miércoles, 10 de enero de 2018

(237) LA CRISIS DE FE ACTUAL, Y SUS CAUSAS, I: LA DE-FORMACIÓN DEL PENSAMIENTO CATÓLICO


Voy a tratar de exponer en esta serie de breves artículos las que a mi juicio son las causas de la crisis de fe actual que vive la Iglesia católica.
Para empezar, hay que decir que la Iglesia vive para iluminar en las tinieblas. Es su sentido y su tarea.
—Si el faro deja de iluminar bien, o ilumina débil, ambigua o confusamente, las naves personas, instituciones, asociaciones, diócesis, etclas naves, digo, pueden naufragar. Muchas de ellas, de hecho, naufragan. —Naufragan también sociedades y pueblos si son abandonados a su adámica condición, en pos de un prejuicio antiproselitista, o mejor dicho antimisionero.
Pero si el faro ilumina bien, de forma bíblico-tradicional, las naves navegan con buen Viento, defendidas de los peligros que acechan. Pueden llegar a buen puerto.

Y es que si no se iluminan debidamente las tinieblas, los que caminan por ellas pueden perecer. También el que andaba en la luz, si se le priva de ella, puede volver a la oscuridad.

En muchos sentidos, el católico en general de hoy, perjudicado por la omisión de buena luz, parécese a un jinete que, a lomos de un caballo imprevisible, desobediente y estresado, cabalga por el precipicio de su salvación, a riesgo de caer y estrellarse; a riesgo de no alcanzar la meta, que es su fin último.
Pero volvamos a la crisis. Antes de abordar este complejo tema de sus causas, voy a hacer una muy breve consideración metafísica.

Miguel Ayuso, en una excelente conferencia sobre la corrupción y sus causas, recordaba que algo se corrompe cuando ve alterada o trastocada su forma; y recordaba el principio escolástico que reza forma dat esse rei, la forma da el ser a la cosa. Es decir, la forma determina la naturaleza de una cosa.

Yo quisiera aplicarlo a la situación actual de la Iglesia. Pues si a la luz de este principio consideramos la crisis, constataremos que una alteración de la forma mentis, una de-formación de la forma en que el católico piensa su fe, puede trastocar la naturaleza bíblico-tradicional de la misma, corrompiéndola.
Lo tradicional es forma de lo católico. Lo no tradicional deforma lo católico y lo vuelve antinatural.
—Y con naturaleza me refiero aquí a la esencia, a lo que es, al carácter constitutivo de la fe, que es su teologalidad. Su ser infundida autoritativamente por Dios. De esta teologalidad habla el Catecismo con palabras luminosas:
1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo […] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).

Ahora bien, dado que la forma determina la naturaleza de una cosa, si se trastoca la forma en que el cristiano cree, se trastoca la naturaleza de su fe; lo mismo, si esa alteración se refiere a sus conceptos, a sus contenidos, a sus nociones, a su inteligencia.
El creyente, para poder dar razón de su esperanza, debe pensar correctamente, según la forma recibida y entregada de generación en generación,  con obediencia ordenada, pero no absoluta. Con realismo moderado, no con nominalismo. 
Pero si no se piensa tradicionalmente, no se puede pensar teologalmente. Será opinión, pero no será fe. 
Si la mente católica piensa su fe de forma existencialista, la naturaleza de su fe se deformará y se volverá existencialista.
Si la mente católica piensa su fe de forma emotivista, la naturaleza de su fe se deformará y se hará emotivista.
Si la mente católica piensa su fe de forma marxista, la naturaleza de su fe se deformará y se hará marxista.
Si la mente católica piensa su fe de forma heideggeriana, la naturaleza de su fe se deformará y se volverá heideggeriana.
Etc. Creo yo que es algo de cajón. Hoy día se tiende a dudar, sobre todo, de cuanto es de cajón. Es decir, de todo aquello que es real, que es simple y llanamente metafísico. No pensar, desde luego, no sería una solución.  Más bien lo propio de la naturaleza supra-racional, constitutivamente sobrenatural de la fe, es su armoniosidad con la razón, de acuerdo con el principio de la gracia, que perfecciona la naturaleza.

No nos interesan, por tanto, católicos que no piensen, o que piensen de manera de-formada, sino católicos que tengan la cabeza bien amueblada, no sea que las malas ideas alteren la forma en que su entendimiento conoce a Cristo. Ello alteraría, consecuentemente, la forma en que lo ama. Porque no se puede amar bien a Quien no se conoce debidamente.
Quedémonos, para terminar, con un dato esperanzador. Lo enuncio con forma de axioma, y es el siguiente:

Si la mente católica piensa la fe de forma tradicional, ésta no sufrirá desorden conceptual ni corrupción doctrinal, porque sus elementos constitutivos no serán trastocados. Será cultivado, de esta manera, un pensamiento católico consecuente con la teologalidad de la fe.
La fe católica ha de ser, por tanto, necesariamente tradicional, porque su teologalidad, su infundirse sobrenatural, es mediado por un sacramento. Y ese sacramento es realizado y conocido y predicado y enseñado de generación en generación. Por la Iglesia, casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15).

David G. Alonso Gracián

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