Pensamos en cambiar el mundo, a las personas, las
circunstancias de la vida… ¿Qué es lo más importante?
Siendo
joven era un revolucionario y mi oración a Dios era:
– “Señor, dame la energía para cambiar al mundo.”
Al llegar
a los cuarenta y darme cuenta de que la mitad de mi vida se había ido sin que
yo hubiese cambiado una sola alma, modifiqué mi oración:
– “Señor, dame la gracia para cambiar a todos aquellos con quienes tengo
contacto, solamente mi familia y mis amigos y estaré satisfecho.”
Ahora,
que ya soy un anciano y mis días están contados, mi única oración es:
– “Señor, dame la gracia de cambiarme a mi mismo.”
¡Si
hubiera orado de esta forma desde el principio, no hubiese desperdiciado mi
vida!
Carolina
García Cano
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