miércoles, 9 de mayo de 2018

A CUALQUIER COSA LLAMAN RELIGIÓN




El fenómeno religioso es un elemento inevitable en la actualidad tal como ésta se muestra en los medios de comunicación. Y entre muchas otras informaciones, a veces tienen una trascendencia exagerada fenómenos como mínimo marginales, cuando no extraños, al ámbito de lo espiritual. Recientemente hemos asistido a la difusión de dos supuestas “nuevas religiones” que llaman la atención por lo estrafalario y lo actual de sus contenidos. Seguro que los lectores han podido conocer algún dato sobre la existencia del “jediísmo” y del “kopimismo”, colocados así por orden de aparición.
Antes de entrar en detalles acerca de estos dos movimientos tan peculiares, conviene dejar clara una cosa, ya que los medios generalistas pueden inducir a confusión cuando afirman que tal o cual grupo –en este caso, los que vamos a analizar ahora– se convierten en “religiones oficiales” de un país determinado. El lector debe darse cuenta de que no es la consideración de la agrupación concreta como religión oficial de la nación lo que intenta explicar en un mal titular el medio de comunicación, sino que la noticia cierta es la inclusión del movimiento en el registro oficial estatal de confesiones religiosas. Si hablamos con propiedad, el concepto de “religión oficial” alude a la situación de confesionalidad de algunos Estados, en los que un culto es asumido de forma pública como religión establecida que suele incluir su reflejo en la legislación.
Dicho esto, la primera corriente, llamada jediísmo o jedismo, ha cristalizado en varios grupos entre los que destaca el Templo de la Orden Jedi. La cuestión parece una broma, y parece que nació así, como una burla a gran escala, en torno al año 2001. Algunas muy extendidas cadenas de correos electrónicos promovieron el responder a los censos de los países respectivos, en el apartado del culto profesado, con una nueva confesión: religión jedi o “Caballero Jedi”. Para los no iniciados, baste recordar aquí que se trata de una terminología cuyo origen es la célebre saga cinematográfica La guerra de las galaxias (Star Wars), del director George Lucas.
La cosa no quedó en el intento, ya que los resultados del censo realizado en 2001 en el Reino Unido dieron una sorpresa: nada menos que unas 390.000 personas dijeron ser de religión jedi, situándose así, con el 0,7% de la población, como la tercera confesión religiosa del país, tras el cristianismo y el islam, y por delante del judaísmo. Algo semejante ha pasado en otros lugares del mundo, como en la República Checa, que es el último –hasta ahora– ejemplo de difusión de esta doctrina. Los últimos datos de su oficina estadística, divulgados el pasado mes de diciembre de 2011, daban una cifra de más de 15.000 “Caballeros Jedi”.
De la broma se ha pasado a la configuración de un supuesto “nuevo movimiento religioso”, algo que supongo dará más de un dolor de cabeza a los sociólogos de la religión y antropólogos que intenten analizar este engendro postmoderno desde las categorías serias de su estudio. Explica el hermano John, que debe de ser algo así como el patriarca de la Orden Jedi, que se trata de una iniciativa interreligiosa y sincretista, que “incluye elementos de dos o más religiones como el taoísmo, el sintoísmo, el budismo, el cristianismo, el misticismo y muchas verdades de otras religiones universales, una combinación de artes marciales y el Código de la Caballería”. Efectivamente, se trata de sincretismo… y pocas cosas le faltan en el menú, desde luego. Son estas doctrinas, y no las películas, el corazón de su espiritualidad. Lo cinematográfico entra en el área de lo metafórico, “para servir como parábolas”, según dice el líder.
Empleando una acepción muy amplia del término “religión”, los simpatizantes de este invento explican que se puede compaginar con otra pertenencia confesional, y así podemos encontrarnos con jedis que sean cristianos, budistas, neopaganos e incluso agnósticos. Aunque a continuación se afirma, de forma contradictoria, que el Jediísmo “es una religión y una forma de vida en sí misma”. Su credo va más allá de películas y directores, y trasciende incluso la fe en “la Fuerza” de la que tanto se habla en los guiones de Lucas (no el evangelista, sino el cineasta).
Un adepto del Jediísmo cree “en el valor inherente de cada persona”, en la ausencia de discriminaciones, “en la santidad de la persona humana”, en la democracia (con sus libertades) y en la separación Iglesia-Estado, en un relativismo cultural, moral y religioso explícito, “en la general influencia positiva que la mayoría de las religiones han tenido en sus seguidores y en la sociedad”, en la importancia de la educación, etc. Si se me permite la expresión, una espiritualidad del “buen rollo”, a la que ciertamente se puede agradecer su bondad y no-violencia, pero que no pasa de ser un credo humanista sin referencias a lo trascendente. Un culto, en suma, hecho a medida de nuestra cultura que tan grandes aspiraciones tiene pero que, inevitablemente, se ve sumida en el individualismo y el relativismo.
Paso siguiente del “catecismo jedi”: ¿cómo puede una persona convertirse a esta nueva religión? Primer paso: “Profesarse a sí mismo y proclamar su reconocimiento de ser un Jedi. Seguir los ideales y las creencias Jedi. Usted puede tener otras convicciones espirituales junto con la de ser un Jedi y la lealtad a ambos es posible”. Como vimos antes, se defiende la posibilidad de la doble pertenencia, lo que da idea de la seriedad que se pone en una de las dos identidades religiosas o en ambas a la vez. Basta el sentimiento de adhesión para que ésta se produzca automáticamente, lo que responde a otra de las características de la nueva religiosidad: la desinstitucionalización. Uno puede ser partícipe de esto sin una pertenencia objetiva a un grupo confesional. Hay que creer en la Fuerza –que no es más que una energía suprema impersonal– y, siguiendo con la metáfora de Star Wars, no servir nunca al “Lado Oscuro”. Además, hay algunas versiones de un juramento, necesario para “sincronizarse con la Fuerza” e iniciar el camino de esta nueva fe profesando la “lealtad a la Fuerza y su voluntad”.
Quien tenga tiempo y quiera entretenerse un rato puede navegar por Internet buscando la reciente producción literaria y espiritual de esta gente, como la oración “Haz de mí un instrumento de tu paz”, atribuida a San Francisco de Asís, pero seguramente anónima, y que en el Jediísmo se ha transformado, de manera que comienza así: “Creo en la fuerza; yo soy un Jedi, un instrumento de paz”. También hay una curiosa lista de votos, que superan con mucho en el número a los que emiten los religiosos católicos, ya que los Caballeros Jedi tienen los votos de respeto, humildad, contemplación (para “estar en comunión con la Fuerza”), moderación, apego, industria (la virtud de la diligencia de toda la vida), restricción (o sea, la templanza), defensa, castidad, obediencia, limpieza y caridad.
No hay oración, ya que no hay una alteridad personal hacia la que orientar la propia vida, sino meditación. No hay escatología –y, por lo tanto, tampoco esperanza–, ni memoria del pasado, sino presentismo. Algo que reconocen difícil en su vivencia concreta, ya que “la mente no se conforma con el momento presente eterno”.
Habrá que estar atentos a la deriva de lo que se inició como una broma pero ha devenido nuevo culto espiritual con características que, como queda bien claro, se adaptan perfectamente a la sociedad actual. Quizás este sucedáneo de religión haya encontrado un nicho de mercado –como dicen los publicistas– en muchas personas que quieran disponer de una adscripción religiosa que no sea muy exigente, que les permita vivir en este mundo sin muchas complicaciones y que en el fondo se reduzca a unas pautas éticas ciertamente elevadas para una situación de crisis global. La pena es que cuando se sustituye el “que Dios te bendiga” –en la versión confesional que sea– por el genérico “que la Fuerza te acompañe” –como repiten los aficionados de La guerra de las galaxias–, la vivencia religiosa se reduce a un convencimiento personal que no encuentra enfrente a Alguien que dé sentido a la vida, permitiendo salir del propio yo para el encuentro gozoso con el Otro.
Después de analizar la autodenominada “religión Jedi”, pasamos al segundo caso de actualidad, que está protagonizado por la Iglesia Misionera del Copimismo (o Kopimismo, según las versiones más o menos castellanizadas). Con este término se designa el movimiento creado en el año 2010 por el joven sueco Isak Gerson, estudiante de Filosofía, con apariencia de confesión religiosa, pero que en el fondo no es más que un barniz espiritual para una actividad tan difundida hoy como es la piratería de productos informáticos y culturales, sobre todo a través de la tecnología P2P (redes peer-to-peer, es decir, el intercambio de archivos). Este fenómeno aislado ha pasado a ser noticia en los primeros días del año 2012, cuando Suecia lo ha reconocido oficialmente como religión tras un proceso de solicitud que ha dirigido el fundador.
En poco tiempo se han multiplicado las páginas de Internet de un supuesto culto religioso que precisamente ha nacido del ciberespacio y para el ciberespacio. No es posible saber cuántas personas lo integran, aunque las encuestas podrían encontrar unas cantidades nada despreciables, como pasaba en el caso del Jediísmo, ya que no se exige mucho que digamos. En la web mexicana del movimiento leemos lo siguiente: “Para pertenecer a la comunidad copimista, no es necesario ser miembro de ninguna organización. Es suficiente con que uno se sienta llamado a respetar y adorar a la más sagrada de las deidades: la información. El culto a través de la meditación es suficiente para ser considerado parte de la comunidad copimista. Una persona que se identifica con nuestra filosofía, esté o no registrada formalmente con la Iglesia de Copimismo, es considerada copimista”. Otra vez nos encontramos con un movimiento sin organización, con una espiritualidad sin estructura, con una clara desinstitucionalización que tanto gusta hoy. Las personas pueden considerarse miembros de una comunidad que no les exige compromiso real alguno.
Sin embargo, y de forma ciertamente contradictoria, este movimiento admite que la adhesión a la Iglesia Misionera del Copimismo como tal va más allá del sentimiento de pertenencia, para el que bastan bien pocas cosas como hemos visto. Para ser miembros, los que ya se sienten copimistas de corazón, “tienen que someterse a un rito”. ¿En qué consiste? En primer lugar, tienen que copiar el símbolo del grupo en su ordenador, y después deben revelar sus datos personales a la organización a través de Internet.
El credo del Copimismo gira en torno a la comunicación, el intercambio de conocimientos, la copia y la distribución de material. Todo esto es, según sus simpatizantes, “éticamente correcto”, y añaden que “enriquecer la información que copiamos es el más sagrado acto de copiar, más sagrado que la perfecta copia digital de información, porque expande y mejora la riqueza de la información existente”. Internet, igual que el acto de copiar, es sagrado. Y después de exponer sus axiomas, los adeptos de este nuevo culto afirman que deben “consagrar sus vidas a vivir bajo estas reglas”. El movimiento se autodenomina misionero porque es tal su empeño: difundir información, difundir su ideología e “influir en otros para que adopten una perspectiva más copimista de la vida”, lo que viene a significar el cambio de las leyes que protegen los derechos de autor, que se consideran “leyes anti-copimistas”. En el fondo, lo más espiritual que puede encontrarse es la reiterada afirmación de la sacralidad de la información y del acto de copiar.
Los símbolos religiosos son variables, algo normal teniendo en cuenta las curiosas doctrinas que acabo de resumir. Se han repetido mucho los comandos que se forman con las teclas del ordenador para copiar y pegar información (Ctrl+C, Ctrl+V), incluso sobre cruces y símbolos del ying y el yang. Ahora explican que su símbolo es una pirámide con una letra K en su interior, que denominan “pirámide sagrada Kopimi”.
Por más vueltas que le dé uno, no se encuentran otras referencias espirituales o éticas que se salgan de esta obsesión monotemática. Si en el Jediísmo había unas consideraciones filosóficas y morales de un cierto nivel que le daban alguna apariencia más religiosa, no se puede decir lo mismo de este culto pirata. El texto normativo más extenso que he podido leer, la llamada “Constitución para el misionero”, no es más que una recopilación de reglas de tipo organizativo, que muestran una excesiva jerarquización de algo que parecía tan “espontáneo” (seguramente para lograr su inscripción como confesión religiosa o al menos asociación civil). Entre los organismos y ministerios varios que forman esta “iglesia” están la Conferencia Copimista, el Concilio Copimista, el Director de la Misión, los contables y los nominadores.
No es extraño que todo esto haya pasado en Suecia, país que ya conoció en 2006 el nacimiento del primer Partido Pirata, un grupo político cuyo objetivo es cambiar las leyes nacionales que protegen la propiedad intelectual. El paso siguiente que han dado los partidarios de la copia y distribución de archivos sin respeto a los autores ha sido esta parodia de religión. Pronto empezarán a hacer ruido y a invocar la libertad de conciencia y de culto –la más importante y delicada en los sistemas democráticos y de derechos humanos– para legitimar sus prácticas ilegales. En sus escritos pueden encontrarse, como se ha visto antes, expresiones que así lo permiten vislumbrar, como cuando hablan de la necesidad del cifrado “en los Estados represivos” con el fin de “llevar a cabo sin interrupciones el servicio divino y las actividades pastorales sin ningún tipo de amenaza para la seguridad de los creyentes”.
Esto no lo digo yo, sino que lo afirman sus propios representantes. Quien firma como “Amadísimo Líder” y se presenta como “escéptico, individualista y copimista hasta el tuétano” en la página web del Copimismo en México dice lo siguiente: “Si la iglesia llega a registrarse como una religión, los piratas digitales podrían solicitar inmunidad bajo el derecho constitucional de la libertad de religión, ampliamente reconocido como un derecho humano fundamental. A pesar de eso, los Operadores de la Iglesia aseguran que el Copimismo no va dirigido a buscar inmunidad contra las acciones judiciales”. Dos frases contradictorias: piensan acogerse a la libertad de culto para seguir con la piratería, pero no es lo que buscan. ¿Alguien lo entiende?
¿Una parodia de lo religioso? Es lo que parece a simple vista. Además, leyendo algunos de sus documentos y explicaciones públicas, la balanza del juicio crítico se inclina hacia lo paródico y humorístico, cuando afirman que utilizan el término “iglesia” en su sentido de convocación de personas por una causa común y que, más allá del rechazo que pueda producir la palabra, creen que puede servir para intranquilizar algunas conciencias y tomarse a broma algo, como lo religioso, que no debería tomarse en serio, sino con humor. Creo que las conclusiones pueden ser claras.
Y, siguiendo la ortodoxia y la ortopraxis del Copimismo, aquí voy a “copiar y pegar”. Según informan algunos medios de comunicación, Peter Ingham, obispo católico de Wollongong (Australia), ha dicho que “es una locura y parece una parodia de religión, una parodia de los derechos de autor y una parodia del Gobierno el registrar tal organismo como religioso”. También señala que si no tiene nada que ver con Dios o con alguna imagen de lo divino “es una farsa. Parece que es sólo una manera de moverse por la ley de la piratería y los derechos de autor”. Pues ya está: copiado y pegado. Amén.
Luis Santamaría del Río
Secretaría RIES

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