El noviazgo es
querido por Dios, pues Dios ha hecho el matrimonio indisoluble, y esa persona a
la que vas a unirte para toda la vida, debes conocerla bien.
Pregunta:
Quiero tener un noviazgo santo, para un
matrimonio santo. Tengo 24 años y mi novia 23, quisiera algunos consejos de su
parte.
Respuesta:
Para responderte, entresaco y resumo algunos pensamientos del libro Para Salvarte, del P. Jorge Loring
[1]. Te recomiendo la lectura completa y atenta del mismo.
- La
prudencia en la elección de la novia o del novio
La elección de tu pareja es cosa tuya. Pero debes hacerla con mucha cautela. No
te fíes de los flechazos, que son muy bonitos para novelas y películas, pero en
la vida real poco útiles para hacer ellos solos, felices a los hogares.
Tampoco te fíes sólo de tu vista, que ya sabemos que el amor ciega. Tu madre
podría hacerte en esto un excelente servicio. Ella te conoce mejor que nadie; y
ella, como nadie, desea tu felicidad; y su espíritu intuitivo verá si la pareja
que le presentas podrá hacerte feliz. Si dudas del acierto de tu madre,
consulta con una persona seria, competente y desinteresada.
No olvides el proverbio ruso: «Antes de viajar por
tierra, ora; si es por mar, ora dos veces; y si te vas a casar, ora tres».
No se construye un hogar sobre la gracia de una sonrisa, sobre el atractivo de
un rostro, sobre la ternura de un instante. Se construye un hogar sobre todo lo
que es esencia misma del yo: los pensamientos, los deseos, los sueños, las
decepciones, las penas, las esperanzas, las alegrías, las tristezas.
Durante el estado de enamoramiento quedan notablemente alteradas las facultades
perceptivas y deductivas en todo lo que se refiere a la persona amada. Los
defectos que existan en dichas personas no se perciben, las cualidades se
subliman… La mente ya no está equilibrada sino profundamente inclinada hacia el
objeto del amor. El enamorado idealiza a la persona amada y la convierte en el
centro de sus aspiraciones. La fascinación que ejerce en ti la persona
idealizada puede ofuscarte y ocultarte la realidad. Podéis quedar totalmente
ciegos para ver datos y circunstancias que desaconsejan totalmente seguir
adelante. La fascinación puede ser engañosa. El amor de un hombre y una mujer
es algo muy serio y tiene que construirse sobre cimientos muy sólidos.
Lo que debes valorar ante todo es el valor personal del pretendiente. Después
vienen las demás consideraciones: facha, rango, fortuna. Estos dones no son
despreciables, pero no son esenciales.
Primero que sea cristiano; cristiano convencido, práctico. Y si es piadoso,
mejor. El matrimonio con un incrédulo suscitará conflictos de conciencia.
Porque después planteará a los hijos el problema de la fe y las prácticas de
piedad. No basta, pues, que esté bautizado. Bautizados, no practicantes, llenan
las cárceles, y atormentan a sus esposas. Algunas chicas se han engañado en
este aspecto esencial de su prometido y más tarde su esposo… Conscientes éstas
de la irreligiosidad de su novio, han ido al matrimonio, con la ingenua idea de
convertirlo. En la mayoría de los casos, el resultado ha sido nulo; cuando no,
fuente de disgustos profundos para esa joven esposa.
Jóvenes piadosas y buenas, que se unieron en matrimonio con hombres poco religiosos,
o nada practicantes, han terminado por ser ellas igual.
Después debes tener testimonio claro de la seriedad y sobriedad del muchacho.
Ten cuidado con los calaveras; lo seguirán siendo, porque no te creo tan
ingenua, que pienses, que así por las buenas, y por ti, va a dejar ese hombre
ciertos hábitos que ha adquirido tal vez con larga experiencia: mujeriego,
trasnochador, dado a la bebida, etc. El uso de las bebidas alcohólicas es uno
de los factores más influyentes en los hogares desgraciados.
- Para
ser realmente amada…
1) No tienes que ser provocativa.
La chica provocativa hace daño a los hombres, pero también a sí misma. La
belleza física es, ciertamente, un factor importante y, por eso, debes cuidarla
y realzarla con esmero y naturalidad, aunque sin exageraciones, extravagancias
y descaros. El atractivo sexual atrae a una parte del hombre, pero vosotras
queréis como esposo al hombre entero. No olvidéis que los hombres podrán buscar
cierto tipo de mujer para divertirse; pero buscan otro muy distinto para
casarse. La belleza femenina atrae a los valores, pero no es indispensable para casarse. Los hombres buscan,
lo que da realce y valor a la mujer: sus encantos,
su feminidad y sus virtudes.
2) Ser elegante… pero principalmente virtuosa…
Las muchachas deben ser elegantes en su modo de vestir y arreglarse, y ser
distinguidas, alegres, discretas y dulces en todo su modo de ser. No descuides
tu arreglo personal. Pero no quieras conquistar con sólo tu belleza física. Haz
que se enamoren más bien de tus virtudes espirituales. De una mujer bella puede
un marido cansarse; de una mujer virtuosa jamás se cansará.
3) No ser pedante…
Para hacerte elegir no es necesario parecer pedante ni sabia. Al hombre le
gusta dominar, ser superior. Tiene miedo a una mujer que le aventaje. Ser culta
sí, pero discretamente. Tampoco eligen los muchachos a las de carácter
autoritario, a las dominantes, a las de tono dogmatizante, a las de gesto seco
y rígido. Buscan el encanto, la dulzura, la amabilidad. Escúchale cuando él te
esté diciendo algo de sí mismo y de sus cosas. Muéstrale atención e interés.
4) No ser caprichosa…
A un chico recto no le gustan las caprichosas, las mimadas, las que tienen su
cabecita llena de fantasía, cuyo humor cambia a todo viento: hoy alegres,
exuberantes; mañana, deprimidas, pesimistas, tristes…
5) Prepararse para el hogar
Tu atractivo personal sirve para despertar la inclinación y el amor hacia ti.
Pero para que este amor sea perdurable hacen falta además otras cosas. El
hombre se desespera con una mujer despilfarradora, que no sabe administrarse.
Quiere una mujer que saque partido a lo que él gana con tanto esfuerzo. Le gusta
la casa limpia, la ropa a punto, la comida buena y a tiempo, etc. Todo tu
atractivo físico es incapaz de tener a tu marido contento si en estas cosas le
defraudas. Por eso todas las muchachas deberían aprender a llevar una casa y
tener los conocimientos propios de mujer: corte y confección, costura, cocina,
repostería, medicina, economía casera y todo cuanto dice relación con el recto
gobierno y administración del hogar. El arte de ser madre es difícil y
complicado. Necesita largo aprendizaje.
6) El pudor
El pudor de la mujer es una de las cosas que más enamoran. Y el encanto del
pudor inmuniza de otros atractivos. El pudor es un sentimiento íntimo por el
cual una mujer dándose cuenta de la belleza de su cuerpo y del atractivo que ejerce,
procura reservarlo para el día que pueda hacer don completo y total de sí
misma. Por eso el pudor se refleja en el modo de vestir, en los modales y en
todo. El pudor sabe encontrar el equilibrio entre el ir agradablemente vestida
y elegante, y lo que resulta llamativo y provocativo. El pudor es la gran
muralla que defiende la castidad.
- En
cuanto al novio
1) La pureza
También la mujer tiene derecho a la pureza del hombre. Mira lo que escribía una
muchacha que había guardado inmaculada su pureza: «Exigiré que mi futuro marido
se haya guardado como yo misma para nuestro hogar». El mejor regalo de bodas
que puede esperar una persona es la virginidad de la pareja con la que se va a
casar.
2) Respetar la pureza de su novia y elegir entre las
castas…
Hay que volver a la caballerosidad respetuosa con la mujer viendo en ella la
futura madre de los hijos, digna de todo cariño, veneración y respeto, y no
tratándola como un trapo viejo que se mancha y luego se tira.
¿Te gustaría que quien te ha de pertenecer para siempre, antes de conocerte, ya
lo hubiera probado todo? ¿No, verdad? Acuérdate de tu madre. Tu novia ha de ser
la madre de tus hijos. Acuérdate de tus hermanas y de tus futuras hijas…Trata a
tu novia hoy como te gustaría que los demás las traten a ellas. No quieras
tratar a tu novia como a una de esas desgraciadas que se venden en las casas
lujuriosas. ¿Elegirías entre éstas a la madre de tus hijos? Un hombre, como
Dios manda, se avergüenza de que su novia sea una prostituta. Y a una mujer
decente la humilla y avergüenza el verse tratada como una tal. Lo que a ella le
ilusiona es un amor muy superior: el que culmina en un hogar y en unos hijos.
Respeta a tu novia como quieres que se respete a tu madre. Los sacrificios que
por el bien de ella te impongas, son prueba de que tu amor es verdadero. Si
quieres a tu novia de verdad, debes querer su bien antes que tu gusto. Eso es
amarla. Un joven que quiere a una muchacha, en lugar de hundirla, rebajarla,
profanarla, instrumentalizarla, denigrarla, mancharla con los deseos de su
instinto, procura por encima de sus apetencias elevarla, dignificarla,
sublimarla. Respeta a tu novia, aunque ella no sepa hacerse respetar, ni
defender, con su pudor, el tesoro de su pureza.
Busca una novia que te guste. Pero no te dejes encandilar por la fachada, que
es pasajera; y si no está sostenida por las virtudes del espíritu, pronto te
cansará y perderá para ti todo su atractivo. Aprende a enamorarte del carácter
y de las virtudes del alma, que son estables y son realmente las que hacen
digna de estima a una persona. Aprende a estimar más los dones del alma que los
del cuerpo. Puedes casarte con una estrella de la pantalla y ser un
desgraciado, como tantos divorciados del cine. En cambio, si te casas con una
mujer amable, dócil, servicial, sacrificada, generosa, limpia, discreta,
honrada, virtuosa, dulce, femenina, habilidosa, delicada, de buen corazón, que
sepa llevar una casa y sea capaz de criar y educar los hijos y, sobre todo, muy
cristiana, te profetizo un matrimonio feliz.
3) Estudia a tu novia…
Cuando salgas con tu novia aprovecha todas las ocasiones para
estudiar su carácter y modo de ser. ¿Has examinado si le gustan los niños, si
los acaricia, si goza con ellos; o por el contrario le ponen de mal humor? ¿Es
trabajadora y sacrificada, o sólo piensa en divertirse? ¿Sabe cocinar y coser?
¿Sabe llevar una casa, o lo único que sabe es bailar mucho y coquetear con el
primero que se le acerca? ¿Le gustan las labores de la casa, o sólo piensa en
presumir por esas calles? Si no atiendes ahora a todas estas cosas, es muy
posible que después de casado te lleves un gran desengaño. Que a tu novia le
guste la casa. Si ella no se ocupa de la casa, prepárate a vivir en una
pocilga. A no ser que tú te conviertas en ama de casa. Si quieres ayudar un
poco a tu mujer, harás muy bien. Pero qué duda cabe que la encargada de la casa
debe ser la mujer, que está especialmente dotada para ello. Los hombres,
generalmente, hacemos estas cosas muy mal. Es muy importante que los novios se
conozcan muy bien antes de casarse.
- Para
los dos…
1) Conocerse… pero no pecar…
El tiempo del noviazgo es para conocerse mutuamente, para
amarse rectamente. El noviazgo es querido por Dios, pues Dios ha hecho el
matrimonio indisoluble, y esa persona a la que vas a unirte para toda la vida,
debes conocerla bien antes de casarte con ella. Por lo tanto, es natural -y así
lo quiere Dios- que durante cierto tiempo tengáis más confianza entre vosotros
y un trato más íntimo para conoceros mejor. Pero debéis ser muy discretos en
las manifestaciones de amor, si no queréis manchar vuestras relaciones. No
podéis permitirle a vuestro cariño muchas de las cosas que él os pide con
fuerza. Es necesario que aprendáis a llevar vuestro noviazgo con la austeridad
que exige el Evangelio. Si sembráis de pecados el camino del matrimonio,
¿podréis esperar con confianza que Dios os bendiga después? ¡Cuántos
matrimonios lloran los pecados que cometieron de solteros!
2) Llegar «puros» al matrimonio.
El mejor regalo de bodas que espera una persona es la virginidad de su pareja.
Toma este precioso lema: «Fieles hasta la muerte y puros hasta el altar».
Algunas veces las chicas ceden ante las exigencias inmorales del hombre a quien
aman; no se atreven a resistirle. El muchacho te quiere pura, fragante como una
flor. Si te marchitas pierdes tu atractivo. Mi experiencia sacerdotal me ha
hecho conocer varios casos que se decidieron a elegir a una chica antes que a
otra, atraídos precisamente por la intransigencia en la pureza que en ellas
habían observado. Y es que los varones cuando buscan una «chica-plan» para
divertirse y aprovecharse, la quieren fresca; pero cuando lo que buscan es una
novia en serio, la quieren de una pureza intachable. A nadie le gusta comerse
las sobras que otro dejó en el plato. Por eso la pureza es uno de los mayores
tesoros de una muchacha. Un hombre, como Dios manda, se avergüenza de que su
mujer haya sido una aventurera. Mira lo que decía un joven en una carta: «¿Cómo
me gustaría mi futura esposa? Más bonita de alma que de cuerpo, aunque sin
descuidar esto último. Más piadosa que rezadora. Con más cultura religiosa que
de cualquier otro tipo, aunque no desdeñe la cultura general». No he añadido ni
una palabra. Así piensan los jóvenes formales cuando hablan en serio. ¿Quieres
en resumen unas cualidades femeninas que cautivan a los muchachos? La
sencillez, el encanto, la sonrisa, la delicadeza, la amabilidad, la
servicialidad, la dulzura, el candor, unidas todas a una sólida piedad y a una
pureza intachable.
Quien profanó tu cuerpo no tiene dificultad en profanar tu fama: ¡Lo que hizo
contigo se lo contará a sus amigos! ¿Puedes imaginarte los comentarios que
harán de ti? ¡Qué vergüenza! Esto ocurre con mucha frecuencia; créeme. El
hombre que pide libertades impropias a una mujer antes de la boda, puede
hacerlo porque la desea con violencia, con pasión desenfrenada, pero ten por
cierto que no la ama bastante para protegerla contra el animal que hay en la
propia naturaleza masculina. Si tu novio pretende de ti cosas que no admite tu
conciencia, recházalo, y cuanto antes, mejor. No te hará feliz. Lo que tiene no
es amor a ti, sino a sí mismo, a su concupiscencia y a su egoísmo. Si te amara
a ti, buscaría tu bien por encima de sus apetencias. Y si prefiere sacrificar
tu pureza, tu conciencia y tu alma a su apetito desordenado, ¿cómo vamos a
creernos que te ama a ti? Quien te ame únicamente podrá cegarse en un momento
de pasión, pero al chocar con tu rectitud intransigente, reconoce su falta, te
pide perdón y se siente orgulloso de tu virtud.
No lo olvides. Los pecados impuros con tu novio, te hunden a ti y le hunden a
él. Por eso es mentira cuando te dice para que cedas: «es
que no me quieres; parece que no te intereso; qué fría eres». Ataca tus
sentimientos para rendirte. Pero esto es un truco muy viejo; si caes en la
trampa, te arrepentirás. Y si él te quiere de verdad, también se arrepentirá de
haberte hecho caer, pues, te repito, los varones no quieren casarse con las
libertinas. Esto ocurre siempre entre los muchachos que valen. Y si algún
muchacho prefiere casarse con una desvergonzada, porque es bonita o tiene buen
tipo, ese muchacho es tonto. Creer que la belleza de su mujer le va a hacer
feliz en el matrimonio por encima de otras cosas, es no tener cabeza. Y
desgraciada la que se casa con un tonto. Pero en fin, tonto él y tonta ella: ¡Tal para cual!
Si Dios pide pureza a las chicas, no es por capricho; sino porque es necesario
para la felicidad de su matrimonio. No me digas que cedes por amor a él. Todo
lo contrario. Si le amas, no puedes ceder; pues pecando le haces el peor de los
daños: le condenas al infierno. Si le amas, sálvale. Aunque esto exija
sacrificios. Dejarle pecar no es amarle, es matarle.
Bibliografía
para profundizar:
Loring, Jorge, Para salvarte, (hay varias ediciones), n. 68.
Buela, Carlos, El noviazgo católico, Diálogo 4 (1992), 7-22.
[1] Loring, Jorge, Para
Salvarte, n. 68.
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