Una de las grandes paradojas de
nuestro tiempo es que estamos dispuestos a creer en la bondad de cualquier sentimiento,
salvo el amor. Las sociedades más tóxicamente sentimentalizadas de nuestra
historia reciente se vuelven cínicas, autosuficientes e inquisitivas cuando
se trata de hablar de la afectividad entre hombres y mujeres. En ese campo,
todo lo elaborado por la cultura durante siglos, con sus matices, diversidad
y riqueza, se ve sometido a diario al aplastante reduccionismo de una mirada
miope que solo es capaz de ver estereotipos y prejuicios. De modo que hemos
decidido declararle la guerra al amor, aunque lo disimulamos afirmando que
sólo estamos en contra del “mito del amor romántico”, que, según sus
detractores, no sería otra cosa que un subterfugio para perpetuar el machismo
dominante. Amén.
La guerra declarada al amor
define bien el momento actual de la cultura occidental. Una cultura entregada
a una compulsiva (auto) destrucción de todo su universo simbólico. Tan ciega
que, cuando cree estar desprendiéndose de los pañales sucios de la opresión,
en realidad está tirando a la basura el niño entero.
Tres son los elementos que
resultan especialmente irritantes en el ‘mito del amor’. El primero, que el
amor pueda ser lo más importante en la vida de hombres y mujeres. Es una
herejía intolerable en un mundo que al fin ha descubierto la verdad: que todo
es política y que nada puede ser más importante que ella.
La segunda herejía del ‘mito del amor’ es pretender que, en el terreno
de los afectos, pueda haber algo más importante en la vida que uno mismo.
Enseñarle a la gente que el verdadero sentido de la existencia está en salir
de la propia zona de confort para ir al encuentro del otro sólo es aceptable
si hablamos de activismo social, nunca en el caso de la familia o el amor.
Y, finalmente, la tercera
herejía del amor es defender la idea de que pueda tener sentido (incluso el
mayor sentido) sacrificarse por el otro. De todas, ésta es la convicción más
insoportable, y la que es sometida a mayor escarnio público, pues todo el
mundo sabe que la capacidad de sacrificio es una idea inventada por los
poderosos para esclavizar a los humildes, no el modo como los seres humanos
han logrado sobrevivir hasta ahora y avanzar hasta alcanzar metas
impensables. El desprecio al sacrificio, por otra parte, le va como anillo al
dedo a un modelo económico y social que hoy se basa, justamente, en que la
gente renuncie a todo esfuerzo personal en favor de esa amplia gama de
objetos de consumo que le prometen la felicidad de una vida sin renuncias.
El problema de fondo es qué
tipo de amor queda cuando al amor se le quita lo más consustancial del amor.
Pues lo que queda es lo que ya estamos viendo: aumento de las personas que
viven solas, parejas que no conviven juntas, cada vez menos familias y más
débiles, e individuos más frágiles. Bienvenidos al mundo feliz.
Publicado en El Norte de
Castilla
|
Vidal
Arranz
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