Sucedió en un colegio de Francia. Los padres de un alumno le habían enviado una
cantidad de dinero para que la entregara en la Caja del colegio. El alumno
cogió el dinero y de momento lo guardó en su armario. Pero distraído no cerró
el armario. Un compañero vio cómo lo guardaba y esperó a que se marchara.
Cuando vio que nadie estaba en el dormitorio, fue rápido al armario de su
compañero y lo abrió.
Algo le
decía la conciencia que no debía apoderarse de lo que no era suyo. Pero
arrastrado por la tentación, metió la mano y cogió el dinero.
Cuando el
alumno fue a recoger el dinero y entregarlo a la Caja del colegio, quedó
sorprendido al comprobar que no estaba en su sitio.
Revisó
todo el armarlo; nada encontró; él tenía plena seguridad del sitio en que lo
había dejado. Entonces comprendió que le habían robado. Fue al despacho del
director y le dio cuenta del hurto de que había sido objeto.
El
director del colegio se presentó en la sala de estudios donde estaban todos los
alumnos. Sabía casi de cierto quién era el muchacho autor del robo. Pero tuvo
la suficiente discreción de no abochornarlo delante de todos. Habló a los
alumnos de la desaparición del dinero y les dijo: “Sé
que el ladrón es uno de vosotros. Pretenderá callar su conciencia confesándose;
pero no lo logrará, ya que, para hacer una buena confesión, en este caso tiene
que tener el propósito firme de restitución. Y entonces, o dejará de frecuentar
los sacramentos, o cometerá sacrilegio, tras sacrilegio. Yo le ruego no se deje
encerrar en ese círculo infernal y restituya el dinero, entregándolo a una
persona discreta”. El muchacho que había hurtado el dinero, ante
aquellas palabras del director, espero a que se hiciera de noche. Cogió lo que
había robado y lo depositó en el buzón de la correspondencia del director.
Cuando, antes de la cena, fue el director a recoger su correspondencia encontró
entre las cartas el dinero robado. Llamó al alumno y le entregó la cantidad que
le faltaba.
EXPLICACIÓN DOCTRINAL:
El
séptimo mandamiento nos manda: “No hurtarás”. Es
decir, que tengamos respeto a los bienes ajenos. Suponte tú que te regalan una
preciosa pluma estilográfica y un compañero tuyo te la roba. Comete un pecado,
por haberse apoderado de una cosa que no es suya.
El hacer
daño en los bienes ajenos, como quemar o destruir los frutos de la tierra,
incendiar una casa o un objeto valioso, es pecado. Si en una tienda compras un
objeto como bueno y te dan uno malo, es fraude, y eso es pecado.
Un obrero
trabaja en un taller, hace trabajos importantes de maquinaria. El dueño, con la
venta, obtiene muy buenos beneficios y al obrero le paga un salario mezquino,
para mal vivir. Peca el empresario, pues a los obreros y empleados hay que
pagarles de forma que puedan vivir con decoro, incluso para que puedan ahorrar,
como ahorra y tiene bienes el dueño de la empresa cuyas riquezas le vienen
producidas por el trabajo de todos.
También
pecan contra el séptimo mandamiento los obreros y empleados que no cumplen con
su deber, realizando mal o regular su trabajo. Todo lo robado o hurtado hay
obligación de restituirlo.
La causa
de tantos robos, hurtos e injusticias está en el egoísmo y en la sed de
riquezas. Por eso Jesús nos dice: “¡Ay de vosotros,
escribas y fariseos, hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, que
por dentro están llenos de rapiñas y codicias!” (Mateo, 23)
Procurar
no coger nunca nada. Pues se empieza por coger un poco y se termina por coger
mucho.
Norma de Conducta:
Jamás tomaré nada de los bienes ajenos. Los respetaré, pues no son míos.
Gabriel Marañon Baigorrí
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