La teoría de la evolución, popularizada por Charles Darwin [1], es sin duda una de
las grandes mentiras de nuestro tiempo. Es una mentira que se enseña desde la
más tierna edad en los colegios; se adoctrina a la población en el
evolucionismo en todos los ámbitos educativos y culturales; y ha llegado a ser una
parte fundamental de la cosmovisión de la inmensa mayoría de la gente en el
mundo desarrollado. El avance de esta mentira en el último siglo ha sido
realmente espectacular, tanto como el catastrófico declive del cristianismo en
Occidente, al que el primer fenómeno va unido. Hoy en día podemos decir, sin
temor a equivocarnos, que posicionarse en contra del evolucionismo significa
estar en una minoría muy pequeña. Los números importan, porque en este caso los
números representan almas. ¡Cuántas almas se condenarán por creer en las
mentiras del Demonio! Ojalá nadie creyera en las mentiras del evolucionismo,
pero también debemos recordar que, aunque el 100% de las personas crean en una
mentira, sigue siendo mentira.
Podemos
demostrar que la teoría de la evolución es mentira, y esto es precisamente lo
que pienso hacer con este artículo, igual que he hecho ya con otros artículos
sobre el mismo tema. [2] Sin embargo, antes de proseguir, una advertencia: el poder de esta mentira no estriba principalmente en sus
argumentos racionales, que no llegan a ser más que sofismos y conjeturas
fantasiosas, sino en la fuerza de seducción que ejerce, especialmente sobre
personas sensuales, alejadas de Dios. Nuestro Señor avisó que en los
últimos tiempos, en los que estoy convencido que vivimos, llegarían falsos
profetas. Animó a Sus discípulos a “estar atentos”,
a no dejarse engañar. (Marcos 13:5) La fuerza de seducción de la teoría
de la evolución es muy grande para una persona que quiere prescindir de Dios,
porque le permite justificar su rechazo de cualquier moral impuesta y vivir de
forma autónoma. Es realmente la antesala del ateísmo, porque ataca la Palabra
de Dios. Si crees las mentiras de Darwin, tienes que tirar las Sagradas
Escrituras al cubo de la basura, porque ambas cosas son claramente
incompatibles. Así razona el evolucionista: si el
primer libro de la Biblia no es más que una bonita fábula, lo mismo serán todos
los demás libros. Además, si resulta que lo que nosotros llamamos moralidad es
una mera estrategia de supervivencia que ha evolucionado a lo largo de millones
de años, quebrantar las leyes de conducta que impone cualquier sociedad no
tiene nada de malo en un sentido objetivo. Toda moral se vuelve
completamente subjetiva, y cada uno decide por sí mismo qué reglas seguir.
Conviene
recordar que, a diferencia de los seguidores de cualquier falsa religión, que
por ignorancia o falta de curiosidad no han conocido la verdad, no hay ateos de
buena voluntad. San Pablo nos recuerda en su carta a los romanos que los ateos
que niegan las pruebas de la existencia de Dios en Su creación “no tienen excusa”. (Romanos 1:18). Esto hay que
tenerlo en cuenta cuando hablamos con evolucionistas, especialmente si su fe en
el evolucionismo apoya el ateísmo. El presente artículo va dirigido más bien a
personas de buena voluntad, cristianos que no han recibido la fe tradicional de
la Iglesia, sino una versión modificada, “adaptada”
a la modernidad, para encajar con la teoría de la evolución. Es posible
que un católico de hoy nunca le ha dado importancia a este asunto; o bien
porque nunca le han hablado de la incompatibilidad entre el evolucionismo y la
fe verdadera; o bien porque no se ha tomado la molestia de reflexionar sobre
las consecuencias lógicas de lo que nos dice el Sistema sobre la evolución.
Para todos los católicos dudosos, que aún creen en una evolución teísta, que
piensan que Dios hizo lo contrario de lo que nos reveló y que todos los
cristianos hemos estado engañados durante más de 19 siglos, propongo un reto.
El reto es en principio un experimento mental, pero si algún ingeniero
quiere llevarlo a la práctica bienvenido sea. Consiste
en transformar un coche en un avión. La idea es que si una máquina
biológica, en este caso, un reptil, tipo dinosaurio pequeño, pudo transformarse
en un pájaro, como afirman los evolucionistas, no debería ser imposible hacer
algo parecido con una máquina hecha por el hombre. Hay
varias condiciones que habría que respetar para lograr el reto.
1.
Habría que hacer
muchas pequeñas modificaciones al diseño del coche, y cada una de ellas le
acercaría más a su transformación en un avión. Por poner un número concreto,
serían 1000 pequeñas modificaciones.
2.
Cada modificación
tendría que ser tan pequeña que apenas sería visible a simple vista. Serían de
este tipo: las ruedas delanteras tienen 1 centímetro menos de diámetro, o se
añade un tornillo aquí o se quita de allí.
3.
Ninguna
modificación tendría que perjudicar en nada el funcionamiento del coche.
Después de cada paso el coche funcionaría igual o mejor que antes.
4.
Del paso 999 al
paso 1000 el coche, ahora convertido en avión, despegaría y volaría. Si el
avión no volara perfectamente no se lograría el reto. De nada sirve un avión
que se estrella nada más despegar, o que es torpe en el aire. Tendría que volar
con tanta facilidad como cualquier otro avión ahora en el mercado.
Es evidente que este reto no se puede lograr, por la misma razón que un
reptil no puede transformarse en un pájaro. Las condiciones que he estipulado
en el reto no son arbitrarias; se ajustan al proceso evolutivo descrito por
Darwin en su libro El Origen de las Especies. En el capítulo sobre las transiciones entre
especies, Darwin escribe: Si se pudiera demostrar que
existió un órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones
pequeñas, numerosas y sucesivas, mi teoría se destruiría por completo.
Archaeopteryx, el supuesto eslabón entre reptiles y pájaros
Darwin describió pequeñas variaciones entre individuos de cada especie,
y se dedicó a describir una supuesta descendencia común de todos los seres
vivos, gracias a la acumulación de dichas variaciones. Con los conocimientos
modernos en el campo de la biología molecular, especialmente en relación a la
genética, se propuso que las mutaciones (errores en la transmisión del ADN
entre generaciones) podrían ser el “motor” de
los cambios necesarios para la evolución, desde los organismos unicelulares
hasta el homo sapiens. Así
nació el neo-darwinismo, la fusión de las ideas originales de Darwin con la
biología molecular.
De momento vamos a olvidar que las mutaciones no pueden ser la causa de
la macro-evolución (el cambio de una especie a otra), porque, lejos de crear
información necesaria para nuevos órganos y funciones biológicas, sólo DESTRUYEN información. Tras décadas de
experimentación, los científicos no han podido verificar un solo ejemplo de una
mutación que haya creado información genética nueva, algo que habría ocurrido
incontables veces, de ser cierta la teoría de la descendencia común de las
especies.
De momento también vamos a olvidar que los millones y millones de años
de los que hablan los evolucionistas son pura fantasía. En otros artículos me he dedicado a defender una
Tierra joven, con no más de 10.000 años. Sin sus millones de años de una Tierra
vieja, la teoría de la evolución es evidentemente imposible. Como el truco de
un prestidigitador, al invocar millones de años, los darwinistas corren una
cortina de humo delante de nuestros ojos. El tiempo en sí no puede ser una
fuerza creadora, pero quieren que creamos en sus cuentos si todo ocurrió “hace mucho, mucho tiempo”. La teoría de la
evolución no es en sentido estricto un teoría científica, porque para serlo
tendría que ser falsificable y observable. No es falsificable porque dicen que
es algo irrepetible que ocurrió en el pasado, y no hay un solo experimento que
se puede hacer para demostrar que pasó así. Tampoco es observable porque nos afirman
que sólo pudo ocurrir a lo largo de espacios de tiempo larguísimos, y nadie
puede hacer un experimento que dure millones de años. Es más bien una fábula
que apoya una creencia religiosa materialista.
Si el
relato evolucionista que hace Darwin, del cambio gradual de las especies
mediante pequeñas variaciones aleatorias, fuera mínimamente plausible, habría
que encontrar infinidad de formas transicionales; es decir, seres vivos que aún
están en proceso de transformarse en otra especie, como el reptil a medio
camino de convertirse en pájaro. El problema para la teoría, que ya es un
secreto a voces en círculos académicos, es que dichas formas transicionales NO EXISTEN. Esto ya lo sabía Darwin en la segunda
mitad del siglo XIX, y reconoció el problema, pero confiaba en que se
encontrarían según avanzara la disciplina de la paleontología. No sólo no han
aparecido, sino ya sabemos que nunca aparecerán. Ni siquiera haría falta cavar
en la tierra buscando restos de animales de otros tiempos; bastaría con
observar los que viven actualmente. Si hoy en día se observa que TODOS los
animales están perfectamente adaptados a su medio y cumplen al 100% las
funciones biológicas necesarias para su supervivencia, podemos afirmar que la
teoría de la evolución es una gran mentira. Si todas las especies estuvieran en
un estado permanente de cambio, tendríamos que observar cosas similares al
hipotético dinosaurio que se transforma en pájaro; un bicho extraño, que ni
corre ni vuela.
La razón
por la que no observamos estos animales hoy en día es porque no sobrevivirían
en la naturaleza. Según Darwin, un animal que no está perfectamente adaptado a
su medio natural tiene menos posibilidades de sobrevivir y de pasar sus genes a
la siguiente generación. Es por la supervivencia del más apto, un concepto
clave en el darwinismo, que el evolucionismo se puede refutar. En otras
palabras, la teoría de la evolución se refuta a sí misma.
Volviendo
al reto, a cada paso de la transformación del coche en avión, el ingeniero se
enfrenta a un dilema: o empeora el diseño del coche para que se acerque más a
un avión, o mejora el diseño del coche, en cuyo caso se alejará más de ser un
avión. Es imposible transformar el coche en avión mediante muchos pequeños
pasos, sin perjudicar el funcionamiento original de la máquina. Cualquier
ingeniero que sepa de lo que habla te dirá que un buen motor de un coche sería
un mal motor para un avión. Hay varias razones; una es que el motor de un coche
no está diseñado para funcionar a revoluciones muy elevadas durante mucho
tiempo, sino para acelerar y mantenerse a unas revoluciones más bajas. Sin
embargo, un avión está diseñado para funcionar a un 100% de su capacidad de
revoluciones al despegar hasta llegar a su altitud de crucero y luego al 75%
durante todo el tiempo restante de vuelo; si intentas esto con un motor de un
coche lo quemas. Además, el motor de un avión tiene que soportar cambios
fortísimos en la presión y la temperatura atmosféricas, mientras que el de un
coche no.
Es
exactamente así para el reptil que supuestamente se convirtió en un pájaro. Si
sus patas delanteras tuvieron que transformarse en alas, llegaría un punto en
que le estorbarían para correr pero todavía no valdrían para volar. En este
caso sería incapaz de escapar de los depredadores y de cazar su comida. Tendría
cero posibilidades de transmitir sus genes y se extinguiría. Aparte de la
transformación de las patas delanteras en alas, hay otros procesos
transformativos, que igual se nos escapan a simple vista, que tendrían que
ocurrir para pasar de un reptil a un pájaro. Entre
ellos:
1.
El metabolismo de
los reptiles, animales de sangre fría, es muy lento, mientras que el de los
pájaros, de sangre caliente, es altísimo.
2.
Los huesos de los
reptiles son densos y pesados, mientras que los huesos de los pájaros, para
favorecer el vuelo, son huecos y ligeros.
3.
Los pájaros tienen
un sistema de respiración único en el reino animal, que consiste en un flujo
unidireccional del aire. Todos los demás animales, incluidos los reptiles,
respiran inhalando oxígeno y exhalando dióxido de carbono y en los pulmones el
aire circula en dos direcciones: hacía dentro y hacía fuera. El diseño de los
pulmones aviares es único y especialmente apto para volar, ya que obtienen un
flujo constante de aire fresco. Es totalmente imposible que este diseño fuera
el producto de la evolución, porque nunca podría existir un animal con unos
pulmones a medias entre la respiración unidireccional y bidireccional.
4.
Las plumas de los
pájaros tienen un diseño complejísimo, especialmente pensado para el vuelo, y
siempre han supuesto un auténtico misterio para los evolucionistas. Ellos
afirman que las plumas se desarrollaron a partir de las escamas de los
reptiles, que no son más que pliegues en la piel; es como decir que la catedral
de Chartres se desarrolló a partir de una roca. No hay evidencia en el registro
fósil de ninguna cosa intermedia entre las escamas y las plumas.
La única
manera de superar estos problemas es rompiendo una de las reglas fundamentales
del reto y de Darwin mismo: un salto brusco de un diseño a otro. Igual que un
ingeniero competente sería capaz de reciclar las piezas de un coche para
fabricar un avión, añadiendo otras piezas y cambiando drásticamente el diseño
de la máquina, algunos evolucionistas, ante la falta absoluta de formas
transicionales, han propuesto la idea del monstruo
prometedor, un ser vivo que por un milagro del azar da un salto
evolutivo, en lugar de pasar por el proceso gradual de pequeños cambios que
describió Darwin. El primero en proponer esta teoría fue el geneticista Richard Goldschmidt en 1940.
En su momento la idea fue universalmente ridiculizada por el mundo académico,
no sólo porque contradice frontalmente la ortodoxia darwinista, sino porque en
el fondo es recurrir a la magia para defender una teoría científica. A pesar de
ser una idea tan risible, un intento desesperado por apuntalar una teoría que
hace aguas, en 1977 Stephen Jay Gould,
el evolucionista de mayor prestigio de los últimos tiempos, volvió a proponer
la teoría del monstruo prometedor como la mejor explicación a la descendencia
común de las especies.
El biólogo ateo Richard
Dawkins, el profeta más beligerante de la religión evolucionista de
nuestro tiempo, dijo que los organismos biológicos tiene la apariencia de
haber sido diseñados. Por supuesto, como buen ateo, él cree que no fueron
diseñados, que sólo lo parecen. Dawkins, con su fe ciega en el azar, cree que
todos los seres vivos somos frutos de errores aleatorios que han ocurrido a lo
largo de miles de millones de años. Siguiente el principio de la navaja de Occam, que dice que en igualdad de
condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable, si los
seres vivos tienen apariencia de haber sido diseñados, es lógico pensar que lo
fueron. ¿Quién los diseñó? Dios. La respuesta la
saben muy bien los ateos, y es precisamente por esta razón que se agarran a su
absurda teoría de la evolución, a pesar de sus múltiples contradicciones.
Espero que con este artículo haya abierto los ojos a algunos católicos que
daban por hecho que la teoría de la evolución era una evidencia científica.
Nada más lejos de la realidad. Es una gran mentira, una creencia supersticiosa,
fabricada a conciencia y promovida hoy con el fin de destruir la fe en el
Creador.
_____
NOTAS
[1] La teoría de la evolución ha existido desde que
el mundo es mundo. Los antiguos filósofos griegos, como Anaximandro (siglo VI A. de
C) y Empídocles (siglo V A. de
C.), creían en el cambio continuo de todas las cosas y la descendencia del
hombre de otros animales.
[2] Una de las
mejores refutaciones que he leído en español es el trabajo del argentino Juan Carlos Monedero, El Escarabajo Bombardero. Su
trabajo en gran parte me ha inspirado a mí a escribir este.
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