Coleccionar estampitas, cartitas o barajitas es muy
apasionante.
Abrir un paquete es muy emocionante, ya que el cerebro produce dopamina
(droga del placer) sólo por saber cuáles cartitas salieron. Sigue pegarlas en
el álbum. Las que salían repetidas, las intercambiábamos con amigos y
compañeros de la escuela.
Desarrollaban
la habilidad de atención y memoria y daban un pequeño sentido de vida, ya que
ahorrábamos el poquito dinero que nos daban para comprar un paquetito. Era una
tarea sólo de niños. Hoy esta tarea es de los padres.
Estoy
impresionado de cómo las mamás buscan, preguntan, venden y compran a cualquier
precio estampitas a través de WhatsApp.
“Mi hijo está vendiendo estampitas del Mundial y tiene casi todas las
doradas para vender. Dice que son súper difíciles de conseguir y las vende a
$50 c/u”… “A mi hijo solamente le falta la 25, si alguien la tiene pago $100
por ella”… “Mis hijos también intercambian estampitas en mi casa de 7 a 8 pm
hoy”… “Las estampas doradas se llaman escudos y tengo todas, las vendo a quien
dé más”…
Todas
estas conversaciones son de mamás preocupadas porque sus hijos tengan su álbum
lleno sin importar el precio. Aún más, hay papás que compran no paquetitos sino
toda la caja que tiene un costo de $1,400.
¿Por qué
los padres invaden la vida de sus hijos y les resuelven todo? ¿Por qué tienen
que pagar cualquier precio para que su hijo sea el primero en llenar el álbum?
La enseñanza
es muy clara: “Hijo, tú no eres capaz de buscar e
intercambiar estampitas y siempre te resolveré todos tus problemas para que no
te sientas inferior y seas el primero”.
En mi
niñez era muy común llenar álbumes y me encantaban, especialmente dos, uno de
estampillas del correo y otro de medios de transporte. Era incomparable la
emoción que sentía cuando llegaba a la tiendita de la esquina con mis 20
centavos para comprar un paquetito. Cuando salían estampas repetidas, las
guardaba en una liga y las llevaba al barrio o a la escuela para
intercambiarlas.
Sin
embargo, la mayoría de mis amigos tenían las mismas y había poca probabilidad
de intercambiarlas, entonces inventábamos juegos para tener más, aunque fueran
repetidas.
La
colección que más me apasionó fue de pinturas que se encontraban en la parte de
atrás de una cajetilla de cerillos. No era fácil comprarlas porque tenían un
costo más alto, entonces me la pasaba buscando en las calles para encontrar
alguna tirada o en los basureros.
Y claro
que la mayoría de mis álbumes no los llenaba, pero no pasaba nada. No había
competencia, jamás intervenían nuestros padres y nunca las vendíamos a un
precio más caro para sacar provecho. Lo más que hacíamos para obtener una
tarjeta que no teníamos era ofrecer 20 o 30 barajitas repetidas, pero nosotros
solos negociábamos.
¡Papás,
dejemos de estorbar a nuestros hijos! Involucrarnos de esta forma no nos hace
mejores padres. Dejemos que ellos resuelvan su vida y por un álbum incompleto
no pasa nada.
Por Jesús Amaya Guerra
Periódico El Norte
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