(ACI).- En un mensaje difundido con motivo de la 52 Jornada Mundial
de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará el próximo 13 de mayo, con el
lema “La verdad os hará libres”. Las fake news y
el periodismo de paz, el Papa Francisco advirtió contra los graves efectos de
las noticias falsas y propuso una serie de medidas para contrarrestarlas.
El Santo Padre señaló la imprescindible labor profesional del periodista
educado en la verdad para hacer frente a la desinformación y a las fake news.
El periodista, “en el mundo contemporáneo,
no realiza sólo un trabajo, sino una verdadera y propia misión. Tiene la tarea,
en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las primicias, de recordar
que en el centro de la noticia no está la velocidad en darla y el impacto sobre
las cifras de audiencia, sino las personas”.
A continuación, el texto completo del mensaje del
Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
En el proyecto de Dios, la comunicación humana es una modalidad esencial
para vivir la comunión. El ser humano, imagen y semejanza del Creador, es capaz
de expresar y compartir la verdad, el bien, la belleza. Es capaz de contar su
propia experiencia y describir el mundo, y de construir así la memoria y la
comprensión de los acontecimientos.
Pero el hombre, si sigue su propio egoísmo orgulloso, puede también
hacer un mal uso de la facultad de comunicar, como muestran desde el principio
los episodios bíblicos de Caín y Abel, y de la Torre de Babel (cf. Gn 4,1-16;
11,1-9).
La alteración de la verdad es el síntoma típico de tal distorsión, tanto
en el plano individual como en el colectivo. Por el contrario, en la fidelidad
a la lógica de Dios, la comunicación se convierte en lugar para expresar la
propia responsabilidad en la búsqueda de la verdad y en la construcción del
bien.
Hoy, en un contexto de comunicación cada vez más veloz e inmersos dentro
de un sistema digital, asistimos al fenómeno de las noticias falsas, las
llamadas «fake news». Dicho fenómeno nos llama a la reflexión; por eso he
dedicado este mensaje al tema de la verdad, como ya hicieron en diversas
ocasiones mis predecesores a partir de Pablo VI (cf. Mensaje de 1972: «Los
instrumentos de comunicación social al servicio de la verdad»). Quisiera
ofrecer de este modo una aportación al esfuerzo común para prevenir la difusión
de las noticias falsas, y para redescubrir el valor de la profesión
periodística y la responsabilidad personal de cada uno en la comunicación de la
verdad.
1- ¿QUÉ HAY DE FALSO EN
LAS «NOTICIAS FALSAS»?
«Fake news» es un
término discutido y también objeto de debate. Generalmente alude a la
desinformación difundida online o en los medios de comunicación tradicionales.
Esta expresión se refiere, por tanto, a informaciones infundadas, basadas en
datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o
incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar
las decisiones políticas u obtener ganancias económicas.
La eficacia de las fake news se debe, en primer lugar, a su naturaleza mimética,
es decir, a su capacidad de aparecer como plausibles. En segundo lugar, estas
noticias, falsas pero verosímiles, son capciosas, en el sentido de que son
hábiles para capturar la atención de los destinatarios poniendo el acento en
estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social, y se apoyan en
emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la
frustración.
Su difusión puede contar con el uso manipulador de las redes sociales y
de las lógicas que garantizan su funcionamiento. De este modo, los contenidos,
a pesar de carecer de fundamento, obtienen una visibilidad tal que incluso los
desmentidos oficiales difícilmente consiguen contener los daños que producen.
La dificultad para desenmascarar y erradicar las fake news se debe
asimismo al hecho de que las personas a menudo interactúan dentro de ambientes
digitales homogéneos e impermeables a perspectivas y opiniones divergentes. El
resultado de esta lógica de la desinformación es que, en lugar de realizar una
sana comparación con otras fuentes de información, lo que podría poner en
discusión positivamente los prejuicios y abrir un diálogo constructivo, se
corre el riesgo de convertirse en actores involuntarios de la difusión de
opiniones sectarias e infundadas.
El drama de la desinformación es el desacreditar al otro, el presentarlo
como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece los conflictos. Las
noticias falsas revelan así la presencia de actitudes intolerantes e
hipersensibles al mismo tiempo, con el único resultado de extender el peligro
de la arrogancia y el odio. A esto conduce, en último análisis, la falsedad.
2- ¿CÓMO PODEMOS
RECONOCERLAS?
Ninguno de nosotros puede eximirse de la responsabilidad de hacer frente
a estas falsedades. No es tarea fácil, porque la desinformación se basa
frecuentemente en discursos heterogéneos, intencionadamente evasivos y
sutilmente engañosos, y se sirve a veces de mecanismos refinados.
Por eso son loables las iniciativas educativas que permiten aprender a
leer y valorar el contexto comunicativo, y enseñan a no ser divulgadores
inconscientes de la desinformación, sino activos en su desvelamiento. Son
asimismo encomiables las iniciativas institucionales y jurídicas encaminadas a
concretar normas que se opongan a este fenómeno, así como las que han puesto en
marcha las compañías tecnológicas y de medios de comunicación, dirigidas a
definir nuevos criterios para la verificación de las identidades personales que
se esconden detrás de millones de perfiles digitales.
Pero la prevención y la identificación de los mecanismos de la
desinformación requieren también un discernimiento atento y profundo. En
efecto, se ha de desenmascarar la que se podría definir como la «lógica de la
serpiente», capaz de camuflarse en todas partes y morder.
Se trata de la estrategia utilizada por la «serpiente astuta» de la que
habla el Libro del Génesis, la cual, en los albores de la humanidad, fue la
artífice de la primera fake news (cf. Gn 3,1-15), que llevó a las trágicas
consecuencias del pecado, y que se concretizaron luego en el primer fratricidio
(cf. Gn 4) y en otras innumerables formas de mal contra Dios, el prójimo, la
sociedad y la creación.
La estrategia de este hábil «padre de la
mentira» (Jn 8,44) es la mímesis, una insidiosa y peligrosa seducción
que se abre camino en el corazón del hombre con argumentaciones falsas y
atrayentes.
n la narración del pecado original, el tentador, efectivamente, se
acerca a la mujer fingiendo ser su amigo e interesarse por su bien, y comienza
su discurso con una afirmación verdadera, pero sólo en parte: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol
del jardín?» (Gn 3,1).
En realidad, lo que Dios había dicho a Adán no era que no comieran de
ningún árbol, sino tan solo de un árbol: «Del árbol del conocimiento del bien y
el mal no comerás» (Gn 2,17). La mujer, respondiendo, se lo explica a la
serpiente, pero se deja atraer por su provocación:
«Podemos comer los frutos de los árboles del
jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho
Dios: “No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”» (Gn 3,2). Esta respuesta tiene un sabor legalista y pesimista: habiendo
dado credibilidad al falsario y dejándose seducir por su versión de los hechos,
la mujer se deja engañar.
Por eso, enseguida presta atención cuando le asegura: «No, no moriréis» (v. 4). Luego, la deconstrucción
del tentador asume una apariencia creíble: «Dios
sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios
en el conocimiento del bien y el mal» (v. 5).
Finalmente, se llega a desacreditar la recomendación paternal de Dios,
que estaba dirigida al bien, para seguir la seductora incitación del enemigo: «La mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de
comer, atrayente a los ojos y deseable» (v. 6).
Este episodio bíblico revela por tanto un hecho esencial para nuestro
razonamiento: ninguna desinformación es inocua; por el contrario, fiarse de lo
que es falso produce consecuencias nefastas. Incluso una distorsión de la
verdad aparentemente leve puede tener efectos peligrosos.
De lo que se trata, de hecho, es de nuestra codicia. Las fake news se
convierten a menudo en virales, es decir, se difunden de modo veloz y
difícilmente manejable, no a causa de la lógica de compartir que caracteriza a
las redes sociales, sino más bien por la codicia insaciable que se enciende
fácilmente en el ser humano.
Las mismas motivaciones económicas y oportunistas de la desinformación
tienen su raíz en la sed de poder, de tener y de gozar que en último término nos
hace víctimas de un engaño mucho más trágico que el de sus manifestaciones
individuales: el del mal que se mueve de falsedad en falsedad para robarnos la
libertad del corazón. He aquí porqué educar en la verdad significa educar para
saber discernir, valorar y ponderar los deseos y las inclinaciones que se
mueven dentro de nosotros, para no encontrarnos privados del bien «cayendo» en
cada tentación.
3- «LA VERDAD OS HARÁ
LIBRES» (JN 8,32)
La continua contaminación a través de un lenguaje engañoso termina por
ofuscar la interioridad de la persona. Dostoyevski escribió algo interesante en
este sentido: «Quien se miente a sí mismo y escucha
sus propias mentiras, llega al punto de no poder distinguir la verdad, ni
dentro de sí mismo ni en torno a sí, y de este modo comienza a perder el
respeto a sí mismo y a los demás. Luego, como ya no estima a nadie, deja
también de amar, y para distraer el tedio que produce la falta de cariño y
ocuparse en algo, se entrega a las pasiones y a los placeres más bajos; y por
culpa de sus vicios, se hace como una bestia. Y todo esto deriva del continuo
mentir a los demás y a sí mismo» (Los hermanos Karamazov, II,2).
Entonces, ¿cómo defendernos? El antídoto más eficaz contra el virus de
la falsedad es dejarse purificar por la verdad. En la visión cristiana, la
verdad no es sólo una realidad conceptual que se refiere al juicio sobre las
cosas, definiéndolas como verdaderas o falsas.
La verdad no es solamente el sacar a la luz cosas oscuras, «desvelar la realidad», como lleva a pensar el
antiguo término griego que la designa, aletheia (de a-lethès, «no escondido»). La verdad tiene que ver con la
vida entera. En la Biblia tiene el significado de apoyo, solidez, confianza,
como da a entender la raíz ‘aman, de la cual
procede también el Amén litúrgico.
La verdad es aquello sobre lo que uno se puede apoyar para no caer. En
este sentido relacional, el único verdaderamente fiable y digno de confianza,
sobre el que se puede contar siempre, es decir, «verdadero»,
es el Dios vivo. He aquí la afirmación de Jesús: «Yo soy la verdad» (Jn
14,6). El hombre, por tanto, descubre y redescubre la verdad cuando la
experimenta en sí mismo como fidelidad y fiabilidad de quien lo ama. Sólo esto
libera al hombre: «La verdad os hará libres» (Jn
8,32).
Liberación de la falsedad y búsqueda de la relación: he aquí los dos
ingredientes que no pueden faltar para que nuestras palabras y nuestros gestos
sean verdaderos, auténticos, dignos de confianza. Para discernir la verdad es
preciso distinguir lo que favorece la comunión y promueve el bien, y lo que,
por el contrario, tiende a aislar, dividir y contraponer.
La verdad, por tanto, no se alcanza realmente cuando se impone como algo
extrínseco e impersonal; en cambio, brota de relaciones libres entre las
personas, en la escucha recíproca. Además, nunca se deja de buscar la verdad,
porque siempre está al acecho la falsedad, también cuando se dicen cosas
verdaderas.
Una argumentación impecable puede apoyarse sobre hechos innegables, pero
si se utiliza para herir a otro y desacreditarlo a los ojos de los demás, por
más que parezca justa, no contiene en sí la verdad. Por sus frutos podemos
distinguir la verdad de los enunciados: si suscitan polémica, fomentan
divisiones, infunden resignación; o si, por el contrario, llevan a la reflexión
consciente y madura, al diálogo constructivo, a una laboriosidad provechosa.
4- LA PAZ ES LA
VERDADERA NOTICIA
El mejor antídoto contra las falsedades no son las estrategias, sino las
personas, personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar, y
permiten que la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero;
personas que, atraídas por el bien, se responsabilizan en el uso del lenguaje.
Si el camino para evitar la expansión de la desinformación es la
responsabilidad, quien tiene un compromiso especial es el que por su oficio
tiene la responsabilidad de informar, es decir: el periodista, custodio de las
noticias. Este, en el mundo contemporáneo, no realiza sólo un trabajo, sino una
verdadera y propia misión.
Tiene la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las
primicias, de recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en
darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas. Informar
es formar, es involucrarse en la vida de las personas.
Por eso la verificación de las fuentes y la custodia de la comunicación
son verdaderos y propios procesos de desarrollo del bien que generan confianza
y abren caminos de comunión y de paz.
Por lo tanto, deseo dirigir un llamamiento a promover un periodismo de
paz, sin entender con esta expresión un periodismo «buenista»
que niegue la existencia de problemas graves y asuma tonos empalagosos.
Me refiero, por el contrario, a un periodismo sin fingimientos, hostil a
las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes; un
periodismo hecho por personas para personas, y que se comprende como servicio a
todos, especialmente a aquellos – y son la mayoría en el mundo– que no tienen
voz; un periodismo que no queme las noticias, sino que se esfuerce en buscar
las causas reales de los conflictos, para favorecer la comprensión de sus
raíces y su superación a través de la puesta en marcha de procesos virtuosos;
un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a la escalada del
clamor y de la violencia verbal.
Por eso, inspirándonos en una oración franciscana, podríamos dirigirnos
a la Verdad en persona de la siguiente manera:
Señor, haznos instrumentos de tu paz.
Haznos reconocer el mal que se insinúa en una
comunicación que no crea comunión.
Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros
juicios.
Ayúdanos a hablar de los otros como de hermanos y
hermanas.
Tú eres fiel y digno de confianza; haz que nuestras
palabras sean semillas de bien para el mundo:
donde hay ruido, haz que practiquemos la escucha;
donde hay confusión, haz que inspiremos armonía;
donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad;
donde hay exclusión, haz que llevemos el compartir;
donde hay sensacionalismo, haz que usemos la
sobriedad;
donde hay superficialidad, haz que planteemos
interrogantes verdaderos;
donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza;
donde hay agresividad, haz que llevemos respeto;
donde hay falsedad, haz que llevemos verdad.
Amén.
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