La función de la
educación no es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, o preparar para
el trabajo, sino la formación completa de la persona, siendo preciso para
educar saber quién es la persona humana y conocer su naturaleza.
Desde hace algún tiempo en mi
oración de los fieles, procuro rezar por la siguiente intención: «por la recristianización de España y su unidad».
Es indiscutible que desde hace
unos años a esta parte, estamos asistiendo a una descristianización profunda de
los países llamados cristianos. Ahora bien: ¿qué
podemos hacer para frenar y dar la vuelta a esta tendencia?
Por supuesto creo en el valor
de la oración y por tanto lo primero que hemos de hacer es rezar. Pero pienso también que toda
recristianización pasa por la vuelta a las familias cristianas y la educación
en la fe de los hijos. La familia ha sido creada por Dios y es el lugar ideal
para la transmisión de los valores y de la fe cristiana.
Para tener una familia
cristiana es fundamental que marido y mujer recen juntos y sepan perdonarse sus
mutuas faltas. Como me decía una esposa: «En todos
los matrimonios hay broncas. A veces yo le pido perdón a mi marido; a veces él
me pide perdón, ¿pero qué hacer esos días que ni yo ni él queremos pedirnos
perdón? Al principio ello significaba varios días sin hablarnos, hasta que un
buen amigo nos dio un gran consejo: ‘esos días debéis deciros: estamos reñidos,
pero nos queremos’», que es lo que nos dice San Pablo cuando en Ef
4,26-27 nos recomienda: «que el sol no se ponga
sobre vuestra ira. No deis ocasión al diablo». El perdonar nos mejora y
engrandece como personas y por ello lo pedimos en el Padre Nuestro.
Sobre la oración es muy
importante que los hijos vean rezar e ir a Misa a sus padres, y ellos si es
posible les acompañen, de otro modo pueden pensar que la oración es cosa de
niños y no de adultos, con lo que es fácil que quieran sentirse mayores y la
dejen. Además no olvidemos el conocido, pero verdadero eslogan: «familia que reza unida, permanece unida». La
oración, además nos hace tener ideas claras sobre los grandes interrogantes del
hombre: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Y
¿cuál es el sentido de la vida? Y es que,
aunque todas las personas son respetables, por el hecho de ser personas, no
todas las opiniones lo son, pues algunas son auténticas aberraciones.
Sobre en qué consiste la
educación la Carta a las Familias «Gratissimam sane» de Juan Pablo II nos dice:
«Para responder a esta pregunta hay que recordar
dos verdades fundamentales. La primera es que el hombre está llamado a vivir en
la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la
entrega sincera de sí mismo» (nº 16). La educación por tanto está al
servicio de la verdad, enseñando ante todo qué es lo que está bien y qué es lo
que está mal y tiene como objetivo un proceso de maduración o de crecimiento y
construcción de la personalidad, y como lo que da sentido a la vida es el amor,
educar es transmitir lo mejor que uno ha adquirido a lo largo de la vida, lo
que supone fundamentalmente enseñar a amar.
Educar es, ya desde la
infancia, sembrar ideales, formar criterios y fortalecer la voluntad, pues todo
aprender supone un esfuerzo. La función de la educación no es sólo instruir o
transmitir unos conocimientos, o preparar para el trabajo, sino la formación
completa de la persona, siendo preciso para educar saber quién es la persona
humana y conocer su naturaleza. El educador debe amar, pero por ello mismo debe
exigir y corregir, para así formar el carácter capacitando para el sacrificio,
así como enseñar los valores y comportamientos, es decir los principios y
actitudes, inculcando el sentido del deber, del honor, del respeto,
convenciendo y persuadiendo gracias a un diálogo abierto y permanente, mejor
que imponiendo. La educación consiste en que el hombre llegue a ser cada vez
más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más,
pero sobre todo la educación cristiana nos acerca a Dios.
De todos modos, nuestros
jóvenes, especialmente cuando llegan a la Universidad, no lo tienen fácil. El
ambiente lo tienen en contra y son una minoría, aunque en fechas como las
Jornadas Mundiales de la Juventud descubren que tampoco son unos bichos raros.
Pero tienen una gran ventaja sobre sus compañeros: el
tener ideas claras sobre el sentido de la vida y saber para qué están en este
mundo.
Pedro Trevijano, sacerdote
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