–Las Casas llegó muy
pronto a América, recién descubierta.
–En años muy
difíciles, en los que la inexperiencia hacía frecuentes los abusos y
desgobiernos.
* * *
Fray Bartolomé de Las Casas, OP(1484-1566)
–CONTRA INDIOS
Bartolomé de Las Casas nació
en Sevilla hacia 1484, y ha tenido múltiples biógrafos, entre los cuales
destaca últimamente Pedro Borges [+2008]. Tuvo Las Casas una instrucción
elemental, y después de ser en 1500 auxiliar de las milicias que sofocaron la
insurrección morisca en Granada, pasó muy joven a las Indias, a La Española
(1502), en la escuadra de Ovando. Fracasó buscando oro en el Haina, y tampoco
le fue bien en las minas de Cibao, al frente de una cuadrilla de indios que le
habían entregado. Participó en campañas contra los indios en 1503 y 1505, y
con los esclavos que recibió en premio explotó una estancia junto al río
Janique de Cibao, extrayendo también oro.
Se ordenó sacerdote en Roma en 1506, siguió con poco éxito su explotación de Cibao, y en
1510 celebró su primera misa, aunque todavía no se ocupaba de ministerios
espirituales. En 151l –el año del sermón de Montesinos– se alistó para la
conquista de Cuba, y participó como capellán en la dura campaña de Pánfilo de
Narváez contra los indios. Con los muchos indios que le tocaron en repartimiento,
fue encomendero en Canarreo, hasta 1514, en que se produce su primera conversión, y renuncia a la
encomienda.
La encomienda
en Nueva España, de la que trataré en el próximo artículo, fue iniciada
principalmente por Colón y Hernán Cortés. Era una forma de repartimiento de indios a distintos
conquistadores y colonos, con objeto de juntarlos en comunidades y de
establecer haciendas productivas. A requerimientos de los misioneros y
juristas, fue reglamentada sucesivamente en varias leyes.
–PRO INDIOS
En 1515 Las Casas defiende la causa de los indios ante el rey Fernando y ante
los cardenales Cisneros y Adriano de Utrecht. Cisneros le encarga que, con el
padre Montesinos y el doctor Palacios, prepare un memorial sobre los problemas
de las Antillas, y le nombra protector
de los indios. En 1516 vuelve a La Española con un equipo de jerónimos.
Autorizados éstos como virtuales gobernadores, pronto dieron de lado al
control de Las Casas, ya que ellos, lo mismo que los franciscanos, aceptaron
las encomiendas como un sistema entonces necesario, tratando de humanizarlas.
En 1517 inicia Las Casas un
período de planes utópicos de
población pacífica –la Utopía de Moro es de 1516–. Colonos honestos y piadosos
formarían una «hermandad religiosa», vestirían
hábito blanco con cruz dorada al pecho, provista de unos ramillos que la harían
«muy graciosa y adornada» –el detallismo es frecuente en el pensamiento
utópico–, serían armados por el Rey «caballeros de espuela
dorada», y esclavos negros colaborarían a sus labores. Estos planes no
llegaron a realizarse, y el que se puso en práctica en Tierra Firme, en Cumaná,
Venezuela, fracasó por distintas causas.
Por esos años, inspirándose
quizá Las Casas en la práctica portuguesa del Brasil, y para evitar los
sufrimientos de los indios en un trabajo organizado y duro, que no podían
soportar, sugirió la importación de
esclavos negros a las Indias. El mismo dice que «este
aviso de que se diese licencia para traer esclavos negros a estas tierras dio primero
el clérigo Casas» (Historia de las Indias III,102). Al dar este
consejo, con un curioso sentido selectivo de los derechos humanos, cometió un
grave error, del que sólo muy tarde se hizo consciente, hacia 1559, cuando
revisaba la edición de la Historia de las Indias (III,129).
López de Gómara (+1560) resume
la acción de Las Casas en Cumaná diciendo: «No
incrementó las rentas del rey, no ennobleció a los campesinos, no envió perlas
a los flamencos y se hizo hermano dominico» (Historia 203b).
Efectivamente, gracias al fracaso de sus intenciones concretas, tuvo una segunda conversión y llegó a
descubrir su vocación más genuina. En 1522, después de todos estos trajines, ingresó dominico en Santo Domingo, y
vivió siempre en la Orden como buen religioso. Allí inició sus obras De unico vocationis modo
(1522) e Historia de las Indias (1527), y se mantuvo «enterrado», según su
expresión, hasta 1531.
–OBRAS POSITIVAS
Tuvo éxito, en 1533, al
conseguir la rendición del cacique Enriquillo, sublevado desde años antes. Un
viaje al Perú, que el mar torció a Nicaragua, le llevó a México en 1536.
También tuvo éxito cuando, contando con el apoyo de los obispos de México,
Tlaxcala y Guatemala, realizó con sus hermanos dominicos una penetración
pacífica en Tezulutlán o Tierra de Guerra, región guatemalteca, de la que
surgieron varias poblaciones nuevas.
No estuvo allí mucho tiempo, y
en 1540 partió para España, intervino
en la elaboración de las Leyes Nuevas (1542), así como en su corrección
al año siguiente, y reclutó misioneros para las Indias. Su obra Brevísima relación de la destruición de las Indias es de 1542. En ese mismo año, rechazó de Carlos I
el nombramiento de obispo de la importante sede del Cuzco, aceptando en cambio
al año siguiente la sede episcopal de Chiapas, en Guatemala.
Con 37 dominicos llegó en 1545 a su sede, en Ciudad Real, donde su ministerio
duró un año y medio. La población española estaba predispuesta contra él
porque conocía su influjo en la elaboración de las Leyes
Nuevas.
El obispo Las Casas no se dio mucha maña en su nuevo ministerio. Comenzó pidiendo a los fieles que denunciaran a
sus sacerdotes si su conducta era mala; a todos éstos les quitó las licencias
de confesar, menos a uno; encarceló al deán de la catedral, y excomulgó al
presidente de la Audiencia… Poco después, el alzamiento contra él de los
diocesanos de su sede le hizo partir a la ciudad de México, donde había una
junta de obispos que le dio de lado. De entonces son sus Avisos y reglas para
los confesores, en donde escribe cosas como ésta: «Todo
lo hecho hasta ahora en las Indias ha sido moralmente injusto y jurídicamente
nulo».
Se comprende, pues, bien que
todos cuantos aborrecen la obra de España en las Indias hayan considerado en
el pasado y estimen hoy a Las Casas como una figura gigantesca. Nadie, desde luego, como veremos, ha dicho sobre
las Indias hispanas enormidades del tamaño de las suyas.
VUELVE A LA CORTE REAL
Sin licencia previa para ello,
abandonó Las Casas su diócesis y regresó
en 1547 a la Corte, en donde siempre se movió con mucha más soltura que
en las Indias. Polemizó entonces duramente en Alcalá con el sacerdote
humanista Juan Ginés de Sepúlveda, y logró que Alcalá y Salamanca vetaran su
libro Democrates alter, que no fue
impreso hasta 1892. Sepúlveda, devolviéndole el golpe, consiguió que el Consejo
Real reprendiera duramente a Las Casas por sus Avisos
a confesores, cuyas copias manuscritas fueron requisadas. De la gran
polémica oficial entre Sepúlveda y Las Casas, celebrada en Valladolid en
1550-1551, y que terminó en tablas, trataré en el próximo artículo. En 1550, a
los 63 años, renunció al obispado de Chiapas.
Ya no regresó a las Indias, en
las que su labor misionera fue realmente
muy escasa. Como señala el franciscano Motolinía en su carta de 1555 al
Emperador sobre Las Casas, acá «todos sus negocios
han sido con algunos desasosegados para que le digan cosas que escriba
conformes con su apasionado espíritu contra los españoles… No tuvo sosiego en
esta Nueva España [ni en La Española, ni en Nicaragua, ni en Guatemala], ni
aprendió lengua de indios, ni se humilló, ni aplicó a les enseñar» (Xirau,
Idea 72, 74-75).
RETIRADO EN SEVILLA COMO ESCRITOR
Retirado en el convento de
Sevilla, su ciudad natal, tuvo entonces años de más quietud, en los que pudo
escribir varias obras. La Apologética historia
sumaria, sobre las virtudes de los indios (1559); Historia de las
Indias, iniciada en 1527 y en 1559 terminada, si así puede decirse, pues
quedó inacabada; De thesauris indorum,
en la que condena la búsqueda indiana de tesoros sepulcrales (1561); De imperatoria seu regia potestate, sobre el derecho de autodeterminación de los
pueblos (1563); y el Tratado de las doce dudas,
contestando ciertas cuestiones morales sobre las Indias. Aparte de componer
estas obras, consiguió también en esos años que el Consejo de Indias negara
permiso a su adversario el dominico fray Vicente Palatino de Curzola
para imprimir su obra De iure belli adversus infideles
Occidentalis Indiæ.
ENDURECIMIENTO Y MUERTE
En sus últimos años, aunque no
llegó a negar «el imperio soberano y principado
universal de los reyes de Castilla y León en Indias», sus tesis fueron
cobrando renovada dureza e intransigencia. Le atormentó mucho en esta época,
en que estaba completamente sordo, comprobar que en asuntos tan graves como el
de la encomienda, hombres de la categoría de Vasco de Quiroga,
obispo de Michoacán, o sus mismos compañeros dominicos de Chiapas y Guatemala,
se habían pasado, como los franciscanos, al bando de la transigencia. Murió en
1566 en el convento dominico de Atocha, en Madrid, a los 82 años, después de
haber escrito y actuado con gran empeño –unas veces bien y otras mal– en favor
de los indios.
* * *
–LAS EXAGERACIONES DE LAS CASAS
Las enormidades de las Casas
son tan grandes que también quienes le admiran reconocen sus exageraciones,
aunque las consideran con benevolencia (+V. Carro; M. Mª Martínez 114s). Sin
embargo, llegan a tales extremos que a veces son simples difamaciones.
Las Casas se muestra lúcido y persuasivo en sus argumentaciones doctrinales –esto es lo que hay en él de más
valioso–, pero pierde con frecuencia esa veracidad al referirse a las situaciones reales
de las Indias, cayendo en esa enormización
de la que habla Menéndez Pidal (+1968; 321), uno de sus más severos críticos.
Si tomamos, por ejemplo, la Brevísima relación de la destruición de las
Indias (1542) –que es la obra de Las Casas más leída, también hoy, y la
que ha tenido más ediciones y traducciones–, vamos encontrando falsedades tan
grandes, tan patentes, que causan perplejidad.
Así, al referirse a la trágica despoblación de las Antillas,
de la que ya traté (art. 464), asegura que «habiendo
en la isla Española sobre tres cuentos [millones] de almas que vimos, no hay
hoy de los naturales de ella doscientas personas». Más aún, «daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son
muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras
de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas,
hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son
más de quince cuentos» (15). ¡Quince millones!…
En la Española, asegura Las
Casas, los cristianos quemaban vivos a los naturales «de trece en trece», y
precisa delicadamente que tal horror se hacía «a
honor y reverencia de Nuestro Redentor y de los doce apóstoles» (18). En
Venezuela, según dice, han matado y echado al infierno «de infinitas e inmensas injusticias, insultos y estragos tres o
cuatro» millones de indios (88). Y en la región de Santa Marta los españoles
«tienen carnicería pública de carne humana, y dícense unos a otros: “Préstame
un cuarto de un bellaco de ésos para dar de comer a mis perros hasta que yo
mate otro”» (112)…
Y todavía Las Casas no queda
conforme con lo que ha dicho, pues añade que «en
todas cuantas cosas he dicho y cuanto lo he encarecido, no he dicho ni
encarecido, en calidad ni en cantidad, de diez mil partes (de lo que se ha
hecho y se hace hoy) una» (113).
Cuando, por ejemplo, dice Las
Casas que en la Española hay «treinta mil ríos y
arroyos», de los cuales «veinte y veinte y cinco mil son riquísimos de
oro» (21), podemos aceptar –con reservas, tratándose de un informe serio– tan
enorme hipérbole. También nosotros empleamos expresiones semejantes: «Te he dicho mil veces»… Pero en otros
lugares, como los citados, nos vemos obligados a estimar que se trata de
afirmaciones falsas. Concretamente, las cifras para el historiador Las Casas
nunca constituyeron un problema especial. En denigración de los españoles puede decir, por ejemplo, que
Pedrarias, en los pocos años que estuvo de gobernador en el Darién, mató y
echó al infierno «sobre más de 500.000 almas» (Hª
Indias III,141); en tanto que, en defensa
de los indios, osa afirmar que en Nueva España los aztecas no mataban al año «ni ciento ni cincuenta» (sic)…
Tampoco la fama de las personas requiere de
Las Casas un tratamiento cuidadoso. Hablando, por ejemplo, del capitán
Hernando de Soto, de cuya muerte cristianísima sabemos por el relato de un
portugués, dice en la Destrucción
que «el tirano mayor», después de cometer
toda clase de maldades, «murió como malaventurado,
sin confesión, y no dudamos sino que fue sepultado en los infiernos, si quizá
Dios ocultamente no le proveyó, según su divina misericordia y no según los
deméritos de él» (95). Al disponerse a referir la muerte de Núñez de
Balboa, que fue degollado por sus rivales políticos, escribe con manifiesto
regodeo: «Comencemos a referir el principio y
discurso de cómo se le aparejaba su San Martín» –su sanmartín,
día acostumbrado en España para degollar los cerdos– (Hª Indias
III,53). Y del ya muerto, añade: «Y será bien que
se coloque a Vasco Núñez en el catálogo de los perdidos, con Nicuesa y Hojeda» (III,76).
Es un grave error pensar que en la defensa de los inocentes no puede
haber exceso ni falsedad. Los inocentes deben ser defendidos honradamente con el arma de la
verdad verdadera, que es la más fuerte. Nunca la falsedad
es buen argumento para una causa justa, sino que más bien la debilita. Cuando se leen
algunos de los relatos de Las Casas es como para dudar de si estaba en sus
cabales. Todo hace pensar que no mentía conscientemente, sino que se obnubilaba
defendiendo su amor y justificando su odio.
La ceguera extrema de Las
Casas al discernir lo que veía en las Indias le lleva, por ejemplo, a comprender los sacrificios humanos.
Decía que «si un pagano considera a su dios como
verdadero, es natural que le ofrezca lo que más tiene de valor, es decir, la
vida de los hombres». Y sigue: «El
legislador puede y debe obligar a algunos del pueblo a que sean inmolados para
ser ofrecidos en sacrificio, los cuales al sufrir tal inmolación se supone que la
quieren y desean como acto lícito» (cf. Ángel Losada, Fray Bartolomé de las Casas, a la luz de la moderna
crítica histórica, 1970).
Ya algunos contemporáneos,
como el franciscano venerable Motolinía, fueron conscientes de la condición anómala de la personalidad de
Las Casas. El mismo padre Las Casas cuenta que, después que tuvo una
violenta discusión con el obispo Fonseca, los del Consejo de Indias pensaron
que no se podía hacer demasiado caso del Clérigo, «como hombre defectuoso y que excedía, en
lo que de los males y daños que padecían estas gentes y destruición de estas
tierras afirmaba, los términos de la verdad» (Hª Indias
III,140). Por eso tiene razón Ramón Menéndez Pidal cuando afirma que Las Casas «no tiene intención de falsear los hechos, sino que los
ve falsamente» (El P. Las Casas, 108).
* * *
–LA LEYENDA NEGRA FUNDADA EN LAS CASAS
Todas las enormidades de Las Casas sirvieron para 1) impulsar en gobernantes y
teólogos la defensa de los indios –aunque no de los africanos–; 2) para restar credibilidad a las importantes verdades
que, con otros teólogos de gran calidad, estuvo llamado a transmitir; y también
3) para estimular la leyenda negra sobre la obra de España en América,
denigrándola en términos absolutos, sobre todo en la Brevísima relación de la destruición de las Indias. La obra, de 1542, fue ampliamente empleada por
los luteranos contra la Iglesia, y por las grandes potencias europeas
–Inglaterra, Francia, etc.– contra la hegemonía de España en ese tiempo.
Reproduzco seguidamente fragmentos del libro de Vittorio Messori (1941-) Leyendas negras de la Iglesia (Planeta+Testimonio,
dir. Alex del Rosal: Barcelona 2006, 40-48).
«Por primera vez
en la historia, los europeos se enfrentaban a culturas muy distintas y lejanas.
A diferencia de cuanto harían los anglosajones, que se limitarían a exterminar
a aquellos “extraños” que encontraron en el Nuevo Mundo, los ibéricos aceptaron
el desafío cultural y religioso con una seriedad que constituye una de sus
glorias».
El profesor protestante Pierre
Chaunu [+2009], especializado en la historia de la América hispana, escribe: «Lo que debe sorprendernos no son los abusos iniciales,
sino el hecho de que esos abusos se encontraran con una resistencia que
provenía de todos los niveles –de la Iglesia, pero también del Estado mismo–,
de una profunda conciencia cristiana». Y señala Messori: Esta
sensibilidad «faltará durante mucho tiempo en el
colonialismo protestante primero y “laico” después, gestionado por la brutal
burguesía europea del siglo XIX, ya secularizada». Las quejas de
misioneros, teólogos y juristas ibéricos suscitaron «leyes
y profesores que darían vida al moderno “derecho de gentes”».
Así pues, «nos encontramos ante un hecho inédito, que no tiene
parangón en la historia de Occidente, y resulta mucho más sorprendente si se
añade que Las Casas no sólo fue tomado en serio, sino que, probablemente, fue
tomado demasiado en serio […] Existe la sospecha –perfilada por quien ha
estudiado su psicología– de que este convertido padecía un “estado de alucinación”,
de una “exaltación mística”. En palabras del norteamericano William S. Maltby
[en 1971], “las exageraciones de Las Casas lo exponen a un justo e indignado
ridículo”. O por citar a Jean Dumont [+2001]: “ningún estudioso que se precie
puede tomar en serio sus denuncias extremas”. Entre los innumerables
historiadores que existen, citaremos al laico Celestino Capasso: “Arrastrado
por su tesis, el dominico no duda en inventarse noticias y en cifrar en veinte
millones el número de indios exterminados, o en dar por fundadas noticias
fantásticas como la costumbre de los conquistadores de utilizar a los esclavos
como comida de los perros de combate”. Como dice Luciano Pereña [+2007], de la
Universidad de Salamanca, “Las Casas se pierde siempre en vaguedades e
imprecisiones. No dice nunca cuándo ni dónde se consumaron los horrores que
denuncia […] En contra de toda verdad, da a entender que las atrocidades eran
el único modo habitual de la Conquista”».
Messori incluye a Las Casas
entre los generadores del mito roussoniano del «buen salvaje»: «Asombra en un fraile esta negación del pecado original,
esta falta de realismo y de justicia: tendríamos, por una parte, a unos ángeles
indefensos, y por la otra, a unos demonios despiadados […] Como todos los
utópicos, Las Casas no superó la realidad». Varias veces el gobierno le
facilitó ocasiones de realizar en alguna región sus planes idealistas de
evangelización de los indios: «En todas las
ocasiones, acabó con la exterminación de los misioneros o con su fuga,
perseguidos por los “buenos salvajes” provistos de temibles flechas
envenenadas. Como siempre que se intenta hacer realidad un sueño, se convierte
en pesadilla».
Prosigue Messori: «De todos modos, tal como reconoce Maltby, “fueran cuales
fuesen los defectos de su gobierno, en la historia no hubo ninguna nación que
igualara la preocupación de España por la salvación de las almas de sus nuevos
súbditos”. Hasta que la corte de Madrid no sufrió la contaminación de masones e
“iluminados» [por la Ilustración], no reparó en gastos ni en dificultades para
cumplir con los acuerdos con el Papa, que había concedido los derechos del
Patronato a cambio del deber de evangelización. Los resultados hablan; gracias
al sacrificio y al martirio de generaciones de religiosos mantenidos con
holgura por la Corona, en las Américas se creó una cristiandad que es hoy la
más numerosa de la Iglesia católica […] A diferencia de lo ocurrido en
Norteamérica, en Sudamérica el cristianismo y las culturas precolombinas dieron
vida a un hombre y a una sociedad realmente nuevos respecto a la situación
precolombina».
«“Arma cínica de
una guerra psicológica”, es como define Pierre Chaunu el uso que las potencias
protestantes hicieron de la obra de Las Casas. Las riendas de la operación
antiespañola las llevó sobre todo Inglaterra, por motivos políticos pero
también religiosos [… Enrique VIII, anglicanos separados de Roma]. La lucha
inglesa contra España fue vista así como la lucha del “Evangelio puro” contra
la “superstición papista”. Los Países Bajos y Flandes desempeñaron un papel
importante en esta operación de “guerra psicológica” […] Fue precisamente un
flamenco, Theodor De Bry (+1598), quien diseñó los grabados que acompañarían
una de las tantas ediciones realizadas en tierras protestantes de la Brevísima
relación: dibujos truculentos, en los que los ibéricos aparecen entregados
a todo tipo de sádicas crueldades contra los pobres indígenas. Dado que las
imágenes de De Bry (que, como es lógico suponer, trabajó basándose en su
imaginación) son prácticamente las únicas antiguas de la Conquista, y fueron
reproducidas profusamente, continúan apareciendo hoy en los manuales
escolares».
José María Iraburu, sacerdote.
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