Muchos católicos de
bien y con sangre en las venas se escandalizan de la gran abundancia de
blasfemias y sacrilegios de los últimos años en España. Las abominables
blasfemias del carnaval de Canarias, el Padrenuestro blasfemo de Barcelona, la
sacrílega exposición con Sagradas Formas en Pamplona y un largo etc. son
pecados gravísimos que deben ser denunciados y reparados. El último de ellos,
la profanación del Sagrario de Elda (Alicante). ¿Qué está pasando?
En el siglo XIX
Nuestro Señor reveló a la Beata Madre
Rafols que el demonio actuaría en España con más fuerza que en otros
países, debido al odio que le tiene por haber sido la nación más católica. La
corrupción de lo mejor es ciertamente lo peor.
Para comprender el gravísimo
estado de apostasía religiosa y degradación moral del pueblo español conviene
repasar brevemente algunos de los momentos más significativos de nuestra
Historia en relación a la Fe católica, que es la esencia de España.
En los primeros años del
cristianismo el apóstol Santiago transmitió
la fe de Cristo a las benditas tierras de la Hispania romana con el grandísimo
aval de la presencia y aliento de la Virgen
del Pilar y su santa columna, que permanecerá para siempre como prueba
fehaciente de que la Fe nunca desaparecerá en tierras hispánicas.
En España desde su fundación
la religión oficial fue el catolicismo, coincidiendo con la conversión de Recaredo en el año 589. Ya antes de
ser oficialmente España el emperador hispano Teodosio estableció la religión católica como la religión oficial
del imperio Romano. Constantino había dado la libertad de culto a los
cristianos, pero no había prohibido las sectas y las falsas creencias.
En la época visigótica, una vez desterrado el arrianismo, se establecieron los magnos
Concilios de Toledo donde los obispos y los reyes se reunían para gobernar
armónicamente el reino católico hispano godo.
Posteriormente con el Reinado
de los Reyes Católicos y sus
sucesores, los Austrias, la
Monarquía Católica alcanzó todo su esplendor, desafiando al mundo entero en
defensa de la Fe católica. Expulsaron a los judíos y moriscos, con la finalidad
de la unidad, y se persiguió duramente a los protestantes para salvaguardar la
unidad religiosa y la paz social. La estrecha vinculación de la Iglesia con la
Monarquía consolidó la unidad religiosa gracias al benéfico papel de la Santa
Inquisición y del patronato Regio.
Las bulas alejandrinas
alentaron la conquista y la evangelización de América. La gesta de nuestros
misioneros penetrando en solitario en las junglas y afrontando con valentía y
amor la evangelización de los indígenas no fue inferior a la de nuestros conquistadores.
Fue brillante la actuación de
los teólogos españoles en Trento
en defensa de la fe y en arduo combate con las herejías. Además de los insignes
teólogos en nuestro terreno patrio emergieron colosales figuras de la
cristiandad como los grandes místicos San
Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila entre otros. No podemos olvidar
la magna figura de San Ignacio de
Loyola en defensa de la Fe creando la insigne Compañía de Jesús, que tanta importancia tuvo en la
reevangelización de Europa central frenando el avance protestante.
Tristemente a finales del
siglo XVIII entraron en España los aires masónicos de «la
Ilustración», y por desgracia la invasión francesa napoleónica en 1808
nos trajo también los «valores» anticristianos de la Revolución Francesa.
Ya en 1812 tras las Cortes Liberales de Cádiz la catolicidad de España
fue siendo cada vez más simbólica, aunque en la teoría seguíamos siendo un país
confesionalmente católico, en la práctica el liberalismo masónico iba ganando
terreno en la sociedad española dominando los gobiernos e inoculando al pueblo
su veneno. En el siglo XIX los
carlistas lucharon bravamente en defensa de la Fe católica y la sociedad
tradicional, pero tristemente fueron derrotados por el liberalismo.
En la Cruzada Nacional de 1936 el pueblo español defendió su Fe frente a la persecución más terrible
que había conocido el catolicismo desde los tiempos del imperio romano. Miles
de mártires dieron su vida por Cristo, a veces entre tormentos terribles, sin
que se registrara ni una sola apostasía.
En la segunda mitad del siglo XX, tras el nefasto papel de algunos el
proceso de secularización fue imparable.
Tras la proclamación de la
Constitución española en 1978 España pasó a ser formalmente un Estado
aconfesional manteniendo relaciones con los distintos credos por igual.
La Constitución Española en su
artículo 16, punto 3 afirma: «Ninguna confesión
tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias
religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de
cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones».
La democracia liberal fue el
caldo de cultivo para que el gobierno
socialista realizase una grandísima revolución cultural, arrasando con
la mayoría de vestigios de catolicidad y promulgando leyes anticristianas como
el aborto, la eutanasia, uniones gays, ideología de género etc. El PP continuó
prácticamente con la misma obra de demolición, pese a que había prometido
revocarla.
La juventud española en su
inmensa mayoría está muy degradada ya desde la infancia. España encabeza las
estadísticas más terribles, desde adicción a videojuegos e internet hasta
alcoholismo, drogadicción, embarazo adolescente, prácticas satánicas,
suicidios…
En este erial de la Fe no es
de extrañar que prolifere la Cristofobia,
cada vez más creciente y los ataques a la religión, llegando a las blasfemias y
sacrilegios en muchos casos, ya que ninguna autoridad pone freno a ello. Ni las
autoridades civiles, que en muchos casos son las que las espolean y fomentan ni
las eclesiásticas que reaccionan con mucha tibieza, cuando no callan
cobardemente estas graves afrentas al honor de Dios, su Santísima Madre, los
santos y la Santa Madre Iglesia.
Harían falta santos obispos y
sacerdotes que se opongan con toda la contundencia y firmeza ante estos graves
atropellos contra lo más sagrado. Dicen los Padres de la Iglesia que al
blasfemo hay que partirle los dientes. No se puede contemporizar un ápice con
la blasfemia y el sacrilegio.
Ante esta defección de buena
parte del clero, salvo honrosas excepciones, es grave deber de los seglares
hacer oración y penitencia para defender los derechos de la verdadera religión.
También hay que dar testimonio público en defensa de la Fe en los medios de comunicación
y en todos los ámbitos posibles y participar con valentía en plataformas
civiles que defiendan los derechos de Dios.
Javier Navascués
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