Por: Andrés D' Angelo | Fuente: Catholic-link.com
Hablar de mi Mamá del Cielo es difícil para mí.
Tengo que reconocer que soy parcial. ¡Amo a la Virgen María con todo mi corazón! María es la mujer por
excelencia, es la mujer más sublime que salió del amor de Dios Padre. Y siendo
tan sublime como es, se requieren grandes místicos para describirla, y para
cantar sus alabanzas.
Como no soy un gran místico y estamos en el mes
de María, al no poder cantarle grandes alabanzas a mi Madre, sí puedo decir, en
voz baja, una oración de acción de gracias por ser Ella tan humana como
sublime.
Probablemente nuestra Madre haya hecho muchas
cosas sublimes en la Tierra. Los Evangelios recogen algunas de ellas para
darnos indicios de cómo era: Las bodas de Caná para ver en Ella a la
intercesión todopoderosa que hizo adelantar su hora a Nuestro Señor; o junto a
la Cruz en el Calvario, para ver en Ella, con su corazón atravesado por una
espada, a aquella que primero unió sus dolores a la Pasión de Nuestro Señor
para abrirnos las puertas del Cielo.
Curiosamente, algunos de esos episodios tan
sublimes son episodios de lo más corrientes: una mujer visita a su prima para
asistirla en su parto, un niño se pierde en medio de una fiesta religiosa, una
madre va a una boda con su hijo…, no parecen los episodios de una novela épica,
sino los menesteres cotidianos de una familia cualquiera en un tiempo
cualquiera. Detrás de estos misterios
que contemplamos en el rosario, hay una mujer que por haber sido concebida sin
mancha de pecado original, hace sublime lo cotidiano. Que todo lo que
toca lo convierte en Divino. Ella es tan sublime como el Cielo, y tan cotidiana
como el pan.
El Evangelio y el rosario nos proponen la
contemplación de los grandes misterios de la vida de María: la
anunciación-encarnación, el calvario de su corazón de madre, su asunción. Son
todos misterios que uno no termina nunca de meditarlos. ¡Pero también nuestra
Madre del Cielo vivió una vida completamente humana, con las mismas
dificultades que nosotros pasamos a diario. ¿Cómo no pedirle que nos socorra cuando la vida se
pone difícil, o monótona, o triste, cuando ella pasó por esas mismas dificultades,
arideces o tristezas? Ella nos
comprende totalmente, y, como mediadora de todas las Gracias e intercesora
todopoderosa, está dispuesta a pedirle a su hijo por nuestras dificultades, no
importa cuán triviales nos parezcan, a ella todas le parecen importantes.
1. EN NUESTROS MOMENTOS DE DUDA
Cuando contemplamos a María en la anunciación,
la vemos casi siempre en el «Fiat»: «Hágase en
mí según tu palabra». Y nos olvidamos que ella también dudó. La Madre de
Dios era una niña de acuerdo a nuestros parámetros modernos. La enormidad de lo
que le estaba diciendo el Ángel tiene que haber conmovido su espíritu, tanto
que inmediatamente le pregunta: «¿Cómo será eso
posible, si no conozco varón?». Cuando
dudemos, cuando sintamos que lo que Dios nos pide es demasiado; invoquemos a
María y pidámosle que nos inspire ese «Fiat» que ella supo dar.
2. EN LOS MOMENTOS QUE TEMEMOS AL DOLOR
Cuando Simeón le profetiza a María que una
espada le atravesaría el corazón, ¿qué habrá sentido la Virgen? Ninguna madre
del mundo querría saber que su hijo sería signo de contradicción, y aunque
María aceptaba la voluntad del Padre con sumisión perfecta, ¿no se habrá entristecido
su alma? Cuando estamos paralizados por
el temor, cuando tenemos pánico de que la Cruz que nos espera va a
ser demasiado para nuestros hombros; pidámosle a nuestra Madre que nos dé
la fortaleza que nos falta.
3. CUANDO CREEMOS QUE PERDEMOS A NUESTROS HIJOS
El Niño Jesús perdido y hallado en el templo.
Sus padres terriblemente ansiosos lo buscan entre los parientes y recorren el
camino de vuelta a Jerusalén hasta que finalmente lo encuentran entre los
doctores. ¿Qué habrá pasado por el alma de la Virgen mientras no lo encontraba?
¿Qué habrá pasado cuando lo encontró en medio de los notables de Israel?
¿Miedo, ansiedad, culpa por no haberlo cuidado? Cualquier madre que pierde a un
hijo casi inmediatamente piensa: «qué mala
madre soy, no supe cuidarlo». Tal vez esos pensamientos pasaron por la
mente de la Virgen. Cuando creemos que nuestros hijos «toman un mal camino», cuando estemos angustiados porque no sabemos
hacia dónde se dirigen nuestros hijos; invoquemos a la Madre y pidámosle que
nos calme y que guíe a nuestros hijos en sus dificultades.
4. CUANDO ESTAMOS A LOS PIES DE LA CRUZ POR LA ENFERMEDAD DE
ALGUIEN A QUIEN QUEREMOS
La profecía de Simeón finalmente se hizo real.
Todo el dolor del mundo se abate sobre el Inmaculado Corazón de María. Su hijo
es «varón de dolores», y ella es «mujer de
dolores». A la que se le ahorraron los dolores del parto, debe haber
sentido ese dolor como un profundo desgarro del alma. ¿Qué padre que ve sufrir a su hijo no le ofrece a Dios cambiar de lugar
con él? Cuando tenemos a un hijo enfermo, sufriendo, subido a
la cruz, ¡invoquémosla! ¡Ella sabe que los padres sufrimos como si fueran
propios, porque Ella hizo propios los sufrimientos de Nuestro Señor.
5. EN LOS MOMENTOS QUE SALIMOS AL ENCUENTRO Y NO SOMOS
COMPRENDIDOS
En Caná de Galilea la vemos preocupada como
auténtica madre, por el éxito de una fiesta de bodas. ¿No es conmovedor su
gesto? Ella sola se da cuenta de que no tienen vino y le pide a Jesús que
convierta el agua en vino. Jesús parece contestarle destempladamente, incluso
la llama «mujer», como poniendo distancia. Sin embargo, ella inmediatamente le
dice a los sirvientes que «hagan lo que Él les
diga». Muchas veces, cuando
salimos al encuentro de los demás, sentimos que rechazan nuestra ayuda, y a
veces nos pagan mal con bien. ¡Es el momento de invocar a Nuestra Madre y
pedirle que nos dé fuerzas para «hacer lo que Él
nos dice».
Invoquemos a María en todas nuestras
dificultades, pidiéndole especialmente por nuestras familias, y por todos
aquellos que se encomiendan a nuestras oraciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario