¿Es posible hablar de moral sexual en clave
cristiana sin ser lapidado?
Me comentaba hace poco una
maestra de religión sobre la dificultad de hablar a adolescentes y jóvenes
sobre la sexualidad en clave cristiana. Lo sucedido al Obispo de Solsona es un
buen ejemplo. Esta maestra me refería el caso de un profesor de filosofía que
se encuentra en situación de baja y depresión por la reacción suscitada ante
una opinión suya. La maestra concluía que tal vez era mejor callar y que los
padres se ocuparan de estos asuntos. Mi respuesta fue la siguiente:
Plantea usted un tema denso e
importante. En primer lugar y atendiendo su misión educadora, le recomiendo que
lea con mucha atención el apartado que el Papa Francisco dedica en la educación
afectiva y sexual de niños, adolescentes y jóvenes. Los primeros protagonistas
son, tendrían que ser, los padres, y con ellos la escuela católica y la
catequesis. La doctrina católica reivindica la función de los padres como los
primeros educadores en este delicado terreno. También hay que tener en cuenta
la situación real de los padres y las acciones u omisiones de los mismos en su
misión educadora. Y, en la medida de lo posible, suplir las negligencias.
Hay que hablar y, sobre todo,
hay que hablar con acierto. No es trata de expresar simples opiniones, más bien
se trata de proyectar la luz del Evangelio, la visión cristiana del ser humano,
sobre esta importante dimensión de la persona. Muchos querrían que calláramos
para llevar a cabo más cómodamente su tarea des-educadora.
No hay duda, en una visión
sensata y realista de la vida, que ciertas opciones y decisiones que se toman
en la adolescencia y primera juventud, afectarán a toda la vida de la persona.
Para poner ejemplos muy entendedores y elementales: hábitos de vida saludables
o insanos, estudios que se eligen, compañías y amistades, relaciones afectivas,
experiencias sexuales… Todo esto tiene más importancia del que pensamos y
pueden marcar de por vida nuestros jóvenes.
Constatamos una situación
curiosa: nuestros jóvenes reciben “informaciones” y
propuestas en cuanto a su vida afectiva y sexual desde tantas instancias. Hay
que ser muy incauto para no darse cuenta que está en marcha toda una ingeniería
social para inculcar una visión de la vida que está en los antípodas del
Evangelio. Estudios recientes resaltan el impacto que reciben en este campo de
las redes sociales. Y no se piense que se limitan a la teoría…
Y nos tenemos que preguntar: ¿Quién los da una buena formación humana?, ¿Quién los desintoxica?
Y como cristianos, ¿quién los presenta la visión
que nace del Evangelio? Resulta que, muchas veces, todo el mundo les
habla de sexo y afectividad menos los padres, la escuela católica y la
catequesis. Y luego nos maravillamos de los resultados.
A mí me parece que en este
punto los hijos del mundo son más astutos y diligentes que los hijos de la luz.
En la clase de religión de secundaria, para poner un ejemplo, hay un temario
establecido por los Obispos que hay que desarrollar y que contiene, entre otras
cosas, la visión cristiana de la afectividad y sexualidad. Hay que hablar a los
chicos y chicas con claridad y hacerlos razonar que, en este aspecto tanto
importante, cualquier opción y cualquier estilo de vida no los harán
felices.
Hay que practicar una misericordia hoy muy olvidada: la misericordia de la verdad. Pasar por alto la verdad nunca es positivo. Un planteamiento oscuro, dudoso o laxo en cuestiones importantes siempre dará lugar a conductas sesgadas. Hay que distinguir la exposición sistemática del tema con la formación más personal.
En el contexto de una clase de
religión y en la catequesis no se tiene que entrar en temas muy particulares y
personalizados. Hay que exponer los principios fundamentales de la antropología
cristiana: la bondad de la creación, del cuerpo y del sexo, la profunda
alteración que introduce el pecado original, el combate espiritual, el
discernimiento y los medios para vencer la tentación, la necesidad de integrar
la sexualidad en un proyecto de auténtico amor y de superar planteamientos
hedonistas y sentimentalistas, el valor del autodominio como requisito
fundamental para autodonación y el compromiso. Hay que estar muy atentos
a las falsificaciones del amor y la sexualidad que reciben nuestros jóvenes
desde tantas instancias y ayudarlos a razonar por discernir.
Creo que es particularmente
importante que entren en contacto con otras personas y jóvenes que los puedan
dar un testigo de una vida afectiva y sexual exitosa desde planteamientos
cristianos y invitarles desde la experiencia de vida a la lucha por la
castidad. Esto les impacta mucho. Y a nivel más personal estar dispuestos a
orientarlos con caridad y firmeza. No os podéis imaginar el bien que le puede
hacer a un adolescente o joven una palabra dicha con oportunidad y caridad por
una persona que el joven percibe que le quiere y se interesa por él. Recordemos
a Don Bosco. Quizás parecerá que no escuchen, pero aquella palabra dicha con
amor y verdad hará reflexionar.
Y, sobre todo, animarlos
siempre con la misericordia de Dios. Cómo dice bien el Catecismo, la castidad
es una lucha, una conquista. Y en este camino siempre hay derrotas y caídas. El
recurso al sacramento de la misericordia es fundamental en estas edades y
siempre.
Finalmente dos consejos:
Miramos de implicar los padres facilitándolos personas y recursos que los
ayuden y no dudamos de regalar a nuestros adolescentes y jóvenes libros y
materiales buenos, que los hay, sobre una temática de qué van hambrientos no
sólo de información, sino de formación por una vida virtuosa y feliz.
¿Callar? Nunca. Es la peor tentación.
La catequesis del Mal es más activa que nunca y no dudo en afirmar que uno de
los mayores logros del Enemigo es acabar con la inocencia de nuestros niños y
jóvenes cuanto antes mejor.
Joan Antoni
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