La ordalía de la
Iglesia chilena parece no tener fin a la vista.
Antes de que el Papa Francisco
anunciara su visita a Chile, la cosa venía mal por varios años. Comenzó con
casos antiguos como el de Fernando Karadima, y siguió con un permanente flujo
de nuevas acusaciones. Se esperaba que la visita papal marcara un hito en ese
proceso. A comienzos de 2018, Francisco
llegó y se fue, dejando la sensación de que había poco interés en lo que venía
a decir. Lo único que quedó en claro fue que había sido mal informado de
la severidad de la crisis de la Iglesia en Chile.
Al poco tiempo los obispos
chilenos fueron citados a Roma, y como un gesto inédito presentaron su renuncia
en masa. Algunas fueron cursadas inmediatamente y hay rumores de que se
aceptarán más, pero de nada sirvió para apaciguar los ánimos. Luego arribó un
delegado papal, Charles Scicluna, obispo de Malta, que se entrevistó con los
laicos de Osorno y nuevamente pidió disculpas a las víctimas de abusos. El delegado papal se fue de Chile, pero la
Iglesia siguió en los titulares. Esta vez, el Ministerio Público abrió
con bombos y platillos investigaciones por encubrimiento contra los obispos, en
base a la carta enviada por el Papa Francisco, donde lamentaba ese tipo de
conductas.
Más recientemente, el
Presidente Piñera amenazó sutilmente con no asistir al Te Deum ecuménico
(servicio anual con ocasión de las fiestas de independencia), si lo oficiaba el
arzobispo de Santiago, investigado por encubrimiento. Y así, suma y sigue,
decenas de denuncias y episodios que serían muy largos de detallar aquí. Sería
un alivio que un cura sea acusado de desfalco, estafa y robo, dije una vez, y a
los pocos días hubo un caso.
Es natural que todo este
proceso genere rechazo en la población. Rechazo a la Iglesia en general y a los
obispos en particular. Según una encuesta reciente, solo el 46% de los chilenos
se declara católico, y un 83% respalda la afirmación de que la Iglesia no es
honesta ni transparente.
¿QUÉ HACE UN
CATÓLICO DE A PIE CON TODO ESTO?
Primero, sentir vergüenza. Eso
resulta inevitable. Luego, tratar de entender cómo llegamos aquí, y qué se
puede esperar a futuro.
Debo reconocer que mi análisis de esta crisis está teñido por mi
experiencia como abogado en el sistema penal chileno. La mayoría de las personas solo oyen hablar de abusos cuando hay un
sacerdote involucrado, son los casos que llegan a los medios de comunicación.
Detrás de los titulares, sin embargo, hay una realidad cotidiana de abusos
mucho peor. Cada año los tribunales procesan y emiten condenas en miles de
casos por violación y abusos sexuales. En su gran mayoría los agresores
(varones y mujeres) son conocidos de los niños, forman parte de su círculo
familiar e incluso tenían el deber de cuidar a la víctima. Esto ocurre en
colegios, salas cunas, hogares de acogida, empresas privadas, comunidades
evangélicas, e instituciones del Estado. Se ha vuelto tan común que a nadie
llama la atención y no se publica en los medios. Es horrible pero es así.
En cambio, basta con la mera
denuncia del abuso donde podría estar envuelto un sacerdote para que todo el
país se preocupe del tema por varios días. No es que haya un esfuerzo coordinado, una “agenda”,
para atacar a la Iglesia por estos abusos. ¿Por
qué solo estas notas se publican?:
1.
Objetivamente es
más grave:
Se espera que un sacerdote tenga un estándar moral más alto, incluso que el de
un padre que está al cuidado de su hijo.
2.
La Iglesia está
en todas partes:
Por historia y acción social, todos conocen a Iglesia y tienen una opinión
sobre ella. A nadie le interesa lo que ocurre en la 15º Iglesia Metodista
Pentecostal de Puente Alto.
3.
Forma parte de
una narración:
La Iglesia es percibida como retrógrada, por sus defensa de la vida y la ética
sexual, y a las élites les interesa instalar ideas que la priven de toda
autoridad moral.
Repitamos, no hay una agenda
detrás, solo una combinación de factores que hace muy fácil vender con el
escándalo.
Esa narración repetida una y
otra vez (con la ayuda, por cierto, de los mismos sacerdotes y religiosos
católicos), da paso a una idea extremadamente peligrosa: de que solo en ambientes de Iglesia los niños están en peligro de sufrir
abusos. No es así. Por favor, cada vez que puedan ayúdenme a
contrarrestar este gravísimo error. Debemos formar conciencia de que en todas
partes hay riesgo para los niños, estar atentos a sus reacciones y enseñarles a
protegerse, de acuerdo a su edad.
A comienzos de la década
pasada, cuando surgió el tema de los abusos sobre todo en los EUA, era común
traer a colación el celibato de los sacerdotes. Este “dogma”
y una actitud negativa hacia el sexo, se solía decir, sería la causa de
que los sacerdotes terminen por caer en conductas desviadas. No he visto este
argumento usado recientemente en los reportajes, probablemente debido a que, en
años reciente, los se han develado escándalos sexuales en todas partes. Hoy es
más evidente que la dinámica del abuso tiene más que ver con una sexualidad
desbocada, y no reprimida.
Ahora bien ¿Qué pasa con los encubrimientos? Una cosa es que
exista un abusos sexuales, y otra muy diferente que, conocido el hecho nadie
haga nada. Muchos piensan que la rígida
jerarquía y mentalidad dogmática impidió tomar medidas para poner término al
abuso y proteger a las víctimas. Incluso cierta clase de buitre
eclesiástico aprovecha la oportunidad para gritar que “otra
Iglesia es posible” y que deberíamos tener una Iglesia más democrática y
menos dogmática.
Se equivocan profundamente, y
déjenme apelar a mi experiencia para explicar por qué. Lo he visto muchas
veces. Un niño que le dice a su madre que ha sufrido abuso por parte de su
conviviente, y ella no lo puede creer. Él es un buen hombre, buen proveedor,
tal vez un poco tosco pero cariñoso, no es violento ni nada por el estilo.
Seguramente el niño interpretó mal, alguien le metió ideas en la cabeza,
todavía extraña a su padre. Y tanto no
puede creer esa pobre mujer lo que está ante sus ojos, que no lo cree, lo
omite, espera a que se resuelva solo.
En las instituciones ocurre
algo parecido. En un colegio, una sala cuna, una congregación religiosa, un
club deportivo o una empresa, la primera reacción es de incredulidad. Luego se
instala una dinámica de protección a la institución y a sus miembros, que
intenta resolver internamente el problema, y sirve como excusa para mantener el
statu quo.
Esto nada tiene que ver con ser
más o menos jerárquico, simplemente no se puede creer y se intenta minimizar el
problema. Se diría que, con tantas noticias sobre abusos, ya nadie
podría excusarse pensando que es algo raro o poco habitual. Sin embargo, muchos
ven el abuso como algo que ocurre en otros lugares, no aquí, porque las notas
de prensa se enfocan en ciertos casos. Los psicólogos y sociólogos tienen un
amplio campo de investigación acerca de esas dinámicas en todos los grupos
humanos.
Respecto al rol de los dogmas
en esta crisis, es cierto que influyen, pero no de la forma que suponen los
periodistas o la opinión popular.
Mis lectores saben que la
Iglesia tiene una visión extremadamente positiva del sexo, como algo sagrado y
fecundo, pero digamos, para efectos del análisis, que la doctrina católica en
este sentido fuera represiva o autoritaria. En ese caso, uno esperaría que un abuso generara una respuesta inmediata
de rechazo y condena, y estaríamos más protegidos frente a una crisis de abuso.
No ha sido así. La Iglesia rechaza cualquier ejercicio de la sexualidad fuera
del matrimonio, y un abuso sexual se aleja tanto de esa exigencia que ni
siquiera es tema. Al contrario, la reacción ha sido la opuesta, de tolerancia
ante conductas claramente opuestas a la moral católica. Si ese fuera el dogma
que funciona aquí, la situación actual sería muy diferente.
Hay un dogma en juego aquí,
pero es el de la misericordia con el pecador. Se nos ha insistido tanto en la
misericordia cristiana, que ésta parece no tener límites. Hasta la justicia,
uno de los atributos divinos, corre riesgo de desaparecer. Quien habla hoy de justicia no intenta
conjugarla con la misericordia (uno de los grandes desafíos del cristianismo),
sino que la presenta como una expresión de misericordia. De otro modo
será condenado como “poco misericordioso”. Parece
que ya no se castiga al delincuente porque sea lo justo ante el delito
cometido, solo se le puede sancionar para hacerle salir de su error.
En ese contexto, quien se
entera de un abuso sexual en una parroquia o congregación está muy presionado para no hacer nada que
pudiera parecer incompatible con la misericordia hacia el pecador, o con
un juicio apresurado en su contra. Se le notificará antes que a nadie de los
hechos de los que se le acusa y si los confiesa se le alabará por su
arrepentimiento. Desde luego, bastará con que se comprometa a no hacerlo más
para que se le crea del todo, y se le trasladará a otras funciones, no como
castigo (faltaba más), sino para ayudarle a evitar la tentación.
Y aquí estamos, protegiendo a
la institución y mostrando misericordia al pecador, y con la mierda hasta el
cuello. No soy teólogo, pero creo que el amor de Dios comprende la misericordia
y la justicia, y que ninguno de esos dos aspectos se confunde ni pierde en el
otro. La indignación de nuestros antepasados con pecados como el adulterio o la
herejía nos puede parecer poco moderna, pero ¡cómo me gustaría ver un tercio de esa reacción con
pecados como la pedofilia! Y no me
refiero a declaraciones públicas 20 años después de los hechos, sino
inmediatamente. Jesús mismo que dijo a la mujer adúltera “vete y no peques más”, también dijo que a quien
dañara a un niño más le valdría que le ataran una piedra al cuello y lo
arrojaran al mar. “Más le valdría” porque
peor es el castigo que se merece. Dios es misericordioso.
El énfasis en la misericordia
con el pecado nos ha puesto en una situación más vulnerable incluso que otras
instituciones y lugares.
No sé cuándo o cómo vaya a
acabar todo esto, y sobre todo en qué condición estará la Iglesia cuando
termine. Confío en que hay varios obispos capaces de dar una respuesta
verdaderamente católica a la crisis, y no solo ceder a las presiones sociales. Eso sí, debemos darnos cuenta que la Iglesia
no está preparada para dar una respuesta interna a los abusos. No tiene
fiscales, jueces, ni cárceles para los condenados. Cualquier denuncia o incluso
un rumor debe ser canalizada a los tribunales civiles, evitando dar la imagen
de una investigación paralela. Si hay una queja de un sacerdote, que el obispo
ni siquiera se las dé de buzón, dígale al denunciante que vaya él mismo a tribunales.
Es indispensable además
revisar el régimen de selección de los seminarios. El celibato no es para
todos, y no por anotarse más vocaciones se deben pasar por alto las señales de
que una persona no puede vivir las exigencias de la vida sacerdotal.
Esto ya se alarga demasiado.
Para terminar, solo digamos que no podemos aspirar a que la Iglesia vuelva
a ser popular e influyente como en el pasado. El mundo no está preparado para
el evangelio y Chile es parte del mundo. Solo espero que sea una minoría
profundamente comprometida con el mensaje cristiano, partiendo por cosas tan
simples como indignarse con el pecado.
Pato Acevedo
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