Es indudable que los
seres humanos llevamos un arraigado anhelo de buscar y encontrar la Verdad y
que ese es el objetivo tanto de la Ciencia como de la Religión.
F. Collins, director del
Proyecto Genoma Humano, cuando logró completarse la secuencia del ADN, dijo: «Es un día feliz para el mundo. Me llena de humildad, de
sobrecogimiento, al darme cuenta que hemos echado el primer vistazo a nuestro
propio libro de instrucciones, que previamente sólo Dios conocía».
Evidentemente ante estas
frases, a cualquiera se le ocurren dos preguntas: ¿ante
un hito científico hay alguna razón para invocar a Dios?, ¿son o no son
antitéticas la concepción científica y la espiritual del mundo?
Es indudable que los seres
humanos llevamos un arraigado anhelo de buscar y encontrar la Verdad y que ese
es el objetivo tanto de la Ciencia como de la Religión. La Ciencia es el único
modo confiable de entender el mundo natural, pero no tiene capacidad de
responder a preguntas como ¿por qué el universo
llegó a existir?, ¿cuál es el significado de la vida humana?, ¿hay algo más
allá de la muerte?, preguntas a las que sí intenta y en opinión de los
creyentes sí logra responder la Religión. Y es que si Dios existe, debe estar
fuera del mundo natural, y por tanto las herramientas de la ciencia no son las
adecuadas para conocerlo. Es decir hay una verdad científica, al alcance de
nuestra razón, y una Verdad más grande, más transcendente, más maravillosa, que
no podemos conocer con evidencia, porque entonces dejaría de ser fe, pero de la
que sí podemos tener una certeza que nos hace pensar que esa fe en Dios es más
racional que el no creer.
La Biblia se inicia con la
frase. «En el principio creó Dios los cielos y la
tierra» (Gén 1,1) y la primera frase del Credo, nuestra profesión de fe,
es: «Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del
cielo y de la tierra». Es evidente que si el mundo tiene edad, como
afirman hoy los científicos, que incluso le calculan unos catorce mil millones
de años, está claro que sólo puede ser fruto de un Creador o del azar. Como
azar me parece demasiado azar y no me puedo creer que una cosa tan asombrosa
como el ojo, por poner un ejemplo, sea consecuencia de la casualidad. Para mí
está claro que tiene que haber un ser inteligente detrás y a ese Ser le llamo
Dios.
Dios en la Biblia lo que
pretende es revelarnos su mensaje de salvación, no darnos enseñanzas
científicas. En cambio, en lo científico, la pregunta más interesante es cómo se ha creado el Universo. Se
suelen dar tres respuestas: 1) los seres humanos se
han ido desarrollando durante millones de años a partir de formas menos
desarrolladas de vida, pero Dios dirigió este proceso; 2) los seres humanos se
han ido desarrollando durante millones de años a partir de formas menos
desarrolladas de vida, sin intervención alguna de Dios; 3) Dios creó a los
seres humanos, casi de una sola vez, hace cerca de diez mil años.
Para los creyentes, en su
inmensa mayoría la respuesta obvia es la 1, aunque en Estados Unidos sigue
habiendo mucho fundamentalista que dan como respuesta la 3. Para los no
creyentes su respuesta lógicamente es la 2, a menos que piensen que el Universo
es eterno.
¿Ciencia y Fe están
enfrentadas? El don más
grande que Dios nos ha dado es la cabeza, el pensamiento, la razón, que es lo
que precisamente nos distingue de los animales. Está claro que lo que Dios
pretende nosotros es que ese don lo utilicemos, pues nos ha dotado de capacidad
intelectual para discernir su funcionamiento. Y a quien pretenda la
incompatibilidad entre Ciencia y Fe, hay que recordarle que ambas tienen el
mismo autor, y desde luego lo que no puedo creer que ese Ser Supremo, Creador
del Universo, sea tan poco inteligente como para contradecirse a Sí mismo. Por
el contrario me parece claro que el Dios de la Biblia es también el Dios del
genoma. Dios no amenaza a la ciencia, sino que la hace posible.
Kant escribió: «Dos cosas me llenan de creciente admiración y
sobrecogimiento, cuanto con más frecuencia y dedicación reflexiono sobre ellas:
el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Es evidente
que la contemplación del Universo con sus estrellas nos maravilla y la
contemplación de algunos cielos estrellados lo considero como alguno de los recuerdos
más bonitos de mi vida. En cuanto a la otra maravilla, la Ley Moral dentro de
mí, tendrá que ser objeto de algún próximo artículo.
Pedro Trevijano
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