Desde que llegara a la cátedra
de San Pedro, el papa Francisco
sorprende a propios y extraños. Sus palabras, sus gestos y, en definitiva, su
forma de ser parece que han caído bien a personas, instituciones y medios de
comunicación que hasta ahora observaban al papado y a la persona que lo
concretara en cada momento con una actitud al menos de recelo, cuando no de un
ataque visceral. Por eso hace poco no me extrañó ver en la portada de la
edición digital de la Revista Adventista,
publicada por los Adventistas del Séptimo Día, una gran foto de Bergoglio que
encabezaba un artículo titulado “El nuevo rostro
amigable del papado”.
Si hasta algunos modelos de
prensa confesionalmente anticlerical han sucumbido ante la simpatía del Papa
argentino –pensé yo–, ¿por qué no van a hacerlo también los miembros de un
grupo que, aunque se ha destacado tradicionalmente por su aversión al primado de la sede romana,
se dice ahora que cada vez son más abiertos, más cristianos y menos sectarios?
Y es que una de las
características del adventismo es, como digo, su inquina contra la figura del Papa. Actitud que hay que explicar en
el marco de su surgimiento dentro del mundo de la Reforma protestante, que
desde sus inicios se destacó por la crítica feroz no sólo contra los excesos
particulares e históricos de la forma de ejercer el ministerio del obispo de
Roma, sino también contra su misma esencia y legitimidad. Para situarnos mejor,
hay que resumir la historia y la identidad de los Adventistas del Séptimo Día,
aún a riesgo de simplificar.
Nos vamos hasta el siglo XIX,
con la figura del estadounidense William
Miller (1782-1849), uno de los protagonistas del reavivamiento cristiano
de su época. Su peculiar interpretación apocalíptica de la Sagrada Escritura lo
hizo muy popular, y comenzó a predecir las fechas de la parusía, fracasando estrepitosamente
al señalar los años 1843 y 1844, años en los que, como sabemos bien, no vino el
regreso esperado del Señor Jesús.
Tuvo que venir otro personaje, Ellen
G. White (1827-1915), para salvar el adventismo y darle la forma que
tiene actualmente. Fue ella la que, además, le dio el nombre oficial en 1863,
configurando el movimiento más importante dentro de esta corriente: la Iglesia de los Adventistas del Séptimo Día.
La señora White es considerada profetisa por sus seguidores, ya que decía
recibir revelaciones divinas y angélicas.
Sus doctrinas proceden del
cristianismo protestante, y sus acentos específicos están en la importancia
dada a los escritos de su fundadora, la
insistencia en el milenarismo y la celebración del sábado como fiesta
semanal (de ahí les viene el nombre del “séptimo
día”). En cuanto a los autores, hay discusión sobre su
clasificación, y podemos decir que se encuentra en el límite mismo entre “iglesia cristiana” y “secta”,
según los criterios que se empleen.
En España, adonde llegaron en
1903, han sido admitidos en la
Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) –una
decisión no exenta de polémica–, y afirman ser actualmente unos 16.000. Su
presencia es importante, puesto que cuentan
con más de 150 locales en todo el país, 4 colegios, un centro
universitario, una ONG, una editorial, una fundación, una empresa alimentaria,
varias asociaciones y medios de comunicación.
Y vamos ya al artículo que
citaba. ¿Una “conversión” de los adventistas
ante la novedad del papa Francisco? O, como señala al inicio del texto su
autor, el adventista alemán Gerhard
Padderatz, “¿necesitamos cambiar nuestra
interpretación de Apocalipsis 13?”.
Y para quien no sepa de qué va la cosa –es decir, el lector no adventista–,
aclara: “muchos adventistas se están frotando
los ojos de asombro estos días: están viendo un Papa que no encaja con su
imagen del ‘anticristo’. El Papa Francisco aparece extremadamente agradable…
¿Se ha convertido ‘la bestia’?”. No
se asusten: esto es lo que el adventismo ha pensado toda la vida del sucesor de
Pedro.
Para comprobarlo, basta con
asomar a una de las obras fundamentales de Ellen G. White, El conflicto de los siglos, donde la profetisa
arremete repetidamente contra el papado
(con más de 300 referencias).
Por ejemplo, explica que ya “el apóstol Pablo,
en su segunda carta a los Tesalonicenses, predijo la gran apostasía que había
de resultar en el establecimiento del poder papal… veía él que se introducían
en la iglesia errores que prepararían el camino para el desarrollo del papado”. Se trata, dice ella, de una pretensión satánica,
ya que “sólo por usurpación puede el papa
ejercer autoridad sobre la iglesia de Cristo”, y precisamente es el culpable de celebrar el domingo como día
del Señor, un error gravísimo según los adventistas.
White interpreta así el
capítulo 13 del Apocalipsis: cuando el dragón da su poder, su trono y su
autoridad a la bestia, el dragón
representa al paganismo, y la bestia a la Iglesia católica (y, en
concreto, a su cabeza visible, el obispo de Roma), siguiendo una arraigada
tradición del mundo de la Reforma (sin ir más lejos, Lutero decía que el Papa era el Anticristo y ocupaba la silla de
Satanás), pero dando un paso más allá al afirmar que “la imagen de la bestia representa la forma de protestantismo apóstata
que se desarrollará cuando las iglesias protestantes busquen la ayuda del poder
civil para la imposición de sus dogmas”,
algo sucedido sobre todo en los Estados Unidos según la profetisa. Por
último, señala que “la marca de la bestia” es la celebración del domingo, algo que habría
sido inventado por la Iglesia de Roma y aceptado por las otras pequeñas
bestias, los protestantes. Vamos, todo el cristianismo anterior al adventismo.
Tras esta necesaria aclaración
de lo afirmado por Ellen G. White, volvamos de nuevo al artículo que pone bajo
la lupa al Papa actual. El autor, Padderatz, reconoce lo extraño que parece
para el antipapismo adventista todo el proceso de aggiornamento del
Concilio Vaticano II, y la defensa que hace la Iglesia católica actual de la
libertad de conciencia. Y escribe: “¿No parece
obvio que nuestra interpretación de Apocalpsis 13 ya no encaja?, se preguntarán
algunos. ¿Está influenciada nuestra imagen negativa del papado por la Edad
Media? ¿No pertenece esta imagen a la América anti-católica del siglo XIX?”. Esto, afirma, no se trata de una cuestión
puntual, sino que supone revisar el valor de las profecías apocalípticas de la
secta: “si realmente queremos revisar nuestra
interpretación en este punto, tendríamos que tirar por la borda toda nuestra
comprensión de los eventos del tiempo del fin… ¿Qué ocurrirá con la alegada
inspiración divina de Elena G. White?”.
Entonces reflexiona sobre el valor de las profecías, que no son
simples especulaciones sobre el futuro, sino proyecciones que se cumplen porque
vienen de Dios. Así, por ejemplo, “la
desaparición de la Unión Soviética dejó un superpoder mundial único, llamado
Estados Unidos de América, tal y como sugería la interpretación adventista de
Apocalipsis 13”. Lo mismo pasa
con el papel fundamental de los servicios de inteligencia en la actualidad, y
la recopilación de datos de todo el mundo: “a
causa del 11 de septiembre se ha dado un paso significativo hacia un control
mundial de todas las personas, tal y como se implica en Apocalipsis 13”.
De ahí que la popularidad del
papa Francisco no la vea el autor adventista como una enmienda a la totalidad
de su doctrina apocalíptica, sino, al contrario, como una confirmación de su lectura literal del último libro de la Biblia.
Ya que en el versículo 3 del susodicho capítulo “se
habla o solo de un fortalecimiento del poder político del papado, también de un
incremento en admiración y respeto. El Papa Francisco está logrando esto en
este momento… El texto habla de una adoración de proporciones mundiales. En la
mentalidad iluminada y liberal del mundo, la gente no toleraría órdenes papales
y prohibiciones. Pero un modelo de humildad, modestia y caridad es más
aceptable. Eso es lo que estamos experimentando en este momento”.
Gerhard Padderatz insiste en
la existencia de “poderes engañadores” y en la existencia de “una
gran estrategia detrás del papado”. Y
cita unas palabras durísimas de la profetisa White contra los jesuitas, que “se presentaban con cierto aire de santidad, visitando
las cárceles, atendiendo a los enfermos y a los pobres… pero bajo esta fingida
mansedumbre, ocultaban a menudo propósitos criminales y mortíferos”. Aunque nada se dice de la condición de jesuita
del papa Bergoglio, el mensaje está claro para el buen entendedor.
Y lo que se dice del Papa, se
extiende a toda la Iglesia, cómo no. El autor de nuestro artículo afirma que “para un mundo que bajo la influencia del relativismo se
ha apartado de la verdad bíblica y una fe salvadora, el comportamiento social y
los gestos de humildad significan todo. El Papa Francisco es un maestro en
estos temas. No debemos olvidar que la Iglesia Católica continúa defendiendo
herejías evidentes. Estas incluyen el cambio de los Diez Mandamientos, la
divina devoción a María, la doctrina de la inmortalidad del alma, el
purgatorio, la tortura eterna en el infierno, así como el bloqueo del acceso
directo a Cristo a través de la intercesión de los sacerdotes y del rito de la
confesión. Babilonia sigue, de hecho, caída”.
Para la mentalidad apocalíptica
de los adventistas, esta figura del pontífice argentino no sólo no hace mover
ni un milímetro sus profecías, sino que las reafirma. Por eso Padderatz termina
su artículo escribiendo: “cuando el argentino
Jorge Mario Bergoglio, S.J., fue elegido como Papa, uno de sus primeros actos
oficiales fue orar a María. No, el Papa
no ha sido convertido. Y todos los indicios señalan que la
interpretación adventista de Apocalipsis 13 sigue siendo cierta. El nuevo Papa,
en medio de toda la legítima simpatía hacia él, la ha hecho incluso un poco más
creíble”.
Los adventistas, como puede
suponerse, no están muy por la labor
del ecumenismo. No pertenecen a los órganos principales que existen para
el diálogo entre las confesiones cristianas. Hay, no obstante, algún documento
bilateral puntual, como uno firmado en 2001 con la Alianza Mundial de Iglesias
Reformadas, y un diálogo iniciado con los menonitas. También parece que ha
habido algunos contactos entre representantes de la Santa Sede y los
Adventistas del Séptimo Día, pero según informa el organismo encargado de estos
temas en el Vaticano –el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de
los Cristianos–, no hay ninguna iniciativa formal de diálogo entre ambas
confesiones. Ni creo que la haya, habida cuenta de lo que piensan los
adventistas del obispo de Roma y de la Iglesia católica en general. Si ellos representan a Cristo y los “romanos” seguimos al Anticristo… la cosa
está clara.
Luis Santamaría del Río
Secretaría RIES
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