4. Amor y confianza.-
El amor
estimula lo mejor que hay en el hombre. En un clima de aceptación y cariño, se
despiertan los grandes ideales. Para un niño, por ejemplo, es más importante
crecer en un ambiente de amor auténtico, sin referencias explícitas a la
religión, que en un clima de “piedad” meramente
formal, sin cariño. Si falta el amor, falta la condición básica para un sano
desarrollo. No se puede modelar el hierro frío; pero cuando se lo calienta, es
posible formado con delicadeza.
A través
de los padres, los hijos deberían descubrir el amor de Dios [16]. Hace falta el
“lenguaje de las obras”; es preciso vivir el
propio mensaje. Lo decisivo no son las lecciones y las clases de catecismo, que
vendrán más tarde. Antes, mucho antes, conviene preparar la tierra para que
acoja la semilla.
En sus
primeros años de vida, cada niño realiza un descubrimiento básico, que será de
vital importancia en su carácter: o “soy
importante, me entienden y me quieren”, o “estoy
por medio, estorbo”. Cada uno tiene que hacer, de algún modo, esta
experiencia de amor que nos transmite Isaías: “Eres
precioso a mis ojos, de gran estima, yo te quiero… En la palma de mis manos te
tengo tatuado” [17].
Si falta
esta experiencia, puede ocurrir que una persona nunca sea capaz de establecer
relaciones duraderas, ni de trabajar con seriedad. Y, sobre todo, será difícil
para ella creer de verdad en el amor de Dios: creer que Dios es un Padre que
comprende y perdona, y que exige con justicia para el bien del hijo [18]. “La historia de la
decadencia de cada varón y de cada mujer habla dé que un niño maravilloso,
valioso, singularísimo y con muchas cualidades perdió el sentimiento del propio
valor” [19]. Esto difícilmente se puede
arreglar más tarde dando clases sobre el amor de Dios. Una persona dijo con
acierto: “Lo que haces, es tan ruidoso que no oigo
lo que dices”.
Muchas
personas no han podido desarrollar la “confianza
originaria”. Y como no la conocen, se mueven en un ambiente de “angustia originaria”. No quieren saber nada de
Dios; llegan a sentir miedo y hasta terror frente al cristianismo. Porque, para
ellos, Dios no es nada más que un Juez severo, que castiga y condena, incluso
con arbitrariedad. No han descubierto que Dios es Amor, un Amor que se entrega
y que está más interesado en nuestra felicidad que nosotros mismos.
Por eso,
es tan importante creer en las capacidades de los demás y dárselo a entender. A
veces, impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da
confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene
de ella. Hay muchos hombres y mujeres que saben animar a los otros a ser
mejores, a través de una admiración discreta y silenciosa. Les comunican la
seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, que, con paciencia y
constancia, animan y ayudan a desarrollar.
Cuando
alguien nota que es querido, adquiere una alegre confianza en el otro: comienza
a abrir su intimidad. La transmisión de la fe comienza —a todos los niveles—
con un lenguaje no verbal. Es el lenguaje del cariño, de la comprensión y de la
auténtica amistad.
III. HABLAR SOBRE LA FE
Cuando
conozco bien a otro, conozco también sus experiencias, sus heridas y sus
ilusiones. Y —si hay reciprocidad en ese conocimiento— el otro sabe lo que yo
he vivido, lo que me hace sufrir y lo que me da esperanza. La amistad nunca es
una vía unilateral. En un clima de mutuo conocimiento es más fácil hablar de
todo, también de la fe.
1. Una búsqueda común.-
Hay
personas que tienen una fuerte identidad cristiana y, a pesar de ella, no
logran convencer a nadie. Cuando alguien se muestra demasiado seguro, en
principio, no se le acepta hoy en día. Hay un rechazo a los “grandes relatos” y también a los “portadores de la suma verdad”, porque tenemos más
claro que nunca que nadie puede saberlo todo. Se habla de una pastoral “desde abajo”, no “desde
arriba”, no desde la cátedra, que quiere instruir a los “pobres ignorantes”. Este modo de actuar ya no es
eficaz, y quizá nunca lo fue.
Viene a
la memoria lo que se cuenta del Papa Juan Pablo II. Ocurrió durante el Concilio
Vaticano II. En una de las sesiones plenarias del Concilio, el entonces joven
obispo Wojtyla pidió la palabra e, inesperadamente, hizo una aguda crítica al
proyecto de uno de los documentos más importantes, que se había propuesto. Dio
a entender que el proyecto no servía nada más que para ser echado a la
papelera. Las razones eran las siguientes: “En
el texto presentado, la Iglesia enseña al mundo. Se coloca, por así decirlo, por
encima del mundo, convencida de su posesión de la verdad, y exige del mundo que
le obedezca”. Pero esta actitud puede expresar una arrogancia sublime. “La
Iglesia no ha de instruir al mundo desde la posición de la autoridad, sino que
ha de buscar la verdad y las soluciones auténticas de los problemas difíciles
de la vida humana junto al mundo” [20]. El
modo de exponer la fe no debe convertirse nunca en un obstáculo para los otros.
2. Aprender de todos.-
Lo que
atrae más en nuestros días, no es la seguridad, sino la sinceridad: conviene
contar a los otros las propias razones que me convencen para creer, hablar
también de las dudas y de los interrogantes [21]. En
definitiva, se trata de ponerse al lado del otro y de buscar la verdad junto
con él. Ciertamente, yo puedo darle mucho, si tengo fe; pero los otros también
pueden enseñarme mucho.
Santo
Tomás afirma que cualquier persona, por erróneas que sean sus convicciones,
participa de alguna manera de la verdad: lo bueno puede existir sin mezcla de
lo malo; pero no existe lo malo sin mezcla de lo bueno [22].
Por tanto, no sólo debemos transmitir la verdad que —con la gracia
divina— hemos alcanzado, sino que estamos también llamados a profundizar
continuamente en ella y a buscada allí donde puede encontrarse, esto es, en
todas partes. Es muy enriquecedor, por ejemplo, conversar con judíos o con
musulmanes; siempre se nos abren nuevos horizontes. Y la verdad, la diga quien
la diga, sólo puede proceder de Dios [23].
Como los
cristianos no tenemos conciencia plena de todas las riquezas de la propia fe,
podemos (y debemos) avanzar, con la ayuda de los demás. La verdad nunca se
posee entera. En última instancia, no es algo, sino alguien, es Cristo. No es
una doctrina que poseemos, sino una Persona por la que nos dejamos poseer. Es
un proceso sin fin, una “conquista” sucesiva.
3. Tomar en serio las
necesidades y los deseos humanos.-
Podemos
preguntarnos: ¿por qué esta o aquella ideología
atrae a tanta gente? Ordinariamente, muestran los deseos y necesidades
más hondas de nuestros contemporáneos (que son nuestros propios deseos y
necesidades). La teoría de la reencarnación, por ejemplo, manifiesta la
esperanza en otra vida; la meditación trascendental enseña cómo uno puede
apartarse de los ruidos exteriores e interiores; y los grupos skinhead o cabezas rapadas, al igual que los
punk de los años 80 (y 90), los góticos de los 90 (y del 2000) y los raperos de
hoy ofrecen una solidaridad —un sentido de pertenencia— que muchos jóvenes no
encuentran en sus familias.
Sin
embargo, la fe ofrece respuestas mucho más profundas y alentadoras. Nos dice
que todos los hombres —y en particular los cristianos— somos hermanos, llamados
a andar juntos por el camino de la vida. Nunca nos encontramos solos. Cuando
hablamos con Dios en la oración —que podemos hacer en cualquier momento del
día—, no nos distanciamos de los demás, sino que nos unimos con quien más nos
quiere en este mundo, y quien nos ha preparado a todos una vida eterna de
felicidad.
Si
conseguimos exponer el misterio divino desde la clave del amor, será más fácil
despertar los intereses del hombre moderno. Hay intentos considerables en este
sentido [24]. El Dios de los cristianos es el Dios del Amor, porque no sólo es
Uno; a la vez es Trino. Como amar consiste en relacionarse con un tú —en dar y
recibir—, un Dios “solo” (una única persona)
no puede ser Amor. ¿A quién podría amar, desde toda
la eternidad? Un Dios solitario, que se conoce y se ama a sí mismo,
puede ser considerado, en el fondo, como un ser muy inquietante.
El Dios
trino es, realmente, el Dios del Amor. En su interior, descubrimos una vida de
donación y de entrega mutua. El Padre da todo su amor al Hijo; ha sido llamado
el “Gran Amante”. El Hijo recibe este amor y
lo devuelve al Padre; es el que nunca dice “no” al
Amor. El Espíritu es el mismo Amor entre ambos; es el “con-dilecto“,
según Hugo de San Víctor: muestra que se trata de un amor abierto, donde
cabe otro, donde cabemos también nosotros [25].
“Estar en el mundo quiere decir: ser querido por Dios“, afirma Gabriel Marcel. Por esto, un creyente puede
sentirse protegido y seguro. Puede experimentar que sus deseos más hondos están
colmados.
4. Ir a lo esencial.-
Cuando
hablamos de la fe, es importante ir a lo esencial: el gran amor de Dios hacia
nosotros, la vida apasionante de Cristo, la actuación misteriosa del Espíritu
en nuestra mente y en nuestro corazón… Tenemos que huir de lo que hacen los que
quieren quitar fuerza al cristianismo: reducen la fe a la moral, y la moral al
sexto mandamiento. En todo caso, conviene dejar muy claro que la Iglesia dice
un sí al amor. Y para salvaguardar el amor, dice un no a las deformaciones de
la sexualidad.
Benedicto
XVI se ha decidido por este mismo modo de actuar. Después del “Encuentro Mundial de las Familias”, en Valencia,
concedió una entrevista a Radio Vaticano, en la que le preguntaron: “Santo Padre, en Valencia, usted no ha hablado ni del
aborto, ni de la eutanasia, ni del matrimonio gay. ¿Correspondió a una intención?”.
Y el Papa respondió: “Claro que sí… Teniendo tan
poco tiempo no se puede comenzar inmediatamente con lo negativo. Lo primero es
saber qué es lo que queremos decir, ¿no es así? Y el cristianismo… no es un
cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva. Es muy importante que esto
se vea nuevamente, ya que hoy esta conciencia ha desaparecido casi
completamente. Se ha hablado mucho de lo que no está permitido, y , ahora hay
que decir: Pero nosotros tenemos una idea positiva que proponer… Sobre todo es
importante poner de relieve lo que queremos” [26].
5. Un lenguaje claro y
sencillo.-
Cuando
era estudiante en Colonia, tuve que preparar, en una ocasión, un trabajo largo
y difícil para un seminario de la Universidad. Antes de entregarlo al profesor,
lo enseñé a un compañero mayor, que lo leyó con interés, y después me dio un
consejo amistoso que nunca he olvidado: “Está bien —me
comentó—. Pero si quieres tener una nota buena,
tienes que decir lo mismo de un modo mucho más complicado”.
Así
somos. A veces, confundimos lo complicado con lo inteligente, y olvidamos que
Dios —la suma verdad— es, a la vez, la suma sencillez. El lenguaje de la fe
habla con llaneza sobre realidades inefables. “Prefiero
decir cinco palabras con sentido para instruir, que diez mil en lenguajes no
inteligibles”, advierte San Pablo [27].
Se pueden
usar imágenes para acercar el misterio trinitario a nuestro espíritu. (En la
sencillez de las imágenes encontramos más verdad que en los grandes conceptos).
Una de las más corrientes es la del sol, su luz y su calor; o también la
fuente, el río y el mar, comparación muy apreciada por los Padres griegos [28]. (Como los Padres de la Iglesia se expresan
muchas veces en imágenes, su teología es siempre moderna). Se pueden buscar
también anécdotas, citas de la literatura o escenas de películas. En tiempos
del Vaticano II, los expertos fueron invitados a hablar en un lenguaje
accesible: “Que se abandone todo idioma exangüe
y árido, la disección cargada de afirmaciones conceptualistas, para emprender
un lenguaje más vivo y concreto, a semejanza de la Biblia y de los antiguos
Padres. Que se abandone la sobrecarga de discusiones secundarias y de
\\’cuestiones\\’ de mera curiosidad… Dirigir a alguien un discurso abstruso,
dificilmente inteligible… tiene algo de ultrajante e
irrespetuoso, tanto para la verdad como para la persona que tiene derecho a
comprender” [29].
Quien no
entiende lo que está diciendo otra persona, no puede expresar sus dudas, no
puede investigar libremente por cuenta propia. Depende del otro, y fácilmente
puede ser manipulado por él.
6. Un lenguaje
existencial.-
Asimismo,
el otro tiene derecho a conocer toda la verdad. Si reprimimos una parte de la
fe, creamos un ambiente de confusión, y no prestamos una ayuda auténtica al
otro. Daniélou lo dice claramente: “La condición
básica de un diálogo sincero con un no cristiano es decide: tengo la obligación
de depirte que un día te encontrarás con la Trinidad” [30].
Es
preciso explicar a los demás la propia fe tan clara e íntegramente como sea
posible [31]. Con ello, por otro lado, ganamos
en sinceridad en cualquier relación humana: queremos dar a conocer la propia
identidad, es decir, en nuestro caso, la identidad cristiana. El otro quiere
saber quién soy yo. Si no hablamos, cuidadosamente, sobre todos los aspectos de
la fe, los otros no podrían aceptamos tal como somos en realidad, y nuestra
relación se tomaría cada vez más superficial, más decepcionante, hasta que,
antes o después, se rompería.
Pero no
sólo queremos dar a conocer el propio proyecto vital. Tenemos el deseo de
animar a los otros a dejarse encantar y conquistar por la figura luminosa de
Cristo.
Aquí se
manifiesta el carácter existencial y dinámico del lenguaje sobre la fe, que
invita a los demás a entrar, poco a poco, en la vida cristiana, que es diálogo
e intimidad, correspondencia al amor y, al mismo tiempo, una gran aventura, «la
aventura de la fe».
NOTA FINAL.-
Creer en
Dios significa, caminar con Cristo -en medio de todas las luchas que tengamos-
hacia la casa del Padre [32]. Pero, para ello,
de poco sirven los esfuerzos, y menos aún los sermones. Nuestro lenguaje es muy
limitado. La fe es un don de Dios, y también lo es su desarrollo. Podemos
invitar a los otros a pedirla, junto con nosotros, humildemente de lo alto. La
meta de nuestro hablar de Dios consiste en llevar a todos a hablar con Dios.
Incluso Nietzsche, que combatió el cristianismo durante largas décadas, hizo al
final de su vida un impresionante poema “Al Dios
desconocido”, que puede considerarse una verdadera oración: “Vuelve a mí, ¡con todos tus mártires! Vuelve a mí, ¡al último solitario! Mis lágrimas, a
torrentes, discurren en cauce hacia Ti, y encienden en mí el fuego de mi
corazón por Ti. ¡Oh, vuelve, mi Dios desconocido! Mi dolor, mi última suerte,
¡mi felicidad!” [33].
Notas
[1] F. NIETZSCHE, La gaya ciencia (1887), Palma de Mallorca 1984,
n.255.
[2] Cfr. Las estadísticas publicadas por J. FL YNN, Analfabetismo
religioso, en “Zenit” (Agencia Internacional de Información de Roma),
3-V-2007.
[3] Cfr. M. GUERRA, Historia de las religiones, Pamplona 1980,
vol. 3.
[4] Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et Spes
(=GS), n. 4.
[5] R. GUARDINI, Cartas del lago de Como, San Sebastián 1957.
[6] D. BONHOEFFER, Predigten, Auslegungen,
Meditation en I,1984, pp. 196-202.
[7] Cfr. Y. CONGAR, Situación y tareas de la teología de hoy, Salamanca
1970: “Si la Iglesia quiere acercarse a los verdaderos problemas del mundo
actual, debe abrir un nuevo capítulo de epistemología teológico-pastoral. En
vez de partir solamente del dato de la revelación y de la tradición, como ha
hecho generalmente la teología clásica, habrá que partir de hechos y problemas
recibidos del mundo y de la historia. Lo cual es mucho menos cómodo; pero no
podemos seguir repitiendo lo antiguo, partiendo de ideas y problemas del siglo
XIII o del siglo XIV. Tenemos que partir de las ideas y los problemas de hoy,
como de un dato nuevo, que es preciso ciertamente esclarecer mediante el dato
evangélico de siempre, pero sin poder aprovechamos de elaboraciones ya adquiridas
en la tranquilidad de una tradición segura“. pp. 89 y ss.
[8] El Concilio cambia el modo habitual de la reflexión teológica y
comienza a contemplar el mundo de hoy, con sus desequilibrios, temores y
esperanzas; se abre a los signos de los tiempos. “El pueblo de Dios, movido por
la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor,
que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y
deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos
verdaderos de la presencia o de los planes de Dios”. GS, 11 y 44; cfr. 4-10.
Cfr. JUAN XXIII, Bula Humanae salutis (25-XII-196l), por la que el Papa
convocaba el Concilio Vaticano II. IDEM, Encíclica Pacem in terris
(1l-IV-1963), 39.
[9] Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 6.
[10] J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones para la alegría, 8ª ed.,
Madrid 1988, p. 42.
[11] Cfr. E. SCHOCKENHOFF, Zur Lüge verdammt,
Freiburg 2000, p. 73.
[12] SAN AGUSTÍN, Confesiones 1,8. A la vez, la expresión de los
sentimientos está modalizada por la cultura. Comprender el valor expresivo de
un gesto, de una mirada o de una sonrisa, indica que se está dentro de una
determinada cultura.
[13] J. DANIÉLOU, El misterio de la historia. Un ensayo teológico,
San Sebastián 1963, pp.39s.
[14] S. WEIL, Gravity and Grace, New York 1952, p.
117.
[15] Gertrud von Le Fort, Unser Weg durch die
Nacht, en Die Krone der Frau, Zürich 1950, pp. 90 y ss.
[16] Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 14
y 36.
[17] Is 43,1-4; 49,15-16.
[18] En esta línea se explica, en parte, el fenómeno de la teología
feminista radical. ¿Por qué hay tantas personas que ya no quieren hablar de
“Dios Padre”? No hay pocas a las que es imposible dirigirse a Dios como “Padre”,
porque han tenido experiencias desagradables con sus propios padres.
[19] Cfr. J. BRADSHAW, Das Kind in uns,
München 1992, p. 66.
[20] M. MALINSKI; A. BUJAK, Juan Pablo II: historia de un hombre,
Barcelona 1982, p. 106. En ciertas situaciones, sin embargo, la Iglesia debe
enseñar con autoridad, pero sin “autoritarismo”, es decir, con autoridad y
humildad.
[21] Se habla también de una “teología narrativa” que intenta descubrir
la acción del Espíritu en el mundo, a través de acontecimientos y hechos concretos.
Algunos autores cuentan su propia vida (Cfr. J. SUDBRACK, Gottes Geist ist
konkret. Spiritualitat im christlichen Kontext, Würzburg 1999, pp.3-31),
otros toman ejemplos de la literatura o de la historia para ilustrar cómo Dios
actúa en todos los acontecimientos (Cfr. V. CODINA, Creo en el Espíritu Santo.
Pneumatología narrativa, cit., pp.11-27 y pp.179-185). La pneumatología
narrativa se convierte a veces en hagiografía. El hecho de que algunos grandes
santos se convirtieron con la lectura de vidas de otros santos es
significativo. Así, por ejemplo, Edith Stein descubrió la fe leyendo la
“Autobiografía” de Teresa de Jesús. Rans Urs von Ba1thasar y René Laurentin han
empezado, entre otros, a hacer una teología a partir de los santos que tienen
un mensaje muy concreto para sus contemporáneos y las generaciones posteriores
(Cfr. R.U. VON BALTHASAR, Thérese de Lisieux. Geschichte einer Sendung,
Koln 1950. R. LAURENTIN, Vie de Bernadette, París 1978. IDEM, Vie de
Catherine Labouré, Paris 1980).
[22] “Bonum potest inveniri sine malo; sed malum non potest inveniri
sine bono“. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-IIae q. l09, a.1, ad
1.
[23] “Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est“.
Ibid cfr. IDEM, De veritate, q. 1, a.8.
[24] Cfr. BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est
(25-XII-2005).
[25] Cfr. SAN AGUSTÍN: “He aquí que son tres: el Amante, el Amado y el
Amor.” De Trinitate, VIII,10,14: PL 42,960.
[26] Cfr. BENEDICTO XVI, Entrevista concedida a Radio Vaticano y a
cuatro cadenas de televisión alemanas con motivo de su próximo viaje a
Alemania, Castelgandolfo 5-VIII-2006.
[27] 1 Co 14,19.
[28] Se trata evidentemente de imágenes muy imperfectas que reclaman
cada vez más explicaciones.
[29] G. PHILIPS, Deux tendances dans la théologie contemporaine,
en Nouv. Rev. Théol (1963/3), p. 236.
[30] J. DANIÉLOU, Mitos paganos, misterio cristiano, Andorra
1967, p.123.
[31] Llegará el momento en que se pueda introducir —cuidadosamente—
algunos términos “técnicos” —como persona, relación o naturaleza—, que se han
utilizado a la hora de formular los grandes dogmas. La teología —como cualquier
ciencia— tiene una terminología muy precisa de la que no podemos prescindir.
Muchas palabras de las fórmulas dogmáticas proceden del ámbito filosófico; tras
una larga historia de disputa entre fe y filosofía, llegaron a ser expresión
específica de lo que la fe puede decir sobre sí misma. Por lo tanto, esas
palabras no son solamente el lenguaje del platonismo, del aristotelismo o de
cualquier otra filosofía, sino que pertenecen al lenguaje propio de la fe.
Ciertamente, la revelación es superior a todas las culturas. Pero al transmitir
la Buena Nueva de Cristo, se transmite también algo de cultura.
[32] Cfr. Flp 3,20.
[33] Cfr. F. NIETZSCHE, en F. WÜRZBACH (ed.), Das Vermiichtnis
Friedrich Nietzsches, Salzburg-Leipzig 1940.
Jutta Burggraf
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