Sé que quizás este post no le
interese a todo el mundo. No importa. No es para todos. Es un tema “espiritual”; tan espiritual como el dinero o los
ángeles.
Pero: “¿para
qué tocarlo aquí?”
Pues porque creo que puede
hacerle bien a muchos.
O a pocos. Pero hacer bien.
¿De qué estamos hablando? De
conocer el modo en que los distintos
espíritus actúan en nuestras almas. Cómo actúa Dios y cómo el demonio. Y
todo según ese gran místico que fue San Ignacio de Loyola.
Como saben, el santo fundador
recibió diversos dones para la Iglesia: el libro de los Ejercicios Espirituales, la misma Compañía de
Jesús, los misioneros que surcaron los mares, etc., etc. (mucho se podría decir
y discutir sobre San Ignacio, pero no entramos acá).
Simplemente hoy queríamos
presentar, a modo de resumen, las reglas que el santo de Azpeitia nos legó para
discernir espíritus según las mociones
que se dan en nuestras almas.
En mil lugares encontrarán
cosas mejores que estos párrafos; yo aprovecho mi sitio para repetir lo ya
sabido. Además, “lo que abunda no daña”.
Que les aproveche.
Que no te la
cuenten…
P. Javier
Olivera Ravasi
*
* *
REGLAS PARA DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS SEGÚN SAN
IGNACIO DE LOYOLA
Según San Ignacio, Dios o el
demonio, obran diversamente en nuestras almas, según nuestras propias
disposiciones espirituales. Pues del demonio sabe cómo tentar a cada quien y
sabe cómo salirse con la suya.
Pero con todos trata
diversamente. Porque hay diversos tipos de católicos según la fisonomía que nos
da en sus Ejercicios Espirituales: los que van a los tumbos en la vida
espiritual y los que van ya más encaminados.
Para los que van de pecado
mortal en pecado mortal, San Ignacio enseña unas reglas que él titula, en el
marco de su libro las “Reglas para la primera
semana” o, mejor dicho, “Reglas de
discernimiento para quienes están haciendo ejercicios espirituales y se
encuentran en la primera semana de los mismos”; pero no hace falta
hacerlos. Las semanas también se hallan en ciertas etapas de nuestras vidas.
¿Cómo actúa Dios con
ellos y cómo el demonio? Esto es lo que el santo de Loyola nos indica:
1) El demonio propone siempre placeres aparentes, para nada sutiles;
diríamos que hasta burdos. Al goloso: la gula; al lujurioso: la impureza crasa;
al avaro: el hacerse con más y más dinero…; diríamos que pone esas trampas que
uno hacía desde chico, con un palo y un lazo, clavados en la tierra, llamado “cazabobos”. Mientras que el Espíritu Santo, obra
al contrario.
2) El Espíritu Santo, que es el
Santificador por excelencia, punza el alma, trayendo remordimiento a la
conciencia, “pinchándola” para mostrarle que
esa no es la vía por la que llegará a Dios.
Cuando el que avanza a los
tumbos (pero avanza) logra adelantar en unos pasos es cuando entonces Dios le da ánimo y fuerzas,
otorgándole incluso lágrimas de dolor, inspiraciones y hasta quietud en el alma
por la satisfacción del bien obrar.
El demonio, por su parte, que
anda rondando como león rugiente, intenta entristecerlo, haciéndole imaginar
razones falsas:
-
“¿Cuánto tiempo aguantarás haciéndote el santo?”.
-
“¿Acaso te has convertido ahora en un cura o en una monja?”.
De este tipo de “mociones” surgirán en el alma diversos
movimientos que San Ignacio llamará “consolación” o
“desolación” en el ámbito espiritual. Y
notemos que no se refiere aquí a consuelos “sensibles”,
sino espirituales, por lo que no siempre irán de la mano con nuestra
sensibilidad.
Veámoslas para poder
identificarlas en nuestras propias almas.
Consolación espiritual: el santo denomina así al movimiento interior con el que el alma viene
a inflamarse en amor de Dios, considerándolo a Sí mismo o por medio de alguna
de sus criaturas en orden a Él.
Es, por ejemplo, el gozo de un
padre que, al ver a su hijo, se llena de amor a Dios ante la vista de su hijo.
También denomina consolación espiritual al amor que nos provoca Nuestro Señor,
al verle en una cruz encarnecido a causa de nuestros pecados, como si nos
dijera: “de estos azotes y afrentas, me darás
estrecha cuenta”. Y el alma se estremece de amor frente a Él.
Llama por último, consolación,
a todo aumento de fe, esperanza y caridad, y toda alegría interna que trae paz
y quietud al alma en Dios.
Porque Dios habla en
la calma.
¿Qué hacer cuando el alma se
encuentra en tiempo de consolación? Pues dar gracias a Dios y humillarnos,
pensando que es un regalo de Dios.
Pero no sólo el alma puede
encontrarse “consolada”; también puede
suceder que pase por un período de desolación. Es esto lo segundo que San
Ignacio nos quiere decir.
La desolación espiritual es la oscuridad y turbación del alma; es el momento en el que, el alma
que se encuentra en ella, tiene deseos de cosas bajas y terrenas; es un síntoma
la inquietud y la agitación del alma; es el hallarse como alejado de Dios,
tibio, triste y perezoso.
¿Qué debe hacer el alma al
hallarse en un estado de este tipo? Es una regla de oro que, en momentos como
estos, no se debe hacer mudanza,
es decir, no deben cambiarse los propósitos y determinaciones que uno tenía
cuando se encontraba en estado de calma, porque así como en la consolación nos
guía y aconseja más el buen espíritu, es decir Dios, en la desolación nos
aconseja el demonio o nuestra propia naturaleza caída.
¿Qué hacer entonces durante
este tiempo? Sirve mucho el hacer lo contrario a lo que el mal espíritu nos
sugiere; si la tibieza me lleva a no rezar, pues rezar un poco más; si a no
analizar la conciencia, pues a hacer un pequeño análisis de mi alma; si a no
ayunar, a ayunar… No se trata de un
estoicismo irracional, sino de “dominar el caballo”, dominar la fiera
que tenemos dentro por medio de las potencias más altas que tenemos.
Ej: “estando consolado, viendo mi fin último, etc., me había propuesto
hacer una media hora semanal de adoración al Santísimo Sacramento, pero ahora
la tibieza me inclina a no hacerlo, pues entonces iré cuarenta minutos”.
Es momento de crecer en
paciencia, que implica padecer y pensando que este estado pasará, por la gracia
de Dios, si pongo los medios necesarios.
Pero… uno podría preguntarse: ¿por qué podemos caer en la
desolación espiritual?
Las respuestas que
da San Ignacio son claras:
1) La primera razón es a causa
de nuestra tibieza, pereza o negligencia en las cosas del alma.
2) La segunda, por una prueba de
Dios, como les ha ocurrido incluso a algunos santos.
3) La tercera, para que
entendamos que, si pusimos todos los medios, no es por mera fuerza nuestra el
tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni consolación espiritual
alguna. Todo es un don de Dios.
Como no es raro el pasar por momentos de
desolación, San Ignacio da algunas soluciones para saber cómo obrar cuando uno
se encuentra en este estado:
a. En primer lugar, hay que saber que, en tiempo de desolación, el mal espíritu,
el espíritu mundano, se hace como mujer.
La mujer es débil físicamente pero, al discutir con el varón, si éste no se le
opone, se agranda llega a ser feroz. De la misma manera es propio del enemigo
espiritual, dice el santo, enflaquecerse y perder ánimo, dando huida a sus
tentaciones cuando alguien lo enfrenta.
b. También el espíritu del mundo, se maneja como un amante que no quiere ser descubierto por el padre de la
novia o el marido de la esposa. El don Juan, no desea que se conozcan sus
insinuaciones, por ello exige que sean recibidas en secreto sin ser
descubiertas. Es sólo cuando se denuncia al seductor cuando éste se escapa.
Así, es necesario en tiempo de desolación declarar estas insinuaciones a un
buen confesor o bien, a alguna persona espiritual (un buen amigo cristiano que
posea una vida virtuosa) para que no se conozcan sus engaños y malicias. Porque la tentación declarada es tentación casi vencida.
c. El mal espíritu se hace
también como un caudillo, que rodeando nuestra fortaleza espiritual, mira en torno nuestras
virtudes para ver por dónde nos encuentra más flacos y más necesitados para
nuestra salvación eterna, y por allí procura tomarnos. Quiere matarnos por
nuestro talón de Aquiles. Quien esté más inclinado a la tristeza, pues buscará
hacerlo caer por allí; quien al orgullo, pues por allí, quien a la ira, por
allí…
Hasta aquí entonces son las
reglas que da San Ignacio para quienes van purgando, poco a poco, sus pecados,
ascendiendo en la vida espiritual.
Sin embargo, hay otro tipo de
almas: las de aquellas que van creciendo en la vida espiritual, ya no a los tumbos, sino
parejamente.
Es el estado del alma de una
persona que, habitualmente, no comete un pecado mortal deliberado o, si lo
hace, ocurre sin habitualidad.
Para éstos San Ignacio señala
otras disposiciones que titula –conforme a su método en los Ejercicios
Espirituales- las:
REGLAS PARA LA SEGUNDA SEMANA
Comienza diciendo San Ignacio
que es propio de Dios y de sus ángeles enviados por él, llevar al alma verdadera
alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación a las que el
demonio induce (porque es propio del demonio luchar contra la consolación
espiritual) con razones aparentes,
sutilezas y falacias.
Es el demonio quien, para
quitar la paz al alma, plantea tentaciones de futuro, o de pasado.
De pasado:
-
“¡Y si me hubiese casado con fulanito! Quizás no tendría que pasar estas
pruebas ahora”
-
“¡Y si me hubiese casado con menganita! Quizás hablase menos.
O de futuro:
-
“¿Qué pasará si mañana…?
-
“¿Y si el año que viene…?”
Es propio –y esto es
importantísimo– tener en cuenta que, el demonio es un ángel y, por ende, más
inteligente que nosotros, de allí que sepa disfrazarse de ángel de luz,
para intentar entrar al alma con devoción para después salirse con la suya. Es
decir: es propio del mal espíritu, en estos casos, traer buenos y santos
pensamientos al inicio para luego, poco a poco procurar salir del alma con
engaños y perversas intenciones.
Pongamos un ejemplo: una madre
de familia que, con la mejor de las intenciones, desea hacer apostolado en una
parroquia, ayudando en la liturgia, en la catequesis, etc.; ¿qué mejor obra que
esta? Sin embargo, se pasa horas en la parroquia y desatiende a su marido y a
sus hijos. O al revés: un padre de familia que, afiebrado por el trabajo, cree
que es pérdida de tiempo rezar con sus hijos, jugar con ellos, escucharlos.
Otra: un sacerdote que, en vez
de atender a sus enfermos cree que es mejor quedarse rezando durante horas
frente al Santísimo.
Otro: un jefe católico que
posee una secretaria pagana y, para catequizarla, se queda con ella, le habla,
le explica la fe durante horas, días, la invita a comer…, en fin… Empezó con
una buena intención, pero terminó en otra cosa…
Es que hay un momento para
todo y hay personas para todo. Porque Dios no es comunista, por ello a algunos
les pide una cosa y a otros otra.
Es de oro la regla
entonces, que deba advertirse mucho todo el transcurso de nuestros pensamientos,
es decir:
1.
Si el principio el medio y el fin han sido buenos e
inclinados a todo bien, pues es señal de que esas mociones han sido del ángel bueno.
2.
Si en el transcurso de esos pensamientos se termina en algo malo o
distractivo, o menos bueno que la que el alma estaba dispuesta a hacer, o la
inquieta, o le turba el alma quitándole la paz, la tranquilidad y la quietud
que antes tenía, entonces será clara señal de que allí procedió el mal
espíritu.
Es importante, cuando el
enemigo fuese descubierto, analizar nuestra historia, es decir, el discurso de
nuestros pensamientos y cómo, poco a poco el mal espíritu procuró hacernos
descender de la suavidad y gozo espiritual en el que estaba el alma, hasta su
intención depravada.
Por último, otra regla de oro
para este tipo de almas: en los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve
y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido e
inquietud, como cuando la gota de agua
cae sobre la piedra; y a los que proceden de mal en peor tocan los
sobredichos espíritus contrario modo: el ángel malo como gota en esponja y
bueno como gota en piedra. Porque al ser similares sus mociones, entran
naturalmente por esas disposiciones del alma: con estrépito y perceptiblemente
o como en casa propia y de puerta abierta.
Para las almas que
se encuentran en este estado es importante recordar lo que San Ignacio nos
dice:
a. Sólo es de Dios consolar al
alma (con causa puede consolar al alma tanto el ángel bueno como el demonio):
el ángel bueno para nuestro provecho, pero el ángel malo para dañarnos.
b. Cuando la consolación es sin
causa, dado que viene de Dios, debe uno con mucha vigilancia y atención mirar y
discernir el tiempo siguiente a la consolación, porque muchas veces en este
segundo tiempo, por su propio discurso, o por el buen espíritu, o por el malo,
forma diversos propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente de Dios
nuestro Señor; y, por tanto, es necesario examinarlos bien antes de ponerlos en
práctica.
*
* *
Hasta aquí San
Ignacio de Loyola o un resumen muy sencillo de sus reglas.
P. Javier
Olivera Ravasi
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