Querido niño por
nacer:
Ojalá pudieras escuchar el
clamor de los centenares de miles que, sin conocerte, han salido hoy a las
calles para pedir por tu vida.
Tal vez te parezca exagerado o
innecesario, tal vez te parezca absolutamente obvio que el milagro que sos sea
simplemente recibido con gratitud y esperanza.
Pero el mundo, y la Argentina,
viven tiempos demenciales. Donde lo obvio es cuestionado, y donde hemos de
salir, una y otra vez, a decir lo evidente.
Querido niño por
nacer:
Hay algunos que en mi país
reclaman el derecho de disponer de tu vida. Exigen que se les reconozca la
facultad de eliminarte impunemente, y no sólo eso: pretenden que hacerlo sea un
progreso, una expresión de libertad.
No te asustes si te digo que
-en realidad- tu historia atraviesa toda la historia. Que el drama de un mundo
envejecido por el pecado tuvo ya un hito insuperable.
Hace dos mil años un Inocente,
que voluntariamente se hizo indefenso, que deliberadamente eligió sufrir en
silencio, sufrió tu misma injusticia.
La historia se repite y en
esta hora oscura de nuestro mundo el bien y el mal se debaten, la vida y la muerte
luchan, el amor y el odio se citan a duelo.
Querido niño por
nacer:
Para nosotros, que amamos y
queremos servir a ese Inocente Cordero, el Hijo de Dios, Jesucristo, vos sos un
nuevo y pequeño Jesús.
Y cuando hoy algunos gritan
-refiriéndose a vos- : “Crucifícalo",
nosotros te decimos “Bendito el que viene en nombre
del Señor".
Y cuando hoy algunos huyen o
golpean o insultan, o se burlan y ridiculizan tu vida como si nada fuera,
nosotros queremos abrazarte, acogerte y brindarte nuestro concreto servicio.
Y cuando hoy algunos te
consideran un desecho, te consideran un “no-hombre",
nosotros confesamos con fuerza la certeza de que vos también sos “un hijo de Dios".
Y cuando hoy algunos miran
para otro lado, o ampulosa y cínicamente se lavan las manos y dejan hacer en
nombre de la libertad, nosotros, con la audacia de José de Arimatea, reclamamos
el respeto para tu dignidad.
Querido niño por
nacer:
No conocemos aún tus rasgos,
tu color de piel, de ojos ni de cabello… no sabemos aún cómo será tu
temperamento, ni cuales tus talentos, ni ni tu precisa misión en este mundo.
Pero te amamos, y en tu
nombre, y en el de Jesús - de quien sos imagen y presencia- levantamos nuestra
voz.
La ceguera, la violencia
irracional, la negación de lo evidente, la injusticia más cruel… no tendrán la
última palabra.
Leandro Bonnin
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