No sirven los horóscopos o los nigromantes para
conocer el futuro: el verdadero cristiano no es el que se instala y
permanece quieto, sino aquel que se fía de Dios y se deja guiar en un camino abierto a las sorpresas del Señor.
Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada ayer, 26
de junio, en la capilla de la Casa de Santa Marta, según informa María Fernanda
Bernasconi en Radio Vaticana.
El cristiano “detenido” no
es un “cristiano verdadero”. El Papa
invitó a no permanecer estáticos, a no “instalarse demasiado”, a
la vez que exhortó a “confiar
en Dios” y seguirlo. Inspirándose
en la primera lectura del día, tomada del libro del Génesis, Francisco
reflexionó sobre la figura de Abrahán en quien –explicó– “existe el estilo de la vida cristiana, nuestro estilo
como pueblo”, basado en tres
dimensiones: el “despojo”, la “promesa” y la “bendición”. Y recordó que el Señor exhortó a Abrahán a irse
de su país, de su patria, de la casa de su padre:
“Ser
cristiano lleva siempre esta dimensión
de despojo que encuentra su plenitud en el despojo de Jesús en la Cruz. Siempre hay un
‘vete’, ‘deja’, para dar el primer paso: ‘Deja y vete de tu tierra, de tu
parentela, de la casa de tu padre’. Si hacemos un poco de memoria veríamos que
en los Evangelios la vocación de los discípulos es un ‘vete’, ‘deja’ y ‘ven’.
También en los profetas, ¿no? Pensemos en Eliseo, trabajando la tierra: ‘Deja y
ven’ –‘Pero al menos, permíteme saludar a mis padres’– ‘Pero, ve y vuelve’.
‘Deja y ven’”.
Los cristianos –añadió el Obispo de Roma– deben tener la “capacidad” de
ser despojados, de lo contrario no son “cristianos
auténticos”, como no lo son
quienes no se dejan “despojar y crucificar con
Jesús”. Abrahán “obedeció por la fe”,
partiendo hacia una tierra que iba a “recibir
en herencia”, pero sin conocer un
destino preciso.
“El cristiano no tiene un horóscopo para ver
el futuro; no va a ver al nigromante que tiene una esfera de cristal, y quiere
que le lea la mano… No, no. No sabe a dónde va. Va guiado. Y esto es
como una primera dimensión de nuestra vida cristiana: despojarse. Pero,
despojarse ¿para qué? ¿Para una ascesis firme? ¡No, no! Para ir hacia una promesa. Y ésta es la
segunda. Nosotros somos hombres y mujeres que caminamos hacia una promesa,
hacia un encuentro, hacia algo –una tierra, dice a Abrahán– que debemos recibir
en herencia”.
[Nota de la RIES:
observemos que el Papa utiliza un término muy concreto, tal como puede verse en
el original italiano: “negromante”, que en
castellano se traduce exactamente por nigromante, es decir, persona que ejerce la
nigromancia. ¿Y qué es nigromancia? Según la RAE, dos acepciones: “1. Adivinación mediante la invocación a los
muertos. 2. Magia negra o diabólica”. Así que conviene dejar el término
así, y no traducir por “adivino” como se ha hecho en muchos lugares de
Internet]
Y sin embargo –subrayó
Francisco– Abrahán no construye una casa, sino que “planta
una tienda”, para indicar que “está en camino y que se fía de
Dios”. De modo que construye un
altar “para adorar al Señor”. Después, “sigue
caminando”, está “siempre en camino”.
“El
camino comienza todos los días por la mañana; el camino de encomendarse al
Señor, el camino abierto a las sorpresas del Señor, tantas veces no buenas,
tantas veces graves –pensemos en una enfermedad, en una muerte– pero abierto,
porque yo sé que Tú me llevarás a un
lugar seguro, a una tierra que Tú has preparado para mí: es decir, el
hombre en camino, el hombre que vive en una tienda, una tienda espiritual.
Nuestra alma, cuando se acomoda demasiado, se instala demasiado, pierde esta
dimensión de ir hacia la promesa y, en lugar de caminar hacia la promesa, lleva
la promesa y posee la promesa. Y esto no va, no es propiamente cristiano”.
En “esta
semilla del inicio de nuestra familia” cristiana
–dijo el Papa al concluir– sobresale otra característica, la de la bendición.
Sí, porque el cristiano es un hombre,
una mujer que “bendice”. O sea: “dice bien
de Dios y dice bien de los demás” y
“se hace bendecir por Dios y por los demás” para ir adelante. Éste es el esquema de “nuestra vida cristiana”, porque todos, “también” los laicos, debemos “bendecir
a los demás, decir bien de los demás y decir bien a Dios de los demás”. Con frecuencia –terminó diciendo el Pontífice–
estamos acostumbrados “a no decir bien” del prójimo, cuando –explicó– “la lengua se mueve un poco como quiere”, en lugar de seguir el mandamiento que Dios
encomienda a “nuestro padre” Abrahán, como “síntesis
de la vida”: a saber, el de
caminar, dejarse “despojar” por el Señor, fiarse de sus promesas y ser irreprensibles,
puesto que, en el fondo, “la vida cristiana es
tan sencilla”.
Secretaría RIES
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