Hoy se discute mucho
sobre la presencia de un nuevo gnosticismo en el interior de la Iglesia
Católica. Pero las atribuciones de esta antigua herejía a varias corrientes
actualmente existentes en el catolicismo son en general erradas. Para llevar un
poco de claridad, es necesario ante todo una comprensión clara de qué fue en
esencia el antiguo gnosticismo.
Fr. Thomas Weinandy, OFMCap
Hoy se discute mucho sobre la
presencia de un nuevo gnosticismo en el interior de la Iglesia Católica. Algo
de lo que se ha escrito es útil, pero mucho de lo que se ha descrito como «revival» de esta herejía tiene poco que ver con
su antiguo antecedente.
Además, las atribuciones de
esta antigua herejía a varias corrientes actualmente existentes en el
catolicismo son en general erradas. Para llevar un poco de claridad a
esta discusión sobre el neo-gnosticismo, es necesario ante todo una comprensión
clara de qué fue en esencia el antiguo.
EL ANTIGUO
GNOSTICISMO SE PRESENTÓ EN DIVERSAS FORMAS Y EXPRESIONES, MUCHAS VECES MÁS BIEN
RETORCIDAS, PERO CON ALGUNOS PRINCIPIOS
ESENCIALES BIEN DISTINGUIBLES:
–En primer lugar, el gnosticismo sostiene un
dualismo radical: la «materia» es la fuente de todo mal, mientras que el «espíritu» es el origen divino de todo lo que es
bueno.
–En segundo
lugar, los seres
humanos están compuestos tanto de materia (el cuerpo) como de espíritu (que
proporciona el acceso a lo divino).
–En tercer lugar, la «salvación»
consiste en obtener el conocimiento verdadero, la «gnosis», una
iluminación que permite progresar desde el mundo material del mal al reino
espiritual, y por último a la comunión con la suprema divinidad inmaterial.
–En cuarto lugar, se han presentado diferentes
«redentores gnósticos», cada uno de los cuales sostuvo que poseía ese
conocimiento y que proporcionaba acceso a esta iluminación «salvífica».
A LA LUZ DE LO DICHO
HASTA AQUÍ, LOS SERES HUMANOS SE
DIVIDEN EN TRES CATEGORÍAS:
1) los
«carnales» o «sarkici», prisioneros del mal en el mundo material o corpóreo e incapaces de
recibir el «conocimiento salvífico»;
2) los
«espirituales» o «psichici», son en parte confinados en la realidad carnal y parcialmente iniciados
en el dominio espiritual (en el interior del «gnosticismo cristiano» son los
que viven de la «fe» simple, porque no poseen la plenitud del conocimiento
divino, no están plenamente iluminados y, en consecuencia, deben confiarse en
lo que «creen»);
3) por último, están las personas capaces
de iluminación plena, los «gnósticos», porque poseen la plenitud del
conocimiento divino. Gracias a su conocimiento salvífico, pueden separarse
completamente del malvado mundo material y ascender a lo divino.
Ellos viven y son salvados no
gracias a la «fe», sino al «conocimiento».
Comparado con el gnosticismo
antiguo, lo que ahora se propone como neo-gnosticismo en el catolicismo
contemporáneo parece confuso y ambiguo, además de errado. Algunos católicos son acusados de
neo-gnosticismo, porque supuestamente creen que se salvan porque adhieren a «doctrinas» inflexibles y sin vida y
observan rigurosamente un «código moral» rígido
y despiadado. Proclaman «conocer» la verdad y, en consecuencia, exigen que ésta
sea afirmada y, sobre todo, obedecida. Estos «católicos
neo-gnósticos» –se sostiene– no están abiertos al nuevo movimiento del
Espíritu en la Iglesia contemporánea. Un movimiento, éste, definido
frecuentemente como «el nuevo paradigma».
Ciertamente, todos conocemos a
católicos que se comportan como si fuesen superiores a los demás, que ostentan
su comprensión plena de la teología dogmática o moral para acusar a los demás
de laxismo. No hay nada nuevo en este moralismo autojustificativo. Pero este
sentimiento pecaminoso de superioridad entra propiamente en la categoría del
orgullo y de por sí no es una forma de gnosticismo.
Sería justo llamar a esto «neo-gnosticismo» sólo
si los así acusados propusieran un «nuevo
conocimiento salvífico», una nueva iluminación que se diferencia de la Sagrada Escritura como se
la entiende tradicionalmente y de lo que es auténticamente enseñado por la
tradición viviente del magisterio.
Pero esa acusación no puede
ser formulada contra «doctrinas» que, lejos
de ser verdades sin vida y abstractas, son las expresiones maravillosas de las
realidades centrales de la fe católica: la Trinidad, la encarnación, el
Espíritu Santo, la presencia real y sustancial de Cristo en la eucaristía, la
ley de Jesús de amor a Dios y al prójimo reflejada en los diez mandamientos,
etc. Estas doctrinas definen lo que era la Iglesia, lo que es y lo que será.
Son las doctrinas que la hacen una, santa, católica y apostólica.
Además, estas doctrinas y
estos mandamientos no son una forma de vida esotérica que someta a los
individuos a leyes irracionales y despiadadas, impuestas desde el exterior por
una autoridad tiránica. Más que nada, estos mismos «mandamientos»
han sido dados por Dios, en su amor misericordioso, a la humanidad para
asegurar una vida santa y a imagen de Dios.
Jesús, el Hijo encarnado del
Padre, nos ha revelado además la forma de vida que debemos vivir mientras
esperamos que venga su reino. Cuando Dios nos dice lo que no debemos hacer
jamás, nos está protegiendo del mal, el mal que puede destruir nuestras vidas
humanas, vidas que él ha creado a su imagen y semejanza.
Jesús nos ha salvado de la
devastación del pecado a través de su pasión, muerte y resurrección, y ha
infundido su Espíritu Santo precisamente para darnos el poder de vivir una vida
auténticamente humana. Promover este modo de vivir no significa proponer un
nuevo conocimiento salvífico. En el gnosticismo antiguo, las personas de fe
–obispos, sacerdotes, teólogos y laicos– las habrían definido como «psíquicas».
Los gnósticos las mirarían de arriba hacia abajo, precisamente porque no pueden
reivindicar algún «conocimiento» único o
esotérico. Están obligadas a vivir sólo de la fe en la revelación de Dios, tal
como es entendida y fielmente transmitida por la Iglesia.
Los que hoy erróneamente acusan a los demás de neo-gnosticismo proponen –cuando se confrontan
con el núcleo de las cuestiones doctrinales y morales de la vida real– la
necesidad de buscar personalmente lo que Dios querría que hagan. Animan a las
personas a discernir, por sí solas, en el dilema moral en que se encuentran
para afrontar en su contexto existencial la mejor línea de acción, es decir, lo
que son capaces de hacer en ese momento dado en el tiempo. De este modo, la
conciencia propia del individuo, su comunión personal con lo divino, determina
cuáles son las exigencias morales en las circunstancias personales del individuo.
Lo que enseña la Escritura, lo que Jesús ha afirmado, lo que la Iglesia
transmite a través de su tradición viviente del magisterio es suplantado por un
«conocimiento» más elevado, por una «iluminación» más
evolucionada.
Si hay un nuevo paradigma
gnóstico en la Iglesia de hoy, parecería precisamente que se encuentra aquí.
Proponer este nuevo paradigma significa afirmar estar verdaderamente «in-the-know», en «conocer»
verdaderamente, tener un acceso especial a lo que Dios está diciéndonos
como individuos aquí y ahora, aunque esto fuese más allá y pudiera incluso
contradecir lo que Él ha revelado a todos los demás en la Escritura y en la
tradición.
Es de esperar, al menos, que
nadie que reivindique este conocimiento ridiculice como neo-gnósticos a los que
viven simplemente de su «fe» en la
revelación de Dios, como propuesta por la tradición de la Iglesia.
Espero que todo esto lleve un
poco de claridad a la actual discusión eclesial sobre el gnosticismo «católico»
contemporáneo, poniéndolo en el justo contexto histórico. El gnosticismo no
puede ser utilizado como un epíteto contra esos fieles «no
iluminados» que buscan simplemente actuar, con la ayuda de la gracia de
Dios, como la enseñanza divinamente inspirada de la Iglesia los llama a obrar.
Este artículo
apareció el 7 de junio en la página web americana «The Catholic Thing», Gnosticism today y ha sido traducida por
Sandro Magister, blog Settimo Cielo , el 13 de junio
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