Frente a la ideosincrasia personalista,
que suele explicar los Mandamientos en clave de diálogo, la encíclica de San
Juan Pablo II Veritatis splendor de 1993, los presenta como lo que son,
Mandamientos. Sin falsas dicotomías fenomenológicas.
Los personalismos posmodernos,
en sintonía con la ética globalista del nuevo orden mundial, contextualizan el
Decálogo en un marco democratizante o semipelagiano que maximiza la autonomía
humana. Los reinterpreta en clave
hegeliana, al servicio del principio de autodeterminación,
como guía, ideal, diálogo, propuesta, invitación, inspiración, más que como
propiamente Mandamientos.
Son minusvalorados en cuanto
tienen de deberes, como si por sí mismos dificultaran la experiencia personal y
amorosa con Dios. La ley, se dice, no está antes que la fe, como diciendo
que el Decálogo es sólo para creyentes.
Los personalismos posmodernos
suelen presentar, también, la vida cristiana, como vida de liberación,
pero no como vida en la ley moral por la gracia. Su concepto de libertad es la
libertad negativa moderna.
Es común, entre los humanismos
surgidos del rompimiento de la Cristiandad, considerar los mandamientos como obligaciones convencionales, compromisos
arbitrarios, normas positivistas, pesadas, que aplastan el amor.
Del Decálogo se dice que si
libera del egoísmo es por el amor de Dios, no por sus preceptos. La salvaguarda
de la ley natural es relacionada con la voluntad, no con la salvación ni el
amor.
Opina el pensamiento moderno
que primero es la memoria de los dones divinos, y después la obediencia, como
si los Mandamientos, en clave nominalista, sólo obligaran a los creyentes, cual
normas de uso interno desligadas de la naturaleza humana y del plan creador.
Es común, también, opinar que
la centralidad del Decálogo no expresa una espiritualidad filial, sino una
moral de esclavos, como decía Nietzsche, considerando la ley moral siempre bajo
la óptica de la servidumbre.
LOS MANDAMIENTOS EN VERITATIS SPLENDOR
Veritatis
splendor
11, sin
embargo, fiel a la Tradición cristiana, no establece falsas dicotomías entre
guardar los Mandamientos y pertenecer a un Pueblo ya liberado de la esclavitud:
«Mediante la
moral de los mandamientos se manifiesta la pertenencia del pueblo de Israel al
Señor»
El Décalogo es presentado en
el punto 12 como un signo de liberación y de alianza:
«La entrega del
Decálogo es promesa y signo de la alianza nueva […] para
sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cf. Jr 17,
1). Entonces será dado “un corazón nuevo” porque en él habitará “un espíritu
nuevo", el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28)»
Lejos de establecer una
separación artificial entre salvación y Mandamientos, Veritatis splendor
12 establece su íntima y vivificante conexión: «se
enuncia una estrecha relación entre la vida eterna y la obediencia a
los mandamientos de Dios: los mandamientos indican al hombre el camino
de la vida eterna y a ella conducen. Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés,
los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a los hombres; él mismo los
confirma definitivamente y nos los propone como camino y condición de
salvación.»
Tampoco reconoce fractura
entre deberes para con Dios y reconocimiento de los dones que nos ha dado.
Antes bien, son compendio de los bienes con que ha adornado a la persona: «En efecto, los diversos mandamientos del Decálogo no son
más que la refracción del único mandamiento que se refiere al bien de la
persona, como compendio de los múltiples bienes que connotan su identidad de
ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con el prójimo y con el mundo
material. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia católica, “los
diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo
tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes
esenciales y, por tanto, indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes
a la naturaleza de la persona humana”»
Conforme a la Tradición de la
Iglesia, Veritatis splendor 13 considera los Mandamientos como una etapa
primera, básica y fundamental; como una prioridad, porque tutelan bienes
fundamentales de toda persona, no sólo de los creyentes:
«Los mandamientos constituyen,
pues, la condición básica para el amor al prójimo y al mismo tiempo son su
verificación. Constituyen la primera etapa
necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio. “La primera libertad —dice san Agustín— consiste en estar exentos de crímenes…, como serían el
homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y
pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y
ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad,
pero esto no es más que el inicio de la libertad, no la libertad
perfecta.."»
En el punto 14 se deja claro
que guardar los Mandamientos no se opone al amor a Dios Padre, ni pertenece a
otra dinámica espiritual, antes bien son su concreción necesaria: «Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son explícitos
en afirmar que sin el amor al prójimo, que se concreta en la
observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico amor a
Dios.»
En el párrafo 15, se explica
que en las exigencias del Decálogo late el amor divino perfeccionante: «Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de
Dios —en particular, el mandamiento del amor al
prójimo—, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al
prójimo brota de un corazón que ama y que, precisamente porque ama,
está dispuesto a vivir las mayores exigencias. Jesús muestra que los
mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que
sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de
perfección, cuyo impulso interior es el amor (cf. Col 3, 14)»
El parágrafo 15, además,
muestra cómo Jesús mismo se transforma en Ley. Seguir a Jesús y seguir los
Preceptos de la ley natural no es presentado con una dialéctica de ideas
contrapuestas: «Jesús mismo es el “cumplimiento”
vivo de la Ley, ya que él realiza su auténtico significado con el don total de
sí mismo; él mismo se hace Ley viviente y personal, que invita
a su seguimiento, da, mediante el Espíritu, la gracia de compartir su misma
vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del amor en las
decisiones y en las obras (cf. Jn 13, 34-35).»
Es más, en el punto 16 se
expone que hay una coherencia interna entre las bienaventuranzas y los
Mandamientos, que lejos de oponerse, expresan la misma lógica divina: «Por otra parte, no hay separación o
discrepancia entre las bienaventuranzas y los mandamientos: ambos se
refieren al bien, a la vida eterna. El Sermón de la montaña comienza con el
anuncio de las bienaventuranzas, pero hace también referencia a los
mandamientos (cf. Mt 5, 20-48). Además, el Sermón muestra la apertura
y orientación de los mandamientos con la perspectiva de la perfección que es
propia de las bienaventuranzas. Éstas son, ante todo, promesas de las
que también se derivan, de forma indirecta, indicaciones
normativas para la vida moral. En su profundidad original son una especie
de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones
a su seguimiento y a la comunión de vida con él»
Veritatis
splendor
18 atribuye
el menosprecio de los Mandamientos a los que viven según la carne: «Quien “vive según la carne” siente la ley de Dios como
un peso, más aún, como una negación o, de cualquier modo, como una restricción
de la propia libertad.»
La encíclica se esmera en
mostrar ese anhelo sobrenatural que anida por gracia en el corazón del
creyente, por el cual su alma ansía guardar los preceptos de Dios.
Veritatis
splendor, síntesis
magnífica de la teología moral católica tradicional, no interpreta los
mandamientos de la ley de Dios como un conjunto de normas opresivas, ni
considera su centralidad un síntoma de moral de esclavos. Por el contrario,
tiene muy presentes las palabras de Nuestro Señor:
«El que tiene
mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado
por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.(Jn 14, 21)»
Alonso Gracián
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