La caña cascada no quebrará, Y el pábilo que humea no
apagará, Hasta que saque a victoria el juicio. (Mateo
12:20)
Muchas personas han sido víctimas del menosprecio por parte de quienes le
rodean.
Vez tras vez han oído frases como “tú
no puedes”, “nunca vas a lograrlo”, “no posees las características necesarias
para ser un ganador,” “no tienes los suficientes recursos” o “tú tiempo ya pasó” etc.
Esto ha engendrado y promovido una generación que vive muy
por debajo de sus potencialidades. Según
el versículo de hoy, el ministerio de Cristo tendría como objetivo levantar y
fortalecer aquello que en un tiempo fue bueno pero ahora ha perdido su belleza
y esplendor.
La caña mencionada en esta ocasión, es aquella que nace a la
orilla del rio.
Es una caña verde, erguida, fuerte y lozana. A través de los
efectos del clima, es decir los fuertes vientos, las lluvias intensas y el sol
abrazador, pierde su vigor y comienza a doblarse e inclinarse, transformándose
en una caña cascada.
En un tiempo fueron un tallo erguido y fuerte. Un día sostuvieron a otros con su fuerza y determinación, con su fe inquebrantable, pero los problemas, la traición, un matrimonio roto, el fracaso en algún área de la vida o la rigidez de la religión te debilitaron. Fuiste herido, doblado perdiendo tu frescura y vigor.
El pabilo que humea es molesto. Es una mecha que tuvo un
pasado glorioso, pues era una antorcha encendida que brindaba luz, calor y
seguridad a su alrededor. Quizás en algún momento fuiste luz y bendición. Hoy
el humo incomoda y aleja a los demás de ti.
El mundo tiene un lugar para estas personas. En ese lugar son
desechados, quebrados y golpeados hasta apagarlos completamente.
Pero en Cristo encuentras un espacio diferente. Si eres una
caña cascada o un pabilo que humea. Si estas herido, menospreciado, sientes que
no posees valor, Dios tiene un lugar para ti. Acércate a él. En sus brazos
recibes consuelo y fortaleza. En su presencia los corazones heridos son
sanados. Sus palabras y pensamientos acerca de ti son de bien y no de mal. El
reanima tus sueños y te establece en tu destino profético. Eres amado y
aceptado. Él dice cosas buenas de ti y no te desecha. Te da dignidad y valor.
Pone un anillo de autoridad en tu mano y te viste con vestiduras reales.
No permitas que otros te quiebren o apaguen, porque Dios
nunca ha pensado hacerlo.
Oremos
así
Padre celestial gracias por tener un lugar para mí en tus
brazos. Allí recibo consuelo, aprecio,
valor y dignidad. Las situaciones de la
vida me han doblado y apagado. Pero hoy tú me levantas brindándome nuevas fuerzas. Reanimas mi espíritu, me edificas con tu amor y me estableces
en mi destino profético. No permitiré que
las palabras de otros o el menosprecio afecten mi vida y decisiones.
Solo tu palabra y tus pensamientos hacia mi dirigirán y
darán curso a mi destino. Ayúdame a
establecer a otros en su destino y afirmarlos con mis palabras de ánimo y
esperanza. Declaro solo cosas buenas y de
bendición sobre quienes me rodean como lo haces tú conmigo. Creo, pido y recibo todo esto en el nombre de Jesús, mi Señor y salvador, amen.
Por Mario Serrano
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