Así como Cristo es
el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio
único de salvación.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
PREGUNTA:
¿Se pueden salvar los que no pertenecen a la
Iglesia? Respecto de la Salvación, que implica estar en comunión con Dios, que
pasa con nuestros hermanos de otras religiones, sectas y demás; como ser
musulmanes, judíos, budistas, hinduistas, protestantes, Testigos de Jehová,
etc. Si no reconocen a Jesucristo como Dios, ¿podrán estar en comunión con El y
compartir la vida eterna? ¿Quien se va a condenar? Esteban. ¿Hay salvación fuera de la Iglesia? Elena
Los que no conocen a Dios o nunca les
predicaron; ¿se condenan? ¿no hay salvación para ellos? Julián.
RESPUESTA:
Estimados:
La enseñanza de la Iglesia es que ‘fuera de la
Iglesia no hay salvación’. Pero debemos entender muy bien esta afirmación para
no darle un sentido equívoco.
Podemos resumir la enseñanza de la Iglesia
diciendo lo siguiente: ‘Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los
hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único de salvación.
Ningún hombre puede pues salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con toda realidad,
ya sea cuando menos por su disposición profunda’.
La doctrina de la Iglesia debe unificar al mismo
tiempo varias verdades, que son:
a) que
Dios quiere realmente la salvación de todos los hombres;
b) que la
Iglesia es el único sacramento de salvación, y que es necesario pertenecer a
ella para poder salvarse;
c) que
no hay sin embargo dos Iglesias, universal pero invisible una, y visible pero
limitada la otra, sino que en la tierra existe solamente una misma y única
Iglesia, a la vez visible e invisible. mística e institucional.
Intentemos explicar este misterio:
1.
LA IGLESIA, ÚNICO SACRAMENTO DE LA SALVACIÓN
‘Así como Cristo es el
único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio
universal y único de salvación. Ningún hombre puede pues salvarse sin
pertenecer a ella, ya sea con toda realidad, ya sea cuando menos por su
disposición profunda (‘reapse vel voto’)’.
Esta tesis
es de fe, según el magisterio ordinario y universal de la Iglesia confirmado
por varias declaraciones, solemnes, en particular la del IV concilio de Letrán
(1215): ‘existe una sola Iglesia, la Iglesia
universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie (nullus omnino)
se salva’ (Dz 430). Y la del concilio de Florencia (Dz 714). Véanse
asimismo los textos de Inocencio III (Dz 423), de Bonifacio VIII en la bula Unam
Sanctam (Dz 468), de Clemente VI (Dz 570 b), de Benedicto XIV (Dz 1473), de Pío
IX (Dz 1647, 1677), de León XIII (Dz 1955), de Pío XII en su encíclica Mystici
corporis (Dz 2286-2288), del Santo Oficio en su carta de 8 de agosto de 1949 al
arzobispo de Boston a propósito del asunto Feeney (Dz 3866-3872). Resumiendo y
recogiendo toda esta doctrina tradicional, el concilio Vaticano II reafirma, a
su vez, ‘que esta Iglesia peregrinante es necesaria
para la salvación. En efecto, sólo Cristo es mediador y camino de salvación. y
se hace presente a todos nosotros en su cuerpo que es la Iglesia’ (L.
Gent., 14).
La fe de la Iglesia tocante a la necesidad del
papel por ella desempeñado, le llega de la Escritura a través de la tradición.
A)
EL FUNDAMENTO DE LA SAGRADA ESCRITURA
Una doble serie de afirmaciones jalona todo el
Nuevo Testamento:
a. Cristo
es la única fuente de salvación, el único lugar de encuentro entre Dios y los
hombres. Así, bajo formas diversas: Act 4, 11-12; Rom 10, 1-14; Lc 12, 8-10; Jn
14, 1-6, etc.
b. En la
comunicación de la salvación a los hombres, Cristo y la Iglesia forman una sola
cosa: la negativa a seguir a la Iglesia equivale a una negativa a seguir a
Cristo, del mismo modo que rechazar a Cristo equivale a rechazar al Padre (Lc
10, 16: ‘Quien a vosotros escucha, a mi me escucha;
y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; pero quien me desprecia a mí,
desprecia a aquel que me envió'; o también: Jn 3, 5; 13, 20: Mt 18, 17;
Mc 16, 16; Gál 1. 8; Tit 3, 10; 2 Jn 10, 11, etc..).
O bien todos estos textos nada quieren decir, o
bien significan claramente que, fuera de Cristo y de su Iglesia, no existe
salvación posible para el hombre. Así, pues, aun cuando no figure en ellos bajo su formulación explícita, el axioma ‘fuera de la Iglesia, no hay salvación’ se remonta
en su sustancia al Evangelio mismo. El concilio Vaticano II lo advierte con
exactitud: ‘Al enseñarnos explícitamente la
necesidad de la fe y del bautismo (Mc 16, 16; Jn 3, 5), confirmó (Cristo) al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia
misma’ (L. Gent., 14).
B)
EL AXIOMA ‘FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN’
La fórmula ‘fuera de
la Iglesia, no hay salvación’ aparece por primera vez en san Cipriano y
en Orígenes en torno al año 250. La encontramos ininterrumpidamente en los
padres, tal cual, o con ligeras variantes, o traducida también en imágenes
como la del arca de Noé u otras equivalentes. La encontramos también en los
teólogos y en los documentos oficiales del magisterio, los más importantes de
los cuales han sido ya indicados antes.
Por poco que se reflexione, se advertirá
claramente que es esencial a la Iglesia ser única. En caso contrario, no sería
ya la esposa del único Mediador y su cuerpo, el sacramento de la comunión
universal entre Dios y los hombres. Cuando la Iglesia afirma esta unicidad como
una exigencia de su fe, no reivindica pues celosamente unos derechos y unos
privilegios cediendo a una tentación de imperialismo espiritual, sino que da
testimonio de la misión que ella ha recibido con respecto a la humanidad. Su
exclusivismo es sencillamente otro nombre de su fidelidad y de su caridad universal.
Admitir una pluralidad de Iglesias equivaldría a no admitir ninguna, a rechazar
la noción misma de Iglesia.
2.
EL SENTIDO Y EL ALCANCE DEL AXIOMA ‘FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN’
¿Cómo, pues, interpretar correctamente este
axioma? Para responder a la cuestión así planteada, examinaremos brevemente lo
que a este respecto nos dicen el Nuevo Testamento y la tradición de la Iglesia.
A)
EL NUEVO TESTAMENTO
a. Lo
que el Nuevo Testamento condena es, esencialmente, la negación de la verdad, y
no la ignorancia pura y simple. Véase, en particular: Jn 3, 19; Mt 22, 8-9; cf.
1 Jn 4, 7.
b. Nunca
afirma que sea suficiente invocar a Cristo o afiliarse a su Iglesia para poder
salvarse. Hasta dice explícitamente lo contrario: Mt 13, 41-42; 22, 12-14; 25,
41; 1 Cor 13, 2; Gál 5, 6; Sant 2, 14; Lc 13, 9.
c. No
excluye en parte alguna una pertenencia a Cristo y a la Iglesia simplemente
latente, pero ya salvífica. Varios indicios, sin ser absolutamente perentorios,
orientan incluso en este sentido. Así, por ejemplo, las palabras de Cristo a
propósito de Abraham, que ‘ha visto su día’ (Jn
8,56). O aquellas que transcribe Mc 9,38-40: ‘quien
no está contra nosotros, está con nosotros’, palabras que equilibran que
de algún modo el ‘quien no está conmigo, está
contra mí’. Véase asimismo: Jn 1, 9; Mt 2, 1; 8, 10; 15, 28; 25, 34s; 1
Jn 4. 7.
B)
LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
Algunos Padres tuvieron una posición muy
estricta; como San Fulgencio de Ruspe (siglo VI): ‘No
cabe la menor duda de que no sólo todos los paganos, sino también todos los
judíos, todos los herejes y cismáticos que mueren fuera de la Iglesia católica,
irán al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles’.
Pero otros, sin embargo, matizan más las cosas y
admiten la idea de una posible buena fe; así san Agustín, quien, siquiera de un
modo disperso, distingue entre lo que un día se llamará el hereje de buena fe o
hereje simplemente material, y el hereje formal. ‘Aquel,
escribe, que defiende su opinión, aunque sea errónea y perversa, sin animosidad
pertinaz, sobre todo cuando dicha opinión no es fruto de su audaz presunción,
sino herencia de unos progenitores seducidos y arrastrados por el error; si
busca la verdad escrupulosamente, pronto a abrazarla en cuanto la conozca, no
debe ser clasificado entre los herejes’ (Epistola 43,1). San Ambrosio se
había manifestado más explícitamente aún a propósito del emperador Valentiniano
II, asesinado antes de haber recibido el bautismo que tanto deseaba: Ambrosio
no puede imaginar que no haya recibido la gracia. Escribe: ‘¿No habrá, pues, recibido la gracia que deseaba, que él
había pedido? Evidentemente, si la ha pedido, la ha recibido’ (De obitu
Valentiniani, 51; PL 16, 1374; Rouët de Journel, 1328).
A partir de santo Tomás, la distinción entre las
diferentes clases de ignorancia se hará clásica: voluntaria e involuntaria,
vencible e invencible.
El tema de la necesidad de la Iglesia para la
salvación se planteó de nuevo con los grandes descubrimientos. Las discusiones
entre teólogos fueron muy enconadas.
Finalizado el siglo XVIII, el ‘liberalismo’ y el indiferentismo religioso
provocaron una viva oposición a nuestro axioma. Son conocidas las brutales
palabras de Rousseau: ‘Todo el que se atreve a decir que ‘fuera de la Iglesia, no hay salvación’, debe ser
expulsado del Estado’ (Contrato social, IV, 8). El moralismo pietista de Kant y
‘la religión de la conciencia’ influyeron en idéntico sentido.
La reacción de la Iglesia
ha sido clara y muy significativa. Es doble:
-Por una parte, rechaza categóricamente todo
indiferentismo cuyo principio entrañe la negación del misterio de salvación del
que es ella servidora. Véase, en este sentido: la encíclica Mirari vos de
Gregorio XVI (Dz l613ss), la alocución de Pío IX de 9 de diciembre de 1854 (Dz
1646ss), la encíclica Quanto conficiamur
moerore (10 de agosto de
1863; Dz 1677) de este mismo papa, el Syllabus (Prop. 16 y 17;
Dz 1716-1717), etc. Se mantiene, pues, con firmeza el principio tradicional: ‘Fuera de la Iglesia, no hay salvación’
-Por otra parte, la condenación implicada en
este axioma no apunta jamás a las personas mismas. Aun cuando el principio se
formule de un modo absoluto en los textos relativos a las demás sociedades
religiosas, abunda sin embargo en precisiones y en crecientes matices cuando se
trata de textos referentes a la salvación efectiva de las personas que no están
en contacto visible e institucional con la Iglesia. Pío IX es el primero que introduce
explícitamente la consideración de la buena fe en su exposición de una doctrina
tradicional ‘fuera de la Iglesia, no hay salvacion’
(Singulari quadam, 9 de diciembre de 1854, Dz 1646-1647, véase
también Quanto conficiamur, 10 de agosto de 1863, Dz l677).
Idéntico espíritu encontramos en León XIII (Satis cognitum) 17 y en Pío
X (E Supremi Apostolatus).
El concilio Vaticano II, en la
Constitución Lumen Gentium,
matiza la aplicación de este principio a las diferentes categorías humanas
sobre la base de una distinción mucho más clara de los diversos casos posibles:
cristianos no católicos, judíos, musulmanes y adoradores del Dios único, y
aquellos, en fin, que ‘buscan todavía en sombras e
imágenes al Dios que desconocen’ (L.G., 16).
Ya la encíclica Mystici corporis había preparado
este progreso al mencionar explícitamente a ‘quienes
por cierto deseo o aspiración inconsciente están ordenados al cuerpo místico’
(Dz 3821 y CEDP, t. I. p. 1057), idea recogida y precisada por la carta del
Santo Oficio (8 de agosto de 1949) relativa al asunto Feeney (Dz 3866-3873 [32
ed.]).
C)
CONCLUSIÓN
A la luz de estos últimos
documentos, cabe resumir así la tradición de la Iglesia:
1º Es de
fe que ‘la Iglesia peregrinante es necesaria para
la salvación’ (L. Gent.. 14).
2º ‘No podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que
la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como
necesaria, se negasen sin embargo a entrar o a perseverar en ella’ (L.G.,
14).
3º En
razón del vínculo que une a Cristo con la Iglesia, nadie puede salvarse, es
decir, vivir con Cristo, sin estar de un modo u otro en comunión con la
Iglesia.
4º En la
aplicación de este principio a las diferentes personas, hay que tener en cuenta
las circunstancias y posibilidades efectivas de cada uno. ‘Por esto, para que una persona alcance su salvación
eterna, no siempre se requiere que esté de hecho incorporada a la Iglesia a
título de miembro, pero si debe estar unido a ella siquiera un deseo o
aspiración’ (carta del Santo Oficio al arzobispo de Boston, 8 de agosto
de 1949. DS 3870).
5º ‘Incluso no siempre es necesario que esta aspiración sea
explicita. En caso de ignorancia invencible, una simple aspiración implícita’
(ibid.) o inconsciente puede ser suficiente, si traduce ‘la disposición de una voluntad que quiere conformarse a la de Dios’ (ibid.).
O, dicho de otro modo, esa aspiración debe expresar realmente la oposición de
la vida de uno, por cuanto no puede tratarse de una especie de salvación de segunda
categoría. Ese deseo debe estar asimismo animado por la caridad perfecta,
implicando pues un acto de fe sobrenatural.
¿Cómo concebir psicológicamente este deseo
implícito? El concilio Vaticano II habla de ‘aquellos
que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no
obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo la influencia de
la gracia, en cumplir con obras su voluntad conocida mediante el juicio de la
conciencia, pueden alcanzar la salvación eterna’. Y con más audacia aún:
‘Incluso a aquellos que sin culpa no han llegado
todavía a un conocimiento expreso de Dios, y se esfuerzan, no sin la gracia
divina, en llevar una vida recta, tampoco a ellos niega la divina Providencia
los auxilios necesarios para la salvación’ (L.G., 16; cf. Gaudium et
spes, 22, 5).
En todos estos textos se
advierte una insistencia en los dos puntos siguientes:
-Se hace referencia a la orientación global de
una vida: ‘hay que esforzarse en cumplir con obras
su voluntad'; ‘hay que esforzarse en llevar una vida recta’.
-Todo esto no puede llevarse a cabo y tener un
efecto ‘salvífico’ como no sea bajo la
influencia de la gracia. Y sabemos precisamente que, aun cuando algunos
hombres puedan dar la impresión de que están lejos – o quizá lo estén de hecho
– de Dios, él en cambio no está lejos de nadie. ‘puesto
que él da a todos la vida, la inspiración y todas las cosas (Act 17,
25-28), y quiere, como Salvador, que todos LOS
HOMBRES SE SALVEN (1 TIM 2, 5)’ (L. GEN T., 16).
3.
CONSECUENCIA: LA MEDIACIÓN UNIVERSAL DE LA IGLESIA Y LOS GRADOS DE PERTENENCIA
A LA IGLESIA
A)
LA MEDIACIÓN UNIVERSAL DE LA IGLESIA
Por ser la iglesia en el mundo el sacramento
universal de la salvación, toda gracia llega a través de ella y toda gracia
tiende hacia ella.
a. Toda gracia llega a través de la iglesia: No
solamente el camino normal previsto por Cristo para comunicar su vida es el
canal de los sacramentos, sino que además, siendo como es la Iglesia ‘Jesucristo difundido y comunicado’, según
palabras de Bossuet, toda participación en la vida de Cristo será eclesial, aun
en el caso de que sus beneficiarios no tengan conciencia de ello, ya que no
existen dos especies de una misma vida cristiana, supuestamente distintas en
razón de la pertenencia o no pertenencia a la Iglesia. Concretamente,
dicha mediación se ejerce de dos maneras sobre todo:
-En virtud de los sacramentos, y de la
eucaristía en particular. En la economía de la salvación, la misa y la cruz
son dos misterios inseparables: ‘Sin la cruz, la
misa sería una ceremonia vacía. Pero, sin la misa, la cruz sería una fuente
sellada’ (Montcheuil).
-En virtud de las restantes plegarias y
sacrificios ofrecidos por la iglesia. La encíclica Mystici corporis insiste
varias veces en el papel maternal que la Iglesia desempeña con respecto al
conjunto de la humanidad.
b. Toda
gracia tiende hacia la Iglesia: Más cierto aún es que toda gracia ordena
necesariamente a quien la recibe hacia la Iglesia, para que pertenezca a ella
cada vez más y mejor. Cristo, escribía Isaac de Stella, ‘es un esposo humilde y fiel’, todo lo que hace, lo hace pues
para su esposa. Esta fidelidad forma parte de su misterio. ‘Adondequiera que vaya ahora, a la derecha del Padre o al
fondo de las almas, sigue siendo siempre el Cristo de su Iglesia y de Pedro, y
los primeros momentos de su entrada en no importa qué corazón, las primeras
acometidas de su gracia, que no descansa nunca y en parte alguna, serán asimismo
los primeros pasos de su venida a la Iglesia’ (Mersch).
B)
LOS GRADOS DE PERTENENCIA A LA IGLESIA
La cuestión de la pertenencia a la Iglesia no es
más que una aplicación de todo lo que acaba de decirse. Dos grandes principios
deben tomarse aquí en cuenta:
a. ‘Están plenamente incorporados a la sociedad de la
iglesia quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su
constitución y todos los medios de salvación establecidos en ella. y en su
cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige por medio del soberano
pontífice y los obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los
sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica’ (Lumen gentium, 14).
El mismo documento añade a continuación:
-esta ‘incorporación’
a la Iglesia no asegura la salvación a quien, no perseverando en la
caridad, permanece en el seno de la Iglesia sólo en cuerpo, y no en corazón;
-esta situación sobrenatural de los hijos de la
Iglesia ‘debe atribuirse no a sus méritos, sino a
una gracia singular de Cristo’.
También añade: ‘los
catecúmenos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa
ser incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella
y la madre Iglesia los abraza con amor y solicitud como suyos’ (L.G.,
14).
b. Aun
sin estar plenamente incorporado a la iglesia, es posible, sin embargo, estar
unido a ella y, en este sentido, pertenecer a ella de algún modo. El concilio
Vaticano II habla explícitamente de un vínculo por el que están unidos a la
Iglesia todos aquellos que, aun sin estar plenamente incorporados a ella,
pertenecen sin embargo a ella de algún modo (L.G., 15-16; Decreto sobre el
ecumenismo, 3 y 4). Hay, pues, una pertenencia en sentido amplio (en esta
última, es preciso establecer una distinción entre aquellos que admiten el
Evangelio y ‘se honran con el bello nombre de
cristianos’, algunos de los cuales están unidos a la Iglesia por vínculos
sacramentales muy fuertes -cf. L.G. 15-, y
aquellos otros que, no habiendo recibido todavía el Evangelio, están
simplemente ‘ordenados al pueblo de Dios’ -ibid., 16-). Tal es la razón
de que, para mejor definir y caracterizar estos diferentes casos, procedan
algunos teólogos a enumerar las tres categorías siguientes:
-la incorporación plena (o pertenencia en
sentido fuerte), incorporación que supone las tres condiciones clásicas
recogidas por el Concilio (profesión de fe cristiana, vida sacramental,
comunión con la jerarquía de la Iglesia);
-una pertenencia en sentido amplio o incompleta,
caso de faltar uno o dos de los elementos antes citados;
-un cierto vínculo con la Iglesia, que ni siquiera cabe calificarlo como
pertenencia, cuando no se da ninguna de las tres condiciones.
Bibliografía:
-P. Faynel, La Iglesia, Herder, Barcelona 1974, pp. 51-68
-P. Faynel, La Iglesia, Herder, Barcelona 1974, pp. 51-68
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