martes, 10 de julio de 2018

JALONCITO DE OREJAS


§ Si Dios te sana de un cáncer terminal tan sólo por el hecho de haber perdonado, dale gracias y siéntete primero feliz por haber perdonado y después, por haberte sanado. Más importante es que uno se salve a que uno se sane.

§ De que serviría que el Señor te sane de cualquier enfermedad y luego te mata un carro sin estar salvo. ¿A dónde crees que te irías bien sanito? Una sanación (física) sin conversión-salvación (espiritual) no tiene sentido.

§ El problema de muchos de los que Dios sana o salva a través de los Grupos de Oración – a pesar que se les pide que sean buenos católicos, que vayan a Misa y sean siempre agradecidos a Dios – se olvidan nuevamente de Él, y vuelven a las andanzas hasta que recaen, y vuelven con el rabo entre las piernas a pedirle misericordia.


Perdonar es recordar sin rencor el mal que nos han hecho. Perdonar es un acto de voluntad, no una emoción. Dios dará poder a nuestra elección y la hará mover de nuestras mentes a nuestros corazones.

El perdonarnos a nosotros mismos o a otros, no es admitir que somos malos o que estamos en un error. No es enjuiciar a nadie, sino es una honesta evaluación de la necesidad de ser amados y de amar, de aceptar y ser aceptados sin condiciones. No estamos eliminando la responsabilidad ni la contabilidad del pecado y del error que cometimos… simplemente decidimos obedecer a Dios.

Cuando libremente aceptamos el Perdón de Dios y voluntariamente perdonamos a los que nos han herido o causado daño físico o espiritual, abrimos las puertas de nuestro corazón para recibir el poder sanador del Señor. Esto sucede así porque perdonar voluntariamente significa participar de la vida misma de Dios.

No es que perdonemos porque seamos buenos, sino porque la gracia de Dios – es decir, su Vida presente en nuestro interior – nos capacita para imitar su proceder. En realidad, el perdón y la misericordia de Dios son totales y perfectos y, cuando nos llegan, nos inundan por completo con la fuerza de un río caudaloso.

Por lo general pensamos que si desapareciera el dolor de la rodilla u otro mal que tengamos nos sentiríamos muy bien, pero Dios sabe que si pudiéramos librarnos de la dureza de corazón y perdonar, seguramente desaparecería el dolor físico o nos costaría menos soportarlo.

José Miguel Pajares Clausen

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