domingo, 11 de febrero de 2018

7 CONSEJOS QUE LEER ANTES DE CASTIGAR A UN NIÑO

El "sistema preventivo" de un gran educador padre padres cansados o profesores desanimados.
Una de las cosas más difíciles en la educación de un niño es saber cómo y cuándo castigarles. ¿Qué debe hacer un padre (o un profesor) cuando un niño sabe precisamente qué botones tocar para presentar un desafío máximo y nada de lo que haga el educador parece funcionar?
Les presento a san Juan Bosco. Si lo prefieren pueden llamarle “Don”, con afectuoso respeto.
Don Bosco sabe exactamente por lo que están pasando, ya que dedicó toda su vida a la formación de jóvenes rebeldes. Recibió a cientos de jóvenes desfavorecidos para educarles y esforzarse con todas sus energías a convertir a estos chicos en hombres decentes que sirvieran al bien de la sociedad.
En vista del aumento de sus esfuerzos, Juan Bosco tuvo necesidad de ayuda, lo cual supuso también la formación de nuevos profesores.
En sus cartas a los profesores, Juan Bosco expuso un detallado “Sistema preventivo” de educación que busca la disposición de los pupilos a “obedecer no por temor o coacción, sino por persuasión. Este sistema excluye todo tipo de fuerza y, en su lugar, la caridad debe ser la fuente de la acción”.
Aquí tienen siete consejos que san Juan Bosco daba a sus profesores y que siguen siendo relevantes hoy para ayudar a un padre o madre cansado o a un profesor o profesora frustrado y que puedan guiar a los niños en el camino de la virtud.
1) El castigo debería ser el último recurso.
En mi larga carrera como educador, esto es algo que me ha quedado claro muy a menudo. Sin duda, es diez veces más fácil perder la paciencia que controlarla, amenazar a un chico que persuadirlo. Sin duda, también, es mucho más gratificante para nuestro orgullo el castigar a los que se nos resisten en vez de aguantarles con bondad firme. San Pablo con frecuencia se lamentaba porque algunos conversos a la fe regresaban con gran facilidad a sus hábitos inveterados; sin embargo, lo llevó todo con una paciencia tan fervorosa como admirable. Este es el tipo de paciencia que necesitamos a la hora de tratar con la juventud.
2) El educador debe esforzarse en hacerse querer por sus pupilos, si desea obtener su respeto.
Cuando lo consigue, la omisión de algún gesto de afecto es un castigo que reaviva la emulación y el valor, y nunca degrada.
Todo educador debe hacerse amar si quiere ser temido. Obtendrá este gran propósito si deja claro con sus palabras, y aún más con sus acciones, que todo su cuidado y diligencia van dirigidos al bienestar espiritual y temporal de sus pupilos.
3) Excepto en casos muy raros, los correctivos y castigos no deberían darse en público, sino en privado y separados de los demás.
Por tanto, deberíamos corregirlos con la paciencia de un padre. Nunca, dentro de lo posible, corregir en público, sino en privado, o como se suele decir, in camera caritatis, al margen de los demás. Solamente en los casos de prevención o remedio de un grave escándalo permitiría correctivos o castigos en público.
4) Golpes de cualquier tipo, arrodillarse en posición dolorosa, tirar de las orejas y otros castigos similares deben evitarse absolutamente.
La ley los prohíbe y, además, irritan en gran medida a los muchachos y rebajan la reputación del educador.
5) El educador debe asegurarse de que las normas de disciplina, de recompensa y castigo están en conocimiento del pupilo, para que nadie ponga la excusa de que no sabía lo que era obligatorio o prohibido.
En otras palabras, los niños necesitan límites y responden bien a ellos. Nadie se siente seguro volando a ciegas y siempre termina en colisión.
6) Sea exigente en las cuestiones del deber, firme en la búsqueda del bien, valiente en la prevención del mal, pero siempre amable y prudente. Se lo aseguro, el éxito auténtico solo viene de la paciencia.
La impaciencia únicamente disgusta a los pupilos y extiende el descontento entre los mejores de ellos. Mi prolongada experiencia me ha enseñado que la paciencia es el único remedio incluso para los peores casos de desobediencia e irresponsabilidad entre los muchachos. En ocasiones, después de aplicar varios y pacientes esfuerzos sin obtener resultado, consideré necesario recurrir a medidas más severas. Sin embargo, estas medidas nunca consiguieron nada y, al final, descubría que la caridad siempre triunfaba allí donde la severidad solo había encontrado fracaso. La caridad es la cura para todo, aunque su efecto pueda ser lento.
7) Para ser auténticos padres en el trato con los jóvenes, no debemos permitir que la sombra de la ira oscurezca nuestra expresión.
Si en ocasiones nos pillan desprevenidos, dejemos que la brillante serenidad de nuestras mentes disperse de inmediato las nubes de la impaciencia. El autocontrol debe gobernar todo nuestro ser, nuestra mente, nuestro corazón, nuestros labios. Si alguien cae en falta, despierte la simpatía en su corazón e invite a la esperanza en su mente para esa persona; luego le corregirá con beneficio.
En ciertos momentos de dificultad, una oración humilde a Dios es mucho más útil que un estallido violento de ira. Sus pupilos no extraerán provecho alguno de la impaciencia de su mentor y usted no será modelo edificante para nadie que siga tus pasos.

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