miércoles, 2 de mayo de 2018

SERMÓN: ¿CÓMO DISCERNIR LO QUE PASA EN NUESTRAS ALMAS?



Sé que quizás este post no le interese a todo el mundo. No importa. No es para todos. Es un tema “espiritual”; tan espiritual como el dinero o los ángeles.
Pero: “¿para qué tocarlo aquí?”
Pues porque creo que puede hacerle bien a muchos.
O a pocos. Pero hacer bien.
¿De qué estamos hablando? De conocer el modo en que los distintos espíritus actúan en nuestras almas. Cómo actúa Dios y cómo el demonio. Y todo según ese gran místico que fue San Ignacio de Loyola.
Como saben, el santo fundador recibió diversos dones para la Iglesia: el libro de los Ejercicios Espirituales, la misma Compañía de Jesús, los misioneros que surcaron los mares, etc., etc. (mucho se podría decir y discutir sobre San Ignacio, pero no entramos acá).
Simplemente hoy queríamos presentar, a modo de resumen, las reglas que el santo de Azpeitia nos legó para discernir espíritus según las mociones que se dan en nuestras almas.
En mil lugares encontrarán cosas mejores que estos párrafos; yo aprovecho mi sitio para repetir lo ya sabido. Además, “lo que abunda no daña”.
Que les aproveche.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi

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REGLAS PARA DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS SEGÚN SAN IGNACIO DE LOYOLA
Según San Ignacio, Dios o el demonio, obran diversamente en nuestras almas, según nuestras propias disposiciones espirituales. Pues del demonio sabe cómo tentar a cada quien y sabe cómo salirse con la suya.
Pero con todos trata diversamente. Porque hay diversos tipos de católicos según la fisonomía que nos da en sus Ejercicios Espirituales: los que van a los tumbos en la vida espiritual y los que van ya más encaminados.
Para los que van de pecado mortal en pecado mortal, San Ignacio enseña unas reglas que él titula, en el marco de su libro las “Reglas para la primera semana” o, mejor dicho, “Reglas de discernimiento para quienes están haciendo ejercicios espirituales y se encuentran en la primera semana de los mismos”; pero no hace falta hacerlos. Las semanas también se hallan en ciertas etapas de nuestras vidas.
¿Cómo actúa Dios con ellos y cómo el demonio? Esto es lo que el santo de Loyola nos indica:

1) El demonio propone siempre placeres aparentes, para nada sutiles; diríamos que hasta burdos. Al goloso: la gula; al lujurioso: la impureza crasa; al avaro: el hacerse con más y más dinero…; diríamos que pone esas trampas que uno hacía desde chico, con un palo y un lazo, clavados en la tierra, llamado “cazabobos”. Mientras que el Espíritu Santo, obra al contrario.
2) El Espíritu Santo, que es el Santificador por excelencia, punza el alma, trayendo remordimiento a la conciencia, “pinchándola” para mostrarle que esa no es la vía por la que llegará a Dios.

Cuando el que avanza a los tumbos (pero avanza) logra adelantar en unos pasos es cuando entonces Dios le da ánimo y fuerzas, otorgándole incluso lágrimas de dolor, inspiraciones y hasta quietud en el alma por la satisfacción del bien obrar.
El demonio, por su parte, que anda rondando como león rugiente, intenta entristecerlo, haciéndole imaginar razones falsas:

- “¿Cuánto tiempo aguantarás haciéndote el santo?”.
- “¿Acaso te has convertido ahora en un cura o en una monja?”.

De este tipo de “mociones” surgirán en el alma diversos movimientos que San Ignacio llamará “consolación” o “desolación” en el ámbito espiritual. Y notemos que no se refiere aquí a consuelos “sensibles”, sino espirituales, por lo que no siempre irán de la mano con nuestra sensibilidad.
Veámoslas para poder identificarlas en nuestras propias almas.

Consolación espiritual: el santo denomina así al movimiento interior con el que el alma viene a inflamarse en amor de Dios, considerándolo a Sí mismo o por medio de alguna de sus criaturas en orden a Él.
Es, por ejemplo, el gozo de un padre que, al ver a su hijo, se llena de amor a Dios ante la vista de su hijo.
También denomina consolación espiritual al amor que nos provoca Nuestro Señor, al verle en una cruz encarnecido a causa de nuestros pecados, como si nos dijera: de estos azotes y afrentas, me darás estrecha cuenta. Y el alma se estremece de amor frente a Él.
Llama por último, consolación, a todo aumento de fe, esperanza y caridad, y toda alegría interna que trae paz y quietud al alma en Dios.
Porque Dios habla en la calma.
¿Qué hacer cuando el alma se encuentra en tiempo de consolación? Pues dar gracias a Dios y humillarnos, pensando que es un regalo de Dios.

Pero no sólo el alma puede encontrarse “consolada”; también puede suceder que pase por un período de desolación. Es esto lo segundo que San Ignacio nos quiere decir.

La desolación espiritual es la oscuridad y turbación del alma; es el momento en el que, el alma que se encuentra en ella, tiene deseos de cosas bajas y terrenas; es un síntoma la inquietud y la agitación del alma; es el hallarse como alejado de Dios, tibio, triste y perezoso.
¿Qué debe hacer el alma al hallarse en un estado de este tipo? Es una regla de oro que, en momentos como estos, no se debe hacer mudanza, es decir, no deben cambiarse los propósitos y determinaciones que uno tenía cuando se encontraba en estado de calma, porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, es decir Dios, en la desolación nos aconseja el demonio o nuestra propia naturaleza caída.
¿Qué hacer entonces durante este tiempo? Sirve mucho el hacer lo contrario a lo que el mal espíritu nos sugiere; si la tibieza me lleva a no rezar, pues rezar un poco más; si a no analizar la conciencia, pues a hacer un pequeño análisis de mi alma; si a no ayunar, a ayunar… No se trata de un estoicismo irracional, sino de “dominar el caballo”, dominar la fiera que tenemos dentro por medio de las potencias más altas que tenemos.
Ej: “estando consolado, viendo mi fin último, etc., me había propuesto hacer una media hora semanal de adoración al Santísimo Sacramento, pero ahora la tibieza me inclina a no hacerlo, pues entonces iré cuarenta minutos”.

Es momento de crecer en paciencia, que implica padecer y pensando que este estado pasará, por la gracia de Dios, si pongo los medios necesarios.

Pero… uno podría preguntarse: ¿por qué podemos caer en la desolación espiritual?
Las respuestas que da San Ignacio son claras:

1) La primera razón es a causa de nuestra tibieza, pereza o negligencia en las cosas del alma.
2) La segunda, por una prueba de Dios, como les ha ocurrido incluso a algunos santos.
3) La tercera, para que entendamos que, si pusimos todos los medios, no es por mera fuerza nuestra el tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni consolación espiritual alguna. Todo es un don de Dios.

Como no es raro el pasar por momentos de desolación, San Ignacio da algunas soluciones para saber cómo obrar cuando uno se encuentra en este estado:

a. En primer lugar, hay que saber que, en tiempo de desolación, el mal espíritu, el espíritu mundano, se hace como mujer. La mujer es débil físicamente pero, al discutir con el varón, si éste no se le opone, se agranda llega a ser feroz. De la misma manera es propio del enemigo espiritual, dice el santo, enflaquecerse y perder ánimo, dando huida a sus tentaciones cuando alguien lo enfrenta.

b. También el espíritu del mundo, se maneja como un amante que no quiere ser descubierto por el padre de la novia o el marido de la esposa. El don Juan, no desea que se conozcan sus insinuaciones, por ello exige que sean recibidas en secreto sin ser descubiertas. Es sólo cuando se denuncia al seductor cuando éste se escapa. Así, es necesario en tiempo de desolación declarar estas insinuaciones a un buen confesor o bien, a alguna persona espiritual (un buen amigo cristiano que posea una vida virtuosa) para que no se conozcan sus engaños y malicias. Porque la tentación declarada es tentación casi vencida.

c. El mal espíritu se hace también como un caudillo, que rodeando nuestra fortaleza espiritual, mira en torno nuestras virtudes para ver por dónde nos encuentra más flacos y más necesitados para nuestra salvación eterna, y por allí procura tomarnos. Quiere matarnos por nuestro talón de Aquiles. Quien esté más inclinado a la tristeza, pues buscará hacerlo caer por allí; quien al orgullo, pues por allí, quien a la ira, por allí…

Hasta aquí entonces son las reglas que da San Ignacio para quienes van purgando, poco a poco, sus pecados, ascendiendo en la vida espiritual.

Sin embargo, hay otro tipo de almas: las de aquellas que van creciendo en la vida espiritual, ya no a los tumbos, sino parejamente.
Es el estado del alma de una persona que, habitualmente, no comete un pecado mortal deliberado o, si lo hace, ocurre sin habitualidad.
Para éstos San Ignacio señala otras disposiciones que titula –conforme a su método en los Ejercicios Espirituales- las:

REGLAS PARA LA SEGUNDA SEMANA

Comienza diciendo San Ignacio que es propio de Dios y de sus ángeles enviados por él, llevar al alma verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación a las que el demonio induce (porque es propio del demonio luchar contra la consolación espiritual) con razones aparentes, sutilezas y falacias.
Es el demonio quien, para quitar la paz al alma, plantea tentaciones de futuro, o de pasado.

De pasado:

-          “¡Y si me hubiese casado con fulanito! Quizás no tendría que pasar estas pruebas ahora”
-          “¡Y si me hubiese casado con menganita! Quizás hablase menos.

O de futuro:

-          “¿Qué pasará si mañana…?
-          “¿Y si el año que viene…?”


Es propio –y esto es importantísimo– tener en cuenta que, el demonio es un ángel y, por ende, más inteligente que nosotros, de allí que sepa disfrazarse de ángel de luz, para intentar entrar al alma con devoción para después salirse con la suya. Es decir: es propio del mal espíritu, en estos casos, traer buenos y santos pensamientos al inicio para luego, poco a poco procurar salir del alma con engaños y perversas intenciones.
Pongamos un ejemplo: una madre de familia que, con la mejor de las intenciones, desea hacer apostolado en una parroquia, ayudando en la liturgia, en la catequesis, etc.; ¿qué mejor obra que esta? Sin embargo, se pasa horas en la parroquia y desatiende a su marido y a sus hijos. O al revés: un padre de familia que, afiebrado por el trabajo, cree que es pérdida de tiempo rezar con sus hijos, jugar con ellos, escucharlos.
Otra: un sacerdote que, en vez de atender a sus enfermos cree que es mejor quedarse rezando durante horas frente al Santísimo.
Otro: un jefe católico que posee una secretaria pagana y, para catequizarla, se queda con ella, le habla, le explica la fe durante horas, días, la invita a comer…, en fin… Empezó con una buena intención, pero terminó en otra cosa…

Es que hay un momento para todo y hay personas para todo. Porque Dios no es comunista, por ello a algunos les pide una cosa y a otros otra.

Es de oro la regla entonces, que deba advertirse mucho todo el transcurso de nuestros pensamientos, es decir:

1.      Si el principio el medio y el fin han sido buenos e inclinados a todo bien, pues es señal de que esas mociones han sido del ángel bueno.
2.      Si en el transcurso de esos pensamientos se termina en algo malo o distractivo, o menos bueno que la que el alma estaba dispuesta a hacer, o la inquieta, o le turba el alma quitándole la paz, la tranquilidad y la quietud que antes tenía, entonces será clara señal de que allí procedió el mal espíritu.

Es importante, cuando el enemigo fuese descubierto, analizar nuestra historia, es decir, el discurso de nuestros pensamientos y cómo, poco a poco el mal espíritu procuró hacernos descender de la suavidad y gozo espiritual en el que estaba el alma, hasta su intención depravada.

Por último, otra regla de oro para este tipo de almas: en los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido e inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra; y a los que proceden de mal en peor tocan los sobredichos espíritus contrario modo: el ángel malo como gota en esponja y bueno como gota en piedra. Porque al ser similares sus mociones, entran naturalmente por esas disposiciones del alma: con estrépito y perceptiblemente o como en casa propia y de puerta abierta.

Para las almas que se encuentran en este estado es importante recordar lo que San Ignacio nos dice:

a. Sólo es de Dios consolar al alma (con causa puede consolar al alma tanto el ángel bueno como el demonio): el ángel bueno para nuestro provecho, pero el ángel malo para dañarnos.
b. Cuando la consolación es sin causa, dado que viene de Dios, debe uno con mucha vigilancia y atención mirar y discernir el tiempo siguiente a la consolación, porque muchas veces en este segundo tiempo, por su propio discurso, o por el buen espíritu, o por el malo, forma diversos propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente de Dios nuestro Señor; y, por tanto, es necesario examinarlos bien antes de ponerlos en práctica.

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Hasta aquí San Ignacio de Loyola o un resumen muy sencillo de sus reglas.

P. Javier Olivera Ravasi

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