El fenómeno religioso es un
elemento inevitable en la actualidad tal como ésta se muestra en los medios de
comunicación. Y entre muchas otras informaciones, a veces tienen una
trascendencia exagerada fenómenos como mínimo marginales, cuando no extraños,
al ámbito de lo espiritual. Recientemente hemos asistido a la difusión de dos
supuestas “nuevas religiones” que llaman la
atención por lo estrafalario y lo actual de sus contenidos. Seguro que los
lectores han podido conocer algún dato sobre la existencia del “jediísmo” y del “kopimismo”, colocados así por
orden de aparición.
Antes de entrar en detalles
acerca de estos dos movimientos tan peculiares, conviene dejar clara una cosa,
ya que los medios generalistas pueden inducir a confusión cuando afirman que
tal o cual grupo –en este caso, los que vamos a analizar ahora– se convierten
en “religiones oficiales” de un país determinado. El lector debe darse
cuenta de que no es la consideración de la agrupación concreta como religión
oficial de la nación lo que intenta explicar en un mal titular el medio de
comunicación, sino que la noticia cierta es la inclusión del movimiento en el
registro oficial estatal de confesiones religiosas. Si hablamos con propiedad,
el concepto de “religión oficial” alude a la
situación de confesionalidad de algunos Estados, en los que un culto es asumido
de forma pública como religión establecida que suele incluir su reflejo en la
legislación.
Dicho esto, la primera
corriente, llamada jediísmo o jedismo, ha cristalizado en varios grupos entre
los que destaca el Templo de la Orden
Jedi. La cuestión parece una broma, y parece que nació así, como una
burla a gran escala, en torno al año 2001. Algunas muy extendidas cadenas de
correos electrónicos promovieron el responder a los censos de los países
respectivos, en el apartado del culto profesado, con una nueva confesión: religión jedi o “Caballero Jedi”. Para los no
iniciados, baste recordar aquí que se trata de una terminología cuyo origen es
la célebre saga cinematográfica La guerra de las
galaxias (Star Wars), del
director George Lucas.
La cosa no quedó en el intento, ya que los resultados del censo
realizado en 2001 en el Reino Unido dieron una sorpresa: nada menos que unas
390.000 personas dijeron ser de religión jedi, situándose así, con el 0,7% de
la población, como la tercera confesión religiosa del país, tras el
cristianismo y el islam, y por delante del judaísmo. Algo semejante ha pasado
en otros lugares del mundo, como en la República Checa, que es el último –hasta
ahora– ejemplo de difusión de esta doctrina. Los últimos datos de su oficina
estadística, divulgados el pasado mes de diciembre de 2011, daban una cifra de
más de 15.000 “Caballeros Jedi”.
De la broma se ha pasado a la
configuración de un supuesto “nuevo movimiento
religioso”, algo que supongo dará más de un dolor de cabeza a los
sociólogos de la religión y antropólogos que intenten analizar este engendro
postmoderno desde las categorías serias de su estudio. Explica el hermano John, que debe de ser algo así
como el patriarca de la Orden Jedi, que se trata de una iniciativa
interreligiosa y sincretista, que “incluye
elementos de dos o más religiones como el taoísmo, el sintoísmo, el budismo, el
cristianismo, el misticismo y muchas verdades de otras religiones universales,
una combinación de artes marciales y el Código de la Caballería”. Efectivamente, se trata de sincretismo… y pocas
cosas le faltan en el menú, desde luego. Son estas doctrinas, y no las
películas, el corazón de su espiritualidad. Lo cinematográfico entra en el área
de lo metafórico, “para servir como parábolas”, según dice el líder.
Empleando una acepción muy
amplia del término “religión”, los
simpatizantes de este invento explican que se puede compaginar con otra pertenencia
confesional, y así podemos encontrarnos con jedis que sean cristianos,
budistas, neopaganos e incluso agnósticos. Aunque a continuación se afirma, de
forma contradictoria, que el Jediísmo “es una
religión y una forma de vida en sí misma”.
Su credo va más allá de películas y directores, y trasciende incluso la
fe en “la Fuerza” de la que tanto se habla en los guiones de Lucas
(no el evangelista, sino el cineasta).
Un adepto del Jediísmo cree “en el valor inherente de cada persona”, en la ausencia de discriminaciones, “en la santidad de la persona humana”, en la democracia (con sus libertades) y en la
separación Iglesia-Estado, en un relativismo cultural, moral y religioso
explícito, “en la general influencia positiva
que la mayoría de las religiones han tenido en sus seguidores y en la sociedad”, en la importancia de la educación, etc. Si se me
permite la expresión, una espiritualidad del “buen
rollo”, a la que ciertamente se puede agradecer su bondad y
no-violencia, pero que no pasa de ser un credo humanista sin referencias a lo
trascendente. Un culto, en suma, hecho a medida de nuestra cultura que tan
grandes aspiraciones tiene pero que, inevitablemente, se ve sumida en el
individualismo y el relativismo.
Paso siguiente del “catecismo jedi”: ¿cómo puede una persona
convertirse a esta nueva religión? Primer paso: “Profesarse
a sí mismo y proclamar su reconocimiento de ser un Jedi. Seguir los ideales y
las creencias Jedi. Usted puede tener otras convicciones espirituales junto con
la de ser un Jedi y la lealtad a ambos es posible”. Como vimos antes, se defiende la posibilidad de
la doble pertenencia, lo que da idea de la seriedad que se pone en una de las
dos identidades religiosas o en ambas a la vez. Basta el sentimiento de
adhesión para que ésta se produzca automáticamente, lo que responde a otra de
las características de la nueva religiosidad: la desinstitucionalización. Uno
puede ser partícipe de esto sin una pertenencia objetiva a un grupo
confesional. Hay que creer en la Fuerza –que no es más que una energía suprema
impersonal– y, siguiendo con la metáfora de Star
Wars, no servir nunca al “Lado Oscuro”. Además, hay algunas versiones de un
juramento, necesario para “sincronizarse con la
Fuerza” e iniciar el camino de
esta nueva fe profesando la “lealtad a la Fuerza
y su voluntad”.
Quien tenga tiempo y quiera
entretenerse un rato puede navegar por Internet buscando la reciente producción
literaria y espiritual de esta gente, como la oración “Haz de mí un instrumento de tu paz”, atribuida a San Francisco de Asís, pero seguramente anónima, y que en el
Jediísmo se ha transformado, de manera que comienza así: “Creo en la fuerza; yo soy un Jedi, un instrumento de
paz”. También hay una curiosa
lista de votos, que superan con mucho en el número a los que emiten los
religiosos católicos, ya que los Caballeros Jedi tienen los votos de respeto,
humildad, contemplación (para “estar en comunión
con la Fuerza”), moderación, apego, industria (la virtud de la
diligencia de toda la vida), restricción (o sea, la templanza), defensa,
castidad, obediencia, limpieza y caridad.
No hay oración, ya que no hay
una alteridad personal hacia la que orientar la propia vida, sino meditación.
No hay escatología –y, por lo tanto, tampoco esperanza–, ni memoria del pasado,
sino presentismo. Algo que reconocen difícil en su vivencia concreta, ya que “la mente no se conforma con el momento presente eterno”.
Habrá que estar atentos a la
deriva de lo que se inició como una broma pero ha devenido nuevo culto
espiritual con características que, como queda bien claro, se adaptan
perfectamente a la sociedad actual. Quizás este sucedáneo de religión haya
encontrado un nicho de mercado –como dicen los publicistas– en muchas personas
que quieran disponer de una adscripción religiosa que no sea muy exigente, que
les permita vivir en este mundo sin muchas complicaciones y que en el fondo se
reduzca a unas pautas éticas ciertamente elevadas para una situación de crisis
global. La pena es que cuando se sustituye el “que
Dios te bendiga” –en la versión
confesional que sea– por el genérico “que la
Fuerza te acompañe” –como repiten
los aficionados de La guerra de las galaxias–,
la vivencia religiosa se reduce a un convencimiento personal que no encuentra
enfrente a Alguien que dé sentido a la vida, permitiendo salir del propio yo
para el encuentro gozoso con el Otro.
Después de analizar la
autodenominada “religión Jedi”, pasamos al
segundo caso de actualidad, que está protagonizado por la Iglesia Misionera del Copimismo (o Kopimismo, según las versiones más o
menos castellanizadas). Con este término se designa el movimiento creado en el
año 2010 por el joven sueco Isak Gerson,
estudiante de Filosofía, con apariencia de confesión religiosa, pero que en el
fondo no es más que un barniz espiritual para una actividad tan difundida hoy
como es la piratería de productos informáticos y culturales, sobre todo a
través de la tecnología P2P (redes peer-to-peer,
es decir, el intercambio de archivos). Este fenómeno aislado ha pasado a ser
noticia en los primeros días del año 2012, cuando Suecia lo ha reconocido
oficialmente como religión tras un proceso de solicitud que ha dirigido el
fundador.
En poco tiempo se han
multiplicado las páginas de Internet de un supuesto culto religioso que
precisamente ha nacido del ciberespacio y para el ciberespacio. No es posible
saber cuántas personas lo integran, aunque las encuestas podrían encontrar unas
cantidades nada despreciables, como pasaba en el caso del Jediísmo, ya que no
se exige mucho que digamos. En la web mexicana del movimiento leemos lo
siguiente: “Para pertenecer a la comunidad
copimista, no es necesario ser miembro de ninguna organización. Es suficiente
con que uno se sienta llamado a respetar y adorar a la más sagrada de las
deidades: la información. El culto a través de la meditación es suficiente para
ser considerado parte de la comunidad copimista. Una persona que se identifica
con nuestra filosofía, esté o no registrada formalmente con la Iglesia de
Copimismo, es considerada copimista”. Otra
vez nos encontramos con un movimiento sin organización, con una espiritualidad
sin estructura, con una clara desinstitucionalización que tanto gusta hoy. Las
personas pueden considerarse miembros de una comunidad que no les exige
compromiso real alguno.
Sin embargo, y de forma ciertamente contradictoria, este movimiento
admite que la adhesión a la Iglesia Misionera del Copimismo como tal va más
allá del sentimiento de pertenencia, para el que bastan bien pocas cosas como
hemos visto. Para ser miembros, los que ya se sienten copimistas de corazón,
“tienen que someterse a un rito”. ¿En qué consiste? En primer lugar, tienen que
copiar el símbolo del grupo en su ordenador, y después deben revelar sus datos
personales a la organización a través de Internet.
El credo del Copimismo gira en
torno a la comunicación, el intercambio de conocimientos, la copia y la
distribución de material. Todo esto es, según sus simpatizantes, “éticamente correcto”,
y añaden que “enriquecer la información
que copiamos es el más sagrado acto de copiar, más sagrado que la perfecta
copia digital de información, porque expande y mejora la riqueza de la
información existente”. Internet,
igual que el acto de copiar, es sagrado. Y después de exponer sus axiomas, los
adeptos de este nuevo culto afirman que deben “consagrar
sus vidas a vivir bajo estas reglas”. El
movimiento se autodenomina misionero porque es tal su empeño: difundir
información, difundir su ideología e “influir en
otros para que adopten una perspectiva más copimista de la vida”, lo que viene a significar el cambio de las leyes
que protegen los derechos de autor, que se consideran “leyes anti-copimistas”. En el fondo, lo más espiritual que puede encontrarse es la
reiterada afirmación de la sacralidad de la información y del acto de copiar.
Los símbolos religiosos son
variables, algo normal teniendo en cuenta las curiosas doctrinas que acabo de
resumir. Se han repetido mucho los comandos que se forman con las teclas del
ordenador para copiar y pegar información (Ctrl+C, Ctrl+V), incluso
sobre cruces y símbolos del ying y el yang. Ahora explican que su símbolo es
una pirámide con una letra K en su interior, que denominan “pirámide sagrada Kopimi”.
Por más vueltas que le dé uno,
no se encuentran otras referencias espirituales o éticas que se salgan de esta
obsesión monotemática. Si en el Jediísmo había unas consideraciones filosóficas
y morales de un cierto nivel que le daban alguna apariencia más religiosa, no
se puede decir lo mismo de este culto pirata. El texto normativo más extenso
que he podido leer, la llamada “Constitución para
el misionero”, no es más que una recopilación de reglas de tipo
organizativo, que muestran una excesiva jerarquización de algo que parecía tan “espontáneo” (seguramente para lograr su
inscripción como confesión religiosa o al menos asociación civil). Entre los
organismos y ministerios varios que forman esta “iglesia”
están la Conferencia Copimista, el Concilio Copimista, el Director de la
Misión, los contables y los nominadores.
No es extraño que todo esto
haya pasado en Suecia, país que ya conoció en 2006 el nacimiento del primer
Partido Pirata, un grupo político cuyo objetivo es cambiar las leyes nacionales
que protegen la propiedad intelectual. El paso siguiente que han dado los
partidarios de la copia y distribución de archivos sin respeto a los autores ha
sido esta parodia de religión. Pronto empezarán a hacer ruido y a invocar la
libertad de conciencia y de culto –la más importante y delicada en los sistemas
democráticos y de derechos humanos– para legitimar sus prácticas ilegales. En
sus escritos pueden encontrarse, como se ha visto antes, expresiones que así lo
permiten vislumbrar, como cuando hablan de la necesidad del cifrado “en los Estados represivos” con el fin de “llevar
a cabo sin interrupciones el servicio divino y las actividades pastorales sin
ningún tipo de amenaza para la seguridad de los creyentes”.
Esto no lo digo yo, sino que
lo afirman sus propios representantes. Quien firma como “Amadísimo Líder” y
se presenta como “escéptico, individualista y
copimista hasta el tuétano” en la
página web del Copimismo en México dice lo siguiente: “Si la iglesia llega a registrarse como una religión, los
piratas digitales podrían solicitar inmunidad bajo el derecho constitucional de
la libertad de religión, ampliamente reconocido como un derecho humano
fundamental. A pesar de eso, los Operadores de la Iglesia aseguran que el
Copimismo no va dirigido a buscar inmunidad contra las acciones judiciales”. Dos frases contradictorias: piensan acogerse a
la libertad de culto para seguir con la piratería, pero no es lo que buscan. ¿Alguien lo entiende?
¿Una parodia de
lo religioso? Es lo que
parece a simple vista. Además, leyendo algunos de sus documentos y
explicaciones públicas, la balanza del juicio crítico se inclina hacia lo
paródico y humorístico, cuando afirman que utilizan el término “iglesia” en su sentido de convocación de personas
por una causa común y que, más allá del rechazo que pueda producir la palabra,
creen que puede servir para intranquilizar algunas conciencias y tomarse a
broma algo, como lo religioso, que no debería tomarse en serio, sino con humor.
Creo que las conclusiones pueden ser claras.
Y, siguiendo la ortodoxia y la
ortopraxis del Copimismo, aquí voy a “copiar y
pegar”. Según informan algunos medios de comunicación, Peter Ingham, obispo católico de
Wollongong (Australia), ha dicho que “es una
locura y parece una parodia de religión, una parodia de los derechos de autor y
una parodia del Gobierno el registrar tal organismo como religioso”. También señala que si no tiene nada que ver con
Dios o con alguna imagen de lo divino “es una
farsa. Parece que es sólo una manera de moverse por la ley de la piratería y
los derechos de autor”. Pues ya
está: copiado y pegado. Amén.
Luis Santamaría del Río
Secretaría RIES
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