Don Jean-Michel Gleize ha escrito un hermoso libro titulado El verdadero rostro de Lutero[i].
El Autor expone la doctrina y narra la vida del heresiarca alemán de manera muy
exacta, aguda, teológicamente correcta e históricamente fiel.
I PARTE – LA VIDA DE LUTERO
INFANCIA Y JUVENTUD
En la primera parte del libro (pp. 21-82), el Autor trata de la vida de
Martín Lutero, nacido el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben, en Sajonia, y
muerto en 1546. Martín se inscribió en la Universidad de Erfurt, en la que
estudió la filosofía nominalista fuertemente influenciada por Guillermo de
Occam. En 1505, Lutero logró el grado académico de “Maestro
en filosofía” (cfr. L. Cristiani, Du Luthéranisme au
Protestantisme, Paris, Bloud, 1911).
SU “VOCACIÓN”
Según el padre Gleize, el año 1505 es fundamental en la vida del monje
alemán, ya que hizo un voto imprudente, a continuación de un temporal – durante
el cual (2 de julio de 1505) un rayo había matado a un amigo suyo, que caminaba
junto a él y él se había salvado por los pelos – y entró, así, apenas 15 días
después (17 de julio de 1505), en el convento de los monjes agustinos de Erfurt
y fue ordenado sacerdote el 3 de abril de 1507 (ni siquiera 2 años después del
accidente del rayo) a sus 24 años. Lutero estudió teología solamente después de
la ordenación sacerdotal y sólo durante 18 meses, después de lo cual fue
nombrado profesor en la Universidad de Wittemberg, en el otoño de 1508.
AGUSTINOS OBSERVANTES Y RELAJADOS
En 1510, Lutero fue a Roma para intentar solucionar un litigio acaecido
en su Orden, que había partido en dos a los Agustinianos, divididos entre “observantes” y “conventuales”
(reacios a la observancia de la Regla). Inicialmente, Lutero estuvo de
la parte de los “observantes”, pero no
consiguió alcanzar la victoria y de ese modo se alineó con los “conventuales”, o sea, los relajados, que se
convirtieron pronto en la mayoría, la cual arrastró tras de sí a toda la Orden
(cfr. H. S. Denifle, Luther et le Luthéranisme,
tr. fr., Paris, 1905, 4 vol.; J. Paquier, Luther, en Dictionnaire de Théologie Catholique, Paris, 1903-1972,
vol. IX, 1ª parte, col. 1146-1335[ii]).
SU MUERTE
A sus 63
años, Lutero llegó a Eisleben, hacia la tarde advirtió una cierta opresión en
el pecho, subió a su alcoba y murió durante la noche.
Alguien ha dicho que Lutero se habría ahorcado en una columna del dosel
de su cama, pero la versión es dudosa (cfr. A. Fliche – V. Martin, Storia della Chiesa, Torino, Saie, 1960, tomo XVI, pp.
102 ss.).
Lutero
tenía una personalidad dotada de naturaleza fogosa y melancólica, sujeta a
notables cambios de humor. Ciertamente, Lutero tenía un alma angustiada, “fruto de su temperamento desequilibrado y exasperado por
sus obsesiones. […]. Lutero vivía en una tristeza crónica” (J.-M.
Gleize, op. Cit., p. 27).
LUTERO “PROFETA DEL SIGLO XVI”
Según el padre Gleize, “Lutero se considera
encargado de una misión” (cit., p. 28) y esta misión es la de ser el “Profeta” de la nueva Iglesia espiritual, no
fundada ya en la Jerarquía y el Papado sino en la santidad. Se puede, por
tanto, definir a Lutero como “El Profeta del siglo
XVI”. En efecto, él cambió (a peor) el mundo moderno, que, desde el
punto de vista filosófico con Descartes (†1650) puso el pensamiento humano en
el lugar de Dios Creador: “Cogito ergo sum”. El fraile alemán, en el campo religioso,
introdujo la misma revolución subjetivista e individualista, por la cual puso
el “Libre examen” de cada individuo en el
lugar de la Tradición apostólica y del Magisterio eclesiástico en la
interpretación de la Sagrada Escritura: “Sola
Scriptura”.
COMENTARIO LUTERANO A LA EPÍSTOLA A LOS
ROMANOS DE SAN PABLO
La doctrina herética luterana sobre la justificación por la Sola Fides y sobre el pecado original fue
compuesta por Lutero entre 1515 y 1516, cuando dio un curso sobre la Epístola a los Romanos de
San Pablo.
LAS 95 TESIS LUTERANAS
El 31 de
octubre de 1517, Lutero colocó en la puerta principal de la capilla del
castillo de Wittemberg un opúsculo que contenía 95 Tesis sobre las
indulgencias. A partir de aquel día, Lutero se convirtió de improviso en un
héroe nacional. Un desarrollo tan rápido y repentino es paragonable sólo al del
islam solamente 10 años después de la muerte de Mahoma (cfr. J. Paquier, cit.,
col. 1152).
LOS PAPAS DEL RENACIMIENTO
Ciertamente, en la revuelta luterana tuvo un cierto peso también la
responsabilidad de muchos hombres de Iglesia, que en la época del Renacimiento
habían absorbido el veneno del Humanismo, de la inmoralidad del naturalismo
neopagano y sobre todo del cabalismo judaizante. Es necesario siempre
distinguir entre los hombres de Iglesia y la función jurídica que ejercen;
siguen siendo hombres aunque sean llamados a ejercer la más alta autoridad en
la Iglesia (cfr. León XIII, Carta Depuis
le jour, 8 de septiembre de 1899;
Pío X, Encíclica Edita saepe,
26 de mayo de 1910; Pío XI, Encíclica Ecclesiam
Dei, 12 de noviembre de 1923; Pío
XII, Encíclica Myistici Corporis,
20 de julio de 1943), como Judas, que en cuanto al ser era “Apóstol de Cristo”, pero en cuanto al actuar era “un diablo” (Jn VI, 71-72)
en cuanto traidor de Jesús.
Se puede considerar que el protestantismo fue el castigo de la conducta
relajada y naturalista de esta época, que había infectado a no pocos
sacerdotes, religiosos e incluso a altos prelados y Papas (cfr. L. von
Pastor, Storia dei Papi dalla fine del
Medioevo, vol. IV; Storia dei Papi nel periodo del
Rinascimento, t. II, Roma, Desclée, 1912). Dios sabe sacar de todo
mal un bien mayor y, así, del flagelo luterano hizo surgir la sana
Contrarreforma tridentina (Concilio de Trento, 1545-1563), rica de teología, de
santidad, de arte y de cultura íntegramente católico-romana.
LAS ETAPAS DE LA REVOLUCIÓN LUTERANAS
Ahora ya,
Lutero se había echado al ruedo y se había rebelado abierta y totalmente contra
la Iglesia en sí y no contra las desviaciones de los hombres de Iglesia. La
revuelta luterana se fundaba en 4 motores: odio contra la Misa; odio contra el
Papa; odio contra las Órdenes religiosas y el Sacerdocio sacramental;
finalmente, odio contra la filosofía y la teología escolástica.
EL Papado es el Anticristo; el pecado original – según el fraile alemán
– destruyó totalmente las capacidades de la razón y de la libre voluntad
humanas, contrariamente a cuanto Dios ha revelado en la Tradición y en la
Escritura, el Magisterio ha enseñado y la Escolástica (especialmente tomista)
ha expuesto admirablemente. El “complejo anti romano”
de Lutero se acompañó de un pangermanismo precursor del Idealismo alemán
y del neopaganismo teutónico. Desgraciadamente, Alemania se puso en gran parte
del lado de Lutero. El Nuncio apostólico en Alemania reveló que los 9/10 de
Alemania gritaban “¡Viva Lutero!”. Para
ellos, Italia y Roma simbolizaban la decadencia, Alemania la fuerza y el
futuro. En resumen, Los von Rom! (¡Lejos de Roma!). El
espíritu de los antiguos bárbaros convertidos a la cultura latina y al
Cristianismo por los monjes benedictinos, renació en el siglo XVI y borró
cuanto de bueno en el orden natural y sobrenatural Roma les había dado en
alrededor de 1000 años. “Lutero fue el hombre de Alemania,
es decir, catalizador de las tendencias profundas del espíritu germánico, que
está sustancialmente en las antípodas del latino y mediterráneo” (Gleize,
cit., p. 74).
LAS “OBSESIONES” DE LUTERO
Fray
Martín tenía un carácter muy escrupuloso, pesimista, angustiado y obsesionado,
quizá existía también un elemento patológico en su personalidad. Monseñor Leone
Cristiani advierte de que, si bien todo esto es cierto, no es necesario, sin
embargo, exagerar la entidad de estos fenómenos.
“Martín Lutero tiene el temperamento robusto y sanguíneo de un campesino
sajón. Es un hombre de acción, un impulsivo, que sigue adelante sin mirar ni a
izquierda ni a derecha, avanza derecho hacia delante, no sabe ya lo que ha
dicho ayer y no intenta recordarlo. De aquí sus contradicciones. […]. Su
sobrecansancio le provoca un agotamiento, agravado por su falta de cuidado de
su salud; su nerviosismo y su ansia no ayudan. Le ocurre que siente mareos y
vértigos. Añadamos también el beber: Lutero se convierte aprisa en un alcohólico
[…] el exceso de ácido úrico aumenta su impulsividad. […]. Lutero es un
borracho. A la intemperancia en el beber añade la del comer. Esta intemperancia
en el beber es el principal remedio al cual recurre para sofocar su
desesperación” (Gleize, cit., p. 65 y 73).
En Lutero se nota también un cierto influjo del mundo preternatural. Por
ejemplo, él mismo “dirá que durante este periodo
[en el cual compuso el De abroganda Missa privata,
1521-1522, ndr], el diablo se había convertido en su profesor de teología,
inspirándole el tratado sobre la abrogación de la Misa. […]. Lutero desespera
de sus esfuerzos. Esta desesperación ciega y absoluta encontrará compensación
en una confianza igualmente ciega y absoluta. La doctrina de Lutero es una
amalgama de dos extremos: es profundamente desequilibrada (Gleize, cit., pp.
57-58).
Lutero es
conocido también por la “violencia que usa al
hablar en público. Por arengar a las masas es fascinante. […]. Se percibe en él
un insólito impulso. […]. No se siente ya dueño de sí mismo. […]. Ejerce un
magnetismo potentísimo que subyuga a las masas, las cuales se inclinan ante
Lutero como ante un Profeta inspirado. […]. Lutero tiene la palabra fácil. […].
Lutero no es un especulativo, ni un pensador, ni un lógico” (Gleize,
cit., p. 66-68).
A LA “IZQUIERDA” DE LUTERO
Algunos
discípulos sobrepasaron a Lutero en su fuerza revolucionaria y estaban a punto
de ocupar su lugar (como sucede a casi todos los revolucionarios, que, como el “brujo”, son fagocitados por el “aprendiz de brujo”).
En 1522, Andreas Bodenstein[iii] (1480-1541),
conocido bajo el nombre de Carlostadio; nacido
en Karlstadt, una ciudad de Franconia, Carlostadio se acercó a las tendencias
preiluministas y quietistas del Luteranismo, las cuales querrían haber abolido
los Sacramentos, toda forma de culto litúrgico y de sociedad cristiana.
Carlostadio, más tarde, se convirtió en enemigo declarado de Lutero y se
refugió en Basilea, en Suiza, donde enseñó teología durante muchos años y donde
murió en 1541.
El otro contestador más luterano que Lutero fue Thomas Münzer (1493-1525).
Realizó sus estudios en Leipzig para terminarlos más tarde en Brunswick. En
1521 se refugió en Bohemia, expulsado de la cual se puso a recorrer Baviera,
para volver – en 1523 – a Sajonia, donde desarrolló su apostolado más intenso y
violento, hecho de predicaciones violentas y triviales. Abandonó a Lutero y se
acercó a la corriente preiluminista del protestantismo, abrogando no sólo la
Misa, sino también el Bautismo, y dando nacimiento al movimiento anabaptista
(cfr. P. Parente – A. Piolanti – S. Garofalo, Dizionario
di Teologia dommatica, Proceno di Viterbo, Effedieffe, V edizione,
2018, voz Anabattisti). En
1525 provocó la guerra de los “campesinos” y,
tras la derrota, fue ejecutado el 27 de mayo de 1525.
Entre
tanto, Lutero, el 8 de marzo de 1522, en Wittemberg, subió al púlpito y predicó
“su propia infalibilidad, presentándose como un
Profeta” (Gleize, cit., p. 60). Después, tres años más tarde, tras ser
expulsados Münzer y Carlostadio de Sajonia, Lutero retomó el control del
movimiento protestante, que estaba a punto de escapársele de las manos.
II PARTE – LA DOCTRINA LUTERANA
LA PROPAGANDA LUTERANA CONTRA EL PAPA
Lutero atacó violenta y vulgarmente al Papado en varias obras suyas,
hábilmente acompañadas de xilografías, que aseguraron su amplia recepción
también por parte de las masas incultas e iletradas (A la nobleza cristiana de la nación alemana de
1520; Anticristo de 1520; Antítesis ilustrada de la vida de Cristo y del Anticristo de
1521; Significado de las dos horribles figuras, del Papa-asno y del
moje-buey de 1523; El Papado con los suyos puesto
en figura y en escritura de 1526; Catecismo menor y Catecismo mayorde 1529; Retrato
del Papado de 1545; Discursos en la mesa de
1546; Contra el Papado de Roma fundado por el diablo de
1546). Lutero, como hábil propagandista, comprendió la importancia de
las imágenes caricaturísticas, que visualizaban al Papa y a la Iglesia de Roma,
cada una de las cuales, para las masas incultas, vale como un libro entero. Su
método propagandístico fue retomado por el Iluminismo, por el Liberalismo, por
la Masonería, por el Bolchevismo, por el Modernismo y por la Revolución
cultural del Sesenta y ocho.
EL NOMINALISMO FILOSÓFICO/TEOLÓGICO DE
LUTERO
Desde el punto de vista filosófico, Occam, con su Nominalismo, influyó
en la génesis del pensamiento de Lutero. El odio por la metafísica de Platón,
de Aristóteles y de Santo Tomás llevó al franciscano inglés, ya en los primeros
años del siglo XIV, a negar que se pueda conocer la realidad y la verdad, a
negar que existan, no sólo conceptos universales capaces de expresar la
realidad, sino incluso las esencias o las naturalezas universales en aras del
solo individuo, lo que dio lugar al Individualismo religioso
(Luteranismo: “Sola Scriptura”),
filosófico (Cartesianismo: “Cogito ergo sum”),
político (Maquiavelismo/Liberalismo: “la
Razón de Estado sin la moral”) y económico (Liberalismo: “Laissez faire”), que abren la puerta al subjetivismo
relativista, escéptico y agnóstico: nada es cierto, como mucho cada uno tiene
su opinión personal e interpreta la Sagrada Escritura como quiere. La
Modernidad idealista está contenida en germen en el Ocamismo y en el
Luteranismo. Ella señala la ruptura con la clasicidad greco/romana, con la
Patrística y con la Escolástica, en resumen, con la Res Publica Christiana, o sea, con la Cristiandad
medieval regida y dirigida por el Papa como Vicario de Cristo junto al Imperio
como muro de contención de la Iglesia, o sea, brazo armado de la Iglesia
desarmada.
LA MODERNIDAD NACE TAMBIÉN CON LUTERO
Ya con
Occam, más tarde con el Humanismo y el Renacimiento y, después, con Lutero
termina una era tradicional y clásica y comienza formal y explícitamente, de
manera irreversible, otra era progresista y moderna, precursora del Idealismo,
del Modernismo, el “Colector de todas las herejías”
(San Pío X) y del Nihilismo post-moderno (Nietzsche, Marx, Freud, Jung,
Escuela de Frankfurt y Estructuralismo francés).
El
nacimiento de las religiones nacionales y de los Estados nacionales abre el
camino al nacimiento del Absolutismo y a la muerte del Sacro Imperio Romano,
que sucederá formalmente con el fin de la Primera Guerra Mundial (1918). Hoy
las Naciones han sido remplazadas por el Mundialismo, por el Templo Universal y
por la República Universal – proyectados por el Cabalismo italiano de los
siglos XV/XVI, por la Masonería, por la Alianza Israelita Universal – como
autopista para el Reino del Anticristo.
Desgraciadamente, el espíritu paganizante, pero todavía más el
judaizante, talmúdico, cabalístico del Humanismo penetró en las mentes de los
hombres de Iglesia e incluso de algunos Papas del Renacimiento, “grandes señores, […] doctos mecenados, que viven en el
lujo y aprovechan toda posible ocasión para celebrar fiestas. Los carnavales
romanos son famosos en todo el mundo así como las fiestas mitológicas para la
glorificación de los Papas. […]. Nepotismo, mundanidad, sed de poder, vida a menudo
disipada: estas son las características no precisamente ejemplares del Papado.
[…]. Es un verdadero milagro que la Iglesia haya podido sobrevivir a las
persecuciones y a la vida escandalosa de numerosos prelados suyos” (A.
Pellicciari, Martin Lutero, Siena,
Cantagalli, 2012, pp. 27-28). Por ello no debemos desesperar hoy de que Ella
sobrevivirá también a la crisis neo-modernista que la envuelve desde hace más
de medio siglo.
RESUMEN DE LA DOCTRINA LUTERANAS
Lutero creyó haber encontrado en San Pablo (Comentario
a la Carta a los Romanos, 1515-1516) el principio y el fundamento de
su sistema teológico, que puede ser sintetizado así: 1º)
la sola fe sin las buenas obras basta para santificar o justificar al hombre;
2º) la justicia original es connatural al hombre, es debida a la naturaleza y
no es un don gratuito de Dios; 3º) el pecado original ha destruido la razón
haciéndola incapaz de conocer la verdad y ha destruido también el libre
albedrío, que está totalmente ausente; 4º) por ello el hombre no es responsable
de sus actos y no puede ser sanado ni siquiera por Dios; 5º) la Redención y la
santificación de la naturaleza humana son puramente extrínsecas al hombre: son
como un manto que cubre el pecado, pero no lo borra; 6º) la santificación es
sólo obra de Cristo, que sustituye al hombre, el cual no debe cooperar a la
obra de la Redención; 7º) la gracia santificante no está presente en el alma
del hombre justificado; 8º) el único acto bueno que puede realizar el hombre es
la fe fiducial, o sea, abandonarse a Dios confiando en Su misericordia y en el
perdón de sus propios pecados, sin luchar contra ellos, arrepintiéndose de
ellos y reparándolos, 9º) los Sacramentos son inútiles y no confieren la
gracia; 10º) la Iglesia jerárquica es una
invención humana y no una Institución divina, entre el individuo y Dios no hay
ningún intermediario; 11º) la verdadera Iglesia de Cristo es invisible y es la
comunidad de los predestinados (cfr. P. Parente – A. Piolanti – S.
Garofalo, Dizionario di Teologia dommatica,
Proceno di Viterbo, Effedieffe, V edizione, 2018, voces Luteranesimo y Protestantesimo).
ODIO CONTRA DIOS
Todo ello llevó a Lutero casi al odio
hacia la justicia de Dios, al no haber formado bien en sí mismo el
concepto de Su misericordia. Un año antes de morir, en 1545, escribió en el
Prólogo a su Opera omnia: “a pesar de la irreprensibilidad de mi vida monástica,
me sentía pecador ante Dios; mi conciencia estaba muy inquieta. Por ello no amaba al Dios vengador, más aún, lo odiaba y murmuraba en
secreto contra él”.
De aquí nació su herejía de la justificación sólo mediante la fe
fiducial en Dios, sin las buenas obras, por lo que basta tener confianza de
salvarse y se nos salvará aunque no se observen los 10 Mandamientos de Dios: “pecca fortiter, sed fortius crede /
peca fuerte, pero espera de manera más fuerte salvarte” (Martín
Lutero, Carta a Melanchthon,
1 de agosto de 1521). Como se ve, la doctrina luterana es la destrucción de la
vida moral y de la religión, ya que empuja al pecado contra el Espíritu Santo,
o sea, a la presunción de salvarse sin mérito y a la impenitencia final.
El odio contra Dios es connatural al
Protestantismo y lleva consigo la rebelión contra la Iglesia romana fundada por
Jesús sobre Pedro. No se puede entender el cisma luterano de Roma si no se tiene presente
la rebelión de Lutero contra la justicia divina a causa de la herejía sobre la
corrupción sustancial de la libre voluntad humana. Por ejemplo, en la tercera
Tesis de Wittemberg se lee: “El hombre se convierte
semejante a un árbol marchito y puede querer o hacer sólo el mal”; y en
la quinta Tesis: “La voluntad humana no es libre de
elegir el bien o el mal, sino que es esclava [del mal]”.
EL DESENCADENAMIENTO DE LOS
SENTIMIENTOS Y DE LAS PASIONES
Lutero supo esparcir el veneno de su doctrina herética con mucha
sagacidad, utilizando un lenguaje simple, claro, caricaturístico, irónicamente
volteriano y accesible a todos. Fue un verdadero maestro de la “propaganda popular”, ayudada por la reciente invención
de la imprenta, habilísimamente utilizada por él por medio de mensajes breves,
lapidarios, eslóganes, fáciles de comprender, aprender de memoria y repetir
después. El odio contra el orden divino es desencadenado por Lutero por medio
de esta hábil propaganda, la cual intenta hablar al corazón y al sentimiento
más que a la razón, odiada por Lutero del mismo modo que a Dios y a la Iglesia,
y definida por él como “la Prostituta del diablo”. Como
se ve, en Lutero se encuentran en potencia los elementos basilares de Nihilismo
filosófico del siglo XXI, que odia y quiere destruir la lógica, la moral y el
ser creado e Increado. Nietzsche, Marx, Freud, Jung, el Sesenta y ocho (con la
Escuela de Frankfurt y el Estructuralismo francés) no han inventado nada nuevo,
lo han vuelto a pescar y a proponer con toda la fuerza de las pasiones
desencadenadas de la música pop, del alcohol y de las drogas, y han derribado
las últimas barreras que todavía defendían al Estado, a la familia e incluso al
individuo en la interioridad de su alma, la cual ha sido violada a través del
influjo nefasto ejercitado por el desencadenamiento de las pasiones sobre la
sensibilidad (“nihil in intellectu quod prius
non fuerit in sensu / nada entra en el intelecto si antes no ha
pasado a través de los sentidos”). Sólo Dios, en efecto, puede actuar
directamente sobre la esencia del alma, pero el diablo y los suyos (entre los
que sobresale Lutero) pueden, mediante los sentidos externos e internos del
hombre, intentar influir en su inteligencia y en su voluntad. El subconsciente,
el sentimentalismo, la experiencia religiosa del sistema modernista hunden sus
raíces en el Luteranismo, que ha alcanzado su cénit con el Modernismo y el
Sesenta y ocho.
EL HOMBRE NO ES LIBRE
Después de haber desnaturalizado a Dos, también el hombre es
distorsionado y casi destruido por Lutero, según el cual la voluntad humana es “esclava”, no es para nada libre y no es, por
tanto, responsable de sus actos. En su obra De
servo arbitrio de 1525,
Lutero escribe que el hombre es como un caballo sobre el cual pueden subir dos
caballeros sin que él pueda hacer nada para quererlo o impedirlo: “si sube Dios, el hombre va y quiere donde va y quiere
Dios. Si sube el diablo, el hombre va donde el diablo lo conduce. No depende de
él dónde ir, son los caballeros los que deciden”.
Además, Dios no quiere que todos se
salven, sino que a algunos los predestina a la condenación sin ninguna culpa
suya. Se comprende cómo semejante “Dios”, si existiese por absurdo, sería
malvado y digno de odio. Lutero
destruyó la naturaleza misma de Dios, que no es el Dios Padre, Omnipotente,
Próvido y Misericordioso del Antiguo y del Nuevo Testamentos, y no tiene nada
que ver con Jesucristo; parece más bien el “Dios
malvado”, que pertenece a la visión dualista del Gnosticismo maniqueo y
se contrapone a la del Cristianismo. Un
“Dios” que crea hombres para mandarlos eternamente al infierno sería un
monstruo, más aún, un diablo.
El odio de Lutero contra Dios y la Iglesia romana se transparenta del
lenguaje del ex-fraile alemán, que es violento, pasional, vulgar, retórico,
demagógico, casi “sindicalista”. El lenguaje
típico del revolucionario está impregnado de odio y de violencia y encuentra
fácil acogida en el ánimo humano herido por el pecado original, el cual lo
inclina más fácilmente al mal que al bien, al odio que al amor, a la violencia
que al equilibrio. Se encuentra aquí nítidamente trazado el cuadro de las “Dos
Ciudades”, pintado por San Agustín en La
Ciudad de Dios: por un lado el amor de
Dios, que lleva al hombre a pensar humildemente de sí mismo (Ciudad de Dios) y
por el otro el amor de sí mismo, que le empuja al odio de Dios (Ciudad de
Satanás). La historia humana es el enfrentamiento continuo de estas dos
Ciudades y de estas dos filosofías, que se atacarán todos los días hasta el fin
del mundo, con victorias alternas, pero con el triunfo final de la Ciudad de
Dios.
Lutero no quería buscar la verdad y debatir, sino que quería sólo
insultar, ridiculizar, provocar odios y rencores, al estar lleno de odio contra
Dios y, por tanto, contra sus creaturas. El
“principio y fundamento” del Luteranismo es el odio metafísico y demoníaco
contra Dios, su Iglesia y sus creaturas humanas. Desencadenó
primero a media Alemania contra Roma y después a los Príncipes alemanes contra
los campesinos.
LA GUERRA CONTRA LOS “CAMPESINOS”
Por “campesinos” se entiende aquí no
sólo aquellos que trabajaban la tierra, sino el pueblo en general que vivía en
la pobreza. Este pueblo fue en primer lugar acariciado y adulado por Lutero, pero
después se le volvió en contra como él se había vuelto en contra del Papa.
Cuando el pueblo comenzó a no obedecerle más, Lutero se puso del lado de los
Príncipes y los enfrentó contra el pueblo que debería haber obedecido a su
autoridad y a la de los Príncipes y no contestarla. Lutero incitó violentamente
a los Príncipes a combatir a los campesinos, a “estrangularlos,
ahorcarlos, quemarlos, decapitarlos” (Contra
las bandas asaltantes y asesinas de los campesinos, 1525). En una
predicación de 1526, Lutero sostuvo que “el pueblo
y la masa son y siguen siendo no-cristianos” porque se han equivocado al
no seguirle. Todo esto Lutero lo afirmó cuando ya se había rebelado contra el
Papa y el Emperador, apoyándose en los Príncipes alemanes, sin los cuales el
Luteranismo no habría echado raíces. Alrededor de 100.000 campesinos fueron
matados en la sangrienta guerra hecha contra ellos por los Príncipes alemanes,
que duró alrededor de 8 años. Lutero, en su obra Si la soldadesca puede ir al Paraíso, conforme con su ideología,
sostuvo que el autor de semejantes masacres
era Dios.
La unidad religiosa de Europa comenzó a morir con la Paz de Augsburgo
(1555), la cual reconoció a los Príncipes protestantes el derecho de imponer a
sus propios súbditos el culto reformado en sus territorios [“cujus regio ejus et religio”,
esto es, cual es su País (tal debe ser) su religión]; los últimos
vestigios del Sacro Imperio Romano fueron abatidos por la Primera Guerra
Mundial, que remplazó el Imperio o el Reinado social de Cristo con el Nuevo
Orden Mundial o el Reinado social de Satanás. Ciertamente, el Luteranismo es
una piedra angular de este Nuevo Orden Mundial, que es la antecámara del Reino
del Anticristo.
Lutero, más que una innovación en la historia de la Iglesia y de la
humanidad, señaló una involución. En efecto, su nacionalismo exasperado le hizo
fundar una “iglesia” nacional, le hizo
dirigirse a un solo pueblo, como
en el Antiguo Testamento, que fue remplazado por el Nuevo y Eterno Testamento,
en el cual Jesús llama a los hombres de todas las Naciones a entrar en su
Iglesia, fundada sobre Pedro. Lutero llamó al hombre germánico a rebelarse
contra el universalismo o catolicismo romano. Rompió radicalmente con 1500 años
de Cristianismo para volver al particularismo rabínico y judío que sustituyó
con un fuerte sentido pan-germánico, que reservaba la salvación sólo a
Israel/Alemania.
ODIO CONTRA LA IGLESIA DE CRISTO
Lutero
destruyó también la estructura de la Iglesia como Cristo la quiso. En efecto,
remplazó el Sacerdocio con el laicado, abolió el Sacramento del Orden sagrado y
los demás Sacramentos, excepto el Bautismo, que, sin embargo – según él –, no
borra el pecado original, sino que atribuye una santidad exterior al alma del
bautizado, o sea, cubre el pecado original como una alfombra cubre la suciedad
que hay debajo de ella. Ciertamente, muchos eclesiásticos del Renacimiento eran
poco edificantes, pero Lutero absolutizó y extremó este triste estado de cosas
y vio en ello la ocasión para sentenciar que Dios habría salvado a su Iglesia
por medio de los laicos, porque los eclesiásticos se habían vuelto totalmente
indignos. Se puso en el lugar de Cristo y fundó otra “iglesia”
esencialmente distinta de la del Verbo Encarnado, en la cual él y los
Príncipes alemanes tomaron el puesto de Pedro, de los Apóstoles, de los
Sacerdotes y del Imperio.
Por voluntad de Cristo los fieles laicos pueden estar unidos a Dios,
ofrecerle sus dones y recibir de Él Sus gracias a través de la mediación
ascendente y descendente del Sacerdocio ejercido sólo por quien ha recibido el
Sacramento del Orden sagrado. Lutero, en cambio, habló, en sentido estricto, de
Sacerdocio universal de todos los fieles, que pueden confeccionar y administrar
los Sacramentos sin la mediación del Ministro que ha recibido la Orden sagrada.
En efecto, se lee en el Evangelio que Jesús eligió a sus Apóstoles y dijo: “No sois vosotros los que me habéis elegido a Mí, soy Yo
el que os he elegido a vosotros” (Jn XV, 16).
El heresiarca alemán contradijo a Jesucristo porque mientras que Jesús
dijo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi
Iglesia. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos.
Todo lo que tú desates en la tierra será
desatado en el Cielo…” (Mt XVI, 18-19),
Lutero dijo que las Llaves del Reino fueron entregadas no sólo a Pedro, sino a
toda la comunidad de los fieles. A partir de esta democracia religiosa, que
intentó remplazar la institución del Primado monárquico del Papa, Lutero llegó
a hacer despótico el poder del Príncipe. Al exigir toda Sociedad necesariamente
una Autoridad, para no hacer caer a Alemania en la anarquía, Lutero llamó a los
Príncipes a acabar con los campesinos que comenzaban a rebelarse y a protestar
contra él, precisamente como él había protestado contra el Papa. El poder de
los Príncipes alemanes se hizo despótico y tiránico, como todo falso poder, el
cual, para hacerse obedecer, debe recurrir al uso desmesurado de la fuerza.
EL PAPADO ES EL ANTICRISTO
Si para Lutero Dios es tan malvado que
predestina a algunos hombres al infierno sin culpa alguna suya, es natural que
el Vicario de Dios en la tierra, el Papa, sea el Anticristo y con él
los “romanos”, o sea, los católicos, como
los llamaba con desprecio. Lutero negó que el Papa y la Iglesia son superiores
al Rey y al Estado como el espíritu es superior a la materia; negó que el Papa
tiene el poder del sumo Magisterio al interpretar la Revelación divina, y
finalmente negó que el Papa es superior al Concilio ecuménico (y aquí se ve
claramente la filiación luterana del Conciliarismo galicano, que se prolongó a
lo largo del Gran Cisma de Occidente y dio nacimiento al fenómeno de las “iglesias nacionales” contra la Iglesia universal
o católica).
LA SOLA ESCRITURA, LA SOLA FE Y LA
JUSTIFICACIÓN
El cardenal Louis Billot, en su tratado De
Ecclesia Christi (Prato,
Giachetti, 1909, pp. 62-67), resume los principios de la teología luterana, que
reposa sobre el principio de la justificación por la sola Fe. O sea, Dios nos
atribuye o imputa la justicia o santidad de Cristo, que es recibida por el
hombre a través de la sola Fe, sin las buenas obras o la observancia de los 10
Mandamientos. Además, la Fe para Lutero es una especie de confianza ciega, que
lleva al hombre a creer y después a hacer lo que da la gana con la confiada
esperanza de salvarse. “Peca fuerte y espera
salvarte de manera más fuerte todavía / Esto peccator et pecca
fortiter, sed crede fortius et gaude in Christo, qui victor est peccati, mortis
et mundi” (Carta de Lutero a Melanchthon, 1 de agosto de
1521).
Alguien ha intentado salvar a Lutero interpretando la frase en el
sentido de que los pecados, si seguidos de dolor y arrepentimiento, son
perdonados por Dios. Pero no es este el significado auténtico de la frase
luterana. “En este pasaje los dos momentos de la
justificación católica son invertidos: 1º) tal persona tiene la fe
justificante; 2º) comete seguidamente un millar de fornicaciones y de
homicidios; 3º) en medio de todos estos vicios, puede conservar la fe
justificante y seguir siendo amigo de Dios. En efecto, la fe fiducial es
seguida por el pecado, que no nos separa de Cristo gracias a la confianza de
salvarnos” (Gleize, cit., p. 84).
San Pedro, en su II Epístola (I, 20-21), enseñó que “ninguna Escritura profética está sujeta a
explicación privada”. Entonces, nos
preguntamos, ¿tiene razón Pedro o Lutero, que
negando el Magisterio ha reivindicado para cada hombre individual la libre y
subjetiva interpretación de la Sagrada Escritura por parte de los fieles
privados? Lutero aquí no ha usado la artimaña que empleó para la Epístola de Santiago,
definida “paja no evangélica”, negando su
canonicidad, sino que ha exaltado la libertad individual sólo para la
interpretación de la Sagrada Escritura, mientras que la ha negado (De servo arbitrio, 1525) para las obras de la
salvación, en la elección del bien o del mal. Esta es una de las innumerables
contradicciones de Lutero, fundadas en su subjetivismo relativista, que le
llevó a decir todo y lo contrario de todo y a dejar libre a cada uno de
arreglarse como mejor crea. Sin embargo, si cada uno lee e interpreta la Biblia
como cree mejor, se sigue que el significado de la Escritura es indefinido, no
es preciso y no es el que nos es dado por el consenso, moralmente unánime, de
los Padres eclesiásticos. En este caso, Dios habría hablado al vacío, habría
dicho cosas que no tienen un significado preciso, pero eso es absurdo y es una
blasfemia contra la Omnisciencia divina.
La justificación para Lutero no santifica al alma intrínsecamente, o
sea, no borra el pecado y hace inhabitar a la Santísima Trinidad en el alma,
sino que imputa extrínsecamente al hombre (que intrínsecamente sigue siendo
pecador) la santidad de Cristo. El hombre no se hace realmente justo o santo,
sino que es declarado justo. “Nuestra justicia se encuentra
fuera de nosotros” (Fórmula de concordia,
1577). Dios nos llama o nos declara justos, pero no lo somos en nosotros
mismos. Se trata de una justificación extrínseca y no intrínseca.
PRIMER PRINCIPIO DEL LUTERANISMO: LA
SOLA FE
De este primer principio del protestantismo (Sola
Fides) nacen 4 consecuencias: 1º) Sacerdocio universal; 2º)
inutilidad de las buenas obras; 3º) imposibilidad de evitar el pecado; 4º) la
Iglesia pneumática y no jerárquica. Veámoslas en particular.
1º) SACERDOCIO UNIVERSAL
La primera consecuencia del principio basilar del sistema luterano (“Sola Fides”) es el
sacerdocio universal de todos los bautizados. En efecto, la “Sola Fe” significa que cada hombre posee su
propia salvación en virtud de su relación inmediata, por la fe fiducial, con
Cristo. Por tanto, quien se salva lo hace sin ningún intermediario (Sacerdocio,
María Santísima, Santos). Cada persona que cree que sus propios pecados no le
serán imputados a causa de los solos méritos de Cristo no necesita ya ninguna
mediación entre Dios y el hombre y, por tanto, del Sacerdocio. Como cada
bautizado, por la fe fiducial, entra directamente en relación con Dios, cada
uno es sacerdote.
Puede haber como mucho “Ministerios y
ministros”, o sea, funciones y funcionarios pastorales y administrativos
en la nueva religión luterana, los cuales son útiles por razones prácticas en
la administración de la “iglesia” protestante,
explicando la Biblia de manera pertinente y celebrando el “culto” con orden y dignidad. Ellos son “técnicos” necesarios en cuanto que no todos los
bautizados tienen las capacidades para desarrollar en la “iglesia” dichas funciones públicas (bautismo,
cena y predicación de la Biblia).
2º) FE SIN OBRAS
Si la “Sola Fe fiducial” justifica,
las buenas obras (observar los 10 Mandamientos) son inútiles. La salvación
depende únicamente de Dios y para nada del bautizado.
3º) IMPOSIBILIDAD DE LA VIDA MORAL
La justificación deja al bautizado en el pecado, que es recubierto como
con un manto por la Justicia de Cristo. La libertad está totalmente corrompida
y destruida por el pecado original, el hombre es absolutamente incapaz de
realizar el bien. Por tanto, la Ley moral no tiene valor realmente preceptivo,
sino puramente exhortativo. Además, para el buen funcionamiento de la Sociedad
civil y religiosa es necesaria una apariencia de ordenamiento jurídico, que
garantice la sumisión de los fieles a las autoridades religiosas y civiles como
la sumisión a las leyes sociales. “Pecca
fortiter, sed fortius crede” (Martín
Lutero, Carta a Melanchthon, 1 de agosto de 1521). Por tanto, la inmoralidad
no perjudica a la salvación, siempre que permanezca la confianza ciega de
salvarse. La moral es imposible porque la libertad no existe ya después de la
culpa de Adán. La sola Fe fiducial basta para justificar al hombre.
4º) LA IGLESIA SÓLO DE LOS SANTOS
La Iglesia de Cristo es para Lutero la asamblea de aquellos que, por
razón de la Fe fiducial de ser declarados “justificados”
por Cristo, poseen la “Justicia” imputada
a ellos por Dios y, por tanto, son predestinados al Paraíso.
Para Lutero hay una doble Iglesia: 1º) una
visible, que no es de institución divina y varía según los tiempos y los
lugares, llamada la “cristiandad corporal exterior” y que está constituida por
el culto litúrgico del bautismo y de la eucaristía, y de la predicación de la
Biblia; 2º) una invisible, la sola auténtica Iglesia verdadera de Cristo,
escondida en la primera, que el heresiarca llama la “cristiandad espiritual
interior”.
SEGUNDO PRINCIPIO DEL LUTERANISMO: LA
SOLA ESCRITURA
Al primer principio de la “Sola Fe” sigue
el segundo principio de la “Sola Escritura”.
Este segundo principio no nació en 1517, sino mucho tiempo después. En
efecto, en la Confesión de Augsburgo de 1530 no se menciona la “Sola Escritura”, que apareció durante las
disputas suscitadas por los adversarios de Lutero, y será Zuinglio quien,
seguidamente, pondrá en evidencia el principio de la “Sola
Escritura”, renegando de la Tradición apostólica como una de las 2
fuentes de la Revelación junto a la Sagrada Escritura, que debe ser interpretada
por cada bautizado individual como él piensa y ya no por el Magisterio de la
Iglesia.
PROTESTANTISMO COMO REVOLUCIÓN GNÓSTICA
Como todo movimiento gnóstico y gnosticizante, la pseudo-reforma
luterana hizo tabla rasa del pasado sobre el cual habría debido fundarse como “un enano sobre las espaldas de un gigante”.
Aquí también, no se puede no advertir cómo Lutero eliminó haciendo
borrón y cuenta nueva 1500 años de historia del Cristianismo. Mantuvo la “Sola Escritura”, eliminó la Tradición, los
Comentarios de los Padres eclesiásticos, la interpretación del Magisterio, la
Autoridad del Papa como Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro. Recomenzó
todo desde cero, como si no hubiera existido nada, excepto la Escritura, que
cada uno interpreta a su manera y le hace decir lo que más le agrada.
Acertadamente, Angela Pellicciari advierte que “un
solo fraile que va contra toda la Cristiandad de un millar de años debe estar
en el error” (cit., p. 77).
La característica de Lutero y de los protestantes es la misma del
revolucionario y del gnóstico: la presunción de ser los únicos, los primeros
que han comprendido algo sobre el hombre y sobre Dios y consiguientemente el
deseo de querer rehacerlo todo desde los
cimientos. Todo vuelve a comenzar
desde cero, todo es nuevo después de haber destruido el orden antiguo. También
Lutero puso una piedra para la construcción del Nuevo Orden Mundial, que
debería levantarse sobre las ruinas de la Iglesia romana y “allanar el camino” al Anticristo.
LUTERO Y EL JUDAÍSMO
Al comienzo de la revuelta contra Roma (1517), Lutero estuvo bien
dispuesto hacia el judaísmo post-bíblico, enemigo declarado del Papado, pero a
partir de 1543 se convirtió en adversario acérrimo suyo.
La primera fase filo-judía fue vivida por Lutero en la óptica de la
futura conversión de Israel gracias a la restauración luterana del verdadero
Cristianismo, que habría sido corrompido por el Papado, el cual había impedido
la adhesión de los judíos al Cristianismo.
Pero cuando los judíos, a pesar de la presunta predicación pura de
Lutero del verdadero Cristianismo anti-romano, en torno a 1543, se negaron a
convertirse, entonces Lutero escribió dos libritos (Contra
los Judíos; Sobre los Judíos y sobre sus mentiras) en los
cuales condenó despiadadamente y sin esperanza de una futura conversión, que,
sin embargo, está divinamente revelada en San Pablo (Rom XI,
26).
La doctrina luterana sobre el judaísmo no es la del anti-judaísmo
teológico (fundado en la divinidad de Cristo y en la Santísima Trinidad), que
la Iglesia enseñó desde su nacimiento, sino es la de un violento antisemitismo
biológico y racial. Lutero escribió que los judíos son “perros
sanguinarios”. Por lo tanto, en la práctica “es
útil quemar todas sus sinagogas, todas sus casas privadas”. Antes de
morir, el 15 de febrero de 1546, Lutero escribió su última obra, titulada Admonición a los Judíos, en la cual afirmó que, si los
judíos se obstinan en no convertirse al verdadero Evangelio luterano, “no deben ser tolerados”.
CONCLUSIÓN
LA INDEPENDENCIA PROTESTANTES
Según Jacques Maritain (I tre reformatori: Lutero,
Cartesio e Rousseau, Brescia,
Morcelliana, 1928), la revuelta de Lutero correspondió al advenimiento del Yo en religión. El padre Charles Boyer
dijo que el protestantismo erigió como
dogma la autonomía de la conciencia.
“Este dogma es la ruina de todos los demás porque consagra la ruina de la
Autoridad divina y humana”. Autonomía, independencia, individualismo,
subjetivismo, relativismo: son los pilares y los frutos del Protestantismo. “Dios sí, Cristo no (Deísmo); Dios y Cristo sí, la
Iglesia no (Luteranismo); ni Dios ni patrón (Marx); Dios ha muerto (Nietzsche):
estas son las etapas del mundo moderno y contemporáneo” (Pío XII). En
resumen, el protestantismo inaugura la religión del individualismo, de la
independencia y de la emancipación del hombre de Dios y de su Iglesia.
Martinus
_____
[i] Traducción en
italiano: Il vero volto di Lutero, Albano
Laziale, Edizioni Piane, 2017. El volumen está compuesto de 131 páginas y
cuesta 12 euros; puede solicitarse a info@edizionipiane.it; tel. +39 06.930.68.16;
Fraternità Sacerdotale San Pio X, via Trilussa 45, 00041 – Albano Laziale
(Roma). [La numeración de las páginas citadas en el artículo es la de esta
edición, ndt]
[ii] Cfr. también I.
Giordani, Crisi protestante e Unità della Chiesa,
Brescia, 1930; G. Grisar, Lutero, la sua vita e le sue
opere, Torino, 1933; C. Crivelli, I Protestanti in Italia,
Isola del Liri, 1936-1939; D. Cantimori, Per la storia degli eretici
italiani del XVI secolo in Europa, Roma, 1937; C. Algermissen, La Chiesa e le chiese, Brescia, 1942; M.
Bendiscioli, La Riforma protestante, Roma, 1953;
Ch. Boyer, Du protestantisme a l’Église, Paris,
1954; Id., Luther et sa doctrine, Paris, 1970;
Id. Calvin et Luther, accords et differences, Paris, 1973;
R. Dalbiez, L’Angoisse de Luther, Paris 1974;
B. Gherardini, Theologia crucis. L’eredità di Lutero nell’evoluzione
teologica della Riforma, Roma, 1978; J.
Wicks, Luther, en Dictionnaire de Spiritualité,
Paris, 1978, vol. IX, col. 1206-1243; R. García-Villoslada, Martín Lutero, tr. it., Milano, Istituto Propaganda
Libraria, 1985, 2 vol.; I. Gobry, Luther, Paris, La
Table Ronde, 1991; A. Pellicciari, Martin Lutero,
Siena, Cantagalli, 2012.
[iii] Apellido judío-askenazi,
que deriva de la palabra alemana “bode”, o sea, terreno
o suelo; por tanto, Bodenstein significa una persona originaria del pueblo de
Bodenstein, en Alemania, en la región de Baviera.
(Traducido por
Marianus el eremita/Adelante la Fe)
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