Es
uno de los temas sobre los regalos del Espíritu. Se trata del carisma de
liberación de influencias malignas, diabólicas.
Llaman la atención las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos al
final del evangelio de Marcos.
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Cuando les dice que deben acompañar el anuncio evangelizador con signos de poder como expulsar demonios, hablar lenguas nuevas y sanar enfermos (Mc 16, 15-18).
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Cuando les dice que deben acompañar el anuncio evangelizador con signos de poder como expulsar demonios, hablar lenguas nuevas y sanar enfermos (Mc 16, 15-18).
Pero a menudo la liberación se ha comprendido mal o inadecuadamente. Y por otra parte, se han
realizado liberaciones que no deberían haber sido realizadas. La ignorancia, la
precipitación, la falta de un buen discernimiento, el mal uso del carisma, las
exageraciones etc., han hecho que se tengan sospechas a la hora de entrar en
materia. Estamos ante un problema
complejo que, lejos de haber desaparecido, sigue presente en nuestra
sociedad. Y por eso este informe trata de poner orden sobre la justificación de
este ministerio y la forma en que se debe ejercitar.
LA
DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE EL MALIGNO
Se puede hablar, con seriedad de los ritos satánicos y sin caer en
exageraciones. La Iglesia
siempre ha rechazado una excesiva credulidad en esta materia, censurando
enérgicamente todas las formas de superstición, al igual que la obsesión por
satanás y los demonios, y los ritos y modalidades de maléfica adhesión a tales
espíritus. También ha puesto en guardia
contra un enfoque puramente racional de estos fenómenos, que termine por
identificarles siempre y solo con desequilibrios mentales. Una serena posición de fe ha sido
característica de la actitud de la Iglesia a lo largo de los siglos.
Como
nos recuerda san Juan Crisóstomo:
“Ciertamente,
no es un placer entretenerse con el tema del diablo, pero la doctrina que aquel
me ofrece la ocasión de tratar resultará muy útil para vosotros” (Del diablo tentador,
homicida II, 1).
La Iglesia ejerció, ya desde tiempo apostólico, como lo afirma la
introducción del ritual de exorcismos, el poder recibido de Cristo de expulsar
demonios y anular su influjo.
Así pues, ora continuamente y con fe “en nombre de Jesús”
para ser liberada del maligno. Y en el mismo nombre, con el poder
del Espíritu Santo, ordena de varias formas a los demonios que no obstaculicen
la obra de la evangelización y que devuelvan “al
más fuerte” el dominio de todos y
cada uno de los hombres.
“Cuando la Iglesia pide públicamente y con
autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea
protegido contra el influjo del Maligno y substraída de su dominio, esto se
llama exorcismo” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1673).
EN
LA SAGRADA ESCRITURA
En el Antiguo Testamento, ya desde el Génesis aparece la tentación de nuestros primeros padres
por la acción de un espíritu perverso y maligno (Gn 3,13-15). En el primer libro de Samuel, Saúl es
atormentado por un espíritu malo (1 S 14,16). En los libros escritos antes del cautiverio nos encontramos con
espíritus malignos actuantes sobre los seres humanos (1 R 22, 21-23; 2 Cro 18,
18-22). Y por primera vez en el
libro de Job aparece ya con el nombre de satán, que es presentado como
espíritu tentador, empeñado en apartar al ser humano de Dios (Jb 1,6-2,7). En los libros posteriores al cautiverio,
el demonio aparece con más frecuencia y con mayor claridad, excluido de todo influjo persa que lo
divinizaba (1 Cro 21, 1; Za 2,12; Ecl 21,30). En el Nuevo Testamento los pasajes sobre el demonio son muy
repetidos y explícitos. El evangelio de
San Mateo lo cita once veces; san Marcos trece; san Lucas veintitrés; y san
Juan seis.
El demonio es presentado como adversario de Cristo y del reino de Dios.
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Satán y los suyos aparecen siempre como incitadores del pecado y el demonio es llamado simplemente “el maligno” (Mt 13,19.38), “enemigo y adversario” (Mt 4,3), “padre de la mentira” (Jn 8,44), “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31).
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Satán y los suyos aparecen siempre como incitadores del pecado y el demonio es llamado simplemente “el maligno” (Mt 13,19.38), “enemigo y adversario” (Mt 4,3), “padre de la mentira” (Jn 8,44), “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31).
El Apocalipsis compendia así la revelación sobre el demonio: “Fue arrojado el gran dragón, la antigua serpiente, el que se llama diablo y satán, el que seduce
el universo entero” (Ap
12,9). En los evangelios se muestra como satanás quiere hacer fracasar la obra de la redención por todos
los medios. En el comienzo de la vida
pública de Jesús, intenta apartarle de su misión (Mt 4,1ss; Lc 4,1ss). Satán
quiere hacer caer a los Apóstoles (Lc 22,31) y es el que inspira a Judas a la
traición (Lc 22,3). Jesucristo proclama que el demonio es el que siembra la
cizaña entre el trigo (Mt 13,39) y es el que arrebata la buena semilla
de la Palabra de Dios del corazón de los seres humanos (Lc 8,12). Marcos presenta como primer milagro de Jesús
en Cafarnaúm la expulsión de un demonio (Mc 1, 21-28). Aduce, también,
otras tres expulsiones diabólicas: la del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20); la
de la hija de la mujer Sirofenicia (Mc 7, 24-30); y la del endemoniado
epiléptico (Mc 9,14-29). Juan
contrapone una y otra vez la acción redentora de Cristo a la acción y reino de
satán, que es el reino de las tinieblas (Jn 1,5) y entiende su obra como
juicio contra el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31) San Pedro en su primera carta escribe: “Sean
sobrios y velen. Su enemigo el diablo,
como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistan firmes en
la fe” (1 P 5,8). Por otra
parte san Pablo advierte: “El diablo actúa en forma de toda clase de
poder, de signos y de prodigios mentirosos, y de toda especie de
seducciones inicuas, destinadas a los que están en vías de perdición, por no
haber escogido el amor de la verdad que los salvaría. Y, por eso, Dios les
manda una fuerza poderosa de seducción que los lleva a creer en la mentira, de
suerte que acaben condenados todos los que no creyeron en la verdad, sino que
se complacieron en la iniquidad” (2 Ts 2, 9-12).
La lectura
del Santo Evangelio nos muestra como Jesús
dedicó gran parte de su ministerio a arrojar el demonio de muchas personas
que estaban poseídas u oprimidas por los demonios. Cuando San Pedro en la casa de Cornelio sintetiza el
ministerio de Nuestro Señor Jesucristo lo hizo con estas palabras: “Como Dios ungió a Jesús de Nazareth con el Espíritu
Santo y con poder, y cómo El pasó
haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con Él” (Hech 10,37-38). Y es que Pedro había presenciado las muchas
liberaciones demoníacas que había realizado Cristo durante los años de
su vida apostólica. La misión que
recibieron los doce y los setenta y dos discípulos incluyó la de expulsar
demonios (Lc 9,1-6; Mt 10,8; Mc 6,7-13; Lc 10,17). Este mismo poder lo
comunica a todos los verdaderos creyentes (Mc 16, 17-18). Es por ello que
entraremos directamente en el tema de la oración de liberación, conscientes de
la necesidad del don del discernimiento
para saber qué es lo que hay y como se debe proceder.
Es tan peligroso ignorar la presencia del demonio como afirmarla donde
no se da.
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Por tanto, la liberación debe ejercerse con gran prudencia.
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Y solamente hacerla cuando en la oración se juzga que realmente se da allí la acción del demonio y que el Señor quiere que en ese momento oremos por liberación.
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Por tanto, la liberación debe ejercerse con gran prudencia.
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Y solamente hacerla cuando en la oración se juzga que realmente se da allí la acción del demonio y que el Señor quiere que en ese momento oremos por liberación.
EN
EL CATECISMO DE LA IGLESIA
El catecismo
de la Iglesia católica (cf. Nn. 391-395), apoyándose en la revelación, presenta
breve y densamente la existencia del
demonio, quienes son los demonios y cuál es su acción y su poder. Igualmente
en el capítulo IV del catecismo dentro del tema de la oración cristiana, ampliando la oración del padrenuestro,
dice:
“El mal no es una abstracción, sino que designa una
persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios.
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El diablo (diabolos) es aquél que se atraviesa en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
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Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira (Jn 8,44).
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Satanás, el seductor del mundo entero (Ap 12,9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo, y por cuya definitiva derrota toda la creación entera será liberada del pecado y de la muerte” (nn.2851, 2852).
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El diablo (diabolos) es aquél que se atraviesa en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
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Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira (Jn 8,44).
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Satanás, el seductor del mundo entero (Ap 12,9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo, y por cuya definitiva derrota toda la creación entera será liberada del pecado y de la muerte” (nn.2851, 2852).
Afirma san Ambrosio, citado por el catecismo
de la Iglesia: “Quien confía en Dios no tema al demonio. ¿Si Dios está con
nosotros, quien estará contra nosotros?”
(Rom 8,31). La victoria sobre el
príncipe de este mundo (Jn 14,30) se adquirió de una vez por todas en la
hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Los puntos principales sostenidos por la
Iglesia respecto al demonio los tenemos en el V concilio ecuménico de
Constantinopla (553), concilio de Braga (561), IV concilio de Letrán (1215),
concilio de Trento (1545-1563), concilio Vaticano I (1869-1870) y concilio
Vaticano II (1962-1965).
Incluso el Papa Pablo VI sintió la necesidad de recordar
la doctrina de la Iglesia sobre esta materia, en la audiencia general
del 15 de noviembre de 1972: “El mal no es ya solo una deficiencia, sino
una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible
realidad. Misteriosa y pavorosa. Quien rehúsa reconocer su existencia, se sale
del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica; como se sale también quien
hace de ella un principio autónomo, algo que no tiene su origen, como toda
criatura, en Dios. O quien la explica como una pseudos realidad, una
personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras
desgracias” (L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 19 de noviembre de 1972, p. 3). El Papa Juan Pablo II, en el ciclo de
catequesis sobre la creación (9 y 30 de Junio, y 13 de Agosto de 1986) afirma
la misma doctrina.
LA
ORACIÓN DE LIBERACIÓN
Se hace
necesario hacer una distinción
fundamental entre la oración de liberación de la oración de exorcismo,
la cual amerita un capítulo adicional que no se trata en el presente artículo.
Lo que si podemos precisar es que la oración de exorcismo se hace en el
nombre de Cristo, pero dirigida a uno o varios espíritus malignos con el fin de
liberar a la persona poseída.
Este tipo de
oración debe ser realizada por un
sacerdote piadoso, docto, prudente y con integridad de vida, con
licencia peculiar y expresa del Obispo diocesano (Canon 1172 del Código de
derecho canónico). Este tipo de oración de exorcismo se dirige básicamente en los casos de posesión maligna, que como
hemos anotado son raros. Antes de profundizar en la oración de liberación y en
el ejercicio del carisma de liberación, es importante partir de la necesidad de conformar un ministerio de
liberación que realice este tipo de oración. El cual debe ser
conformado, en lo posible, por varias
personas con carismas complementarios y que vivan una comunión profunda en el
Espíritu del Señor. Y bajo la asesoría de un sacerdote o en el
mejor de los casos contando con su presencia.
En dicho ministerio se recomienda encarecidamente la vivencia de tres
fases, sin que se relativice ninguna, a saber: Acogida, oración y
acompañamiento.
PRIMERA
FASE: LA ACOGIDA
El
ministerio de liberación descansa fundamentalmente sobre una “espiritualidad de
misericordia”, en donde una persona que cree estar atormentada por el
maligno, debe poder sentirse acogida, sin ser juzgada. El ministerio de
liberación comienza por tomar los medios concretos para acoger a las personas
atormentadas, con una mirada cristiana
de compasión. La calidad de la acogida favorece la escucha de la
persona, para que esta tenga confianza
en el ministerio para aceptar los consejos propuestos por estos y facilitará el
discernimiento. Se deben realizar
preguntas claves que ayuden a tener un buen discernimiento, como por
ejemplo cuando comenzó la aparición de los desórdenes, si hay en la familia
signos de un desorden del mismo género, estos desordenes se agravan por un
contexto espiritual cristiano, etc. La
búsqueda del comportamiento del riesgo alienante es primordial. Para
ello debe darse convergencia de criterios entre los miembros del equipo para
llegar así al discernimiento final. Debe darse igualmente una preparación de las personas que van a orar y
de la persona sobre la cual se va a orar. No sobra decirlo que los
miembros del ministerio deben prepararse
con oración y ayuno.
Es necesario tomar muy en serio la oración en la liberación y es por
ello que se le debe dar una importancia especial a la oración en el grupo antes
de orar.
En cuanto a
la preparación de la persona sobre la
que se va a orar, esta debe manifestar su decisión para poner en orden
su vida, acompañada de un arrepentimiento serio de sus pecados y el perdón
recibido a través del sacramento de la
reconciliación. Otro paso de gran importancia es entregar su vida al
señorío de Cristo. Se ha de pedir con total confianza que el Señor revista a
todos de su amor y de su compasión. Se puede iniciar la preparación por un acto colectivo de arrepentimiento de
cuantos intervienen.
No se hace la oración de liberación forzosamente porque se de una causa
espiritual.
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No debemos precipitarnos.
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Detrás de la liberación hay siempre una llamada a la conversión, a esta es para la que hay que preparar a la persona.
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No debemos precipitarnos.
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Detrás de la liberación hay siempre una llamada a la conversión, a esta es para la que hay que preparar a la persona.
Todos los
autores están de acuerdo en señalar la importancia capital que tiene el hecho
de reclamar sobre sí, en fe profunda la
sangre de Cristo. Es pedir sobre el ministerio y sobre la persona por
quien se está orando, la protección de
Dios recurriendo a la súplica de nuestra participación en la aspersión
de la sangre de Cristo (1 Pe 1,2; Ef 1,7). Semejante precaución espiritual
vivida en la confianza en el amor infinito del sacrificio de amor ofrecido por
Jesucristo en la cruz por la liberación de los pecados de todos los hombres,
tiene en cuenta el riesgo de contagio o
de daños espirituales que pueden sufrir los que afrontan dicha oración de
liberación. Se busca con ello vivir ese tiempo fuerte de oración, con
una fe purificada y confiada,
dispuesta para afrontar este combate espiritual. Es de anotar que nunca se debe hacer una oración de liberación
en público, ni siquiera en situaciones de sorpresa (manifestaciones
repentinas a causa de una asamblea, por ejemplo). Conviene por el contrario,
buscar ante todo la discreción y poder disponer de un lugar retirado para orar, al abrigo de las miradas exteriores. Evitar
la oración en público no significa practicarla solo, sino con motivo de una
reunión de los miembros del equipo ministerial. Antes de comenzar la oración de
liberación propiamente dicha, se requiere de una persona encargada de dirigir la sesión, la cual ejercerá su
carisma de liberación expresando autoridad sobre los espíritus malos. Esta
persona a su vez, debe exponer
claramente el papel de cada uno de los miembros del equipo, y debe ser la
responsable de todas las decisiones. Le corresponde hacer ver a la
persona por quien se ora que es necesaria
su colaboración y apertura en aras de un buen discernimiento. Debe
cuidar además de mantener un clima
libre de tensiones en donde la comunicación sea normal, orando con todo
fervor y confianza, actuando con humildad y sencillez, pero llena de fortaleza.
Nunca se pondera suficientemente la estricta
confidencia que debe haber entre cuantos participan en el ministerio. Puede presentarse el caso que una persona no
quiera arrepentirse o perdonar, se hace necesario, por tanto, que el que
dirige la sesión de liberación invita que se ore por la persona para que Dios
le conceda la gracia de la contrición y de perdonar sinceramente. Sin esto no se debe continuar. Es
realmente necesario que la persona termine esta primera etapa entregando su
vida a Dios y reconociendo a Jesús como su Señor y Salvador.
SEGUNDA
FASE: LA ORACIÓN DE LIBERACIÓN
Esta segunda
etapa procede del discernimiento final y no puede hacerse sin él. Pasar demasiado rápido a la oración de
exorcismo sin tomar los medios de un discernimiento justo es un riesgo
para la salud de la persona afectada. Es conveniente comenzar con una alabanza y una acción de gracias. Pedir al Señor
protección para todas y cada una de las personas que intervienen en la
liberación es algo que nunca debe omitirse. Para ello se puede invocar el poder
protector de la sangre de Cristo. Otro aspecto importante en la oración de
liberación tiene que ver con la oración
en la que se atan los espíritus, con el objeto de paralizar toda asistencia
diabólica.
Esta oración busca no solo suprimir las manifestaciones que descentren a
las personas de Jesús, impidiendo todo daño al sujeto de la liberación y a las
personas que intervienen.
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Sino también el que suscite temor, confusión o agitación de cualquier clase.
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Sino también el que suscite temor, confusión o agitación de cualquier clase.
Esto además,
ayudará a identificar las áreas que
necesitan sanación interior y aún los aspectos y personas sobre los que
debe recaer el perdón. Se debe tener también en cuenta la renuncia al pecado en conexión con la
infestación demoníaca. Es muy aconsejable haber recibido previamente el sacramento de la Reconciliación, el
cual conviene hacerlo antes de comenzar el proceso de liberación. Si hubiera habido algún tipo de pacto,
no se pase a otra etapa sin previa retractación, la cual debe hacerse de manera
formal y expresa. Igualmente la sanación
de las heridas profundas es el punto focal del proceso de liberación. Comúnmente
es necesario llegar a la raíz de la causa que crea la dificultad y orar por su
sanación. En cuanto a la oración de
liberación como tal no es necesario usar una misma y única fórmula. Uno
de los modelos nos lo ofrece Philippe
Madre en su libro Curación y Exorcismo: “Yo te ordeno en nombre de Jesucristo y en la
fe de la Iglesia, a ti espíritu de…… cesar inmediatamente toda
influencia maligna sobre el alma o el cuerpo de X. Sé que no soy nadie para
ordenarte esto, pero a través de mi debilidad la fuerza del Señor manifiesta
todo su dominio. Apoyándome en las
promesas de Jesús, las cuales tu sabes son verdaderas, ya que Él mismo
es la verdad, te ordeno pues, a ti, espíritu de…. desaparecer definitivamente
de la vida y de la historia de X, sin hacerle ningún daño y sin que te atrevas
a volver. Tu sabes en este momento que
X ha elegido la luz y que renuncia a toda mentira, a toda seducción, a
toda voluntad de poder, a toda complicidad con el maligno. Te ordeno cesar toda influencia nefasta o
destructiva en su cuerpo y en su alma. Ahora mismo debes alejarte y no
volver nunca más. Ahora mismo Jesús, el
Hijo único de Dios, te arroja por su muerte y su resurrección, de la
existencia de X. Tenías a X prisionero a causa de… (Aquí se pueden citar los
comportamientos de riesgo alienante pasados de X), pero la misericordia del
Señor lo ha visitado en el seno mismo de estos acontecimientos y tú debes
renunciar a esta opresión, (o a esta obsesión). Yo te lo ordeno por la autoridad misma del hijo de Dios, que te ha
vencido en el leño de la cruz. A petición de María, la Virgen purísima, yo te
lo ordeno. A petición de san José, terror de los demonios, yo te lo ordeno. A
petición de san Miguel Arcángel, yo te lo ordeno. A petición del Ángel de la
guarda de X, yo te lo ordeno. A petición de…. (aquí se pueden citar varios
santos o santas conocidas en el ministerio. Lo que cuenta no es, claro está, la
cantidad de nombres de bienaventurados invocados, sino la familiaridad
espiritual auténtica que uno pueda vivir con uno u otro)”.
Es importante notar la diferencia fundamental que existe entre una
oración de curación y una oración de liberación.
Mientras que la primera se dirige a Dios, la segunda se dirige al
demonio opresor.
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Mientras que la oración de curación es, ordinariamente, una oración de petición.
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La de liberación es un “mandato” a satanás, puesto que se trata de un enfrentamiento con él, en el nombre de Jesús.
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Mientras que la oración de curación es, ordinariamente, una oración de petición.
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La de liberación es un “mandato” a satanás, puesto que se trata de un enfrentamiento con él, en el nombre de Jesús.
Por tanto,
el que hace la oración de liberación, tiene que estar de algún modo, investido de la autoridad de Jesucristo. Esta
fase suele terminar cuando hay cierta
percepción espiritual de que el espíritu realmente ha dejado de influenciar la
persona, la cual, ordinariamente siente que la paz la invade o que no
hay ya perturbación en su interior, que incluso se refleja exteriormente. Se
pide igualmente la protección del Señor
sobre todos, especialmente sobre el sujeto liberado. Se clama un nuevo derramamiento del Espíritu, los
dones que especialmente necesita la persona; se pide por las necesidades del
equipo de liberación. Lo ideal sería que recibiera muy pronto la Eucaristía y que la frecuentara en
adelante. La oración de sanación interior tiene un puesto insustituible después
de haber sido liberada. Se debe hacer con intensidad, amor y paz, empleando el tiempo que fuere conveniente.
La alabanza, la acción de gracias a
Dios por su actuación clausurará está clara, frecuentemente ardua y
prolongada sesión.
TERCERA
FASE: EL ACOMPAÑAMIENTO
Un
ministerio de liberación, no puede ignorar la importancia de esta fase. Incluso
algunos autores aconsejan no hacer
oración de liberación a menos que se tenga resuelto este aspecto, para
ellos fundamental.
Se trata de reconstruir y reafirmar la vida de la persona liberada en
las áreas en que había sido infestada y que han quedado libres de la influencia
maligna por la gracia del Señor a través de la oración de liberación.
Se busca
además proteger a la persona para que
no vuelva a caer en los pecados o en las situaciones en las que puede
volver a ser infestado por el espíritu del mal. En primer lugar hablamos del
acompañamiento espiritual, dirigido a las necesidades de conversión y de fortificación espiritual
después de la liberación, el cual puede ser practicado por un miembro
del equipo ministerial que vivió la primera fase con el sujeto. En este tipo de
acompañamiento el sacerdote juega un papel primordial, particularmente en la
perspectiva del sacramento de la
reconciliación. Todos los comportamientos
de riesgo alienante pertenecen al orden del pecado y la persona liberada
puede tomar conciencia de ello muy rápidamente y se sentirá motivada por tanto
a celebrar el sacramento de la reconciliación. La conversión auténtica se verifica en los actos y en las elecciones
nuevas, de perspectiva cristiana, que el sujeto llevará a cabo y que
transformarán efectivamente su existencia. En los casos de exorcismo, obsesión
u opresión no conviene cantar victoria
muy rápidamente, pues después de la oración de liberación la persona se
puede sentir sola y tiene muchas posibilidades de recaer en el futuro próximo. En
segundo lugar hacemos referencia al acompañamiento en la sanación interior, el
cual se le llama a veces la “convalecencia interior”. Es un aspecto posible de la actividad
del ministerio de liberación, quitando zonas
de anestesia interior que volvían insensibles algunas heridas del
pasado, pero que aún no estaban curadas. Estas heridas seguían “sangrando” en el alma,
y por lo tanto, generaban cierto sufrimiento profundo. Será entonces la mirada
de Jesús la que visite con una gran bondad y compasión inmensa, todo este
pasado personal, sin ser jamás un acusador. A la luz de esta mirada, el hombre se descubrirá amado, perdonado y dejara que
el amor lo sane. Es bueno recordar que el motor primordial de un auténtico camino de sanación interior es el
perdón y este entendido en el movimiento de ser perdonado y de
perdonarse.
Ser perdonado ante todo por Dios o por una persona a la que se le causo
algún mal y perdonarse a sí mismo ya que no hay peor juez acusador que nosotros
mismos.
La persona
finalmente se descubrirá locamente
amada por el Señor y podrá exclamar con san Pablo: “Me ha amado tanto”. Hay que pedir a la
persona liberada romper con los modos
habituales de conducirse que la han llevado a la infestación. Por eso,
es precisa cierta disciplina espiritual de acuerdo con la situación anterior de
la persona, la cual debe comenzar a tener actitudes de oración regular, acompañada de la lectura regular de la
Sagrada Escritura, la vida sacramental, especialmente la Eucaristía, sin
dejar de acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación. Se le ha de
aconsejar, y en cierto modo, es el recurso más valioso, porque abarca los
anteriores o va llevando a ellos, el que se integre a un buen grupo de oración.
Allí encontrará la ayuda fraternal de
sus hermanos que le acogen con amor sincero y que oran por él para que
se fortalezca y crezca.
Por:
P. José Camilo Arbeláez M.
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