LA PRIMERA SANTA DEL SIGLO XX
Gema Galgani nació en 1878 en
Camigliano, un pequeño pueblo de la provincia de Lucca (Italia), en el seno de
una familia era de condición modesta: el padre farmacéutico y la madre ama de
casa. Gema tuvo una infancia normal, asistió a la escuela pública de Lucca,
donde la familia se había mudado, y tenía muchos amigos. Pero aquella
normalidad fue destrozada por pruebas durísimas. En 1886 su madre murió, con
solo 39 años, en 1894 su hermano Gino que era seminarista, con 18 años, y en
1897 su padre. A estas muertes siguieron un colapso económico de la familia,
pues como resultado de la generosidad del padre, de la falta de escrúpulos de
sus contactos en negocios y de sus acreedores, sus hijos se quedaron sin nada,
y no tenían siquiera los medios para mantenerse.
Para Gema comenzaron también
por aquella época una serie de enfermedades, algunas de ellas graves. Gema
pronto comenzó a enfermar. Se le desarrolló una curvatura en la columna
vertebral y le dio también una meningitis dejándola con una pérdida de oído temporal.
Largos abscesos se le formaron en la cabeza, el pelo se le cayó, y finalmente
las extremidades se le paralizaron. Un doctor fue llamado y trató muchos
remedios, los cuales fallaron y ella sólo se puso peor. Gema comenzó entonces
su devoción al entonces Venerable Gabriel de la Dolorosa, joven pasionista
popularísimo en Italia, hoy canonizado. Además, en el invierno de 1898, fue
curada milagrosamente por intercesión de Santa Margarita María de Alacoque de
otra de las enfermedades.
Estas pruebas permitieron a
Gema hacer grandes progresos en la vida espiritual. Siempre había tenido
facilidad para la vida de piedad y había llegado a tener una gran familiaridad
con Jesús, ya en la escuela llenaba sus cuadernos con pensamientos espirituales
y oraciones. Y así, creciendo progresivamente en la vida espiritual, recibió
extraordinarios dones místicos: sentía claramente junto a sí la presencia del
ángel de la guarda y hablaba con Jesús y María.
Hasta que le fue concedido el
don de los estigmas. Ella narra el acontecimiento: “Estábamos
en la tarde del 8 de junio de 1899, cuando, de repente, siento un dolor interno
por mis pecados… Jesús se apareció, tenía todas las heridas abiertas, pero de
aquellas heridas ya no salía sangre, salían como unas llamas de fuego, que
tocaron mis manos, mis pies, mi corazón. Me sentía morir...” No se
puede pasar por alto el parecido de esta descripción a la que hizo San Pío de
Pietrelcina sobre su estigmatización ocurrida el 20 de septiembre de 1918. Las
heridas profundas en las manos, los pies y el costado se reabrían todos los
jueves a las 8 de la tarde y los viernes a las 3, y este raro fenómeno venía
acompañado por éxtasis. Para disimular las llagas usaba guantes.
Sobre los estigmas, escribirá
su último director espiritual, como testigo directo y fiable: “La herida algunas veces era superficial, casi
imperceptible a primera vista, pero de ordinario profunda y parecía unirse con
la de la cara opuesta, atravesando la mano completamente. Y digo que parecía,
porque de las heridas salía sangre, en parte líquida y en parte coagulada, y al
cesar ésta de salir, la herida se contraía y no era fácil explorarla sin el
auxilio de la sonda, instrumento que no me atrevía a usar, ya por el temor
reverencial que me inspiraba la extática en aquellas condiciones, ya porque el
dolor le hacía contraer convulsivamente las manos”.
Su confesor ordinario,
Monseñor Volpi le dijo que no se dejase ver las manos porque la gente se podría
reír de ella. En efecto Gema sufrió el desprecio, rechazo y la burla de muchos
aun cuando caminaba por las calles de Lucca, la tenían por una farsante y una
histérica, e gritaban insultos y burlas por las calles. Así comienza para Gema
una vida de incomprensión, pues su propio confesor, Monseñor Volpi dudaba de la
veracidad de los estigmas y pensaba que era obra de la histeria, apoyado por el
parecer de un médico al que pidió que examinase los estigmas: Años después le
sucedería algo parecido al P. Pío con alguno de los especialistas que le
examinaron. También los familiares de Gema tenían dificultades para creerla y
en secreto la espiaban para ver si se autoinfligía las heridas de los estigmas.
Rechazada para la vida
religiosa por su salud débil y la sospecha de desequilibrio mental, en el mismo
año 1899, la joven conoció a los Pasionistas y fueron estos religiosos los que
le buscaron una familia que la cuidase, por su precaria situación económica.
Los buenos esposos Giannini, que hospedaban a los Pasionistas cuando iban a
Lucca, quisieron acoger a Gema en su casa, para salvarla de una vida de
miseria, y la trataron como a una hija. La madre de la familia, Cecilia, la
puso en contacto con un gran director espiritual Pasionista, el P. Germano de
San Estanislao, que a partir de entonces la guiará con gran sabiduría. Con los
Giannini Gema llevó una vida retirada de la casa a la iglesia, obediente a las
directrices del director espiritual, el sacerdote Pasionista P Germano.
Mientras tanto, la enfermedad
que había sufrido en la adolescencia se volvió a manifestar en 1902, haciéndola
sufrir mucho. Con buena salud desde su cura milagrosa, se ofreció a Dios como
víctima por la salvación de las almas y cayó peligrosamente enferma. No podía
pasar ningún alimento. Aunque recobró brevemente la salud, rápidamente volvió a
caer enferma y el 21 de septiembre de 1902, comenzó a vomitar pura sangre que
venía de los espasmos violentos de amor de su corazón. Mientras tanto, pasaba
por un martirio espiritual que ella experimentaba como aridez y desconsuelo en
sus ejercicios espirituales
Los tiempos en los que vivió
fueron de un positivismo triunfante y, sin embargo, su vida fue una gran
refutación de esta certeza filosófica, pues muchos científicos acudieron a
estudiarla y no entendieron nada de lo que le ocurría, ya que ninguna teoría
humana podía explicar los fenómenos extraordinarios que experimentó esta mujer:
Gema hablaba con su ángel de la guarda y le encargaba tareas delicadas, como la
de hacer llegar a Roma la correspondencia de algunos de sus directores
espirituales. Sobre esta curiosa tarea, escribió: “En
cuanto termino la carta, se la doy al ángel. Está junto a mí, esperando”.
Y curiosamente las cartas llegaban a su destino sin pasar por el servicio de
correos. Además, Gema predecía acontecimientos futuros, caía en éxtasis, sudaba
sangre, y muchos que acudían a ella simplemente por curiosidad, salían
convencidos y a veces convertidos
Sin duda un aspecto
especialmente misterioso de la vida de Gema Galgani fue su lucha contra el
demonio, que se cebó con ella, por así decir, ya que la santa no solamente se
ofrecía como víctima por la conversión de los pecadores, sino que también con
sus dones extraordinarios conseguía la conversión de muchos. El demonio se
ensañaba atrozmente contra ella, intentando hacerla expulsar de la casa de los
Giannini; también intentaba engañar a sus confesores, dejaba sus huellas en el
diario íntimo de Gema, la tentaba contra la castidad, la golpeaba, la levantaba
de la tierra y la tiraba por tierra, bajo el armario de su habitación. Le
aparecía bajo el aspecto de su ángel de la guarda para engañarla, le llenaba la
comida de gusanos para impedirle comer.
El Señor permitió incluso que
el demonio la poseyese, y en ese estado la lanzaba contra los objetos sagrados,
la empujaba a escupir al crucifijo, la hacía gritar y sufrir las contorsiones
típicas de los poseídos. La misma Gema lo describió en una carta enviada a su
confesor, el P. Germano: “El demonio me hostiga,
me hace todo tipo de cosas. No duerme. A saber las tentaciones que tendré que
aguantar todavía… y qué pasará cuando muera y tenga que ser juzgada…” Un
sacerdote que la conocía le regaló una reliquia de la Santa Cruz y desde
entonces quedó libre de estas posesiones.
Pero el demonio atacaba a Gema
de muchos otros modos, y los testigos presenciales del Proceso de Canonización
que la asistían en sus últimos años aseguraron que no exageraba en lo que
contaba: El P. Pedro Pablo la encontró por tierra llorando, Cecilia Giannini
afirmó haberla visto como llena de golpes y en una ocasión la encontró como
muerta con la boca llena de baba. Ella misma contó de haber visto algunas veces
temblar su cama de modo violento. Una niña de 12 años, hija de los Giannini,
que una noche se quedó a dormir con ella para hacerle compañía, se asustó tanto
por los ruidos que oyó que nunca quiso volver. Las personas que la cuidaban,
cuando volvían por la mañana, la encontraban agotada y notaban en el aire un
fuerte olor a azufre.
Una de ellas, su amiga
Eufemia, contó que la santa pedía siempre oraciones y agua bendita. Contó
también que Gema veía con frecuencia seres horribles a su alrededor, veía peces
que rodeaban su cama, o cubierta de gusanos y objetos repugnantes que ella
llamaba “cosas del infierno”. Eufemia siguió
contando en cierta ocasión: “No para de rociar
el lecho con agua bendita. Está mal, hace pocos minutos ha lanzado un grito
porqué le parecía tener en la garganta un escorpión que la mordía, pero que al
rociar el agua bendita ha escapado de la cama con forma de gato. Dice que
siente punzadas en cada parte del cuerpo”.
Un misionero Pasionista, el P.
Pedro Pablo declaró: “El demonio la atacaba y,
controlando sus sentidos, le obligaba a hacer actos de posesa. Se tiraba por
tierra, se lanzaba contra las personas y si éstas le presentaban algún objeto
de devoción, escupía al crucifijo y a la imagen de la Virgen, y recuerdo que un
día me arrebató el rosario que llevaba en el cinto del hábito y me lo rompió en
varios pedazos”. Todo esto nos podrían parecer exageraciones
piadosas si no constasen bajo juramento en el Summarium del Proceso de
Canonización de Gema Galgani.
Un auténtico calvario
permitido por el Señor para que pudiese conformarse más a Él a través de la
humillación, la soledad, la incomprensión y el despojo de sí. Pocos instantes
antes de morir, Gema pronunció estas palabras: “Ya
no pido nada, he sacrificado a Dio todo y todos” y dos lágrimas le
cayeron de los ojos. El 11 de abril de 1903, víspera de la fiesta de Pascua,
acabó su calvario. Cuatro años después de su muerte comenzó el proceso de
beatificación, algo inusitado en aquella época. Fue beatificada en mayo de 1933
y canonizada por el Papa Pío XII en plena Segunda Guerra Mundial, en mayo de
1940, siendo la primera santa del siglo XX en llegar a los altares.
Alberto Royo
Mejía
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