Voy a tratar de
exponer en esta serie de breves artículos las que a mi juicio son las causas
de la crisis de fe actual que vive la Iglesia católica.
Para empezar,
hay que decir que la Iglesia vive para iluminar en las tinieblas. Es su sentido
y su tarea.
—Si el faro deja de iluminar bien, o ilumina débil, ambigua o
confusamente, las
naves —personas, instituciones,
asociaciones, diócesis, etc— las naves, digo, pueden naufragar.
Muchas de ellas, de hecho, naufragan. —Naufragan también sociedades y pueblos
si son abandonados a su adámica condición, en pos de un prejuicio
antiproselitista, o mejor dicho antimisionero.
Pero si el faro ilumina bien, de forma bíblico-tradicional, las naves navegan con buen
Viento, defendidas de los peligros que acechan. Pueden llegar a buen puerto.
Y es que si no se iluminan debidamente las tinieblas, los que caminan
por ellas pueden perecer. También el que andaba en la luz, si se le priva de ella, puede volver
a la oscuridad.
En muchos sentidos, el
católico en general de hoy, perjudicado por la omisión de buena luz, parécese a
un jinete que, a lomos de un caballo imprevisible, desobediente y estresado,
cabalga por el precipicio de su salvación, a riesgo de caer y estrellarse; a
riesgo de no alcanzar la meta, que es su fin último.
Pero volvamos a la crisis. Antes de abordar este complejo tema de sus
causas, voy a hacer una muy breve consideración metafísica.
Miguel Ayuso, en una excelente conferencia sobre la corrupción y sus causas, recordaba
que algo se corrompe cuando ve alterada o trastocada su forma; y recordaba el
principio escolástico que reza forma dat esse
rei, la forma da el ser a la
cosa. Es decir, la forma determina la naturaleza de una cosa.
Yo quisiera aplicarlo a la situación actual de la Iglesia. Pues si a la luz de este
principio consideramos la crisis, constataremos que una alteración de la forma
mentis, una de-formación de la forma en que el católico piensa su fe, puede trastocar la naturaleza bíblico-tradicional de
la misma, corrompiéndola.
Lo tradicional es forma de lo católico. Lo no tradicional deforma lo católico y lo vuelve antinatural.
—Y con naturaleza me refiero aquí a la esencia, a lo
que es, al carácter constitutivo de la fe, que es su teologalidad. Su ser
infundida autoritativamente por Dios. De esta teologalidad habla el Catecismo
con palabras luminosas:
1814 La fe
es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha
dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad
misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y
libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza
por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo
[…] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).
Ahora bien, dado que la forma
determina la naturaleza de una cosa, si
se trastoca la forma en que el cristiano cree, se trastoca la naturaleza de su
fe; lo mismo, si esa alteración se refiere a sus conceptos, a sus
contenidos, a sus nociones, a su inteligencia.
El creyente, para poder dar razón de su esperanza, debe
pensar correctamente, según la forma recibida y entregada de
generación en generación, con obediencia ordenada, pero no absoluta. Con
realismo moderado, no con nominalismo.
Pero si no se piensa
tradicionalmente, no se puede pensar
teologalmente. Será opinión, pero
no será fe.
Si la mente católica piensa su fe de
forma existencialista, la naturaleza de su fe se deformará y se volverá
existencialista.
Si la mente católica piensa su fe de
forma emotivista, la naturaleza de su fe se deformará y se hará
emotivista.
Si la mente católica piensa su fe de
forma marxista, la naturaleza de su fe se deformará y se hará marxista.
Si la mente católica piensa su fe de
forma heideggeriana, la naturaleza de su fe se deformará y se volverá
heideggeriana.
Etc. Creo yo que es algo de
cajón. Hoy día se tiende a dudar, sobre todo, de cuanto es de cajón. Es decir,
de todo aquello que es real, que es simple y llanamente metafísico. No pensar,
desde luego, no sería una solución. Más bien lo propio de la naturaleza
supra-racional, constitutivamente sobrenatural de la fe, es su armoniosidad con
la razón, de acuerdo con el principio de la gracia, que perfecciona la
naturaleza.
No nos interesan, por tanto, católicos que no piensen, o que piensen de
manera de-formada, sino católicos que tengan la cabeza bien amueblada, no sea que las malas ideas
alteren la forma en que su entendimiento conoce a Cristo. Ello alteraría,
consecuentemente, la forma en que lo ama. Porque no se puede amar bien a
Quien no se conoce debidamente.
Quedémonos, para terminar, con
un dato esperanzador. Lo enuncio con forma de axioma, y es el siguiente:
Si la mente católica piensa la fe de forma tradicional, ésta no sufrirá desorden
conceptual ni corrupción doctrinal, porque sus elementos constitutivos no serán
trastocados. Será cultivado, de esta manera, un pensamiento católico
consecuente con la teologalidad de la fe.
La fe católica ha de ser, por
tanto, necesariamente tradicional, porque su
teologalidad, su infundirse sobrenatural, es mediado por un
sacramento. Y ese sacramento es realizado y conocido y predicado y enseñado de
generación en generación. Por la Iglesia, casa del Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15).
David G. Alonso
Gracián
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