Hoy 14 DE MAYO
Llegando al final de la
Cincuentena Pascual se alegra la Iglesia con la solemnidad litúrgica de la
Ascensión. En ella se afirma nuestra fe en Cristo: «resucitó
al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la
derecha del Padre». En la Ascensión nos promete el Señor enviarnos desde
el Padre al Espíritu Santo.
La liturgia de la solemnidad
de la Ascensión nos invita a la alabanza y al gozo: «Pueblos todos, batid
palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y
terrible, emperador de toda la tierra» (Salmo 46).
La Ascensión evoca un movimiento de subida, de elevación. La primera elevación de
Jesucristo es la subida a la Cruz: «Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí» (Juan 12,32). En la Cruz, Jesús es el
sacerdote y la víctima que ofrece su vida al Padre intercediendo por todos los
hombres. Él se puso en nuestro lugar para vencer, con su obediencia, nuestra
desobediencia; con su amor incondicional nuestra resistencia al amor, nuestro
pecado.
La elevación de la Cruz
anuncia la elevación de la Ascensión. El Señor completa así, cuarenta días
después de su Pascua, su éxodo; su tránsito de este mundo al Padre. Su
humanidad, desfigurada y humillada en el Calvario, es ahora una humanidad
exaltada y glorificada que entra de manera irreversible en la vida y en la
felicidad de Dios; es decir, en el cielo.
El momento de subida es correlativo a un momento de descenso: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del
cielo, el Hijo del hombre» (Juan 3,13). El Hijo de Dios que bajó del cielo en su
Encarnación, sin dejar de ser verdaderamente Dios, se hizo, para siempre,
verdaderamente hombre. Su cuerpo humano y su alma humana, unidas a la única
Persona del Verbo, entran definitivamente en gloria de Dios. Y allí, el Señor
sigue ejerciendo permanentemente su sacerdocio, ya que está vivo para
interceder a favor nuestro (cf Hebreos 7,25).
Para nosotros esta solemnidad
es, además de un motivo de alegría,
un motivo de esperanza y de compromiso. La esperanza es «estar
junto a Cristo», en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan
extraordinariamente enaltecida que participa de la misma gloria de Dios. Y el
compromiso es colaborar para que el reino del Mesías, entronizado a la derecha
del Padre, se extienda en este mundo mediante el anuncio y la realización de la
salvación por la palabra y los sacramentos.
Estamos en Mayo, un mes
mariano por excelencia. María fue la tierra santa donde el Verbo plantó su
tienda entre nosotros. Ella fue la primera que se dejó atraer por el amor de
Cristo alzado en el mástil de la Cruz. Ella, la primera redimida, es también la
primera criatura que, por su gloriosa Asunción, está ya, con su cuerpo y con su
alma, con Cristo en el cielo. Como la Iglesia naciente, también nosotros nos unimos a María a la espera de Pentecostés,
para recibir el don del Espíritu Santo. Amén
Publicado
originalmente por Guillermo Juan Morado,
"La Ascensión", el 3.05.2008
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