Los últimos meses, a
mi pesar, estuve escribiendo muy poco (tanto crónicas como respuestas a los
comentarios) ya que el ritmo misional es muy intenso, aunque, de algún modo,
compensé la falta de crónicas escritas con las crónicas orales (filmadas) que
me pidieron dar en España, las cuales ya compartí con los Amigos de la
Misión.
La misión, al menos la que me toca vivir, no tiene nada de “vida cotidiana”, de monótono día a día ni de gris aburrimiento. Quien quiera vivir una
vida ordinaria o santificarse en rutinarias pequeñeces domésticas, que no venga
a misionar. Es más, en la misión pasan tantas cosas extraordinarias que bien
podría haber un voluntario cuyo único oficio sea el de ser cronista, el cual
deje constancia de la obra que Dios, a pesar de la infidelidad de sus
instrumentos, va haciendo en la misión y de los ataques que el demonio emprende
contra la obra divina.
Lo dicho bien sirve como
prólogo a una de las tantísimas cosas que quiero contar, pero que no cuento
porque el tiempo no me alcanza.
Me referiré al poder de la
bendición sacerdotal relatando un episodio que vivimos hace unos días. Tipeando
en el celular que engancha internet de modo intermitente, entro en tema ya que
si sigo con las introducciones me iré por la tangente y aun por la hipotenusa.
Nuestra base misional sigue siendo la aldea de Naga-Namgor, donde no sé cuánto tiempo
podré seguir estando ya que ayer el “cacique” local
(un cacique de saco y corbata, no de plumas y taparrabos) llamó a un sacerdote
amigo que vive en Francia para decirle que no me quiere más acá. El mismo
personaje me amenazó hace unos días diciendo que me está buscando la Interpol,
lo cual es un reverendo disparate…
Bueno, me fuí un poco de tema.
Decíamos que la base misional sigue siendo Naga-Namgor, una pequeña aldea,
luego de la cual, no se puede seguir adelante salvo que se cuente con un
permiso especialísimo que no se concede por más de cinco días ya que es la
frontera, muy militarizada, de cuatro países.
En la aldea, hay dos escuelas, una es la católica que, después de varias idas y
venidas, quedó bajo el patronazgo de nuestro glorioso Patriarca San
Elías.
Arriba de la escuelita, hay un
caserío, el caserío de Rel Ward, donde el Padre Celestial, suaviter et
fortiter, está enviando al Espíritu Santo.
Ahora bien, el hombre más pobre del caserío y sus alrededores se llama
Rayes. Él es
campesino, siervo de un gran señor rabiosamente budista -que es públicamente bígamo-,
quien le paga (por caridad, dice) la magra cifra de 27 euros al mes.
Rayes está casado con Monu, que es mucho más joven, con quien tuvo dos hijos.
El pintoresco caserío de Rel Ward profesa un intransigente budismo tibetano que
rechaza tocar siquiera un crucifijo. Es
un caserío donde hay fobia a Jesucristo, por el simple hecho de que
ellos creen en Buda. No aceptan ningún tipo de diálogo con la Cruz, a la cual
no le harán ninguna concesión. Allí sólo hay un par de casas que devinieron
protestantes o que siendo protestantes se trasladaron allí (están
doquiera, hay que decirlo en voz alta, ¡y están
doquiera porque proselitizan!).
Decíamos que la familia más
pobre es la de la Rayes, quien llevado de su miseria se refugia
consuetudinariamente en la botella y así fue que hace no mucho se cayó derrumbado en la puerta de mi casa, a
la vista de los indiferentes transeúntes, a los cuales casi nada los
sacará de la apatía en la que, por influencia del budismo, viven.
Para evitar que se muera de frío en la puerta de mi casa, tuve que levantarlo y
acostarlo en una de las dos camas de mi casa, la cual quedó mugrienta por
razones que no hace falta explicar. Se la pasó varias horas gritando en nepalí,
lo cual fue una penitencia espantosa.
Al otro día, el pobre hombre quedó admirado de que alguien lo había
ayudado. Es que la
caridad acá no existe (como mucho existe el “social
work” de parte de algún potentado). Para nosotros, católicos por la gracia de Dios, la caridad es algo
normal. Acá no. Acá es una novedad. Incluso, la caridad elemental como
la levantar a un ebrio para que no se muera congelado o ahogado.
Poco después del episodio del
desmayo, lo visité al rancho, a él y a su esposa, Monu, quien está quemada
desde el labio inferior hasta la cintura. Resulta que un día ellos, que son
hindúes, celebraron la fiesta de “Divali” (que
debería ser llamada “Diaboli"), la cual
es una de las más importantes del calendario hindú, y después de
idolatrar (supongo) y de cenar le pasó algo misterioso que nadie sabe que
es (aunque su hijo dice haber visto un espíritu malvado) lo cual la llevó, estando sobria, a rociar su
propio cuerpo con kerosen.
Lo cierto es que todo el
caserío de Rel Ward, según testimonio de los nativos (incluso de una profesora
muy culta que allí vive), incluido la casa de Rayes, sufre habitualmente “fenómenos paranormales” (según expresión de un
profesor), que, en realidad, son fenómenos diabólicos ya que los monjes
budistas, previo pago, se la pasan haciendo rituales de “aplacamiento” de demonios, los cuales no sólo no los aplacan
sino que aumentan las acechanzas infernales empíricamente constatables.
La casita del pobre Rayes no
era una excepción. Frecuentemente,
sufrían los “fenómenos paranormales” (pasos,
gritos, voces o cosas por el estilo).
Ahora bien, cuando visité su
casa, después de su desmayo alcohólico, les
ofrecí bendecirles la casa, aceptaron y la bendije. Fue la bendición más
sencilla. En ese momento, no tenía ornamentos ni ritual ni crucifijo ni sal ni
fórmula exorcística alguna. Bendije la casa y me fui.
Fue una bendición tan simple
que no lo retuve en la memoria ya que no tuvo nada de extraordinario.
Pasaron unos días y yo
me olvidé que le había bendecido la casa a Rayes, pero la bendición no fue
inútil (nunca lo es). ¿Qué pasó?
Pasó que dos meses después de
la bendición, volví a visitar la casa de Rayes. Fui con los scouts franceses
que habían venido a ayudarme. Bastó que llegáramos para que Rayes le dijera a
Repzong (una vecina culta) que desde que yo le bendije la casa, la misma no
tiene más fenómenos “paranormales". Los
scouts oyeron esto. También el suscripto.
Ese día aprendí que una mera bendición sacerdotal, aun en tierras
paganas de idolatría y satanismo (budista o lo que sea), destruye las obras de
los demonios, que huyen espantados como quien huye del fuego.
¡Que Dios
destruya las obras de los demonios!
¡Viva la Misión!
Padre Federico,
S.E.
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