En He 1.14 Lucas es puntual en decirnos que después de la ascensión de Jesús "todos ellos [o sea, los once apóstoles]
perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la madre de
Jesús, y con sus hermanos". Es muy significativo que, además de los
apóstoles (v. 13), se recuerde solamente a la Virgen con su nombre propio
(María), acompañado de su máximo título funcional (la madre de Jesús). Pero
ella no está separada del resto de la iglesia. Aunque tuvo una misión
excepcional y única, María está en la iglesia y con la iglesia apostólica de
Jerusalén, madre de todas las iglesias cristianas. Poco después, Pedro
recordará que Judas "guió a los que prendieron
a Jesús" (v. 16). El recuerdo de esa defección, a la que siguió
luego la del mismo Pedro (Lc 22,34.54-62), hace también de la comunidad de
Jerusalén un cenáculo de misericordia, de perdón: María está rodeada de los que
abandonaron al Maestro en la hora de las tinieblas (cf Lc 22,53). Esta
reflexión no constituye el punto focal de la narración de Lucas. Pero tampoco
podría decirse totalmente extraña a ella. Una tenue sugerencia en su favor
puede verse en el discurso de Pedro para la sustitución de Judas (He 1,15-22) y
en la negación del mismo apóstol, tal como nos lo narra también el tercer evangelio
(Lc 22,34.54-62).
Realmente
Lucas, desde el primer capítulo de los Hechos, polariza la atención en el tema
del testimonio que hay que rendir del Señor Jesús. En este horizonte también la
presencia de María tiene una finalidad perfectamente comprensible. Lo
señalaremos articulando nuestra exposición en tres cuestiones relativas a su
persona en He 1,14.
a) Los destinatarios del don del Espíritu en
pentecostés. Empecemos por preguntarnos: ¿quiénes son esos todos reunidos
juntos el día de pentecostés (He 2,1), investidos del soplo del Espíritu que
los capacitó para promulgar en otras lenguas las grandes obras de Dios (He
2,4.11)? Este interrogante afecta también a la figura de María: ¿hemos de contarla o no entre aquellos todos?
Los
componentes de la comunidad jerosolimitana, aquella mañana de pentecostés,
podrían ser: el colegio apostólico, mencionado inmediatamente antes para la
elección de Matías en lugar de Judas (He 1,1526); o los 120 hermanos que se
recuerdan en He 1,15 70, o bien los tres grupos especificados en los vv. 13-14:
los apóstoles (aún en número de once), las mujeres (probablemente las señaladas
por Lc 8,2-3 23,55-56 24,1-11), María madre de Jesús y sus hermanos.
NU/120-HERMANOS:
La mayor parte de los autores
está por los 120 hermanos que representan a todos los miembros de la iglesia de
Jerusalén, reunida en torno a los doce. El mismo Lucas ofrece indicios válidos
para esta opción. En efecto: 1) según Lc 24,
Jesús resucitado promete la efusión del Espíritu (v. 49) a los once y a cuantos
estaban con ellos (v. 33); 2) la profecía de
Joel, invocada por Pedro para hacer la exégesis del acontecimiento, anunciaba
una efusión del Espíritu sobre toda carne (persona): hijos
e hijas, jóvenes y ancianos, siervos y siervas (He 2,17-18); 3) en su
discurso Pedro explica también que el don del Espíritu sería recibido por todos
los que se arrepintiesen y pidieran el bautismo en el nombre de Jesucristo (He
2,38). Y las personas que acogieron la palabra de Pedro fueron "unos tres mil" (v. 41).
Así pues,
si el Espíritu se concedió a todos los recién convertidos en tan gran número,
sería poco congruente pensar que ese mismo don no bajase sobre todos los 120
que creían ya en Jesús.
b) Pentecostés y testimonio. En el cuadro de la
doctrina lucana, el Espíritu prometido por Jesús resucitado iba ordenado a una
finalidad muy concreta, es decir, al testimonio. En efecto, decía Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en SaMaría y
hasta los confines de la tierra" (He 1,8).
Revestidos
de la fuerza del Espíritu Santo (I c 24,49), los once y los que había con ellos
(Lc 24,33.36) estarán en disposición de dar testimonio (Lc 24,48) de los
acontecimientos de la historia de la salvación, que culminan en Jesús. En
concreto: que el Cristo tenía que padecer y resucitar el tercer día (v. 46b);
que en su nombre se predicaría a todos los pueblos la conversión y el perdón de
los pecados, empezando por Jerusalén (v. 47); que todas esas cosas estaban anunciadas
de antemano sobre él en las Escrituras (vv. 45.46a) y que, por tanto, todo
aquello tenía que cumplirse (vv. 44b.46b).
El
Espíritu Santo, decían los oráculos de los profetas, habría hecho de Israel un
pueblo de testigos (Is 43,10.12.21;44,3.8;Jl 3,1-2). Con la efusión pentecostal
del Espíritu, enviado por Jesús resucitado (He 2,32-33), esa efusión se
convirtió en herencia de "toda la casa de
Israel" (cf He 2,36), que es ahora la iglesia de Cristo (cf He
20,28).
Por ello
los que formaban parte de la iglesia de Jerusalén (los apóstoles, las mujeres,
María y los hermanos de Jesús), después de que todos se llenaron del Espíritu
(He 2,14a), se hicieron idóneos para dar testimonio del Señor Jesús, cada uno
según su disposición. Desde aquel día también María se vio plenamente iluminada
por el Espíritu sobre todo lo que había hecho y dicho Jesús. Desde entonces es
razonable pensar que ella comenzó a derramar sobre la iglesia los tesoros que
hasta entonces había tenido encerrados en el archivo de sus meditaciones sapienciales.
Así también la Virgen se convirtió en testigo de las cosas vistas y oídas (cf
Lc 1,2).
Comenta
X. Pikaza: "Ella dio testimonio del nacimiento de Jesús, del camino de su
infancia; Jesús no habría sido acogido por la iglesia en la integridad de su
ser hombre si le hubiera faltado el testimonio vivo de una madre que lo había
engendrado y criado. Dentro de la iglesia, María es una parte de Jesús… Hay
algo que ni los apóstoles ni las mujeres ni los hermanos habrían podido
atestiguar. Le corresponde a María consignar esa palabra única e insustituible
al misterio de la iglesia. Por eso aparece ella en He I,14" (María y el Espíritu Santo… ).
c) Pentecostés y anunciación. PENT/ANUNCIACION: Lucas deja vislumbrar
una no débil analogía entre la bajada del Espíritu Santo sobre María en la
anunciación y sobre la iglesia en pentecostés. (Ver el paralelismo entre
ambas situaciones en el cuadro siguiente, que correlaciona los textos
respectivos).
ANUNCIACIÓN |
PENTECOSTÉS
|
El
Espíritu Santo, energía del Altísimo (Lc 1, 35: dýnamis ypsistu).
|
La
energía del Espíritu Santo, desde lo alto (Lc 24, 29: ex ýsous dínamin).
|
viene
sobre María (Lc 1, 35a: epeléusetai epì sé).
|
baja
sobre los apóstoles (Hch 1, 8:epelthóntos aph\\’ ymâs); todos quedaron
llenos. (Hch 2, 4).
|
"Y
María dijo (éipen):
|
y
empezaron a anunciar (laléin:
Hch
2,4.6.7.11; apophthénguesthai:
vv
4.12) en otras lenguas
|
\\’Mi
alma engrandece [megalýnei] al Señor…(v. 46);… grandes cosas [megáka] ha
hecho en mí el Poderoso…“(v. 49a)
|
las
grandes obras de Dios (v. 11: ta megaléia toú Theoû), como el Espíritu les
daba expresarse (v. 4).
|
Los
puntos de contacto entre los dos grandes acontecimientos parece que son éstos.
Por una parte está María: alumbrada por el Espíritu en la intimidad de su
propia persona (Lc I,35), irrumpe casi hacia fuera, a las montañas de Judea (v.
39), para anunciar las grandes cosas realizadas en ella por el Omnipotente (vv.
4649). Por la otra parte está la iglesia apostólica de Jerusalén: corroborada
por el vigor del Espíritu (Lc 24,49; He 1,8) mientras estaban reunidos dentro
de la casa (He 2,2), deja su retiro para proclamar públicamente las grandes
obras del Señor (He 2,4.6.7.11.12). La iluminación del Espíritu permite tanto a
María como a la iglesia ser testigos proféticos de lo que Dios ha hecho por su
pueblo (cf He 2,4.11.17.18).
CONCLUSIÓN
En la
anunciación, el ángel había revelado a la Virgen que el niño que daría a luz
por obra del Espíritu Santo reinaría eternamente en la casa de Jacob (Lc
1,3133); su misión maternal respecto al rey-mesías contraía, por tanto, unos
vínculos especiales con el pueblo de Dios de la nueva alianza. Y, en efecto, el
día en que el Espíritu suscita la iglesia de Cristo como una asamblea de
testigos (cf Lc 24,48-29; He 1,8), María se sienta entre los discípulos como "madre de Jesús" (He 1,14 2, 1 -4).
Lucas, que tanto se había prodigado a propósito de la vocación de María en la
génesis humana del Salvador, se contenta con un solo versículo para ella a la
hora de describir la intervención del Espíritu en el nacimiento de la iglesia.
Sin embargo, en ese fragmento estaba todo. En efecto, guiada por el mismo
Espíritu, la nueva comunidad de los creyentes se verá urgida a confrontar He
1,14 con el conjunto narrativo del evangelio de Lucas. El resultado será el
reconocimiento de la filogénesis de la iglesia en la historia de María. La
iglesia es el calco de María. (·SERRA-A. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 344-347)
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