La oración de Alex Seaman,
madre primeriza, “no solo fue escuchada, sino
respondida”.
Cuando Alex Seaman esperaba a su primer hijo, Forrest, experimentó un embarazo normal sin preocupaciones, hasta
los cinco días antes del parto.
Seaman, que admite libremente
sentir aversión a muchas intervenciones médicas, pasó por todos los exámenes
habituales y visitas regulares a su obstetra, pero decidió no realizar las
ecografías durante las últimas etapas del embarazo. Tal y como explica: “Según decía todo el mundo, todo iba bien”.
Sin embargo, visto que el parto
ya pasaba de la fecha prevista, los médicos recomendaron un examen para ver el
desarrollo del bebé. Así que, a las 41 semanas y media, Seaman se sometió a una
ecografía que mostró que su pequeño tenía anormalidades en los miembros y que,
además, venía de nalgas.
Los planes de Seaman de un
parto tranquilo en casa —bueno, tan tranquilo como puede llegar a ser un parto—
se fueron al traste y ella se fue directa al hospital para una cesárea.
Forrest nació, un bebé perfectamente sano, salvo que le faltaban ambas
piernas y el brazo izquierdo, y cuyo brazo derecho se había
desarrollado pero con los huesos de la mano fusionados.
Los médicos no pudieron dar
ninguna explicación sobre por qué las extremidades de Forrest no lograron
desarrollarse. Obviamente, Seaman tuvo que enfrentarse al sentimiento de ser
madre por primera vez sumado al torbellino emocional de dar a luz a un bebé sin
extremidades.
Aunque sería totalmente comprensible
que Seaman hablara de sentimientos enfrentados, decidió centrarse en el “camino hacia la comunidad y la plenitud” que
sintió en respuesta a su oración.
Una oración que cualquier
madre pediría para su propio hijo: “que todo el
mundo que lo conozca lo rodee con el mismo amor incondicional y aceptación que nosotros sentimos por nuestro
hijo”.
Y según confiesa Seaman, su
oración “no solo fue escuchada, sino respondida”. Y
esta respuesta a su “rara pero profundamente
sincera petición de auxilio” fue lo que le ayudó a comprender lo que un
profesor le dijo una vez: “No creo en los milagros,
confío en ellos”.
Y en este caso, el milagro fue
su comunidad. Como respuesta a
su oración, este grupo de personas “fieles y
devotas” hicieron piña en torno
a la madre.
Le ofrecieron ayuda práctica
en forma de donativos para sus necesidades futuras, pañales, terapeutas que
ofrecieron su experiencia; pero también en forma de donativos espirituales con “oraciones, buenos deseos y amor”. Y esto fue solo
el principio.
La comunidad rezó unida, una
señora que se ofreció a presentar a Forrest a la parroquia para que pudiera ser
bendecido por el ministro y unos diseñadores considerados enviaron ropas adaptadas.
Era verdaderamente un caso de
personas que pensaban desinteresadamente en el recién nacido y sus padres y le
daban la bienvenida que todos los bebés merecen. Según añadió Seaman: “Recibimos abrazos de desconocidos y todos nos recordaban
que Dios es bueno y que hace su obra”.
Con una comunidad que le
ofrecía tanto apoyo, Seaman explica que no tuvo oportunidad para sentirse
decaída, ¡no le dejaban! “A cada esquina que
giraba, aparecía otra persona que me recordaba que la vida funciona de maneras
misteriosas, guiándonos de vuelta a la verdad”. Y para Seaman, su
familia y su comunidad, la verdad es que “Estamos
en esto todos juntos”.
No obstante, Seaman es
consciente de que la familia tendrá que afrontar dificultades a lo largo del
camino y que podrían “caer en los viejos hábitos de
culparnos o dudar de nosotros mismos”. Así que quiere mantener esta
petición de ayuda, de contacto con su comunidad para que continúen sus
oraciones y su apoyo.
Según dice: “Si más personas admitiéramos que no nos sentimos bien o
que sí necesitamos al prójimo, nos daríamos más oportunidades a todos para
servir”. Después de todo, ¿no es esa la razón por la que estamos en este
planeta?
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