«El cristiano debe vivir de
manera coherente»
Al final de la Misa celebrada
en la explanada de la basílica vaticana por el cardenal Bassetti, Presidente de
la Conferencia Episcopal Italiana, para el encuentro y la oración del Santo
Padre con los jóvenes italianos, el Papa rezó el Ángelus con los jóvenes y
peregrinos presentes.
(Zenit) Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas y queridos jóvenes italianos, ¡buenos días!
En
la segunda lectura de hoy, San Pablo nos invita con urgencia: «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con quien
fuisteis sellados para el día de la redención» (Efesios 4:30). Pero yo
me pregunto: ¿cómo
entristeces al Espíritu Santo? Todos
lo hemos recibimos en el bautismo y en la confirmación, entonces, para no entristecer al Espíritu Santo es
necesario vivir de manera coherente con las promesas del bautismo, renovadas en
la confirmación de manera coherente, no con hipocresía, no olvidéis
esto, el cristiano no puede ser
hipócrita, tiene que vivir de manera coherente: las promesas del
bautismo tienen dos aspectos: la renuncia al mal y
la adhesión al bien. Renunciar al mal significa decir «no» a las tentaciones, al pecado, a Satanás. Más
concretamente significa decir «no» a una
cultura de la muerte, que se manifiesta en la huida de la realidad a una falsa
felicidad expresada en el engaño, en el fraude, en la injusticia y el desprecio
del otro, a todo esto «no», ¿qué cosa se
dice a todo esto?, todos los jóvenes dicen «no», gracias. La vida nueva que se
nos ha dado en el Bautismo, y que tiene al Espíritu como su fuente, rechaza un
comportamiento dominado por sentimientos de división y discordia. Por esto el
apóstol Pablo nos exhorta a quitar de nuestros corazones, «Toda dureza, indignación, cólera, gritos y calumnias con
toda clase de malignidades» (v. 31), es así como dice Pablo. Estos seis
elementos o vicios, dureza, indignación, cólera, gritos y calumnias y
malignidades perturban la alegría del Espíritu, envenenan el corazón y conducen
a imprecaciones contra Dios y el prójimo.
Pero no es suficiente no hacer el mal para ser un
buen cristiano; es necesario adherirse a lo bueno y hacer el bien. Aquí,
entonces, continúa San Pablo: «En cambio, sed
misericordiosos unos con otros, sed misericordiosos, perdonándoos los unos a
los otros como Dios os ha perdonado en Cristo» (v. 32). Muchas veces
oímos decir: «Yo no hago daño a nadie» y se
cree que es un santo, ¡no!. De acuerdo, pero ¿el
bien lo haces? Cuántas personas no hacen daño, pero ni siquiera hacen el
bien, y sus vidas fluyen hacia la indiferencia, la apatía, la tibieza. Esta
actitud es contraria al Evangelio, y también es contraria a la naturaleza de
los jóvenes, que por naturaleza son dinámicos, apasionados y valientes.
¡Recordad esto! Si lo recordáis podemos repetirlo juntos, es bueno no hacer el mal, pero es malo no hacer el bien, repetid
conmigo, «es bueno no hacer el mal, pero es malo no
hacer el bien», esto les decía San Alberto Hurtado. Hoy os exhorto a ser protagonistas en el
bien! No te sientas bien cuando no haces el mal; no es suficiente, cada
uno es culpable del bien que podía hacer y no lo ha hecho. No es suficiente no
odiar, es necesario perdonar; no es suficiente no guardar rencor, debemos orar
por los enemigos; no es suficiente no ser causa de división, debemos traer paz
donde no existe; no es suficiente no hablar mal de los demás, debemos
interrumpir cuando oímos hablar mal a alguien, detener el chisme, esto es hacer
bien. Si no nos oponemos al mal, lo
alimentamos tácitamente. Es necesario intervenir donde el mal se propaga;
porque el mal se extiende donde no hay cristianos atrevidos que se oponen con
el bien, «caminando en la caridad» (véase 5:
2), según la advertencia de San Pablo. Queridos jóvenes, ¡habéis caminado mucho estos días! Por lo tanto,
estáis entrenados y puedo deciros: Caminad en la caridad, caminad en el amor,
caminemos juntos hacía el próximo Sínodo de los Obispos sobre el tema: «Juventud, fe y discernimiento vocacional». Que la
Virgen María nos apoye con su intercesión materna, para que cada uno de
nosotros, todos los días, con hechos, podamos decir «no»
al mal y «sí» al bien.
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