En la Misa Crismal celebrada este Jueves Santo, 29
de marzo, el Papa Francisco pidió sacerdotes cercanos que sean, como Jesús,
predicadores callejeros.
El Santo Padre destacó la importancia de la cercanía en la misión
pastoral y en la labor sacerdotal. “La cercanía es
más que el nombre de una virtud particular, es una actitud que involucra a la
persona entera, a su modo de vincularse, de estar a la vez en sí mismo y atento
al otro”, afirmó el Pontífice.
A continuación el texto completo de la homilía del
Papa Francisco:
Queridos hermanos, sacerdotes de la diócesis de Roma y de las demás
diócesis del mundo:
Leyendo los textos de la liturgia de hoy me venía a la mente, de
manera insistente, el pasaje del Deuteronomio que dice: «Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan
cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?» (4,7).
La cercanía de Dios... nuestra cercanía apostólica.
En el texto del profeta Isaías contemplamos al enviado de Dios ya «ungido y enviado», en medio de su pueblo, cercano
a los pobres, a los enfermos, a los prisioneros... y al Espíritu que «está sobre él», que lo impulsa y lo acompaña por
el camino.
En el Salmo 88 vemos cómo la compañía de Dios, que ha conducido al rey
David de la mano desde que era joven y que le prestó su brazo, ahora que es
anciano, toma el nombre de fidelidad: la cercanía mantenida a lo largo del
tiempo se llama fidelidad.
El Apocalipsis nos acerca, hasta que podemos verlo, al «Erjómenos», al Señor que siempre «está viniendo» en Persona. La alusión a que «lo verán los que lo traspasaron» nos hace sentir
que siempre están a la vista las llagas del Señor resucitado, siempre está viniendo
a nosotros el Señor si nos queremos «hacer
próximos» en la carne de todos los que sufren, especialmente de los
niños.
En la imagen central del Evangelio de hoy, contemplamos al Señor a
través de los ojos de sus paisanos que estaban «fijos
en él» (Lc 4,20). Jesús se alzó para leer en su sinagoga de Nazaret. Le
fue dado el rollo del profeta Isaías. Lo desenrolló hasta que encontró el
pasaje del enviado de Dios. Leyó en voz alta: «El
Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y enviado...» (61,1). Y
terminó estableciendo la cercanía tan provocadora de esas palabras: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc
4,21).
Jesús encuentra el pasaje y lee con la competencia de los escribas. Él
habría podido perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley, pero quiso
ser un «evangelizador», un predicador
callejero, el «portador de alegres noticias» para
su pueblo, el predicador cuyos pies son hermosos, como dice Isaías (cf. 52,7).
Esta es la gran opción de Dios: el Señor eligió ser alguien cercano a su
pueblo. ¡Treinta años de vida oculta! Después comenzará a predicar. Es la
pedagogía de la encarnación, de la inculturación; no solo en las culturas
lejanas, también en la propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes...
La cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una
actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de estar a
la vez en sí mismo y atento al otro. Cuando la gente dice de un sacerdote que
«es cercano» suele resaltar dos cosas: la primera es que «siempre está» (contra el que «nunca está»: «Ya sé,
padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y otra es que sabe
encontrar una palabra para cada uno. «Habla con
todos», dice la gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los
que no creen... Curas cercanos, que están, que hablan con todos... Curas
callejeros.
Uno que aprendió bien de Jesús a ser predicador callejero fue Felipe.
Dicen los Hechos que recorría anunciando la Buena Nueva de la Palabra
predicando en todas las ciudades y que estas se llenaban de alegría (cf.
8,4.5-8). Felipe era uno de esos a quienes el Espíritu podía «arrebatar» en cualquier momento y hacerlo salir a
evangelizar, yendo de un lado para otro, uno capaz hasta de bautizar gente de
buena fe, como el ministro de la reina de Etiopía, y hacerlo ahí mismo, en la
calle (cf. Hch 8,5; 36-40).
La cercanía es la clave del evangelizador porque es una actitud clave en
el Evangelio (el Señor la usa para describir el Reino). Nosotros tenemos
incorporado que la proximidad es la clave de la misericordia, porque la
misericordia no sería tal si no se las ingeniara siempre, como «buena samaritana», para acortar distancias.
Pero creo que nos falta incorporar más el hecho de que la cercanía es
también la clave de la verdad. ¿Se pueden acortar distancias en la verdad? Sí
se puede. Porque la verdad no es solo la definición que hace nombrar las
situaciones y las cosas a distancia de concepto y de razonamiento lógico. No es
solo eso. La verdad es también fidelidad (emeth), esa que te hace nombrar a las
personas con su nombre propio, como las nombra el Señor, antes de ponerles una
categoría o definir «su situación».
Hay que estar atentos a no caer en la tentación de hacer ídolos con
algunas verdades abstractas. Son ídolos cómodos que están a mano, que dan
cierto prestigio y poder y son difíciles de discernir. Porque la «verdad-ídolo» se mimetiza, usa las palabras
evangélicas como un vestido, pero no deja que le toquen el corazón. Y, lo que
es mucho peor, aleja a la gente simple de la cercanía sanadora de la Palabra y
de los sacramentos de Jesús.
En este punto, acudimos a María, Madre de los sacerdotes. La podemos
invocar como «Nuestra Señora de la Cercanía»: «Como
una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente
la cercanía del amor de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), de
modo tal que nadie se sienta excluido. Nuestra Madre no solo es cercana por ir
a servir con esa «prontitud» (ibíd., 288)
que es un modo de cercanía, sino también por su manera de decir las cosas.
En Caná, el momento oportuno y el tono suyo con el cual dice a los
servidores «Hagan todo lo que él les diga»
(Jn 2,5), hará que esas palabras sean el molde materno de todo lenguaje
eclesial. Pero para decirlas como ella, además de pedirle la gracia, hay que
saber estar allí donde «se cocinan» las
cosas importantes, las de cada corazón, las de cada familia, las de cada
cultura. Solo en esta cercanía uno puede discernir cuál es el vino que falta y
cuál es el de mejor calidad que quiere dar el Señor.
Les sugiero meditar tres ámbitos de cercanía sacerdotal en los que estas
palabras: «Hagan todo lo que Jesús les diga» deben
resonar de mil modos distintos pero con un mismo tono materno en el corazón de
las personas con las que hablamos: el ámbito del acompañamiento espiritual, el
de la confesión y el de la predicación.
La cercanía en la conversación espiritual, la podemos meditar
contemplando el encuentro del Señor con la Samaritana. El Señor le enseña a
discernir primero cómo adorar, en Espíritu y en verdad; luego, con delicadeza,
la ayuda a poner nombre a su pecado y, por fin, se deja contagiar por su
espíritu misionero y va con ella a evangelizar a su pueblo. Modelo de
conversación espiritual es el del Señor, que sabe hacer salir a la luz el
pecado de la Samaritana sin que proyecte su sombra sobre su oración de
adoradora ni ponga obstáculos a su vocación misionera.
La cercanía en la confesión la podemos meditar contemplando el pasaje de
la mujer adúltera. Allí se ve claro cómo la cercanía lo es todo porque las
verdades de Jesús siempre acercan y se dicen (se pueden decir siempre) cara a
cara. Mirando al otro a los ojos ?como el Señor cuando se puso de pie después
de haber estado de rodillas junto a la adúltera que querían apedrear, y puede
decir: «Yo tampoco te condeno» (Jn 8,11), no
es ir contra la ley. Y se puede agregar «En
adelante no peques más» (ibíd.), no con un tono que pertenece al ámbito
jurídico de la verdad-definición el tono de quien siente que tiene que
determinar cuáles son los condicionamientos de la Misericordia divina sino que
es una frase que se dice en el ámbito de la verdad-fiel, que le permite al
pecador mirar hacia adelante y no hacia atrás. El tono justo de este «no peques
más» es el del confesor que lo dice dispuesto a repetirlo setenta veces siete.
Por último, el ámbito de la predicación. Meditamos en él pensando en los
que están lejos, y lo hacemos escuchando la primera prédica de Pedro, que debe
incluirse dentro del acontecimiento de Pentecostés. Pedro anuncia que la
palabra es «para los que están lejos» (Hch
2,39), y predica de modo tal que el kerigma les «traspasó el corazón» y les
hizo preguntar: «¿Qué tenemos que hacer?» (Hch
2,37). Pregunta que, como decíamos, debemos hacer y responder siempre en tono
mariano, eclesial.
La homilía es la piedra de toque «para evaluar la cercanía y la
capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 135). En la homilía se ve qué cerca hemos estado de Dios en la oración
y qué cerca estamos de nuestro pueblo en su vida cotidiana.
La buena noticia se da cuando estas dos cercanías se alimentan y se
curan mutuamente. Si te sientes lejos de Dios, acércate a su pueblo, que te
sanará de las ideologías que te entibiaron el fervor. Los pequeños te enseñarán
a mirar de otra manera a Jesús. Para sus ojos, la Persona de Jesús es
fascinante, su buen ejemplo da autoridad moral, sus enseñanzas sirven para la
vida.
Si te sientes lejos de la gente, acércate al Señor, a su Palabra: en el
Evangelio, Jesús te enseñará su modo de mirar a la gente, qué valioso es a sus
ojos cada uno de aquellos por los que derramó su sangre en la Cruz. En la
cercanía con Dios, la Palabra se hará carne en ti y te volverás un cura cercano
a toda carne. En la cercanía con el pueblo de Dios, su carne dolorosa se
volverá palabra en tu corazón y tendrás de qué hablar con Dios, te volverás un
cura intercesor.
Al sacerdote cercano, ese que camina en medio de su pueblo con cercanía
y ternura de buen pastor (y unas veces va adelante, otras en medio y otras
veces va atrás, pastoreando), no es que la gente solamente lo aprecie mucho; va
más allá: siente por él una cosa especial, algo que solo siente en presencia de
Jesús.
Por eso, no es una cosa más esto de «discernir
nuestra cercanía». En ella nos jugamos «hacer presente a Jesús en la
vida de la humanidad» o dejar que se quede en el plano de las ideas, encerrado
en letras de molde, encarnado a lo sumo en alguna buena costumbre que se va
convirtiendo en rutina.
Le pedimos a María, «Nuestra Señora de la Cercanía»,
que «nos acerque» entre nosotros y, a
la hora de decirle a nuestro pueblo que «haga todo
lo que Jesús le diga», nos unifique el tono, para que en la diversidad
de nuestras opiniones, se haga presente su cercanía materna, esa que con su «sí» nos acercó a Jesús para siempre.
Redacción ACI
Prensa
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