Por: P. Samuel Bonilla | Fuente: PadreSam.com
El pesebre contiene muchos elementos, entre
ellos, María y José, los pastores, los reyes magos, la estrella. Ahora nos
vamos a concentrar en la mula y el buey: ¿es correcto colocarlos en el pesebre?
¿De dónde viene eso de colocarlos en el pesebre si no se mencionan en ningún
evangelio? ¿Cuál es su fundamento bíblico? ¿Qué nos enseñan? A continuación
queremos responder a ello.
El Papa Benedicto, en su libro “Infancia de Jesús” lo dice magistralmente: “A los ojos de la fe, la mula y el buey revelan el cumplimiento de las profecías en
Cristo, porque son una alusión a
una frase del profeta Isaías: “El buey conoce a su señor
y el asno, el pesebre de su dueño; ¡pero Israel no conoce, mi
pueblo no entiende!”. (Is 1,3)
Estos dos animales que
hasta parece están por accidente, nos dejan 5 grandes enseñanzas:
- En Cristo, se ha cumplido el plan de Dios para el ser
humano. Los milagros, patriarcas, profetas, jueces, sabios y reyes del
Antiguo Testamento miraban hacia él. Los dos animales, sin saber hablar, explican, humildemente, por qué
este año es el 2017 después de Cristo y no el año 2766 ab urbe condita, desde la fundación de
Roma. La historia del hombre no es una línea infinita, con un principio
oscuro y sin fin, sino que tiene su eje en el nacimiento de Jesucristo.
Desde entonces, ya nada será nunca igual. Nuestra esperanza no está puesta
en el progreso, en la ciencia, en los poderosos de este mundo, en el
dinero, en la ecología ni en la buena voluntad de los hombres, sino en el
amor gratuito de Dios hecho carne.
- Estos dos animales ponen tu mundo cabeza abajo. Tú crees
que eres el centro del universo. Lo demuestras cada día viviendo para ti
mismo, poniendo a todos y a todo a tu servicio, buscando que todos te
sirvan, que te consideren, que te den gloria. Pero la mula y el buey, tozudos como todas las mulas y todos los
bueyes, te dicen que el centro del mundo no eres tú, sino ese Niño que
está entre ellos. No importa cuántas veces vuelvas a intentar ser
el centro de tu mundo: ellos siempre estarán allí recordándote que estás
equivocado. “Te manifestarás en medio de dos
animales”, anunció el profeta Habacuc (Hab 3,2), y así se cumple
hoy en ti: el sentido de la vida se te manifiesta entre dos animales, el
Señor de tu historia entre una mula y un buey.
- Que no te engañe el aspecto apacible del belén de tu
casa o de tu parroquia. La palabra profética hecha figurilla de barro
en la mula y el buey es terrible. Porque es terrible el contraste que
señala Isaías entre el pueblo de Dios, que no reconoce su venida, y la mula y el buey, que, a pesar de ser
solamente animales, conocen a su señor y reconocen el pesebre de su dueño.
Como toda palabra profética, se refiere a ti y a tu vida. Tú eres parte
del nuevo pueblo de Dios: ¿Reconoces su venida? ¿Estos días navideños
están centrados para ti en Jesucristo o vuelan por las preocupaciones de
regalos, cenas, uvas y fiestas? Si vives esta Navidad como la vive un
pagano, hasta la mula y el buey se levantarán contra ti para acusarte,
porque ellos reconocen el pesebre de su Señor y tú eres incapaz de
hacerlo.
- Los dos animales son también, como te diría San
Francisco de Asís, una
palabra de pobreza para ti. ¿Cuál es su misión en el nacimiento de
Cristo? Calentar un poco aquel pesebre con su aliento y el calor de su
cuerpo. Algo que está al alcance de hasta el más pobre de los pobres. ¿Qué
te pide a ti Cristo hoy? ¿Grandes cosas? Eres incapaz de hacer grandes
cosas. ¿Riquezas que cambien el mundo? Apenas llegas a fin de mes. ¿Sabiduría
y erudición? A menudo, de tu boca salen más bien rebuznos o mugidos.
Entonces, ¿qué quiere Dios de ti? Lo que quiere, en primer lugar y ante
todo, es que te dejes querer por ese Niño y aprendas así a amarle a Él.
Alégrate de formar parte de su familia, que es la Iglesia. Dios no quiere
quitarte nada, te quiere a ti. Disfruta, pues, de “la
generosidad de Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre, para
enriquecernos con su riqueza” (2Co 8,9). Ya habrá tiempo, si Dios
quiere, para que hagas grandes cosas.
- Finalmente, como en una meditación ignaciana, la mula y el buey te muestran el
camino de la contemplación. Desde que se puso el belén, los dos
animales no hacen otra cosa que mirar al Niño, junto con María y José.
Para eso es el nacimiento: para que mires al Niño, para que pases tiempo y
tiempo contemplando a Dios hecho carne por ti, para que le digas mil
palabras de cariño, para que estés ahí, junto a él. Leí una vez que San
Josemaría compró una imagen de Niño Jesús de tamaño natural, para que, en
Navidad, sus sacerdotes se la fueran pasando y tuvieran al niño en brazos
durante unos momentos, contemplándolo, diciéndole cosas y simplemente
queriéndolo. La mula y el buey no tienen nada mejor que hacer estos días.
Y tú tampoco.
Que cada elemento del pesebre nos ayude a tener
a Cristo como el centro de nuestra vida, así como la mula y el buey no dejan de
contemplarlo, de darle calor, de estarle cercano.
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Bibliografía:
- La infancia de Jesús,
Benedicto XVI.
- http://infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/1301021013-aprende-de-la-mula-y-el-buey
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