El "sistema
preventivo" de un gran educador padre padres cansados o profesores
desanimados.
Una de las cosas más difíciles
en la educación de un niño es saber cómo y cuándo castigarles. ¿Qué debe hacer
un padre (o un profesor) cuando un niño sabe precisamente qué botones tocar
para presentar un desafío máximo y nada de lo que haga el educador parece
funcionar?
Les presento a san Juan Bosco.
Si lo prefieren pueden llamarle “Don”, con
afectuoso respeto.
Don Bosco sabe exactamente por
lo que están pasando, ya que dedicó toda su vida a la formación de jóvenes
rebeldes. Recibió a cientos de jóvenes desfavorecidos para educarles y
esforzarse con todas sus energías a convertir a estos chicos en hombres
decentes que sirvieran al bien de la sociedad.
En vista del aumento de sus
esfuerzos, Juan Bosco tuvo necesidad de ayuda, lo cual supuso también la
formación de nuevos profesores.
En sus cartas a los
profesores, Juan Bosco expuso un detallado “Sistema preventivo” de educación que busca la disposición de
los pupilos a “obedecer no por temor o coacción,
sino por persuasión. Este sistema excluye todo tipo de fuerza y, en su lugar,
la caridad debe ser la fuente de la acción”.
Aquí tienen siete consejos que
san Juan Bosco daba a sus profesores y que siguen siendo relevantes hoy para
ayudar a un padre o madre cansado o a un profesor o profesora frustrado y que
puedan guiar a los niños en el camino de la virtud.
1) El castigo debería ser el último recurso.
En mi larga carrera como
educador, esto es algo que me ha quedado claro muy a menudo. Sin duda, es diez
veces más fácil perder la paciencia que controlarla, amenazar a un chico que
persuadirlo. Sin duda, también, es mucho más gratificante para nuestro orgullo
el castigar a los que se nos resisten en vez de aguantarles con bondad firme.
San Pablo con frecuencia se lamentaba porque algunos conversos a la fe
regresaban con gran facilidad a sus hábitos inveterados; sin embargo, lo llevó
todo con una paciencia tan fervorosa como admirable. Este es el tipo de
paciencia que necesitamos a la hora de tratar con la juventud.
2) El educador debe esforzarse en hacerse querer
por sus pupilos, si desea obtener su respeto.
Cuando lo consigue, la omisión
de algún gesto de afecto es un castigo que reaviva la emulación y el valor, y
nunca degrada.
Todo educador debe hacerse
amar si quiere ser temido. Obtendrá este gran propósito si deja claro con sus
palabras, y aún más con sus acciones, que todo su cuidado y diligencia van
dirigidos al bienestar espiritual y temporal de sus pupilos.
3) Excepto en casos muy raros, los correctivos
y castigos no deberían darse en público, sino en privado y separados de los
demás.
Por tanto, deberíamos
corregirlos con la paciencia de un padre. Nunca, dentro de lo posible, corregir
en público, sino en privado, o como se suele decir, in camera caritatis,
al margen de los demás. Solamente en los casos de prevención o remedio de un
grave escándalo permitiría correctivos o castigos en público.
4) Golpes de cualquier tipo, arrodillarse en
posición dolorosa, tirar de las orejas y otros castigos similares deben
evitarse absolutamente.
La ley los prohíbe y, además,
irritan en gran medida a los muchachos y rebajan la reputación del educador.
5) El educador debe asegurarse de que las normas de
disciplina, de recompensa y castigo están en conocimiento del pupilo, para que
nadie ponga la excusa de que no sabía lo que era obligatorio o prohibido.
En otras palabras, los niños
necesitan límites y responden bien a ellos. Nadie se siente seguro volando a
ciegas y siempre termina en colisión.
6) Sea exigente en las cuestiones del deber,
firme en la búsqueda del bien, valiente en la prevención del mal, pero siempre
amable y prudente. Se lo aseguro, el éxito auténtico solo viene de la
paciencia.
La impaciencia únicamente
disgusta a los pupilos y extiende el descontento entre los mejores de ellos. Mi
prolongada experiencia me ha enseñado que la paciencia es el único remedio
incluso para los peores casos de desobediencia e irresponsabilidad entre los
muchachos. En ocasiones, después de aplicar varios y pacientes esfuerzos sin
obtener resultado, consideré necesario recurrir a medidas más severas. Sin
embargo, estas medidas nunca consiguieron nada y, al final, descubría que la
caridad siempre triunfaba allí donde la severidad solo había encontrado
fracaso. La caridad es la cura para todo, aunque su efecto pueda ser lento.
7) Para ser auténticos padres en el trato con
los jóvenes, no debemos permitir que la sombra de la ira oscurezca nuestra
expresión.
Si en ocasiones nos pillan
desprevenidos, dejemos que la brillante serenidad de nuestras mentes disperse
de inmediato las nubes de la impaciencia. El autocontrol debe gobernar todo
nuestro ser, nuestra mente, nuestro corazón, nuestros labios. Si alguien cae en
falta, despierte la simpatía en su corazón e invite a la esperanza en su mente
para esa persona; luego le corregirá con beneficio.
En ciertos momentos de
dificultad, una oración humilde a Dios es mucho más útil que un estallido
violento de ira. Sus pupilos no extraerán provecho alguno de la impaciencia de
su mentor y usted no será modelo edificante para nadie que siga tus pasos.
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