Esta mañana se me ocurrió mirar en Internet el acto de contrición
que aprendí de pequeño y que tantas veces he repetido desde entonces: “Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero…”.
Las primeras oraciones que se aprenden son las que quedan grabadas más
firmemente en nuestra memoria y con más profundidad marcan nuestra vida.
Pensé que probablemente habrían cambiado el Vos por el tú, como tienden a hacer con
todas las oraciones, con la peregrina idea de que dirigirse a Dios como si
fuera el vecino de al lado hará que nos sea más fácil conversar con Él. Hasta
donde puedo ver, el resultado ha sido que la gente ha terminado por preferir
conversar con vecino de al lado (preferiblemente por WhatsApp) y ha dejado de
rezar, pero eso no parece desanimar a los promotores de la desacralización de
la oración, que prosiguen su cruzada mundanizadora, inasequibles al desaliento.
Quizá, pensé, también hayan
cambiado esa expresión peculiar que
intrigaba tanto a los niños (al menos a los que pensaban un poco lo que
decían): “Señor mío Jesucristo… Creador, Padre y
Redentor mío”. ¿Por qué se dirige la oración a Cristo y le llama
Padre y Creador? ¿Será un vestigio del impresionante capítulo 1 de la Carta a
los Hebreos, que presenta a Cristo como imagen
de la sustancia de Dios, como Aquel que en el principio fundó la
tierra y de cuyas manos es obra el cielo? ¿Estaría pensando el autor de la
oración en aquellas sobrecogedoras palabras de Cristo: quien me ve, ha visto al Padre. No importa, porque hay un tipo de eclesiástico
que considera que tiene la sagrada misión de destruir todo aquello que no
entiende, aunque sea un legado de épocas más católicas y menos prosaicas que la
suya.
Al leer la oración en
Internet en unos cuantos sitios, comprobé que, en efecto, muchas versiones
habían abandonado el “Vos". La
referencia a Cristo como “Creador, Padre y Redentor” solo había
desaparecido en algunas o quizá esas versiones estaban tan cambiadas que ni
siquiera las encontré. Lo que no se me ocurrió, ingenuo de mí, es que habría desaparecido en multitud de ocasiones la
mención de las penas del infierno: “Por
ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me
pesa de todo corazón haberos ofendido. También me pesa porque podéis castigarme
con las penas del infierno“. En efecto, muchas de las versiones que
encontré omitían simplemente esa segunda parte.
Aunque ya conozco la alergia
que despierta la mención del infierno en nuestra época, tan misericordiosa,
confieso que me sorprendió esta omisión. Y me sorprendió precisamente por su falta de misericordia.
La oración antigua,
precisamente por transmitir la sabiduría que procede del cielo, era consciente
de la debilidad humana. No vivía en el mundo irreal de lo políticamente
correcto, sino que se dirigía a los hombres como son: caídos, débiles e
imperfectos. A esos hombres caídos les proponía el dolor de contrición por los pecados, basado en el amor perfecto a
Dios, que, como un fuego purificador, conlleva necesariamente el rechazo del
pecado. Pero también les ofrecía la via
infirmorum, la posibilidad abierta a los que no poseían aún ese amor
perfecto, de arrepentirse de sus pecados con dolor de atrición, es decir, por consideración de los terribles
efectos de esos pecados: el daño a sí mismos y a otros, la muerte y el
infierno.
No es esta doble posibilidad
una invención peculiar de esta oración tradicional, sino parte de la doctrina de la Iglesia, que transmite
con ello lo que el mismo Cristo enseñó, tanto al hablar del amor de Dios como
en sus duras menciones del infierno:
“Entre los actos
del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es un dolor del alma y
una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar” (Concilio de Trento: DS 1676).
Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se
llama “contrición perfecta"(contrición
de caridad). […] La contrición llamada “imperfecta”
(o “atrición") es también un don
de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad
del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es
amenazado el pecador […]". (Catecismo de la Iglesia Católica, 1451-1453)
Lo cierto es que no todos los
cristianos son santos. Muchos, entre ellos el que suscribe estas líneas, somos
hábiles para el mal y torpes para el bien, testarudos, inconstantes, tibios,
inconscientes y empeñados en servir a dos Señores. Como el hijo pródigo, necesitamos sentir el hambre en el estómago y las
náuseas que produce el hedor de los cerdos para decidirnos a volver a la
casa del Padre. Necesitamos la atrición que misericordiosamente suscita el
Espíritu Santo. ¿Quién no se alegraría al ver que hombres llenos de debilidad y
conscientes de esa debilidad acuden humildemente a Cristo, aunque sea de forma
vacilante, para ser transformados por Él? ¿No es esa la Iglesia comprendida
como verdadero “hospital de campaña”, en palabras del Papa Francisco?
En cambio, según parece, para
muchos lo eclesialmente correcto es pensar que la Iglesia es un club de santos,
rebosantes de amor a Dios, con meras “equivocaciones” que no son más que
ligeras imperfecciones, solucionables con un poco de buena voluntad. Quizá por
eso se nos asegura que los adúlteros no tienen que enmendarse para comulgar.
Quizá por eso se tiene horror a hablar
del pecado mortal, más que para explicarnos que, en realidad, siempre
hay atenuantes que lo conviertan en iun relevante pecadillo venial. Quizá por
eso, en suma, se ha olvidado el dolor de atrición, porque, a fin de cuentas, el
pecado no es tan malo, ni tan feo, ni tan rechazable y el infierno… bueno, del
infierno mejor no hablar.
Ya sabemos, por supuesto, que nuestra época, por ser ella quien es, tiene a
gala ser más misericordiosa que Jesucristo y, por lo tanto, se niega a
hablar del antimisericordioso infierno (excepto para decir que está vacío). Con
ello, sin embargo, no hemos hecho más fácil la conversión, sino más difícil,
abandonando por completo una de las dos vías para llegar al arrepentimiento y
precisamente la reservada a los débiles, imperfectos y pecadores.
Bruno M.
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