Jesucristo:
1.
Hijo, cuando sientes en ti algún
deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo,
para poder contemplar mi claridad sin sombra de mudanzas, dilata tu corazón y
recibe con todo amor esta santa inspiración. Da muchas gracias a la soberana
bondad que así se digna favorecerte, visitarte con clemencia, moverte con
eficacia, sostenerte con vigor, para que no te deslices por tu propio peso a
las cosas terrenas. Porque esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino
por sólo el querer de la gracia soberana y del agrado divino, para que
aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates que
te han de venir, y trabajes por llegarte a Mí de todo corazón, y servirme con
ardiente voluntad.
2. Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la
llama sin humo. Así los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales;
mas aún no están libres del amor carnal. Y por eso no obran sólo por la honra
de Dios puramente, aun en lo que con tan gran deseo me piden. Tal suele ser
algunas veces tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad. Pues no es
puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.
3. Pide, no lo que es para ti deleitable y
provechoso, sino lo que es para Mí aceptable y honroso; porque, si rectamente
juzgas, debes seguir y anteponer mi voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa
deseada. Conozco tu deseo, y he oído tus continuos gemidos. Ya quisieras estar
en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la casa eterna,
y la patria celestial te llena de gozo; pero aún no es venida esa hora, aún
resta otro tiempo, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba. Deseas
gozar del sumo bien; mas no lo puedes alcanzar ahora. Yo soy: espérame, dice el
Señor, hasta que venga el reino de Dios.
4. Has de ser probado aún en la tierra, y ejercitado
en muchas cosas. Algunas veces serás consolado, pero no te será dada
satisfacción cumplida. Esfuérzate, pues, y aliéntate así a hacer como a padecer
cosas repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de un hombre nuevo, y
te vuelvas un varón constante. Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres,
y dejar lo que quieres. Lo que agrada a otros, progresará; lo que a ti te
contenta, no se hará. Lo que dicen otros, será oído; lo que dices tú, será
reputado por nada. Pedirán otros, y recibirán; tú pedirás, y no alcanzarás.
5. Otros serán grandes en boca d los hombres; de ti
no se hará cuenta. A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido
por inútil. Por esto se contristará alguna vez la naturaleza; y no harás poco
si lo sufrieres callando. En estas y otras cosas semejantes es probado el
siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo.
Apenas se hallará cosa en que más necesites morir a ti mismo, que en ver y
sufrir cosas repugnantes a tu voluntad, principalmente cuando parece conforme y
menos útil lo que te mandan hacer. Y porque tú, siendo inferior, no osas
resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece cosa dura andar
pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer.
6. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos
trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo premio; y no te serán pesados, sino
un gran consuelo de tu paciencia. Pues por esta poca voluntad que ahora dejas
de grado, poseerás para siempre tu voluntad en el cielo. Allí, pues, hallarás
todo lo que quisieres, y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo
el bien, sin miedo de perderlo. Allí, tu voluntad, unida con la mía para
siempre, no apetecerá cosa alguna contraria o propicia. Allí ninguno te
resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te embarazará, nada se te opondrá;
sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás juntas, y llenarán y
colmarán tus deseos. Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de
gloria por la aflicción, y por el ínfimo lugar la silla del reino eterno. Allí
se verá el fruto de la obediencia, aparecerá muy alegre el trabajo de la
penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada.
7. Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de
todos, y no cuides de mirar quién lo dijo, o quién lo mandó. Sino procura con
gran cuidado que, ya sea superior, inferior, o igual, el que algo te exigiere o
insinuare, todo lo tengas por bueno, y cuides de cumplirlo con sincera
voluntad. Busque cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto, y aquel en lo
otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú no te alegre ni en esto ni en
aquello, sino en el desprecio de ti mismo, y en sola mí voluntad y honra. Una
cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios siempre glorificado
en ti.
Tomás de Kempis
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