¿Está en el oído y
en el corazón de tantos jóvenes, la palabra virginidad: o sea, llegar virgen al
matrimonio, él y ella? Y nos podemos también preguntar: ¿recuerdan los casados
estas otras palabras del mismo Catecismo?
Ernesto Juliá – 20/06/18 7:51 AM
En el documento que recoge las
propuestas de la reunión con jóvenes en
preparación del Sínodo sobre «Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional», y en el epígrafe «La búsqueda del sentido
de la existencia», se puede leer ente otros el siguiente párrafo:
«Suele haber
bastante desacuerdo entre los jóvenes, tanto dentro como fuera de la Iglesia,
sobre algunas de sus enseñanzas que hoy en día son especialmente polémicas.
Ejemplos de éstas son la contracepción, el aborto, la homosexualidad, el
concubinato, el matrimonio y cómo el sacerdocio es percibido en diferentes
realidades en la Iglesia. Es importante hacer notar que, independientemente del
nivel de compresión que se tenga sobre la enseñanza de la Iglesia, sigue
habiendo desacuerdo y discusión entre los jóvenes acerca de éstos temas
polémicos. Como resultado, muchos jóvenes quisieran que la Iglesia cambie su
enseñanza o, al menos, desearían tener acceso a una mejor explicación y
formación en estas cuestiones».
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha mantenido siempre una clara enseñanza sobre
todas esas cuestiones, sin necesidad de preguntar a nadie, porque sabe que ha
de transmitir las enseñanzas de Cristo. Y tiene clara constancia del bien que
ha hecho, a los hombres y a la sociedad, su firmeza en vivificar cada
generación con la misma doctrina sobre esos puntos. Doctrina siempre viva y
joven porque es eterna y nunca envejece, que lleva la paz a los corazones de
los creyentes y de tantos otros hombres y mujeres que la viven. También porque
les devuelve el sentido de pecado –si se hubiera perdido–, y nada hay más
rejuvenecedor que el arrepentimiento.
Siempre habrá jóvenes, y mayores, y ancianos, que quieran cambiar las
enseñanzas de la Iglesia sobre la Castidad. Pero la Iglesia sabe muy bien que tiene que transmitir la verdad de
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, aunque a alguno no le guste, porque no puede
traicionar a su Fundador.
En una reunión hace
cuatro años, con jóvenes en Turín, el
papa Francisco les habló del amor con estas palabras:
«¿En qué
consiste la grandeza del amor de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar su amor?». Y
ahora, sé que sois buenos y me permitiréis hablar con sinceridad. No quiero ser
moralista, pero quiero decir una palabra que no gusta, una palabra impopular.
También el Papa debe arriesgar algunas veces en las cosas para decir la verdad.
El amor está en las obras, en la comunicación, pero el amor es muy respetuoso
de las personas, no usa a las personas, es
decir, el amor es casto. Y a vosotros, jóvenes en este
mundo, en este mundo hedonista, en este mundo donde solamente se publicita el
placer, pasarlo bien, darse la buena vida, os digo: sed castos, sed castos».
«Todos nosotros
en la vida hemos pasado momentos en los que esta virtud era muy difícil, pero
es precisamente el camino de un amor genuino, de un amor que sabe dar la vida,
que no busca usar al otro para su propio placer (…). No es fácil. Todos sabemos
las dificultades para superar esta concepción «facilista» y hedonista del amor.
Perdonadme si digo una cosa que no os esperabais, pero os pido: haced el
esfuerzo de vivir castamente el amor» (21 de junio 2015).
¿Saben hoy tantos
jóvenes qué es ser casto? ¿Saben qué es vivir castamente el amor siendo novios?
¿Se acuerdan los novios de estas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica?:
«Los novios están
llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un
descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la
esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del
matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben
ayudarse mutuamente a crecer en la castidad» (n. 2350).
¿Está en el oído y
en el corazón de tantos jóvenes, la
palabra virginidad: o sea, llegar virgen al matrimonio, él y ella? Y nos podemos también
preguntar: ¿recuerdan los casados estas otras palabras
del mismo Catecismo?:
«La sexualidad
[...] mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos
propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que
afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de
modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el
que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte»(n. 2361).
«Los actos [...]
con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y
dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la
recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud.
La sexualidad es fuente de alegría y de agrado» (n. 2362).
Ratzinger señaló también, en el discurso que he comentado en artículos anteriores, que la aceptación de
la práctica de la contracepción y de la homosexualidad son causa de la
banalización de la Fe que contemplamos hoy. Vale la pena recordarlo con claridad
a los jóvenes; lo haré en uno de los próximos escritos.
Artículo
publicado originalmente en Religión Confidencial.
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