El domingo, es el
mejor momento para sacar fuerzas de Él, que es el Señor de la vida.
Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org
Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org
Para
muchos el domingo resulta ser el día más esperado de la semana.
Momento de descanso que nos permite realizar actividades de distracción y ocio
para dejar de lado las ocupaciones propias de los días pasados. Muchos lo
esperan para levantarse tarde, comer con la familia, pasear con los amigos, ir
al cine, etc. Pero, para nosotros los
católicos, el domingo toma un sentido mayor pues recordamos y vivimos en la
Misa, el Sacrificio Pascual (pasión, muerte y resurrección) de Nuestro Señor
Jesucristo, que se hace real y verdaderamente presente entre nosotros.
Vamos a Misa el domingo porque en él tuvo lugar
la Resurrección del Señor como lo dice la Escritura: “Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé,
compraron aromas para embalsamar el cuerpo. Y muy temprano, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro,
apenas salido el sol” (Mc
16,1-2). Por lo que, desde ese momento, las primeras comunidades cristianas
consideraron el domingo como el día mayor, en el que se reunían para escuchar
la Palabra y a partir el pan, como memoria de la victoria de Cristo sobre la
muerte.
San Jerónimo decía que “El domingo es el día de la resurrección; es el día
de los cristianos; es nuestro día, por eso es un día de fiesta semanal. Y
es que, como hijos de un mismo Padre, necesitamos del alimento celestial para
afrontar las dificultades del camino. El
domingo, es el mejor momento para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la
vida. Cuando estamos tristes, solos, cansados o agobiados, en la
Eucaristía encontramos las fuerzas para salir adelante.
Es por eso, que la Iglesia nos exhorta a asistir
a Misa los domingos como recordatorio de que debemos dedicarle ese día al Señor
en obediencia a las palabras de Jesús a sus discípulos en la Última Cena: “Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio
diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (Lc
22,19). Por tanto, participamos con Cristo de este sacrificio, en donde Misa tras Misa, se sirve el mismo banquete
celestial para volvernos uno con Cristo que se da en sacrificio por cada uno de
nosotros por amor.
Para
nosotros como cristiano es una obligación participar en la Misa todos los
domingos y en las otras fiestas de precepto, ya que, al no cumplirlo, caemos en
pecado mortal; es decir, nos apartamos de la amistad con Dios, morimos
espiritualmente. Pero no debemos limitar nuestra asistencia a un
mero cumplimiento y ya. En este mundo que camina muy a prisa, muchos tienen
tanto quehacer, o así lo creen, que dicen que llegado el domingo no tienen
tiempo para asistir a la Iglesia, o inventan muchos pretextos para no hacerlo.
Cuando pasamos ese ratito con Dios, ofrecemos
nuestro tiempo de descanso para recibir un pedacito de eternidad. Nosotros, al
estar con el Señor, cambiamos lo poco
que tenemos con lo mucho que Dios nos quiere dar ya que siempre seremos
nosotros los más beneficiados.
“¡Ojalá cada cristiano fuera consciente de que no puede vivir
sin el domingo!” Decía
nuestro Papa Emérito Benedicto XVI. No acudamos a Misa como si fuera un peso en
nuestros hombros, no debe ser meramente una obligación que nos limitemos a
cumplir, al contrario, debe ser una alegría, porque encontraremos la energía
necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. ¡Vamos a Misa!
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